Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (2 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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Jabba era el gánster más vil de toda la galaxia. Implicado en contrabando, tráfico de esclavos y todo tipo de asesinatos; con secuaces esparcidos por todas las constelaciones. Tanto coleccionaba como inventaba nuevas atrocidades y su corte constituía un cubil de incomparable decadencia. Se decía que Jabba escogió Tattoine como lugar de residencia porque sólo en ese planeta, árido como un crisol, podría evitar que su alma se corrompiera totalmente. Quizá el sol abrasador conservara su espíritu como en salmuera amarga.

En cualquier caso, éste era un sitio que pocos conocían y muchos menos visitaban. Era un lugar demoniaco, donde incluso los más valientes sentían vaporizarse sus fuerzas ante la visión turbadora del putrefacto Jabba.

—Pintt-WIIt-biDUUUgring-uble Diip —silboteó R2-D2

—Por supuesto que estoy preocupado —protestó C-3PO—. Y tú también debieras estarlo. El pobre Lando Calrissian jamás volvió de este lugar. ¿Puedes imaginar lo que le habrán hecho?

R2 silbó tímidamente.

El dorado androide vadeó con rigidez una duna en movimiento y se detuvo en seco. A poca distancia se erguía el palacio de Jabba, tan pronto visible como oculto por la tormenta de arena. R2 casi se estrella contra él y derrapó hasta el margen contrario de la carretera. —Fíjate a dónde vas, R2 —dijo 3PO, reiniciando la marcha, más lentamente, a la par que su pequeño amigo trotaba a su lado. Mientras andaban, parloteaba sin cesar:

—¿Por qué no entregaría Chewbacca este mensaje? No; cuando hay alguna misión imposible, siempre nos la otorgan a nosotros. Nadie se preocupa de los robots. A veces me preguntó cómo lo aguantamos.

Caminaron y caminaron sobre el último y desolado tramo de la carretera hasta que arribaron a las puertas del palacio; pesadas puertas de metal, mayores de lo que 3PO podía alcanzar a ver. Las puertas eran parte de una serie de muros de piedra y metal que constituían varias y gigantescas torres cilíndricas que se elevaban sobre el mar de arena.

Los dos robots observaron el ominoso portón buscando algún indicio de vida, alguna seña de bienvenida o quizá, algún artilugio que les permitiera anunciar su presencia. Nada de eso había. 3PO comprobó su determinación —previamente programada— y golpeó tres veces en la gruesa puerta metálica. Se volvió con rapidez y avisó a R2:

—Parece que aquí no hay nadie. Volvamos y contémoselo al amo Luke.

De improviso, una pequeña escotilla se abrió en el centro de la puerta. Un delgado brazo metálico emergió aferrando un gran ojo electrónico que observó con descaro a los dos robots. El ojo habló:

—¡Tee chuta fahat yudd!

3PO permaneció orgullosamente inmóvil, pese a que sus circuitos zumbaban. Se encaró al ojo, señaló a R2 y luego a sí mismo.

—R2 Dedoska bos Trespeosha ey toota odd rais chka Jabba du Hutt.

El ojo enfocó rápidamente a uno y otro robot, se retiró por la pequeña abertura y cerró de golpe la portezuela.

—Bu-Diip-gaNUUng —susurró el preocupado R2.

3PO asintió con la cabeza.

—No creo que nos dejen entrar, R2. Mejor vámonos —dijo preparándose para irse, mientras R2 emitía una desganada protesta en cuatro tonos.

En ese preciso instante se oyó un horrible y chirriante crujido y las macizas puertas comenzaron a elevarse.

Los dos robots se miraron, recelosos y luego observaron la negra cavidad que se abría frente a ellos. Esperaron sin moverse, temerosos de entrar y temerosos de retroceder.

Desde las sombras, la extraña voz del ojo electrónico les chilló:

—¡Nudd chaa!

R2, profiriendo ruiditos eléctricos, cruzó el umbral de la puerta. 3PO vaciló un segundo y corrió tras su chaparro compañero.

—¡R2, espérame!

Ambos se detuvieron a mitad del pasadizo, mientras 3PO refunfuñaba:

—¡Te perderás!

Tras ellos, el enorme portón se cerró de golpe, levantando ecos cavernosos. Durante unos instantes, los asustados robots permanecieron inmóviles. Acto seguido, vacilantes, reemprendieron la marcha.

Al fondo se les unieron tres colosales guardias Gamorreanos. Unas vigorosas bestias con aspecto de cerdos que, como todo el mundo sabía, odiaban a los robots. Sin mover un solo músculo de sus rostros, los guardias empujaron a los robots a lo largo del tenebroso pasaje. Al llegar a la primera galería iluminada, R2 siseó nerviosamente a 3PO.

—No tienes por qué saber nada más —replicó con recelo el dorado androide—. Sólo emite el mensaje del amo Luke y larguémonos de aquí.

Apenas habían dado otro paso cuando, en una encrucijada, les vino al encuentro un extraño ser, Bib Fortuna, el tosco mayordomo de la degenerada corte de Jabba. Era una criatura de aspecto humanoide, con una túnica que cubría su elevada estatura y unos ojos que observaban sólo lo que fuera necesario ver. De su espalda —a la altura de la nuca— surgían dos gruesos apéndices tentaculares con los que ejercía las funciones sensitivas, prensiles y cognitivas. Por coquetería, solía llevar los tentáculos colgando de sus hombros salvo cuando los extendía hacia atrás, como si fueran dos colas gemelas, para mejorar su equilibrio.

Bib sonrió levemente al detenerse frente a la pareja de robots.

—Die wanna wanga —dijo.

3PO adoptó un tono oficial:

—Die wanna wanga. Traemos un mensaje para tu señor, Jabba el Hutt.

R2 emitió una posdata y 3PO asintiendo con la cabeza, añadió:

—Y un regalo. —Meditó un instante con aspecto desconcertado (todo lo desconcertado que puede parecer un robot) y cuchicheó a R2—: ¿Regalo, qué regalo?

Bib sacudió enfáticamente la cabeza.

—Nee Jabba no badda. Michaade su regalo —dijo, extendiendo su mano hacia R2.

El pequeño robot retrocedió, pero su protesta fue intensa:

—bBDdo-III-NGwrrr-Op4bduu-Biiopi

—R2, ¡dáselo! —insistió 3PO. A veces R2 era tan binario...

Pero R2, desafiante, pitaba y chirriaba mirando a Fortuna y a 3PO como si tuvieran sus programas borrados.

3PO, aunque descontento, asintió finalmente, comprendiendo la respuesta de R2. Sonrió a Bib en plan de disculpa.

—Dice que las instrucciones de nuestro jefe exigen que se lo entreguemos al propio Jabba.

Bib consideró el problema mientras 3PO se deshacía en explicaciones:

—Lo siento mucho. Me temo que R2 es un cabezota, sobre todo en ciertos casos. —Se las arregló para dar un tono amable, aunque despreciativo, a sus palabras mientras se inclinaba hacia su pequeño socio.

Bib, con un ademán imperativo, ordenó que le siguieran.

—Nudd chaa —dijo, adentrándose en las sombras seguido de cerca por los robots y los tres guardias Gamorreanos, que cerraban la marcha.

A medida que se internaban por los oscuros pasadizos, 3PO susurró suavemente a la unidad R2:

—R2, tengo un mal presentimiento...

C-3PO y R2-D2 hicieron un alto a la entrada del salón del trono.

—Estamos condenados —gimoteó 3PO, deseando poder cerrar los ojos.

El salón estaba repleto —en toda la extensión comprendida entre sus cavernosos muros— de toda la hez viviente de la galaxia. Grotescas criaturas procedentes de los más ínfimos sistemas solares, embriagados por especiados licores y por sus propios y fétidos efluvios. Gamorreanos, hombres gibosos y mal encarados, Jawas…, todos deleitándose en los más bajos placeres o fanfarroneando sobre grandiosas hazañas. Al frente del salón, reclinándose en un estrado situado por encima del corrupto maremágnum, se hallaba Jabba el Hutt.

Su cabeza era tres veces mayor que la de un hombre, quizá cuatro. Sus ojos, amarillos y reptilescos; la piel como de serpiente grasienta. No tenía cuello, sino una serie creciente de papadas que se expandían hasta conformar un enorme cuerpo abotargado, henchido hasta reventar por miles de manjares robados. Unos brazos atrofiados, casi inútiles, brotaban del torso y los viscosos dedos de su mano izquierda sostenían la boquilla de una pipa de agua. No tenía un solo pelo, todos se habían caído víctimas de una mezcolanza de enfermedades. Tampoco tenía piernas simplemente su tronco se ahusaba hasta rematarse en una fofa cola de serpiente que se extendía por la plataforma como una tubería mucilaginosa. La boca, sin labios, cruzaba su cara de oreja a oreja y babeaba continuamente. Era un ser completamente repugnante.

Una bella y triste danzarina estaba encadenada a su cuello. De la misma raza de Bib Fortuna, sus dos enjutos y bien formados tentáculos colgaban sugestivamente por la espalda desnuda y musculosa. Se llamaba Oola y parecía enormemente desdichada, sentada lo más lejos que le permitía la cadena, al extremo del estrado.

Cerca de la panza de Jabba estaba sentado un pequeño y simiesco reptil que respondía al nombre de Migaja Salaz, porque recogía todas las partículas de comida que caían de las manos y boca de Jabba, engulléndolas con nauseabunda risita.

Unos haces de luz provenientes del techo iluminaban parcialmente a los embriagados cortesanos, cuando Bib Fortuna cruzó el salón hasta llegar al estrado. La sala estaba formada por habitáculos repletos de concavidades, de modo que la mayoría de los personajes eran visibles sólo como sombras en movimiento.

Cuando Fortuna arribó hasta el trono, se inclinó ceremoniosamente y susurró algo en la deforme oreja del monarca. Los ojos de Jabba se redujeron a dos ranuras y, luego, con risa maniática, mandó traer a la pareja de robots.

—Bo shuda —siseó el Hutt, evitando un arranque de tos. Aunque sabía varios idiomas hablaba, como punto de honor, tan solo Huttés. Era su único punto honorable.

Los robots, temblando, apresuraron el paso hasta quedar frente al repulsivo monarca, violentando sus más íntimas y programadas sensibilidades.

—El mensaje, R2, el mensaje —apremió 3PO.

R2 silbó una vez y proyectó un rayo de luz desde su cabeza cupular, creando un holograma de Luke Skywalker frente a ellos en el suelo. Inmediatamente, la imagen creció hasta medir tres metros, dominando a la multitud reunida. Se hizo el silencio en el salón al sentir todos la presencia del joven guerrero Jedi.

—¡Saludos, oh tú el Encumbrado! —dijo el holograma a Jabba—. Permíteme que me presente: soy Luke Skywalker, Caballero Jedi y amigo del Capitán Solo. Pido una audiencia con Su Majestad para negociar su vida.

En ese punto, el salón entero estalló en carcajadas, que Jabba cortó con un ademán perentorio. La pausa de Luke no duró mucho.

—Sé que eres poderoso, gran Jabba, y que tu ira en contra de Solo será igualmente intensa. Pero estoy seguro de que lograremos un pacto beneficioso para ambos. Como muestra de mi buena voluntad te entrego un regalo: estos dos robots.

—¡Qué! ¿Qué es lo que ha dicho? —saltó 3PO como si lo hubieran aguijoneado.

—Ambos son trabajadores y te servirán bien —continuó Luke. Con esta frase, el holograma se desvaneció.

3PO meneó la cabeza desesperadamente.

—¡Oh, no! Esto no puede ser así, R2. Has debido de emitir un mensaje erróneo.

Jabba reía a la par que babeaba, Bib Fortuna habló en Huttés:

—¿Un trato en lugar de pelear? Él no es un Jedi.

Jabba asintió, mostrando su acuerdo. Sonriendo aún; se dirigió a 3PO:

—No habrá trato. No tengo la más mínima intención de quedarme sin mi adorno favorito.

Lanzando una risita repulsiva, miró hacia una cavidad sombría que estaba situada a un lado del trono; allí, colgado en la pared, estaba el cuerpo carbonitizado de Han Solo; cara y manos sobresaliendo del frío y duro bloque, como una estatua que emergiera de un mar de piedra.

R2 y 3PO marchaban, cabizbajos, por el húmedo pasadizo empujados por un guardia Gamorreano.

Las mazmorras se alineaban en ambos costados. Sobrecogedores lamentos de angustia brotaban de las celdas —a medida que los robots avanzaban— y resonaban en las pétreas e inacabables catacumbas. De vez en cuando una mano, una garra o un tentáculo despuntaban entre los barrotes de las celdas, intentando aferrar a los desventurados robots.

R2 emitió unos ruiditos lastimeros. 3PO tan sólo sacudió la cabeza enérgicamente.

—¿Qué mosca le habrá picado al amo Luke? ¿Será algo que hice? Nunca estuvo descontento de mí...

Se aproximaron a una puerta al final del corredor. Automáticamente se abrió y el Gamorreano los introdujo de un empujón. Dentro, sus oídos fueron atacados por un estruendo ensordecedor: ruedas chirriantes, explosiones de innumerables motores, martillazos, rugidos de extrañas máquinas y unas constantes vaharadas de vapor que nublaban la visión. Aquello era un inmenso cocedero o bien el propio infierno programado.

Un agónico quejido electrónico, comparable al chirrido de un metal sometido a tremenda presión, atrajo sus miradas hacia una esquina de la habitación. Entre la ardiente neblina circulaba EV-9D9, un delgado robot de apariencia tan humana que incluso reflejaba en su rostro las bajas pasiones de los hombres. En la zona en sombra, tras 9D9, 3PO pudo ver cómo le arrancaban las piernas a un robot en un potro de tortura, mientras que a un segundo robot —colgado cabeza abajo— le aplicaban hierros candentes en los pies. Este robot había sido el autor del terrible aullido electrónico que 3PO oyó antes, cuando se fundieron los circuitos sensores de su metálica piel. 3PO se bajó los efectos del sonido y sus circuitos crujieron, por empatía, con los del torturado robot.

9D9 se plantó frente a 3PO alzando efusivamente las pinzas que constituían sus manos.

—¡Ah, Nuevas adquisiciones! —dijo con gran satisfacción—. Yo soy EV-9D9, Jefe de Operaciones Cyborg. Tú eres un robot de Protocolo, ¿no es cierto?

—Yo soy C-3PO, especializado en Relaciones Cibernéticas Huma...

—Sí o no, es suficiente —dijo secamente 9D9.

—De acuerdo, si —replicó 3PO. Ese robot, obviamente, iba a constituir un problema; era uno de esos tipos que han de demostrar que son más robots que ningún otro.

—¿Cuántos idiomas hablas? —prosiguió 9D9.

Bien: se necesitan dos para participar en este juego, pensó 3PO. Buscó en sus archivos la secuencia introductora que resultara más oficial y significativa.

—Domino con fluidez seis millones de formas de comunicación y puedo...

—¡Magnífico! —interrumpió, jubiloso, 9D9—. No tenemos un robot de Protocolo desde que nuestro Amo se enfadó por algo que hizo el último y lo desintegró.

—¡Desintegrado! —gimió 3PO, mientras le abandonaba todo su aire ceremonioso y protocolario.

9D9 parlamentó con un cerduno guardia que apareció de improviso.

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