Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (6 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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—¡Llevároslos! —tronó Jabba diabólicamente. Al fin, una nota placentera en un día triste, porque alimentar al Sarlacc le ocasionaba tanto regocijo como alimentar al Rancor. ¡Pobre Rancor!

Un rugido de aprobación se elevó de la reunión cuando se llevaron a los prisioneros. Leia, enormemente preocupada, los siguió con la mirada y sorprendió una amplia y genuina sonrisa iluminando el rostro de Luke. Suspiró profundamente, expeliendo sus dudas.

La enorme Barcaza Velera antigravitacional de Jabba se deslizaba lentamente sobre el interminable Mar de las Dunas. Su casco metálico, erosionado por la arena, crujía bajo la ligera brisa que apenas henchía las dos grandes velas, como si incluso la naturaleza enfermara en presencia de Jabba. Bajo la cubierta, rodeado por su corte, Jabba escondía su decadente espíritu de los depuradores rayos solares.

A los costados de la barcaza, dos pequeñas lanchas flotaban en formación. Una era una lancha de escolta, con seis piojosos soldados a bordo; la otra, una lancha armada con un cañón y que contenía a los prisioneros. Han, Chewie, Luke, todos atados y custodiados por guardias armados: Barada, dos Weequays y Lando Calrissian.

Barada era el tipo de individuo con el que no se podía siquiera bromear. Siempre al acecho, sujetaba el rifle como si no deseara otra cosa que utilizarlo.

Los Weequays formaban una extraña pareja. Eran dos curtidos hermanos, completamente calvos, salvo por un mechón de pelo trenzado que colgaba a un lado, a la usanza de su tribu. Nadie estaba seguro de si Weequay era el nombre de la tribu o el nombre de su especie, ni de si todos los de la tribu eran hermanos y se llamaban por igual, Weequays. Sólo se sabía que esta pareja respondía a ese nombre y que trataban al resto de las criaturas con la mayor indiferencia. Entre ellos eran delicados y amables, casi tiernos, pero, al igual que Barada, esperaban con ansia que los prisioneros les proporcionaran una excusa para acribillarlos.

Y Lando, por supuesto, silencioso y preparado, aguardando que se presentara la oportunidad. La situación le recordaba aquella estratagema que empleó en Pesmenben IV, cuando rociaron sus dunas con carbonato de litio para obligar al gobernador Imperial a que les arrendara el planeta. Lando, disfrazado de guardia minero autónomo, hizo que el gobernador yaciera boca abajo en el fondo de la lancha y arrojó por la borda su tesoro cuando los oficiales del sindicato les abordaron. No le sucedió nada aquella vez y ahora esperaba repetir su suerte, salvo que esta vez habría de arrojar por la borda a los guardias.

Han agudizaba el oído, ya que sus ojos aún le eran inútiles. Hablaba con temeraria volubilidad para acostumbrar a los guardias a su charla y sus movimientos así, cuando llegara el momento de moverse de
verdad
los guardias reaccionarían con un leve retraso. Y por supuesto, también hablaba para escucharse a sí mismo.

—Creo que mi vista está mejorando —dijo, mientras bizqueaba enfocando a la arena—. En lugar de un borrón oscuro veo un gran borrón brillante.

—Créeme: no te estás perdiendo nada —dijo Luke—. Yo crecí aquí.

Luke pensó en su infancia en Tattoine, cuando vivía en la granja de su tío y navegaba veloz sobre la llanura, con un pequeño deslizador terrestre y alguno de sus pocos amigos —hijos de otros colonos asentados en el desierto—. No había en realidad más quehacer, tanto para los hombres como para los chicos, que navegar sobre las monótonas dunas y evitar encuentros con irritables jinetes Tusken, los Moradores de las arenas, que atesoraban la arena como si fuera oro en polvo. Luke conocía bien el lugar.

Aquí conoció a Obi-Wan Kenobi, el viejo Ben, el ermitaño que moraba tan en el corazón del desierto que nadie le conocía. El primer hombre que mostró a Luke cuál era el camino del Jedi.

Luke pensaba ahora en él con profundo amor y gran pesar. Porque Ben fue, más que nadie, el agente de los descubrimientos y pérdidas de Luke y, también, de los descubrimientos de las pérdidas.

Ben llevó a Luke a Mos Eisley, la ciudad pirata en la cara oeste de Tattoine, a la cantina donde encontró por vez primera a Han Solo y Chewbacca el Wookiee. Ben viajó con él a la ciudad cuando las tropas de asalto Imperiales mataron al tío Owen y a la tía Beru, buscando a los robots fugitivos R2 y 3PO.

Así fue como todo comenzó para Luke, aquí en Tattoine. Conocía este lugar como si fuera un sueño que se repitiera y, además, había jurado que nunca volvería.

—Crecí aquí —repitió suavemente.

—Y ahora vas a morir aquí —replicó Solo.

—No pienso hacer tal cosa —dijo Luke, saliendo de su ensueño.

—Si ése es tu gran plan, hasta ahora no me vuelve loco de alegría —respondió, escéptico. Solo.

—El palacio de Jabba estaba demasiado bien custodiado —explicó Luke—. Tenía que sacarte de allí. Tan sólo permanece junto a Chewie y Lando, nosotros nos ocuparemos de todo.

—Apenas puedo esperar. —Solo se desmoralizó al pensar que toda la huida dependía de la confianza de Luke en sus poderes de Jedi. Una premisa muy cuestionable, considerando que los Jedis eran una hermandad extinta y que utilizaban una Fuerza en la que, de todos modos, él no creía en absoluto. Él creía en una nave veloz y unos buenos explosivos, y todo lo que deseaba era tenerlos en ese momento.

Jabba estaba sentado en el camarote principal de la Barcaza Velera, rodeado por todo su séquito. La fiesta del Palacio simplemente continuaba, salvo que ahora los jaraneros se bamboleaban más violentamente y se mascaba el tipo de atmósfera que precede a un linchamiento. El deseo de sangre y la beligerancia alcanzaban nuevas cotas.

Trespeo estaba inmerso en el ambiente hasta el cuello. En ése momento se veía forzado a traducir una discusión entre Ephant Mon y Ree-Yees sobre algún tema guerrero incomprensible para él. Ephant Mon, un carnoso paquidermo con un feo hocico colmilludo, mantenía —para el modo de pensar de 3PO— una postura insostenible. Sin embargo, Migaja Salaz, el reptilesco y demente mono, sentado sobre el hombro de Ephant, repetía todo cuanto éste decía y, por tanto, redoblaba el peso de los argumentos de Ephant.

Ephant concluyó su parrafada con una incitación típicamente belicosa:

—¡Wooossie jawamba boog! —tronó el macizo paquidermo.

3PO no tenía, en principio, ninguna intención de traducir esa frase a Ree-Yees, el de la cabeza con tres ojos que ya estaba borracho como una cuba. No quería, pero lo hizo.

—¡Backawa! ¡Backawa! —replicó el de los tres ojos, dilatándose éstos por la furia.

Y, sin más preámbulos, descargó un puñetazo tal en los morros de Ephant Mon que lo envió volando sobre un grupo de Cabezas de Calamar.

C-3PO creyó que esa respuesta no necesitaba, traducción y aprovechó la confusión para deslizarse a un lado cuando, de pronto, chocó con un pequeño robot que servía bebidas. Las bebidas volaron salpicándolo todo.

El terco y pequeño robot prorrumpió en una cascada de bips, bocinazos y silbidos reconocibles al instante por 3PO. Miró hacia abajo con tremendo alivio.

—¡R2! ¿Qué haces tú aquí? —exclamó con alegría.

—duuuWEEp ehWhrRrree bedzhng —silboteó R2

—Ya veo que estás sirviendo bebidas, pero este lugar es muy peligroso. ¡Van a ejecutar al amo Luke y, si nos descuidamos, a nosotros también!

R2 silbó con aparente indiferencia.

—Me gustaría poder confiar en ti —replicó sombríamente 3PO.

Jabba rió entre dientes al ver derrumbarse a Ephant Mon. Le encantaban los buenos puñetazos. Especialmente adoraba ver cómo se desmoronaban los fuertes, como su orgullo rodaba por tierra.

Con sus abotargados dedos dio unos tironcitos a la cadena atada al cuello de la Princesa Leia. Cuanta más resistencia ofrecía, más babeaba de placer, hasta que al fin atrajo hacia sí de nuevo a la escasamente vestida princesa.

—No te apartes demasiado, encanto. Pronto empezaras a apreciarme —dijo, mientras, aproximándola aún más, la forzaba a beber de su vaso.

Leia abrió la boca, evitando pensar en nada. Era, en efecto, repugnante, pero había cosas mucho peores y, de todos modos, esto no podía durar mucho.

Bien conocía otros sufrimientos más terribles. Su punto de comparación era la noche en que fue torturada por Darth Vader. Casi se derrumbó. El Señor Oscuro nunca supo lo cerca que estuvo de sonsacar toda la información que quería: la ubicación de la base Rebelde. Vader la capturó justo cuando se las había arreglado para enviar a R2 y 3PO en busca de ayuda. La capturó, llevándola a la Estrella de la Muerte, donde le inyectó drogas debilitadoras de la mente y la torturó.

Atormentó primero su cuerpo, mediante sus eficientes robots especialistas en tortura: Agujas, cuchillos de fuego, electropinchazos, agudas presiones en ciertos puntos. Ella soportó todos los dolores como ahora soportaba el abominable contacto con Jabba: con una fortaleza propia e interna.

Se deslizó medio metro apartándose de Jabba —ahora que estaba distraído— para atisbar entre los intersticios de las mugrientas ventanas y los polvorientos rayos solares, a la lancha que transportaba a sus rescatadores.

La lancha se estaba deteniendo.

El convoy entero estaba, de hecho, inmovilizándose sobre una enorme fosa de arena. La Barcaza Velera se hizo a un lado de la gigantesca depresión junto a la lancha de escolta. La de los prisioneros navegó hasta situarse indirectamente sobre la fosa, flotando a unos diez metros de altura del centro de la depresión.

En la base del cono de arena se abría, repulsiva, una cavidad rosácea formada por una membrana que segregaba un espeso mucus y se fruncía levemente, casi inmóvil. El agujero tenía tres metros de diámetro y sus paredes estaban festoneadas por tres filas de dientes agudos, como los de un tiburón e igualmente inclinados hacia adentro. La arena se mezclaba con el mucus que manaba de los costados de la abertura y, ocasionalmente, una poca caía dentro de la negra cavidad central.

Así era la boca del Sarlacc.

En un Costado de la lancha de los prisioneros sobresalía una plancha de hierro. Dos guardias desataron las ligaduras de Luke y, con bruscos empellones, le colocaron sobre la plancha, justo encima del orificio en la arena que ahora comenzaba a ondularse con movimiento peristáltico y a secretar espesa saliva al que estaba a punto de recibir.

Jabba, junto con su festivo grupo, se desplazó al puente de observación. Luke se frotó las muñecas para restaurar la circulación. El vibrante calor del desierto templaba su espíritu. Por fin, éste sería su hogar para siempre. Nacido y crecido en un terruño Vanita. Divisó a Leia, de pie junto a la barandilla de la gran barcaza, y guiñó un ojo. Leia devolvió el guiño.

Jabba ordenó acercarse a 3PO y susurró órdenes al dorado androide. 3PO se aproximó a un interfono. Jabba alzó, imperioso, un brazo y el abigarrado conjunto de piratas intergalácticos acalló al instante el griterío. La voz de 3PO brotó amplificada por el altavoz.

—Su Excelencia desea que mueran honorablemente. —anunció 3PO, sin escandalizarse en absoluto. Quizá alguien le introdujo un programa erróneo. Además, él era tan sólo un androide, con funciones bien delimitadas: traducir y hablar literalmente, nada de interpretar. Meneó la cabeza y prosiguió—: Si alguno de ustedes desea pedir clemencia, Jabba escuchará ahora sus ruegos.

Han dio un paso al frente para dedicar a esa henchida babosa sus últimos pensamientos, en caso de que fallara todo lo demás.

—Dile a ese baboso pedazo de gusano asqueroso que…

Por desgracia, Han daba la cara al desierto, no a la Barcaza Velera. Chewie se acercó e hizo girarse a Solo de forma que se enfrentara al pedazo de gusano a quien se dirigía. Han asintió con la cabeza sin detener su parlamento:

—...gusano inmundo que no obtendrá de nosotras ese placer.

Chewie profirió unos gruñidos, mostrando su total acuerdo. Luke también estaba preparado para su momento.

—Jabba, ésta es tu última oportunidad —gritó Luke—. Libéranos o morirás. —Miró fugazmente a Lando, que se movía libremente al fondo de la lancha.

Así que era esto —pensó Lando—; ahora tirarían a los guardias por la borda y escaparían ante las narices de todo el mundo.

Los monstruos de la barcaza rugieron de risa. Durante la conmoción, R2, en silencio, subió por la rampa que conducía al puente superior.

Jabba alzó otra vez la mano para apaciguar a sus secuaces.

—Estoy seguro de que tienes razón, mi joven amigo Jedi —sonrió antes de señalar hacia abajo con el pulgar— ¡Arrojadlo dentro! —ordenó.

Los espectadores aplaudieron al ver cómo un Weequay empujaba a Luke hacia el extremo de la plancha. Luke miró fijamente a R2, que estaba situado en solitario cerca de la barandilla, y le envió un airoso saludo. Al percibir la contraseña —previamente programada—, unas portezuelas se abrieron en la cabeza cupular de R2 y un pequeño misil salió impelido hacia el cielo, trazando un suave arco sobre el desierto.

Luke saltó fuera de la lancha y fue acogido por otro clamor sediento de sangre. Empero, en fracciones de segundo giró sobre sí mismo en el aire y al caer se asió con las manos al extremo de la plancha. La delgada plancha se combó violentamente al recibir su peso, se inmovilizó un instante en el punto de máxima curvatura inferior, y devolvió el impulso catapultando a Luke hacia arriba.

En pleno vuelo dio una voltereta completa y cayó de pie en el mismo sitio de donde antes saltó, sólo que ahora estaba detrás de los confusos guardias. De modo casual, extendió un brazo con la palma de la mano hacia arriba y, repentinamente, recogió la espada de láser que le arrojó R2.

Con la rapidez propia de un Jedi, Luke encendió su espada y arremetió contra el guardia situado en el extremo de la plancha en contacto con el bote, arrojándolo entre chillidos de terror hacia la espasmódica boca del Sarlacc.

Los demás guardias se arracimaron en contra de Luke. Inexorable, se abalanzó sobre ellos con su centelleante espada de luz láser.

Era su propia espada de láser, no la de su padre. Había sido diseñada por él mismo en la casucha abandonada de Obi-Wan Kenobi, al otro lado del planeta. Fabricada con las viejas herramientas maestras de los Jedis y todas sus piezas forjadas con amor, habilidad y tremenda necesidad. Ahora la empuñaba como si fuera una extensión de su propio brazo; como si el brazo y la espada se fusionaran en una sola pieza. Esta espada de láser era, en verdad, única y exclusivamente de Luke.

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