Siempre tuyo (11 page)

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Authors: Daniel Glattauer

Tags: #Romántico

BOOK: Siempre tuyo
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»Doce y veinte. Entra en el banco. ¿A retirar dinero? Él le daría el suyo. Él no necesita dinero, tan sólo su amor.

»Doce y veintisiete: sale del banco. Él le tira besos. Ella intuye su proximidad, siente su aliento, lo busca. Está confusa.

»Doce y treinta y cinco: vuelve a meterse en la tienda. Él la saluda con la mano. Ella no puede verlo, pero sabe que está cerca. Él la protege. Mantiene alejado de ella todo lo malo.

»Diecisiete horas: sale de la tienda. La perseverancia ha merecido la pena. Perseverar siempre merece la pena. La paciencia y la lealtad son la esencia de la vida, el abono del amor. Qué interesante, esta vez elige otro camino. La Goldschlagstraße. La Tannengasse. La Hütteldorfer Straße. Vuelve la cabeza hacia él. Él siente la corriente de aire que produce. Ella piensa en él. Él en ella, siempre.

»Diecisiete y veintitrés: entra… huy, huy, huy, entra en una agencia de viajes. Él se queda de piedra. ¿Querrá sorprenderlo? ¿Una segunda Venecia? Seguro que ella lo quiere. Él a ella más que a nada.

»Diecisiete y cuarenta y dos: sale de la agencia de viajes. Sonríe. Se ilusiona. Piensa en él. Lo quiere. Qué pena. Qué pena. Qué pena. Ahora él tendrá que perderle la pista unos minutos. Ahora ella tendrá que volver a casa sin él. Ahora él entra en la agencia de viajes…

»Dieciocho horas: aquí concluyen los apuntes del día. Él se quedará cerca de ella. El amor los enlaza. La eternidad los une. Ella es su luz y él es su sombra. Nunca más podrán existir separados. Cuando ella respira, él respira.

»Él velará su sueño. Ella inhala su cercanía. Él se ilusiona. Se ilusiona. Se ilusiona con Ámsterdam en pareja».

5.

Bianca: —¿Se encuentra mal, jefa?

Ella: —No, es sólo un bajón de tensión.

Bianca: —¿Quiere un Red Bull? Yo siempre bebo Red Bull cuando la cabeza me da vueltas.

Judith estaba hundida en la silla de oficina, con los ojos clavados en la bola arrugada de papel que había dentro de la papelera. La carta que acababa de leer no existía. El hombre que la había escrito no existía. Tachar. Suprimir. Olvidar. Borrar. Quemar. Esparcir las cenizas en el aire.

—¿O es por su ex novio? —preguntó Bianca.

Judith se enderezó y miró sorprendida a su aprendiza.

Bianca: —Sigue superpesado, ¿no?

Judith: —Sí.

Bianca: —Hay algunos que no veas lo que tardan en enterarse.

Judith: —Me vigila. Me sigue a cada paso. Sabe todo lo que hago.

Bianca: —¿De veras? Jo, qué fuerte. Como un fantasma.

Judith: —¿Bianca?

Bianca: —¿Sí, jefa?

Judith: —¿Le importaría acompañarme a casa?

Bianca: —No, para nada. Y si lo vemos, le decimos que se vaya a la mierda. Algunos sólo entienden este lenguaje.

Bianca le mostró a Judith el dedo corazón levantado.

—Subiré con usted en el ascensor. Por si las moscas. Una vez vi una peli donde el tío esperaba en el ascensor, cogía a la mujer por detrás y la estrangulaba. Con una corbata roja, creo —dijo Bianca.

—Una película fantástica —replicó Judith.

Cuando apenas acababa de reponerse un poco del informe de vigilancia, ya había una aterradora bolsa de plástico colgada del picaporte. Judith retrocedió espantada y se aferró al brazo de Bianca.

—Creo que mejor me quedo un rato más con usted, hasta que se tranquilice, jefa —dijo Bianca—. Podemos pedir sushi.

Ella: —Sí.

Bianca: —¿Quiere que mire a ver qué hay en la bolsa?

Ella: —No, no quiero saberlo.

Bianca: —A lo mejor sólo es publicidad y se altera usted por nada.

Ella: —Quiero que me dé igual lo que hay.

Bianca: —Pero no le da igual. Parece usted superhecha polvo, de veras.

Bianca se quedó unas horas. Su presencia le hacía bien. Probó sombras de ojos, máscaras de pestañas y esmaltes de uñas, montó un pequeño desfile de modas con el guardarropa de Judith y se quedó con tres camisetas y un vestido corto, cuyas costuras probablemente no resistirían su busto más allá de las tres próximas comidas.

—Seguro que no es un asesino en serie, creo yo —consoló a su jefa, que la miraba comer sushi—. Hablando con él, la verdad es que es supersimpático. No es capaz de matar una mosca. Simplemente está supercolado por usted y ahora se le ha ido un poco la olla. Ya se esfumará algún día.

Judith: —¿Tú crees?

Bianca: —¿Se ha acostado con él?

Ella: —Pues claro.

Bianca: —Quizá no tendría que haberlo hecho. Ahora seguro que está pensando en eso todo el rato.

Ella: —Bianca, sí que quiero que tú… que usted…

Bianca: —Si quiere, puede tutearme, jefa, la verdad es que todos mis amigos me tutean.

Ella: —Gracias, Bianca. ¿Puedes ver qué hay en la bolsa que está colgada en la puerta?

Bianca sacó una carta y una cajita.

—Hay un corazón dibujado. ¿Quiere que se la lea? —Judith se mordió los labios y asintió con la cabeza. Bianca leyó—: «Amor, ¿por qué no escuchas tu buzón de voz? ¿Cómo están nuestras rosas? ¿Ya se han secado? Seguro que resolviste el acertijo hace tiempo. Era fácil. Aquí te doy lo que falta. Es mejor para mí que lo tengas tú. Ahora voy a retirarme definitivamente. ¡Palabra de honor! Sí, eres libre, amor. Tuyo, Hannes».

Bianca agitó la cajita.

—Piedrecitas o algo así —dijo.

En la tapa decía: «Pregunta: ¿Qué tienen éstas y éstas y estas rosas en común? Respuesta: No tienen…». Bianca abrió la caja.

—¡Espinas! —exclamó.

—Espinas —murmuró Judith.

—¿Es malo, jefa? —preguntó Bianca.

Judith rompió a llorar con fuertes sollozos. «Espinas»… al mismo tiempo tenía ante sí la imagen de sus antebrazos arañados.

—Si quiere, puedo quedarme a dormir aquí esta noche, jefa —dijo la aprendiza.

Fase
siete
1.

Habían pasado tres semanas. Quinientas horas. Dieciocho veces a pie a la tienda. Dieciocho veces de vuelta a casa. Más de dos docenas de veces abrir el portal, abrir la puerta, entrar en el piso, cerrar la puerta con cerrojo, registrar la terraza, mirar debajo de la cama, no olvidar el armario.

Tres semanas. Mil esfuerzos dobles para Judith. Mil veces sobreponerse, a sí misma y a la invisible sombra de él. Más de dos docenas de veces bajar las persianas, desnudarse, entrar en la ducha, salir de la ducha, volver a mirar debajo de la cama, levantar la manta, palpar la almohada. Acostarse. Cerrar los ojos. Abrirlos de golpe. ¡La cafetera eléctrica! Saltar de la cama. Correr a la cocina. La cafetera eléctrica. ¿Estaba en el mismo sitio? ¿No estaba un poco más a la izquierda?

Tres semanas. Veintiocho horas extras para la guardiana Bianca. Un viaje a Ámsterdam cancelado. Un bautizo anulado. (Veronika, la sobrina, cuatro kilos veinte, sana. Hedi bien, Ali feliz. Por lo menos Ali). Una breve visita a la comisaría de policía:

—¿La ha golpeado? ¿No? ¿La ha amenazado? Tampoco. ¿La persigue? ¿Sí? Muy bien, acoso. Tenemos leyes muy estrictas. ¿Qué datos puede aportar? ¿Qué pruebas tiene contra él? Espinas. Ya. Una carta, muy bien. ¿Dónde está? La ha tirado. Eso está mal. Muy mal. Guarde la siguiente carta y tráigala.

Tres semanas. Ninguna llamada. Ningún SMS. Ningún e-mail. Ninguna carta. Ningún recado. Ninguna rosa. Ninguna espina.

Bianca: —Se ha dado por vencido. ¿Apostamos?

Judith: —Pero tiene que estar en alguna parte.

Bianca: —Bueno, en algún sitio tiene que estar. Pero lo importante es que se ha ido, jefa. ¿No cree?

2.

El primer viernes de septiembre, cuando el verano se despedía sofocante, sobre las tres de la tarde una mujer pálida y fotofóbica, que le sonaba de algo, le tendió la mano en la sala de ventas.

—Wolff, Gudrun Wolff —dijo—, perdone la molestia, pero a lo mejor nos puede ayudar, la señora Ferstl y yo estamos preocupadas y pensamos que…

«¿Nos conocemos?», quería preguntar Judith. Pero su sospecha, que se confirmó de inmediato, era tan terrible que le falló la voz. La mujer estaba en el bar Phoenix y la había saludado con la mano. Era una de las dos compañeras de Hannes.

—Estamos preocupadas por el señor Bergtaler. Lleva semanas sin aparecer por el despacho. Y tampoco ha llamado. Y hoy…

Judith: —Lo siento, me es imposible ayudarla, tiene usted que entenderlo.

Trató de llevar a la mujer a la salida. Pero ésta ya había extraído un trozo de papel arrugado de un rígido bolso cuadrado color crema.

—Y hoy hemos recibido esta carta suya —dijo, agitando el papel en el aire, como si quisiera ahuyentar a los malos espíritus—. «Lamento tener que deciros adiós», escribe. «Pronto seguiré existiendo sólo sobre el papel…». —Gudrun Wolff hizo una pausa para respirar. Su voz se volvió teatral y llena de reproches—: «Pronto seguiré existiendo sólo sobre el papel. Y en el corazón de mi adorada, el amor de mi vida», escribe. Nada más. Como es natural, ahora la señora Ferstl y yo estamos preocupadas por él y pensamos, como usted es casi la única…

—Lo siento, no puedo ayudarla. He perdido el contacto con el señor Bergtaler hace ya varias semanas, lo he perdido por completo —dijo Judith, y trazó en el aire una enérgica línea con las yemas de los dedos.

—¿Va todo bien, jefa?

Bianca se puso a su lado, para cogerla si se caía.

Judith: —Ya no tengo absolutamente nada que ver con él, lo siento.

Gudrun Wolff: —Pero tal vez sepa usted…

Judith: —No, no lo sé, ni quiero saberlo.

Bianca: —Me parece que mi jefa no se encuentra bien. Será mejor que se marche.

Gudrun Wolff: —Espero que a él no se le ocurra hacer un disparate.

3.

Después de cerrar la tienda, Judith huyó de la ciudad. Bianca le ayudó a hacer las maletas, la acompañó hasta el coche, echó un último vistazo a las calles laterales y dijo:

—No hay moros en la costa, jefa, puede irse.

A su hermano le había enviado un sucinto SMS: «Querido Ali, querida Hedi, llegaré a vuestra casa a última hora de la tarde. ¿Puedo quedarme hasta el domingo? No seré una carga para vosotros. Judith».

Al atardecer, cuyos resplandores de color violeta azulado presagiaban una noche de tormenta, ya había llegado a la vieja finca de Mühlviertel. Veronika, la niña, le chilló desde lejos. Ali trató de dar una cálida bienvenida a su hermana. Parecía cansado e imperturbable, probablemente había vuelto a tomar medicamentos.

—¡Esto sí que es una sorpresa! —dijo, sin precisar si era buena o mala.

Durante unas horas estuvieron sentados alrededor de la mesa y, esforzándose a conciencia para evitar que se hicieran pausas angustiosas, hablaron sobre lo esencial de lo obvio, sobre el difícil nacimiento de Veronika, su duro presente y su incierto futuro. Además hubo fotos, imágenes en directo del pecho de Hedi y estridentes sonidos de fondo desde la cuna.

Judith esperó con paciencia a que le preguntaran por qué había venido, cómo estaba, qué le pasaba, por qué parecía tan abatida, cómo se sentía. Pero Ali no lo hizo. Para él, Judith siempre había sido la única persona a la que nunca podía irle peor que a él. Si alguna vez ella llegaba a salirse de su papel, el poroso mundo de Ali comenzaría a desmoronarse.

Había dejado su trabajo como fotógrafo de farmacias.

Judith: —¿Por qué?

Ali: —Era pura terapia ocupacional. Ya no podía aceptarlo.

Hedi: —Tú lo conoces, tiene su orgullo. Habría sido diferente si las cosas entre tú y Hannes… ya sabes.

Judith: —Sí, lo sé.

Ali: —Pero no te lo tomes como un reproche.

Él le pasó los dedos por el antebrazo con ternura.

Judith ya había tomado la decisión de volver a casa aquella misma noche. Pero de repente se encontró con un invitado sorpresa… un invitado sorpresa que la miró tanto tiempo, con tanta insistencia y tan preocupado a los ojos que ella no pudo evitar que se le llenaran de lágrimas.

—Me alegro de que hayas vuelto con nosotros, Judy —dijo Lukas Winninger, como si ya fuera un miembro de la familia.

Él no ocultó lo que pensaba:

—Oye, no se te ve muy bien que digamos. Estás pálida, tienes las mejillas hundidas. Pareces hecha polvo. ¿Tienes problemas?

Judith: —Se puede decir que sí.

Ella sonrió por Ali.

Lukas: —¿Qué ocurre? ¿Problemas con tu novio?

Judith: —Ex novio.

Lukas: —¿Te dejó?

Judith: —No, más bien al revés.

Lukas: —Anda, cuenta.

Judith: —Tendría que empezar de muy lejos. No creo que tengas tanto tiempo.

Lukas: —Uno siempre tiene el tiempo que se toma.

—¿No os enfadáis si os dejo solos, verdad? —dijo Ali.

A fin de evitar una respuesta, le dio a su hermana un beso apresurado en la frente.

Judith no se despertó hasta el mediodía. Había dormido de un tirón y sin sueños. Durante la noche, el otoño había aparecido por arte de magia y el año se había cargado de aromas que no tenían nada que ver con Hannes. El tibio naranja del sol se reflejaba en la ventana abierta. Una luz similar producía el plafón rojo claro de Cracovia, que colgaba en el escaparate de su tienda de lámparas.

Cinco horas habían pasado juntos, ella y Lukas. «Ya se nos ocurrirá algo», habían sido las últimas palabras de él. «Ya se NOS ocurrirá algo». Se lo había prometido. Y cuando Judith siguió el aroma del café, Lukas ya estaba reclinado en el armario de la cocina y le sonrió dándole ánimos.

Ella: —¿Vives aquí?

Él: —A veces, en ocasiones especiales.

Ella: —Lukas, no quiero que por mi culpa tú…

Él: —Dos cucharadas de azúcar, ¿sin leche?

4.

De vuelta en Viena, respaldada por Lukas y acompañada por Bianca, se juró declarar la guerra a Hannes Bergtaler. ¿Cómo deshacerse de la sombra de él? «Engañándolo» (Lukas). Sólo tenía que esperar con paciencia, hasta que volviera a aparecer. Para demostrar sus renovadas fuerzas, para provocar a Hannes y, en el mejor de los casos, para hacerlo salir de su escondite, incluso se puso un par de veces su feo anillo de ámbar.

—¿Es un talismán? —le preguntó Bianca.

Ella: —No, más bien un arma.

Bianca: —Yo para eso me compraba un puño de acero, jefa.

Pasaron dos semanas más sin sorpresas ni indicios de Hannes. Por su desasosiego, Judith creyó intuir que no tardaría en llegar el momento. Esta vez quería adelantarse a él.

—Llamémoslo al despacho sin más —le sugirió Bianca.

Judith: —¿Lo harías tú?

Bianca: —Pues claro, a mí también me interesa un montón saber qué ha sido de él. Es que no creo que se haya suicidado por usted. Los hombres sólo dicen eso para darse importancia.

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