Taibhse (Aparición) (23 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico

BOOK: Taibhse (Aparición)
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—¿Está Aithne?

—No, señorita, ya se ha ido hacia el aeropuerto. Pero la señorita tenía intención de ir a verla a usted antes de embarcar. Es una pena, deben de haberse cruzado por el camino.

—Vale, gracias —digo, y tengo ganas de llorar.

—¿Quiere pasar a descansar? —Me pregunta—. Coja un abrigo de la señorita, va a helarse de frío.

—No es necesario, un amigo me está guardando la chaqueta en su coche. Hasta pronto, Mary.

Me planteo seriamente la posibilidad de ir hasta el aeropuerto, pero sé que va a ser una pérdida de tiempo. Me encamino hacia casa lentamente, dejándome envolver por el frío del invierno, que me mantiene atada a la realidad aunque sea mediante intensos temblores. Intento no imaginarme en qué puede acabar todo esto. Por mucho que sea mi amiga, o precisamente porque lo es, si Aithne cree que estoy loca hará lo posible porque me traten con ansiolíticos. Lo hará por mi bien aunque sea contra mi voluntad. Además, también está Keir, que sabe demasiado, y que puede que se le ocurra hablar con Malcom. Dios mío, espero que no lo haga.

He llegado al Bruntsfield Park y por un momento todos mis pensamientos abandonan mi mente. Allí, a lo lejos, está el tipo del uniforme de la Segunda Guerra Mundial, y me está mirando. Las últimas vivencias me han sensibilizado respecto a los sinsabores del corazón, y me siento generosa con los que sufren igual que yo. Me acerco al soldado, porque tengo la certeza de quién es: Jonathan, el amigo de Alastair, el novio de una vez al año de Caitlin.

Aunque aún nos separa una cierta distancia, puedo ver que se ha dado cuenta de que me acerco directamente hacia él. El recelo sombrío con el que me recibe ya me es familiar, como el cuidador que sabe cómo tratar a sus leones. Miro directamente a los borrones que son sus ojos, sin dejar de prestar atención a la respuesta de su cuerpo. De momento, creo que puedo seguir acercándome. Todavía está demasiado sobrecogido como para actuar.

—Jonathan —digo cuando estoy a unos tres metros escasos. Miro a mi alrededor para asegurarme de que no haya nadie más por aquí que pueda atestiguar que soy una loca—. Caitlin te envía saludos.

Da un respingo por la sorpresa, pero ya no parece tan cauteloso. No creo que me ataque. La mención de Caitlin, pese a que no lo tenía premeditado, ha sido un triunfo por suerte para mí. Ahora que lo tengo más cerca, aprovecho para fijarme bien en él. Tal como había adivinado, su uniforme pertenece a las milicias escocesas que participaron por Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial. Y tal como había adivinado también, la gran mancha oscura que se extiende por su levita y parte de sus pantalones es sangre, y en él parece fresca. Me pregunto si me mancharía si la tocase. Pero no estoy tan loca. Vuelvo a mirarlo a los ojos claros, esperando alguna respuesta. Para saber si me puedo acercar.

—¿Qué más te ha dicho Caitlin? —me pregunta, sin poder ocultar su interés bajo la típica máscara de masculina suficiencia.

—Me ha dicho que está deseando verte y que... —Entonces recuerdo lo que me explicó Alar sobre la forma en que la pareja había pasado la única noche en que podían estar juntos—, que espera que el año que viene sea diferente. Pensará en ti hasta la próxima Noche de Brujas. Y yo —digo ahora más seria— quería disculparme.

Ahora lo entiende. Se apoya en el muro bajo que suele rondar y saca un cigarrillo que no sé si será fantasma y esperará una y otra vez en su chaqueta a que se lo fume hasta el fin de la eternidad. Me hace un gesto para que me acomode a su lado, cosa que hago no sin cierto temor.

—Así que no fue un accidente, ¿eh? Supongo que no lo volveras a hacer.

—Claro que no.

Me mira. Me parece que mi vehemencia le ha dicho más que yo misma. Vuelve a mirar al frente, ensimismado en el placer de fumarse su cigarrillo.

—¿Podrías hacerme un favor? —cuando asiento con la cabeza, me dedica una sonrisa que no deja de resultar tétrica—. Hay alguien sobre quien me gustaría saber si sigue con vida... Su nombre es Jeanine.

Me asombro mientras Jonathan me explica su historia y su miedo a que la repentina aparición de Jeanine pueda arrancarlo definitivamente de la existencia. Le aseguro que trataré de averiguar algo sobre ella, y de pronto parecemos ya buenos amigos.

—Será mejor que te marches, a Alar no le gustará si te mueres de frío.

—Pero no le digas que me he acercado para hablar contigo, ¿vale?

Jonathan me mira fijamente, y me doy cuenta de que las salpicaduras de sangre le llegan hasta la mejilla. Sabe perfectamente lo que le estoy pidiendo y por qué.

—Me llevaré el secreto a la tumba.

Sonrío antes de irme. Es el primero de ellos al que oigo bromear sobre su muerte. Pero eso me hace pensar en otras cosas. Y tan sólo puedo esperar que Aithne sea como Jonathan. Que cumpla su promesa y se lleve nuestro secreto a la tumba. Y que yo encuentre la forma de tantear a la muerte, y engañarla para quedarme junto a Alar.

Capítulo 25
Alastair

¿Q
ué pasó —le pregunto a Liadan en cuanto cruza la puerta de la biblioteca el sábado.

Podría haber empezado por un buenas tardes, pero llevo casi un día entero sufriendo la angustia de la espera. Creía que me volvía loco. Nunca me habían parecido tan odiosos los límites que me separan del resto del mundo.

Liadan parece cansada, es posible que ella tampoco haya descansado en toda la noche. De hecho, parece exhausta, alicaída. Se dejó el abrigo y todo lo demás aquí, así que espero que no se haya resfriado. Rodeo la mesa del bibliotecario y me pongo a su espalda para masajearle los hombros. Nunca pensé que pudiera llegar a hacerlo pero aquí estoy, sintiendo la tensión de sus frágiles músculos bajo mis dedos. Liadan suspira, demasiado afectada por los últimos sucesos como para reaccionar con sorpresa.

—No la alncancé —me dice—. Fui a su casa pero ya se había ido hacia el aeropuerto. Anoche llamé al teléfono de Keir, pero me dijo que Aithne ya estaba durmiendo. Está preocupado, dice que Aith estaba muy alterada ayer. Ella trató de convencerlos de que sólo se debe a la proximidad de los exámenes finales, pero temen que haya sufrido una recaída. Aunque esta mañana he recibido un mensaje de ella desde el teléfono de Keir. Dice que hablaremos cuando vuelva.

—¿Y tú qué opinas? —le pregunto.

—Opino que guardará el secreto, no te preocupes. La que me preocupa es ella. Y Keir también cree que estoy loca, o que soy una temeraria morbosa; se enfadó cuando después de haberme explicado aquello, yo me acerqué al lago para investigar. Está preocupado, no quiere que yo pase por lo mismo por lo que pasó Aithne —guarda silencio, pero noto cómo toma aire para decir algo más, algo más difícil de exponer—. Y a mí me preocupas tú. Todos estamos preocupados, como ves.

—¿Yo? —me sorprendo. entonces entiendo de lo que habla—. Liadan —le digo muy serio, y me meto sin más en la mesa para poder ponerme delante de ella y mirarla a los ojos—, no me gustó nada lo que dijiste al irte. No voy a matar a nadie, y mucho menos a ti.

—No me importaría —reconoce con la cruda sinceridad de su alma.

—Sé razonable, Liadan —le digo—. Comprende que las cosas tienen que ser así y ya está. No puedes quedarte, y tendré que separarme de ti. Ni siquiera tendríamos que habernos conocido.

—¡No! —dice como una niña. Me recuerdo a Caitlin cuando era pequeña y sus padres le negaban un capricho—. ¿Por qué? Por qué para un chico que encuentro que me gusta, va y tiene que estar muerto. No quiero separarme de ti, Alar —me dice, los pozos negros que son sus ojos llenos de determinación, aunque luego vacila—. O acaso... ¿tú no quieres seguir viéndome?

Su expresión es la viva imagen del temor a mi respuesta, y ser consciente de sus sentimientos me emociona, y hace que los míos aumenten. Y aunque sería mucho mejor que le diese la razón, soy incapaz de dejarla pensar que no la quiero.

—Por supuesto que quiero verte —le susurro—, te echaré horriblemente de menos.

Se le escapa la sonrisa, no sé si tendrá tantas ganas de abrazarme como las que siento yo. Pero no debo seguirle el juego, pese a que sé que es tarde para ello.

—En ese caso buscaré la forma de no tener que separarme de ti —dice resuelta, como yo suponía—. Tan simple como eso.

Es una locura. Se supone que yo soy el obsesivo pero Liadan no se queda a la zaga y nos pasamos horas discutiendo. No está tan loca como para matarse sin más, sabiendo los riesgos que corre, pero ya he comprobado que cuando se le mete algo en la cabeza no ceja en el empeño. Mis argumentos chocan contra ella sin éxito y me exaspero, pero Liadan, sin embargo, se mantiene calmada, y se ha puesto el abrigo sin decir nada en respuesta al frío de mi furia. Me recuerda a mis guerreros cuando estaban dispuestos a entrar en batalla: tiene la serenidad de quien sabe cuál es su camino y está dispuesto a recorrerlo hasta el final.

—Mira, Alar —me dice cuando es ya de noche y lee en su reloj que es hora de irse—. Puedes seguir discutiendo conmigo día tras día, y desaprovechar estos momentos, o aceptar que yo buscaré la manera de cumplir mi deseo. Si no lo consigo podrás estar tranquilo igualmente, porque conseguirás lo que quieres: me iré y no te volveré a ver.

—Sabes que no es eso lo que quiero —le digo, aunque sé que ya he caído en su trampa.

—Entonces déjame hacer lo que creo que tengo que hacer. Y déjame disfrutar de tu compañía sin enfados hasta que, de una forma u otra, esto se solucione. No te preocupes tanto. No quiero morirme en realidad.

Me mira fijamente esperando mi reacción, ella no da nunca una conversación por terminada hasta que sabe la opinión del otro y puede irse con la conciencia tranquila. Aunque sus palabras han demostrado una seguridad aplastante, veo en sus ojos que lo que yo diga es de una importancia vital para ella. Y no puedo defraudarla, pero tampoco decirle que no trataré de impedir que haga algo que acorte radicalmente los días que le han tocado. Eso tampoco me importaría mucho si como resultado se quedara conmigo para siempre, pero lo más probable es que, si atentara contra su vida, la perdiera sin más.

Así que simplemente me inclino hacia ella y la beso suavemente, como si fuéramos una pareja de novios cualquiera que ha tenido una rencilla. De ésas he visto tantas en el instituto que es como si yo mismo las hubiera vivido. Como la que estoy viviendo.

Liadan me sonríe cuando me separo de ella. Ambos sabemos que este momento es mágico, pero ninguno lo dirá. Me obligo a dejarla marchar, pese a que no quiero. La tentación de agarrarla y mantenerla a mi lado es más fuerte que nunca.

—Nos vemos mañana —le digo.

—Hasta mañana, Alar.

Y veo cómo se aleja hasta desaparecer por la puerta, sabiendo que más allá de las verjas se acaban completamente mi protección y mi influencia.

Los días que siguen, a mi pesar, son los más agradables de mi existencia. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, hemos dejado el tema de nuestra posible separación a un lado. Nos dedicamos a hablar, y Liadan estudia de vez en cuando pero es una suerte que sea tan inteligente y sus notas no dependan de lo que se aplique ahora. Porque no podemos pasar muchas horas sin acabar abrazándonos y eso lleva a todo lo demás. Pese a lo diferentes que somos, en esto no hay contradicciones, el deseo permanece en los míos, y no hay muchos que puedan darle una respuesta. Nuestros besos son cada vez más apasionados, mis manos van cada vez un poco más allá, y las manos de Liadan se enzarzan a mi espalda cada vez con más fuerza. Su deseo no es menor que el mío.

Y cuando ambos sabemos que estamos dejándonos llevar nos miramos, y nos separamos con dificultad. Nos reímos y bromeamos mientras continuamos con lo que estábamos haciendo, pero los dos callamos lo que no queremos reconocer en voz alta: que no nos conviene nada dejarnos llevar. La amenaza de la separación sigue ahí, latente pese a que la ignoremos, y ambos sabemos que cuanto más nos unamos, más difícil nos resultará de afrontar.

Lo que más miedo me da es que Liadan, que me conoce mejor de lo que me gustaría, sabe hasta qué punto mi carácter compulsivo trata de adueñarse de mi razón cuando se hace patente la certeza de que deberé dejarla marchar. Y no parece que le importe. Si hoy mismo le dijera que voy a arrastrarla hasta mi sepulcro, que me la llevaré conmigo al otro lado y dejará de estar viva, creo que ni siquiera opondría resistencia.

Así que yo obvio el tema, y ella sin duda también prefiere no seguir discutiendo para que yo no la convenza de que dé fin a sus pesquisas porque la llevarán a la muerte. Las tardes se vuelven más agradables, sumiéndonos en una rutina que jamás abandonaría. Por la mañana, cuando ella no me acompaña, me dedico a seguir con mis investigaciones y se las explico luego a Liadan, que ya sabe el porqué de la importancia de conocer los límites que tenía este territorio cuando yo morí.

—¿Por qué no lo compruebas simplemente por prueba y error? —me suigirió cuando le expliqué que estoy anclado a los ignotos terrenos del viejo torreón, y no al castillo propiamente—. Simplemente avanza hasta que no puedas más.

—No puedo hacer eso —le contesté, y traté de explicarme lo mejor que puede para hacerme comprender—. Si intento ir más allá de donde llegan mis ataduras..., bueno, me pierdo del mundo. Algo semejante a lo que me hiciste tú. Y no sé cuándo voy a volver. Al principio, hace unas centurias, lo probé. Pero llegó un día en que pasé tanto tiempo fuera, meses quizás, que decidí no volver a probaro porque tal vez un día simplemente no podría volver. Caitlin, por ejemplo, sabe bien cuáles son sus límites, los siente, pero yo no.

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