Septimus (38 page)

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Authors: Angie Sage

BOOK: Septimus
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—¿Eso es todo?

—Sí, mi señor, pero...

—El chico dice que ha capturado a la... princesa, señor.

—La Realícía. Bueno, bueno. No dejo de asombrarme. Traédmelos ahora. ¡Ya!

—Sí, mi señor. —El marinero hizo una pronunciada reverencia.

—Y... trae a la prisionera. Le interesará ver a su antigua pupila.

—¿Su qué, señor?

—La Realícía, desgraciado. Tráelos todos aquí, ¡ya!

El marinero desapareció por la escotilla y pronto Jenna y el Muchacho 412 notaron más movimiento bajo sus pies. En lo más profundo de la nave, las cosas rebullían. Los marineros saltaban de sus hamacas, dejaban de tallar, hacer nudos o dejaban sus inacabados barcos en las botellas y salían a la cubierta superior para hacer lo que se le antojara a DomDaniel.

DomDaniel se levantó del trono un poco envarado tras su siesta en la fría lluvia, y parpadeó cuando un reguero de agua de la copa de su sombrero aterrizó en su ojo. Irritado, despertó al durmiente Magog de una patada. La Cosa salió de debajo del trono y siguió a DomDaniel por la cubierta, donde el nigromante se plantó con los brazos plegados y una mirada de expectación en el rostro, esperando a quienes había convocado.

Pronto se oyó un estruendo de pisadas debajo y, en breves momentos, media docena de marineros aparecieron en cubierta para tomar posiciones de guardia alrededor de DomDaniel. Los seguía la vacilante figura del aprendiz. El muchacho estaba pálido y Jenna vio que le temblaban las manos. DomDaniel apenas reparaba en él; tenía los ojos fijos en la escotilla abierta, esperando a que su premio, la princesa, apareciera.

Pero no salió nadie.

El tiempo pareció detenerse. Los marineros cambiaban de posición, sin saber en realidad qué estaban esperando, y al aprendiz se le disparó un tic nervioso bajo el ojo izquierdo. De vez en cuando miraba inseguro a su amo y rápidamente desviaba la mirada, como si temiera captar la atención de DomDaniel. Después de lo que pareció un siglo, DomDaniel exigió:

—Bueno, ¿dónde está ella, chico?

—¿Quién, señor? —tartamudeó el aprendiz, aunque sabía perfectamente a quién se refería el nigromante.

—La Realícía, cerebro de mosquito. ¿Quién va a ser? ¿Tu idiota madre?

—N... no, señor.

Por debajo se oían más ruidos de pasos.

—¡Ah!—murmuró, DomDaniel— Por fin.

Pero era Marcia, a quien un Magog, que la acompañaba y le clavaba la larga zarpa amarilla en el brazo, empujaba por la escotilla. Marcia intentó liberarse de él, pero la Cosa estaba pegada a ella como con cola y la había llenado de regueros de baba amarillenta. Marcia lo miró con asco y conservó exactamente la misma expresión cuando se volvió para encontrarse con la triunfante mirada de DomDaniel. Incluso después de un mes encerrada en la oscuridad y sin sus poderes mágicos, Marcia era un personaje impresionante. El cabello oscuro, agreste y descuidado le daba un aire furioso; las ropas manchadas de salitre conservaban una sencilla dignidad, y sus zapatos de pitón púrpura estaban, como siempre, inmaculados. Jenna podía decir que había desconcertado a DomDaniel.

—¡Ah, señorita Overstrand! ¡Qué bien que se deje caer por aquí! —murmuró.

Marcia no respondió.

—Bueno, señorita Overstrand, este es el motivo por el que la he estado reteniendo. Quería que viera este pequeño... final. Tenemos una interesante noticia para usted, ¿no es así, Septimus? El aprendiz asintió con aire vacilante. —Mi leal aprendiz ha estado visitando a unos amigos suyos, señorita Overstrand. En una agradable casita por los alrededores. —DomDaniel hizo gestos con su mano ensortijada hacia los marjales Marram.

Algo cambió en la expresión de Marcia.

—¡Ah, veo que sabe a quién me refiero, señorita Overstrand! Pensé que lo adivinaría. Ahora mi aprendiz me ha informado de una exitosa misión.

El aprendiz intentó decir algo, pero su amo le indicó con un gesto que se estuviera callado.

—Aunque no he oído todos los detalles, estoy seguro de que querrá ser la primera en oír las buenas noticias. Así que ahora Septimus va a explicárnoslo todo, ¿verdad, muchacho? El aprendiz se puso en pie a regañadientes. Parecía muy nervioso. Empezó a hablar con voz aflautada y vacilante: —Yo... esto...

—Habla fuerte, muchacho. No sirve de nada si no podemos oír una palabra de lo que estás diciendo —le instó DomDaniel... —Yo... esto... he encontrado a la princesa. La Realicía.

Hubo un atisbo de descontento entre el público. Jenna tuvo la impresión de que la noticia no era bien recibida del todo por los marineros allí convocados y recordó que tía Zelda le había contado que DomDaniel nunca ganaría para su causa a la gente de mar.

—Vamos, muchacho —prorrumpió DomDaniel con impaciencia.

—Yo... ejem, el cazador y yo tomamos la casa, ejem... capturamos a la bruja blanca, Zelda Zanuba Heap, y al muchacho mago, Nickolas Benjamín Heap, y al desertor del ejército joven, el desechable Muchacho 412. Y yo capturé a la princesa... a la Realícía.

El aprendiz hizo una pausa; en sus ojos apareció una mirada de pánico. ¿Qué iba a decir? ¿Cómo iba a explicar que no tenía a la princesa y que el cazador había desaparecido?

—¿Capturaste a la Realícía? —le preguntó DomDaniel con suspicacia.

—Sí, señor. La capturé, pero...

—Pero ¿qué?

—Pero, bueno, señor, después de que el cazador fuera dominado por la bruja y le dejaran convertido en un bufón...

— ¿Un bufón? ¿Estás intentando hacerte el gracioso conmigo, chico? Porque si es así, no te lo aconsejo.

—No, señor. No intento hacerme el gracioso en absoluto, señor. —El aprendiz nunca había sentido menos ganas de hacerse el gracioso en toda su vida—. Después de que el cazador se fuera, señor, conseguí capturar a la Realícía sin la ayuda de nadie y casi me salgo con la mía, pero...

—¿Casi? ¿Casi te sales con la tuya?

—Sí, señor, estuve muy cerca. Me detuvo con un cuchillo el muchacho mago loco, Nickolas Heap. Es muy peligroso, señor, y la Realícía escapó.

—¿Escapó? —rugió DomDaniel alzándose sobre el tembloroso aprendiz—. ¿Vuelves y dices que tu misión ha sido un éxito? ¡Vaya éxito! Primero me dices que el temible cazador se ha convertido en un bufón, luego que fuiste burlado por una patética bruja blanca y sus pelmazos niños fugados. Y ahora que la Realícía se ha escapado. El propósito de la misión, el único propósito de la misión, era capturar a la advenediza Realícía. Así que ¿qué parte exactamente dices que es un éxito?

—Bueno, ahora sabemos dónde está —murmuró el aprendiz.

—Sabíamos dónde estaba, muchacho. Por ese motivo fuiste allí.

DomDaniel levantó los ojos al cielo. ¿Qué había de malo en aquel aprendiz cabeza de alcornoque? El séptimo hijo de un séptimo hijo debería tener algo de Magia encima. Debería ser lo bastante fuerte para vencer a un hatajo de magos desesperados escondidos en medio de la nada. Un sentimiento de rabia se apoderaba de DomDaniel.

—¿Por qué? —gritó—. ¿Por qué estoy rodeado de idiotas?

Escupiendo su rabia, DomDaniel observó la expresión de desprecio de Marcia mezclada con la de alivio ante las noticias que acababa de oír.

—¡Llevaos a la prisionera! —gritó—. Encerradla y arrojad la llave. Está acabada.

—Aún no —respondió Marcia con serenidad, dándole deliberadamente la espalda a DomDaniel.

De repente, para horror de Jenna, el Muchacho 412 salió del barril que le servía de escondite y avanzó en silencio hacia Marcia. Se coló con cuidado entre la Cosa y los marineros que empujaban bruscamente a Marcia hacia la escotilla. La expresión de desdén de Marcia se convirtió en asombro y luego en una estudiada expresión de vacuidad, y el Muchacho 412 supo que se había dado cuenta. Raudamente se sacó el anillo del dragón del dedo y lo apretó contra la mano de Marcia. Los ojos verdes de Marcia se encontraron con los suyos, sin ser vistos por los guardias; la maga se guardó el anillo en el bolsillo de la túnica. El Muchacho 412 no perdió el tiempo, se volvió y, en su prisa por regresar junto a Jenna, rozó a un marinero.

—¡Alto! —gritó el hombre—. ¿Quién va?

Todo el mundo en cubierta se quedó paralizado, salvo el Muchacho 412, que apretó a correr y cogió la mano de Jenna. Era el momento de irse.

—¡Intrusos! —gritó DomDaniel—. ¡Veo las sombras! ¡Cogedlos!

La tripulación de la
Venganza
miró a su alrededor en un momento de pánico. No veían nada. ¿Se habría vuelto loco al fin su amo? Llevaban esperando que esto ocurriera demasiado tiempo.

En la confusión, Jenna y el Muchacho 412 volvieron a la escala de cuerda y bajaron a las canoas más rápido de lo que creían posible. Nicko los había visto venir. Llegaban justo a tiempo: el hechizo de invisibilidad se estaba agotando

Por encima de ellos, el barco hervía de actividad mientras se encendían las antorchas y se registraba cualquier posible escondite. Alguien cortó la escala de cuerda y mientras el
Muriel
2 y la canoa del cazador se alejaban remando en la niebla, cayó con un chapoteo y se hundió en las aguas oscuras de la marea creciente.

42. LA TORMENTA.

—¡Cogedlos! ¡Los quiero presos!

Los gritos de rabia de DomDaniel resonaban a través de la niebla.

Jenna y el Muchacho 412 remaron con todas sus fuerzas en el
Muriel 2
hacia el Dique Profundo, y Nicko, que no pudo separarse de la canoa del cazador, los siguió.

Otro bufido de DomDaniel captó su atención.

—Enviad a los nadadores. ¡Ahora mismo!

Se calmaron los sonidos procedentes de la
Venganza
mientras los únicos dos marineros de a bordo que sabían nadar eran perseguidos por la cubierta y capturados. Siguieron dos fuertes chapuzones cuando fueron arrojados por la borda para perseguirlos.

Los ocupantes de las canoas ignoraron los resoplidos procedentes del agua y siguieron adelante hacia la seguridad de los marjales Marram. Detrás de ellos, a lo lejos, los dos nadadores, que habían quedado casi inconscientes por el golpe de la gran caída, nadaban en círculos en estado de choque, percatándose de que lo que les decían los viejos lobos de mar era cierto: que daba mala suerte a un marinero saber nadar.

En la cubierta de la
Venganza,
DomDaniel se retiró a su trono. Los marineros se habían esfumado después de haber sido obligados a arrojar por la borda a sus camaradas, y DomDaniel tenía la cubierta para él solo. Le envolvía un frío intenso mientras se sentaba en su trono y se sumergía en la magia negra, canturreando y gimiendo a través de un largo y complicado encantamiento inverso.

DomDaniel estaba convocando a las mareas.

La marea creciente le obedeció. Se formó en el mar y fue discurriendo, cada vez más furiosa, arremolinándose a su paso por el Puerto, concentrándose hacia el río, arrastrando con ella delfines y medusas, tortugas y focas, que eran todos barridos por la irresistible corriente. El nivel del agua creció. Subió cada vez más, mientras las canoas avanzaban lentas contracorriente. Cuando las canoas llegaron a la boca del Dique Profundo, se hizo aún más difícil conservar el control en la impetuosa marejada que estaba invadiendo a toda velocidad el canal.

—Es demasiado fuerte —gritó Jenna por encima del murmullo del agua, luchando con el remo contra otro remolino mientras el
Muriel 2
era arrojado de un lado a otro en las turbulentas aguas. La pleamar arrastraba las canoas consigo, metiéndolas en el Dique Profundo a velocidad de vértigo, dando vueltas y más vueltas, totalmente impotentes en la torrencial fuerza de las aguas. Mientras eran impelidos como otros tantos desechos flotantes, Nicko pudo ver que el agua ya estaba llegando hasta el borde del Dique. Nunca había visto nada igual.

—Algo anda mal —gritó a Jenna—. ¡No debería ser así!

—¡Es él! —explicó a voces el Muchacho 412 moviendo su remo en dirección a DomDaniel y deseando al mismo tiempo que no lo hubiera hecho, cuando el
Muriel 2
dio un escalofriante bandazo—. ¡Escuchad!

Mientras la
Venganza
había empezado a elevarse en el agua e izar el ancla, DomDaniel había cambiado sus órdenes y bramaba por encima de la rugiente turbulencia.

—¡Soplad, soplad, soplad! —exigían los gritos—. ¡Soplad, soplad, soplad!

El viento acudía y hacía lo que le ordenaba. Llegó veloz con un salvaje aullido, despertando olas en la superficie de las aguas y zarandeando violentamente las canoas de un lado a otro. Se llevó la niebla y, encaramados en el agua sobre el borde del Dique Profundo, Jenna, Nicko y el Muchacho 412 pudieron ver claramente la
Venganza.

La
Venganza
también podía verlos.

En la proa de la nave, DomDaniel sacó su catalejo y buscó hasta ver lo que deseaba: las canoas.

Y, mientras estudiaba a los ocupantes de las canoas, sus peores temores se hicieron realidad. No había la menor posibilidad de error: el cabello largo y oscuro coronado con la diadema de oro de la muchacha que estaba en la proa de la extraña canoa verde, pertenecía a la Realícía. La Realícía había estado a bordo de su barco. Había estado correteando ante sus propias narices y la había dejado escapar.

DomDaniel se quedó extrañamente en silencio mientras hacía acopio de energías y convocaba la tormenta más poderosa que pudo formar.

La magia negra convirtió el aullido del viento en un grito ensordecedor. Llegaron negras nubes de tormenta y se amontonaron sobre la inhóspita extensión de los marjales Marram. La última luz de la tarde se ensombreció y oscuras y frías olas empezaron a romper contra las canoas.

—Está entrando agua. Estoy empapada —se quejó Jenna, que luchaba por mantener el control del
Muriel 2
mientras el Muchacho 412 achicaba frenéticamente agua. Nicko tenía problemas en la canoa del cazador: una ola había roto contra él y ahora la canoa estaba inundada. Otra ola como esa, pensó Nicko, y le mandaría al fondo del Dique Profundo.

Y de repente no hubo Dique Profundo.

Con un rugido, las orillas del Dique Profundo cedieron. Una enorme ola irrumpió a través de la brecha y rugió sobre los marjales Marram, arrastrando todo consigo: los delfines, las tortugas, las medusas, las focas, los nadadores... y las dos canoas.

La velocidad a la que Nicko navegaba era mayor que la que había creído posible ni aun en sueños; era terrorífica y emocionante a la vez. Pero la canoa del cazador cabalgó hasta la cresta de la ola con ligereza y facilidad, como si aquel fuera el momento que había estado esperando.

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