Read Taibhse (Aparición) Online
Authors: Carolina Lozano
Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico
—Ya había fantasmas antes de que tú supieras que estaban ahí —le aseguro—. Que ahora lo sepas no va a cambiar nada.
Aunque la entiendo, ambas sabemos que están ahí pero yo, sé dónde exactamente.
Ahora, algunas tardes, viene conmigo a la biblioteca. Me ha contado que Keir ha conocido a una chica, Gala, durante las vacaciones, y me parece fantástico porque así ya no tengo una excusa para que me gusten los vivos. Yo le he hablado de Caitlin y de Bobby, de Annie y de Jonathan, y nos sorprendemos de que yo pueda verlos como seres completamente reales mientras que ella no es capaz de presentir siquiera su presencia, pese a que en ocasiones oiga cosas . A Alar incluso a veces lo entiende. Y me doy cuenta de que ella también está más feliz, ahora que ya no carga con la losa que fue su supuesta esquizofrenia.
La única que sigue preocupándome es Annie. Alar no lo sabe, pero he ido a verla a menudo durante las mañanas que no podía pasar con él estas vacaciones. Está tan sola... Ahora que todos sabemos lo que es la placidez, su amargura se me hace más patente que nunca. Por eso una tarde de viernes, mientras me dirijo al Red Doors para ver tocar a Keir, se me ocurre una idea al detenerme a acariciar a Bobby. Él también está muy solo.
—Vendrás conmigo, ¿vale? —le digo mientras lo levanto discretamente en brazos.
El perro se pone tenso, no lo había cogido nunca y parece que no le gusta la sensación. Sus ojos también se oscurecen, y se vuelve espeluznante. Me detengo para tranquilizarlo.
—No te preocupes, no va a pasarte nada —le susurro mientras le rasco las orejas—. Confía en mí, Bobby.
Sigo caminando, y noto una corriente de aire poco natural cuando dejo atrás la esquina de la calle Victoria. Al sacudir la cabeza para quitarme los cabellos de los ojos, veo que al otro lado de la calle hay un hombre mirándome. Está vivo, compruebo, así que sigo caminando; la corriente ha tenido que ser por otra cosa. He aprendido a que no me importe tanto que la gente me vea hacer algo que se pudiera calificar de extraño. Hay mucha gente excéntrica en el mundo, al fin y al cabo, y si muestro nerviosismo se fijarán más en mí.
Voy hasta el Mary King's Close y les digo que creo que ayer me dejé una libreta abajo. Intento parecer natural, como si no estuviera sujetando a un perro nervioso debajo del brazo. Me dejan bajar sola, sin esperar a que entre un nuevo grupo, porque ya me conocen. Así que me apresuro a llegar al dormitorio de Annie.
—¡Liadan! —exclama contenta por mi inesperada visita.
Abandona su lugar de vigilancia junto al baúl de juguetes y se me acerca saltando. Su sonrisa se ensancha entre las pústulas de su rostro.
—¿Te acuerdas de Bobby? —le digo soltando al perro.
El animal no cabe en sí de gozo. Ahora no hay una, sino dos personas dedicándole sus atenciones. Ladra y se agacha y mueve la cola, y trata de coger con los dientes la cinta del camisón de Annie. Ella se inclina y lo abraza, tan contenta como el perro.
—Ahora podréis jugar los dos juntos —le digo a la niña acariciándole el pelo—. Tengo que irme, pequeña.
—¿Volverás? —me pregunta radiante, mientras intenta impedir que Bobby la babee.
—Ya sabes que sí —le contesto.
Subo las escaleras corriendo, muy satisfecha por mi idea. Ahora todos somos felices.
Cuando llego al Red Doors, sin embargo, me llevo un pequeño chasco. Aithne parece un poco nerviosa.
—Keir sigue muy preocupado por ti —me dice cuando me siento a su lado a la espera de que empiece el concierto—. Y como ahora te defiendo, piensa que lo hago para protegerte. Me parece que cree que yo he tenido una especie de recaída durante las vacaciones, y por eso no quiero aceptar que algo te está pasando también a ti.
Suspiro, ya menos contenta. Nos callamos porque empieza el concierto, pero no puedo evitar mirar a Keir con tristeza. Sé que lo hace por mí, porque me quiere. Pero sólo es jueves, mi tranquila alegría ha durado cuatro días. Y me pregunto qué más va a pasar.
Cuando acaba el concierto y Keir viene con nosotras apartándose el húmedo cabello rubio de los ojos, trato de comportarme como la persona más normal del mundo. Él sigue bromeando y charla con sus amigos, que nos rodean, pero sé que vigila casi cada uno de mis movimientos. Bueno, ya se le pasará, me digo. Cuando abandonamos la iglesia reconvertida en pub y nos encaminamos a casa, no puedo evitar sonreír al ver que Bobby ya no está esperando en la puerta del Eating.
—¿Quieres que te acompañe? —me dice Keir cuando llegamos al lugar donde se separan nuestros caminos.
—No hace falta.
—¿Ya no te da miedo el tipo ése del Bruntsfield Park? Yo nunca lo he visto, pero...
—Qué va —digo yo riéndome, pero al captar la mirada fija de Aithne me doy cuenta de que tengo que dar alguna explicación más—. Durante estas vacaciones he tomado ese camino todas las noches sola y no lo he vuelto a ver más. Estaré bien.
Y de sobras, teniendo en cuenta que Jonathan es el protector sustituto de Alastair en esa zona.
—Vale, nos vemos mañana en clase —se despide Aithne con naturalidad.
Yo, por supuesto, me detengo a saludar a Jonathan y hacer de mensajera entre él y Caitlin. A veces los mensajes que se dedican son un p oco cursis, y los subidos de tono de Jonathan me acarrean algún que otro sonrojo, pero me alegro de ser útil.
Hoy, mientras hablamos de su vida pasada, oímos unos ladridos que a ambos nos resultan familiares, aunque Jonathan no los esperaba. Bobby viene corriendo hacia nosotros a través del parque como una peluda pelota negra. Vaya, esto no lo había pensado. Me agacho a acariciarlo fingiendo que no soy consciente de que Jonathan se ha llevado tal susto que el aire se ha vuelto glacial y la sangre de su camisa me traspasa con un fuerte olor metálico. Me he dado cuenta de que cuando se pone nervioso, su sangre derramada se vuelve más fresca que nunca. Dios mío, qué curiosos son.
—¡Bobby! —Exclama Jon cuando recupera el uso de la palabra—. ¿Cómo?
Me mira, suspicaz. Creo que ahora soy yo quien le doy miedo.
—Sólo lo llevé con Annie, los dos estaban muy solos —me defiendo—. Bobby, vamos Bobby, vuelve con Annie —lo animo—. Con Annie.
Bobby ladra y vuelve a salir disparado hacia la Royal Mile.
—¿Ves? Ya está. Bueno, tengo que irme. Hasta luego.
Me apresuro a escapar. Por la cara que pone Jonathan, estoy casi segura de que este secreto no me lo va a guardar. Pero ni que fuera para tanto...
C
uando ayer colgué el teléfono simplemente no podía creerlo. ¿Qué demonios ha hecho? ¿Y cómo? A veces Liadan simplemente no piensa en lo que hace, sólo se deja llevar por sus emociones. Por puras y bienintencionadas que sean, a veces es un peligro. Y yo estoy al borde de dejarme llevar también pero mis sentimientos no son tan pacíficos, por lo que no me he pasado por sus clases hoy. Al fin y al cabo puedo esperar hasta la tarde, cuando sé que la tendré acorralada en la biblioteca.
Como estoy tan alterado y hago parpadear cuanto está a mi alrededor, espero no sólo a que acaben las clases sino a que se vacíe el instituto. Entonces me apresuro hacia allí. Abro la puerta y penetro en la biblioteca fijando la vista en mi presa. Está acompañado de Aithne, pero no hay nadie más. Dejo que el aire se extienda frío y no me molesto en apaciguarme apra que las luces no titlen salvajemente. Me enfurece ver que Liadan sigue tranquila, serenamente resignada ante mi arremetida. Sé que mi rostro se ensombrece todavía más.
—¿Eso es Alastair? —murmura Aithne con un hilo de voz.
—Sí. Tranquila, que sólo está enfadado conmigo —le contesta Liadan.
Me acerco a ella y me inclino sobre la mesa para acercar mi rostro al suyo. Se levanta una suave brisa que hace revolotear los papeles que han extendido sobre la mesa.
—Estás aterrando a Aithne, Alar —me dice Liadan, toda responsabilidad y comprensión.
—Lo siento —respondo con la voz cargada de furia.
Liadan se gira hacia Aithne, que se ha agarrado con fuerza a los reposabrazos de la silla.
—Dice que lo siente —le comunica—. Y no te preocupes, esto se va a acabar a la de ya.
—¿Eso también lo dice él? —pregunta Aithne, pues es posible que me haya oído.
—No, eso lo digo yo... Jonathan es un chivato —añade Liadan levantándose.
—¿A dónde vas? —le preguntamos Aithne y yo al mismo tiempo.
—A matarlo —responde tan furiosa como yo.
—Ya está muerto —le recuerdo, notando que mi enfado se evapora un poco por efecto de la diversión.
—A matarlo del todo —dice Liadan, que parece casi tan enfadada como yo. Me levanto y la sujeto de la cintura, mientras ella forcejea henchida de indignación—. Le traeré a su prometida Jeanine y lo mataré bien muerto. ¡Suéltame!
—No. Y ahora eres tú la que está asustando a Aithne.
Liadan deja de tratar de escurrirse entre mis brazos para mirar a Aithne, que tiene una expresión estremecida en el rostro al verla forcejear contra el aire.
—Vale —dice Liadan, y alza las manos en un universal gesto de rendición.
La suelto, pero me mantengo entre ella y la puerta por si acaso. Cuando estoy seguro de que no va a tratar de esquivarme para escapar, frunzo el ceño otra vez. Casi me ha hecho olvidar que era yo el que tenía derecho a estar furioso.
—¿Se puede saber lo que has hecho?
—Tengo un deja vu... —murmura con sorna—. Mira, Alar —me dice—. Tanto Annie como Bobby estaban muy solos. Me he limitado a permitirles que se acompañen el uno al otro.
—¡Pero has desvinculado a Bobby de su ligadura! Por los dioses, Liadan, ¿cómo la has hecho? Jonathan casi se colapsa cuando lo vio correr hacia vosotros. ¿Y ahora puede pasearse por toda la ciudad?
—Creo que sí, porque me ha acompañado de casa al instituto antes de que lo mandara con Annie —me dice en un susurro, como si así no sonase tan espeluznante.
—Podrías haberlo matado. Del todo. Al desunirlo de su vínculo podrías haber hecho que desapareciera para siempre.
El rostro de Liadan empalidece a medida que entiende lo que estoy diciendo.
—Eso no lo pensé.
—Liadan —le digo cogiéndole las manos—. ¿Cómo lo has hecho?
—No lo sé —me dice preocupada, y sé que está siendo sincera—. Simplemente lo cogí y me lo llevé conmigo. No parecía afectado, supongo que confía en mí. Y está contento.
Suspiro, dejando el tema. No es capaz de comprender que lo que ha hecho ha sido un milagro, lo más probable hubiese sido que Bobby se desintegrara para no volver jamás.
—Prométeme que no volverás a hacerlo —le pido—. Al próximo podrías matarlo.
—Te lo prometo —acepta sin pensarlo—. Lo siento mucho.
Le acaricio la mejilla con el dorso de los dedos, sé que se siente arrepentida y no puedo evitar sonreír ante eso. Porque lo que ha hecho lo ha hecho con toda su buena intención, por generosidad y amor. Le tomo el rostro entre las manos y la beso, porque la quiero. Cuando me separo de ella se ha puesto roja y mira a Aithne alzando los hombros. Su amiga mantiene los ojos muy abiertos pero su expresión no dice nada, debe de ser extraño para ella ver a Liadan besar algo que para ella es sólo aire.
—¿Crees que nos quedaremos solos luego un rato? —le susurro a Liadan abrazándola por detrás, haciendo que se ponga más roja todavía.
—Calla —me dice—. Si sigues así te aseguro que no. Bueno, ¿estudiamos?
Aithne, que la estaba mirando ensimismada, asiente rápidamente y saca los libros de su mochila. Se queda paralizada cuando yo arrastro otra silla más hacia la mesa.
—Lo siento —murmuro.
—No quería asustarte —interpreta Liadan.
—Le he oído, no pasa nada —dice Aithne, aunque no deja de mirar la silla hasta que dejo de moverla—. Pero mejor no hagas eso cuando de aquí a unos días empiecen a venir más compañeros a estudiar por los exámenes.
—Descuida —decimos Liadan y yo a la vez.
Tal como Aithne había vaticinado, la semana siguiente ya hay más alumnos en la biblioteca y me es casi imposible verme a solas con Liadan. Por suerte, la sala de los archivos sigue siendo mía, cosa que consigo en parte haciendo que reine un frío horroroso allí. Liadan ya ha dejado un suéter grueso en una de las estanterías para usarlo cuando queremos estar solos y viene conmigo. Sólo aquí me atrevo a besarla, porque sé que cuando empiezo no podemos parar y sería arriesgado que alguien nos viera, la viera. Y lo más triste es que a partir de ahora va a ser así todos los días, hasta que se acabe el curso y Liadan se tenga que separar para siempre de mí.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Liadan un viernes por la tarde cuando esos pensamientos me deprimen.
—Nada —le sonrío, y le beso los cabellos—. Vamos, ya llevas más de media hora en el archivo. Al final tus compañeros se van a preguntar qué haces aquí.
—No me importa —me dice volviendo a rodearme el pecho con los brazos.
Me río, no puedo evitarlo.
—Pero a mí sí —le respondo, desasiéndome y apoyando la barbilla en su cabeza antes de empujarla suavemente hacia la puerta.
Justo cuando vamos a salir, mi móvil empieza a sonar. Liadan da un respingo y se detiene, poniéndose blanca. Dos estudiantes que están cerca de la puerta del archivo, estudiando en la sala de lectura, levantan la mirada hacia ella.
Le cuesta muchísimo fingir que no me escucha, y asimilar que los demás no lo hacen. Y lo del móvil es demasiado para ella.