Single & Single (48 page)

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Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

BOOK: Single & Single
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– Padre -dijo, y entró rápidamente, notando el olor a heno y caballos que flotaba en el aire.

Oyó una voz quejumbrosa, como la de un inválido al despertar, seguida del susurro de la paja. El establo se hallaba dividido en tres compartimientos. Todos contenían paja. En el tercero, pendía de un clavo el raglán marrón de Tiger, y sobre la paja yacía su padre medio desnudo, de costado -tal como yacía Oliver en los momentos de tristeza-, con finos calcetines negros, calzoncillos blancos y una mugrienta camisa azul de Turnbull amp; Asser, el cuello blanco hecho jirones. Tenía las piernas encogidas contra el pecho y los brazos alrededor de las rodillas, el rostro cubierto de magulladuras negras, y los ojos hinchados y enrojecidos a causa del miedo al mundo en el que había renacido. Estaba encadenado. La cadena, sujeta de un extremo a un poste de madera por medio de una argolla de hierro, lo inmovilizaba de pies y manos. Trató de levantarse cuando Oliver se acercó, pero a medio camino se desplomó y de inmediato lo intentó de nuevo. Oliver, en lugar de mantener una respetuosa distancia por temor a humillarlo con su estatura, lo cogió por debajo de los brazos y lo ayudó, reparando, al igual que Zoya, en su pequeño tamaño y en la extrema delgadez de su cuerpo bajo la camisa de Turnbull amp; Asser. Observó la cara maltrecha de su padre y pensó en Jack, el marido ahogado de la señora Watmore, pese a que lo conocía sólo por fotografías y de oídas: «En el agua durante diez días -le había contado ella una vez-, y yo tuve que ir a Plymouth a identificarlo.» Pensó en la necesidad de hacer la respiración artificial a personas que uno no desea besar. Pensó en Jeffrey, su hermano muerto, y se preguntó qué debía sentir un hombre que poseía Nightingales, un ático en Londres y un Rolls-Royce al verse encadenado de pies y manos sin vistas ni secretarias.

– Vi a Nadia -dijo Oliver, creyéndose en la obligación de transmitir alguna noticia de cualquier clase-. Te manda recuerdos.

Ignoraba por qué había elegido esa noticia en particular, pero Tiger lo abrazaba con un fervor sin precedentes y plantaba una especie de torpe beso oblicuo en su mejilla, prudencialmente separada, si bien en cuanto sus labios lo rozaron, Tiger lo apartó de un empujón y, con un apresurado tono práctico pensado para que Hoban lo oyese, le reprochó:

– Ya veo que no han tenido problemas para localizarte, dondequiera que estuvieses, ¿eh? En Hong Kong o donde sea.

– Sí. Me han localizado. En Hong Kong. Comprendido.

– Yo no estaba muy seguro de por dónde andarías, ¿entiendes? Vas siempre de un lado a otro. Nunca sé si te dedicas a estudiar o a sondear clientes. Supongo que ésa es la prerrogativa de los jóvenes: ser escurridizos. ¿Qué?

– Debería haberme puesto en contacto con más frecuencia -admitió Oliver. Y para Hoban añadió-: Quitadle esta cadena. Mi padre viene con nosotros a la casa. -Viendo que Hoban sonreía con desdén, Oliver lo agarró del codo y, observado por los vigilantes, lo llevó a donde no los oyesen-. Estás perdido, Alix -afirmó en virtud de muy poco salvo suposiciones-. Conrad va a contarlo todo a la policía suiza; Mirsky está a punto de cerrar un trato con los turcos; Massingham se ha retirado a su refugio, y tu cara aparece en todas las listas de criminales más buscados como autor del asesinato de Alfred Winser. No creo que en estos momentos te convenga volver a mancharte las manos de sangre. Es posible que mi padre y yo seamos tus únicas bazas para negociar.

– ¿Qué papel representas tú en esa comedia, Cartero?

– Soy un miserable informador. Te delaté a las autoridades británicas hace cuatro años. Traicioné a mi padre, a Yevgueni y a todo el mundo. Mis superiores son un poco lentos a la hora de afilar el cuchillo. Pero darán contigo muy pronto, te lo aseguro.

Hoban fue a consultar con Yevgueni. Regresó y dio una orden a los vigilantes, que libraron a Tiger de la cadena y observaron mientras Oliver lavaba a su padre con una esponja y agua de un cubo, intentando recordar la última vez que Tiger había hecho eso por él en su infancia, y llegando finalmente a la conclusión de que nunca lo había hecho. Recogió el traje de Tiger del pesebre donde lo habían tirado y trató de recomponerlo lo mejor posible antes de ayudarlo a ponérselo, pierna por pierna, brazo por brazo, y por último le calzó los zapatos.

En la granja tenía lugar una especie de despertar, o quizá era una vuelta al letargo, un restablecimiento de las reconfortantes rutinas cotidianas en el período posterior a la muerte. Bajo la mirada escéptica de Hoban, Oliver acomodó a su padre en una silla junto al fuego y frente a Yevgueni y sirvió una copa de vino de Belén a cada uno de una jarra colocada en la mesa. Y si bien Yevgueni se negó a advertir la presencia de Tiger, prefiriendo recrear la mirada en las llamas, una tácita complicidad los indujo a tomar el primer sorbo al unísono, concediéndose mutuo reconocimiento por el hecho mismo de esforzarse tanto en ignorarse mutuamente. Y Oliver, contemplándolos, puso todo su empeño en mantener ese cordial ambiente, por artificial que hubiese sido el método para crearlo. Representando el papel que con mayor naturalidad le salía -el hijo adoptivo pródigo recién regresado-, ayudó a Tinatin a mondar y cortar las verduras, mover las sartenes sobre el fuego, buscar velas y cerillas, y poner los platos y cubiertos en la mesa, comportándose en general, si no con frivolidad, sí con un continuo ajetreo que era como un ensalmo. «Yevgueni, ¿te lleno la copa?», y se la llenaba, ganándose un «Gracias, Cartero» entre dientes por su diligencia. «Ya no tardará, padre; ¿te apetece un poco de embutido para aguantar hasta la cena?», y Tiger, aunque avergonzado de sus uñas sucias, despertaba de su aturdimiento y aceptaba un trozo, y lo masticaba con su boca magullada, y declaraba que era el mejor que había comido, a la vez que forzaba espasmódicas sonrisas de satisfacción y, por efecto del alivio de su parcial liberación, empezaba a recobrar el ánimo y seguía a Oliver con la mirada por el salón a través de sus párpados hinchados.

– Esta casa es obviamente el Nightingales de Yevgueni -afirmó Tiger, levantando la voz por encima del ruido de la cocina. Le faltaba un incisivo y ceceaba.

– Sin duda -convino Oliver, colocando los cuchillos.

– Podrías habérmelo dicho. No estaba enterado. Deberías haberme avisado previamente.

– Creía que ya te lo había dicho.

– Me gusta estar bien informado. Un par de urbanizaciones de veraneo no quedarían nada mal aquí. O cuatro, pensándolo mejor. Una en cada valle.

– Sería un éxito seguro. Cuatro es una buena idea.

– Con un hotel en medio, discoteca, club nocturno, piscina olímpica.

– Es el sitio ideal.

– ¿Has probado el vino, supongo? -preguntó Tiger con total seriedad pese a la mella.

– He bebido litros.

– Bien hecho. ¿Y qué impresión te causa?

– Me gusta. Me he aficionado a él.

– No me extraña. Tienes muy buen paladar. Veo aquí una excelente oportunidad para nosotros, Oliver. Me sorprende que no te hayas dado cuenta antes. De sobra sabes que siempre me han interesado los productos alimenticios y las bebidas. Es un complemento natural de la industria del ocio. ¿Te has fijado en todos esos tractores desaprovechados que hay afuera?

– Por supuesto -respondió Oliver, cortando finas rebanadas de pan con una antigua guillotina.

– ¿Qué ha sido lo primero que te ha venido a la mente al verlos?

– La verdad es que estaba un poco cansado.

– Pues deberías haber pensado en tu padre. Es la clase de situación a la que saco mejor partido. Bienes en desuso por bancarrota, una empresa extinta. Todo a punto para el toque creativo. Se compran las instalaciones a precio de saldo, se aplican métodos modernos, se racionaliza la infraestructura, se reduce la mano de obra, y todo está en marcha en tres años.

– Genial -dijo Oliver.

– A los bancos les encantará.

– Por fuerza.

– Buena comida, buen vino, buenos servicios. Los sencillos placeres de la vida. Ésa es la clave del próximo milenio. ¿No es así, Yevgueni? -No hubo respuesta, y entretanto Tiger, elogiosamente, tomó otro sorbo de su
cuvée
de Belén-. Pienso proponerle a la buena de Kat que añada este vino a su carta -anunció, dirigiéndose nuevamente a Oliver-. Un Cabernet más que aceptable. Un poco saturado de tanino. -Otro sorbo-. Unos cuantos años más en la botella lo mejorarían notablemente. Pero sin duda tiene un lugar entre los grandes. -Traga. Paladea-. Un sabor difícil de identificar, ése es el secreto. Kat lo hará correr como el agua. Apuesto algo a que más de uno se sonrojará ante este vino. A bote pronto me vienen a la cabeza un par de individuos que se las dan de entendidos. Siempre es un placer ver tambalearse al poderoso. -Otro largo sorbo. Se enjuaga los dientes con el vino. Traga. Se relame-. Necesitaremos un diseñador. Hablaré con Randy. Debemos conseguir una etiqueta acertada, estilizar la botella. Esos cuellos largos quedan siempre bien. Château Argonaut, ¿qué tal suena eso? A los españoles no les convencerá, eso os lo aviso de antemano. -Una risita-. No, no, eso seguro.

– Por mí, los españoles pueden cultivar otros placeres -dijo Oliver por encima del hombro mientras ponía la mesa.

Tiger aplaudió con delirante júbilo.

– ¡Sí, señor! ¡Así habla un verdadero inglés! El otro día precisamente se lo comentaba a Gupta. No hay sujeto más arrogante en el mundo que un español por encima de sus posibilidades. Alemanes, franceses, italianos… son tolerables, ¿no, Yevgueni? -No hubo respuesta-. Nos han causado muchos agravios, esos españoles, y desde hace siglos. -Volvió a beber, aprestando valerosamente para el combate su pequeña mandíbula mientras buscaba otra vez a Yevgueni con mirada vacilante, sin éxito. Impertérrito, se dio una palmada en el muslo en señal de súbita inspiración-. ¡Dios mío, Yevgueni, casi se me olvida! ¡Tinatin, buena mujer, esto te encantará! A veces con tantas malas noticias, se olvida uno de las buenas. Oliver es padre. De una preciosa damisela llamada Carmen. Levanta tu copa con nosotros, Yevgueni. Alix, te veo apagado esta noche. Tinatin, querida amiga. Por Carmen Single. Larga vida, salud y felicidad para ella… y también prosperidad. Oliver, mi enhorabuena. La paternidad te sienta bien. Ahora eres más gran hombre que antes.

Y tú has menguado, pensó Oliver en un breve arrebato de furia al ver a su hija exhibida de aquel modo. Has revelado en toda su magnitud tu inmensa e infinita vacuidad. A las puertas de la muerte, no tienes nada a lo que apelar, aparte de tus inconcebibles trivialidades.

Pero esa ira no se traslució en el comportamiento de Oliver. Dando la razón, animando, alzando su copa hacia Tinatin -pero no hacia Hoban-, yendo y viniendo desenfadadamente entre la cocina y la mesa y los dos ancianos sentados junto al fuego, su único objetivo era crear un ambiente de sobria armonía. Sólo Hoban, atendiendo a su teléfono mágico, sentado en un banco entre dos hoscos compinches, permanecía totalmente ajeno al espíritu de la fiesta. Pero esa amarga y perturbadora presencia no podía desalentar a Oliver. Ni eso ni nada. El mago cobraba vida. El ilusionista, el eterno pacificador y deflector del ridículo, el creador de un karma imposible respondía a la llamada de las candilejas. El Oliver de las paradas de autobús azotadas por la lluvia, los hospitales infantiles y los albergues del Ejército de Salvación interpretaba su papel para salvar su propia vida y la de Tiger, mientras Tinatin guisaba, Yevgueni medio escuchaba y contaba sus desgracias en las llamas, y Hoban y sus compañeros del infierno tramaban sus agrias diabluras y calculaban sus menguantes opciones. Y Oliver conocía a su público. Comprendía su caos, su estupefacción, sus confusas lealtades. Sabía cuántas veces en su propia vida, en las horas más bajas, habría dado cualquier cosa por un mal prestidigitador con un mapache de peluche.

Incluso Yevgueni, poco a poco, dejó de resistirse a su magia. «¿Por qué no nos escribiste, Cartero?», reprochó junto al fuego cuando Oliver le rellenó una vez más la copa. Y en otra ocasión: «¿Por qué dejaste de aprender nuestra querida lengua georgiana?» Y a ambas preguntas respondió encantadoramente que al fin y al cabo era un hombre de carne y hueso, había sido desleal, pero ya había aprendido de sus errores. Y a partir de estos diálogos en apariencia inocentes, fue creciendo una especie de locura, una ilusión de normalidad compartida. Una vez preparada la cena, Oliver llamó a todos a la mesa e hizo sentarse a Yevgueni a la cabecera. Por un rato el anciano permaneció allí, con la cabeza gacha, mirando al plato. De pronto, como si la visión le hubiese devuelto el ánimo, se irguió, cerró los puños, se golpeó el amplio pecho y pidió más vino. Y fue a Hoban, no a Oliver, a quien Tinatin envió a la bodega.

– ¿Qué tengo que hacer con vosotros, Cartero? -preguntó Yevgueni con lágrimas en las comisuras de los ojos-. Tu padre mató a mi hermano. ¡Dime!

Sin embargo Oliver, con peligrosa sinceridad, lo contradijo:

– Yevgueni, lamento mucho la muerte de Mijaíl. Pero mi padre no lo mató. Mi padre no es un traidor, y yo no soy hijo de un traidor. No entiendo por qué lo tratas como a un animal. -Oliver miró disimuladamente a Hoban, sentado con expresión impasible entre sus inquietos protectores. Y advirtió que su teléfono no se hallaba a la vista, lo que lo indujo a pensar con satisfacción que Hoban se había quedado sin amigos-. Yevgueni, creo que debemos disfrutar de tu hospitalidad y marcharnos con tu bendición en cuanto amanezca.

Y Yevgueni parecía dispuesto a aceptar la sugerencia, hasta que Tiger, deseoso siempre de protagonismo, echó a perder el momento:

– Permíteme que me ocupe de esto, Oliver, si no te importa. Nuestros anfitriones, incitados en gran medida, sospecho, por nuestro amigo Alix Hoban, tienen una visión muy distinta del asunto… No, no me interrumpas, por favor. Su posición es que, considerando que me he entregado a ellos por propia voluntad, se hallan en una doble posición de ventaja. Por un lado… no mientras yo hablo, Oliver, gracias… Por un lado, quieren convencerme de que renuncie a todo en su favor, que es lo que exigen desde hace meses. Por otro lado, desean vengarse por la muerte de Mijaíl, partiendo de la errónea suposición de que yo, en connivencia nada menos que con Randy Massingham, soy responsable de esa muerte. Nadie, ningún miembro de mi empresa o mi familia, es culpable ni remotamente de tal hecho. Sin embargo, como vosotros mismos podéis ver, mis desmentidos han caído en saco roto.

Lo cual indujo a Hoban a reafirmar la acusación, por más que su desagradable voz hubiese perdido parte de su habitual arrogancia.

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