Roehuesos - Novelas de Tribu (2 page)

Read Roehuesos - Novelas de Tribu Online

Authors: Bill Bridges y Justin Achilli

Tags: #Fantástico

BOOK: Roehuesos - Novelas de Tribu
4.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Qué directo.

—Bueno, ¿no es así?

—A veces, meterse directamente en la boca del enemigo… —Carlita miró por la cabina antes de seguir hablando para asegurarse de que nadie estaba prestando más atención de la debida. Sencillamente no sería muy buena idea hablar sobre los detalles concretos de lo que iba a pasar— no es lo más conveniente. Quieres cargarte un venado, no empieces por clavarle los colmillos en la cabeza.

Julia estaba sentada al lado de John y aprovechó la ocasión para intervenir en la conversación.

—No es sólo eso. Una vez que lleguemos a España, se supone que tenemos que reunimos con algunos Gar… otros individuos que ya se han enfrentado a esto.

John se volvió hacia Julia y Carlita se encontró revolviéndose en su asiento para oír lo que estaban diciendo.

—He oído hablar del clan de las Trece Penas antes, pero no estoy seguro de lo que es exactamente. Es decir, si es un clan tan grande e importante con tanta fama entre los nuestros, ¿por qué enviarnos a nosotros para que nos enfrentemos a esta cosa? Quiero decir, no me entendáis mal (sin duda somos una manada muy capacitada) pero no llevamos mucho trabajando juntos…

—¿Quieres decir más de una semana? —interpuso Julia con una sonrisa divertida.

—Exacto.

—Es porque las Trece Penas es un clan diplomático —ofreció Carlita, encantada de poder volver a intervenir en la conversación—. En realidad no la componen tipos aventureros. Es una especie de estación de paso para que varios túmulos, manadas y clanes de Europa Occidental la utilicen como lugar de reunión.

Julia levantó la ceja incrédula.

—No te lo tomes a mal, Carlita…

—¡Oye, te dije que me llamaras Hermana Guapa!

—Perdona, es que suena tan… impersonal.

—Ahora
somos
compañeros de manada —añadió el Hijo del Viento del Norte.

Carlita suspiró y sacudió la cabeza.

—Vale, voy a pasároslo. Pero no me llaméis así delante de otros Garou. Hermana Guapa es mi tratamiento Garou. ¿De acuerdo?

—Bien —dijo Julia—. Como iba diciendo, ¿cómo sabes todo eso sobre el clan de las Trece Penas? No pareces de las que se mantiene al tanto de la política de la Nación.

—Leí tu e-mail en Nueva York —dijo Carlita—. Así me enteré de todo lo que había sobre el clan de las Trece Penas. Ah y busqué en el historial de tu buscador y le eché un vistazo a las páginas web que habías mirado en el último par de días. En ocasiones fue muy útil, en otras no lo apruebo.

—Deberías haber sido una Ragabash —Julia puso los ojos en blanco—. Pero bueno, ¿cómo sabes esas cosas? No es que sea muy complicado pero es más de lo que la mayoría de la gente sabe hacer.

—Sencillamente soy una caja de sorpresas, como ya deberíais saber a estas alturas. Y sé un poco de páginas web. Tienen ordenadores con Internet en la biblioteca pública y cualquiera puede ir y usarlos.

—Voy a tener que acordarme de echarte un ojo —dijo Julia—. Menos mal que no puedes tener acceso a mi PDA sin hacer enfadar a su espíritu —dijo mientras cerraba su ordenador personal y se lo metía en el bolsillo—. Así.

John se las quedó mirando.

—¿Qué fue eso?

—Nada —respondieron a la vez.

Carlita volvió a prestar atención al Garou que compartía su fila al mismo tiempo que la voz del capitán se dejaba oír por los altavoces de la cabina. Grita Caos, sentado justo a su lado, se había quedado dormido con la boca abierta y Carlita esperaba que no se pusiera a roncar, cosa que la obligaría a alquilar los malditos cascos y ver la película.

El avión dio un tirón hacia atrás antes de empezar a alejarse con suavidad de la puerta de embarque. Carlita oyó un leve gimoteo proveniente de Ojo de Tormenta. Qué extraño, sólo unos días antes había luchado al lado de la Garra para enfrentarse a un Danzante de la Espiral Negra en el metro de Nueva York; y ahora la pobrecita le tenía miedo a una lata con alas que se movía sola. Que raro. Pero bueno, razonó Carlita, quizá no sea tan inaudito. Ella misma había sentido una punzada de incomodidad más de una vez mientras rondaba por los bosques de maleza de la Península Pinellas y lo había hecho cien veces por lo menos.

A Carlita se le ocurrió una idea y apretó el botón de llamada de la azafata, que se le acercó enseguida y sonrió.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Mi amiga quiere un Jack Daniels con Coca cola.

Unas cuantas copas después Ojo de Tormenta también estaba dormida, no estaba nada acostumbrada al alcohol. Para convencerla de que bebiera lo suficiente para calmarla, Carlita también había bebido unas cuantas, nada que no pudiera aguantar pero con todos los demás adormecidos no podía evitar que le entrara el sueño a ella también. Trató de mantenerse despierta un rato, intentando distraerse con la película (una basura llamada Cadena de favores) y hojeando las revistas del avión que estaban llenas de anuncios de cosas que no podía permitirse. ¡Joyas, por Dios! ¿Quién va a comprar las joyas de un catálogo de avión?

La aburridísima película por fin la hizo sucumbir al sueño, se le cayó la cabeza sobre el pecho y no pudo evitar recordar (ahora soñar) como había terminado allí, en un avión a cientos de millas sobre el océano Atlántico y dirigiéndose a un país metido en pleno genocidio.

Tampa, Florida, semanas antes:

—Tío, esto sabe a mierda —Carlita alzó una ceja y lanzó otra caja de cartón de Big Mac por encima del hombro.

—¿Entós pa' qué te lo comes? —preguntó Pastilla Pete—. Con ese hacen, ¿qué? ¿cuatro? Si saben tanto a mierda, ¿pa'qué te los comes?

—Porque tengo hambre, gilipollas. Cuando tienes hambre, comes. Hasta un idiota como tú sabe eso.

—Ya, pero yo tengo hambre to'l tiempo y no como to'l tiempo.

—Pero eso es porque eres un vago, Pete. No tienes dinero, si tuvieras dos monedas de cinco centavos que juntar, estarías metido en el McDonalds intentando convencer a como-se-llame del mostrador para que te diera patatas fritas por diez centavos.

—Eso es muy duro, Lita. Mierda, tú no tiés dinero y tiés seis hamburguesas. Bueno, las tenías antes de empezar a tragar y a quejarte de lo malo que es. Yo sólo intento tirar pa'lante, sabes.

—Tengo hamburguesas porque sé como conseguirlas sin dinero. Tienes que estar en el sitio justo en el momento exacto. Puedes llamarlo truco del oficio.

—Mierda, tía que yo no tengo un centavo. A mí no me vengas con trucos.

—No, imbécil, es un secreto que saben los que viven en las calles. Si no fueras colgado de pastillas todo el día podrías aprender un par de cosas.

—Aprendes muchos trucos con las pastillas.

—Seguro. Oye, y si no tienes dinero y no tienes comida ¿cómo es que nunca te falta esa basura?

—Prioridades, nena, prioridades.

—Pete, cualquier día de estos te vas a morir.

—Todos nos morimos, Lita, todos. Es sólo cuestión de tiempo.

Carlita dejó de atiborrarse cuando Pete dijo eso.

—Gran verdad. —Sacudió la cabeza y siguió comiendo, luego empujó el último Big Mac hacia Pete—. Que no dejes nunca de agobiarme, Pete. Ahora cómete esa hamburguesa y deja de rajar.

—¿De verdad? Joder, sí, me la como. Lita, te debo una.

—Me debes mucho más que una. Llevo dándote de comer y cuidándote el culo casi desde que nos conocemos.

—Sí, pero yo también hago lo mío, no digas que no —dijo Pete, rociando un bocado parcialmente masticado de salsa secreta y lechuga troceada hacia Carlita—. Cuando necesitas saber lo que pasa, sabes que el bueno de Pete siempre s'ntera d'algo.

—No te des más importancia de la que realmente tienes, mira lo que te digo.

Pete sonrió.

—No acepto consejos de niñitas.

—¿Ah, pero aceptas Big Macs?

—So'es diferente. Y tenías razón.

—¿Razón en qué?

—Esto sabe a mierda.

—¡Maldito gilipollas! Te quedas ahí sentado veinte minutos quejándote de que no tienes comida y cuando te doy, ¿te quejas de ella? ¡Capullo! Dame esa hamburguesa. ¡Dámela ahora mismo, joder! —Carlita hizo como que se la iba a quitar.

—No, no, ¡que me la como! ¡Era broma! —Al apartarse Pete tropezó con un contenedor de basura que había detrás de él—. ¡Está buena! ¡Cien por cien ternera pura!

—Debería venderte a McDonalds. Podrían triturarte y hacer Mcnuggets de imbécil o algo así.

—Oye, Lita, eso no tiene gracia. Dicen que lo hacen.

—Cada día eres más estúpido, Pete.

—No, en serio, por eso dije cien por cien ternera pura. La vaca entera es ternera, los ojos, las pezuñas y los huesos y la mierda. Si viene de vaca, es ternera. Puede que por eso sepa a mierda. Igual es mierda de vaca.

—Joder, Pete, lo tuyo es muy fuerte. ¿Por qué piensas en esas cosas mientras comes?

—Pienso en muchas cosas todo el tiempo. Así es como no me vuelvo loco, tienes que seguir pensando, seguir para delante.

—Bien, de acuerdo, entonces estamos en paz. Nos hemos dado un consejo y no creo que ninguno de los dos le vaya a prestar la menor atención.

—Exacto, tipa rara comedora de sesos de vaca.

—Pete… —Algo casi eléctrico que se percibía en el aire cortó a Carlita a medio replicar. Era un olor intenso, el almizcle de un animal. Carla olfateó el aire, una pena que Pete estuviera allí, podría hacer unos cuantos “ajustes” y saber más. De forma instintiva su cuerpo se preparó: se le tensaron los hombros y se incorporó un poco hacia delante mientras doblaba los dedos hacia dentro. Era un olor animal… y sangre.

—Vaya por Dios, Pete; son sirenas —mintió—. ¿Llevas algo encima?

—¿Eh? Yo no oigo na'. No, no tengo na'; mierda. Esto… no importa. Lita, te veo luego. —Pete salió disparado del callejón llevándose la caja del Big Mac.

Carlita se apartó un poco de la calle principal después de asegurarse de que Pete no iba a volver. Se retiró entre las sombras escondiéndose de las luces de la calle y del reflejo de las brillantes luces de neón.

Allí, escondida de los ojos humanos, Carlita deseó cambiar de forma. Se le alargó la espalda, las piernas y los brazos se recogieron cuando se le dobló el tamaño de sus músculos ligeros. Se puso a cuatro patas mientras el cuello se le alargaba y los hombros se extendían para aguantar lo que ahora era un bulto mayor más cerca del suelo y sujetar también la cabeza más pesada. Y en cualquier momento, sabía que llegaría (¡ahora!) ese punto casi doloroso de transición en el que los huesos de las piernas se aflojaban, los tendones se extendían y las rodillas de repente se doblaban hacia atrás. En apenas unos segundos (que parecían durar una eternidad cuando tenía lugar el cambio), Carlita dejó de ser una mujer joven para convertirse en una loba. Cierto, era una loba fuerte, más ligera y alta incluso en su forma feroz que sus compañeros de metamorfosis en la forma Lupus simple, pero, con todo, era una loba.

Mientras la visión de Carlita se hizo un poco más sensible al movimiento, el olfato y el oído se le agudizaron muchísimo más. Los ojos del animal vigilaron mientras el viento se levantaba en el callejón, azotando en círculos las apestosas cajas de Big Macs, iba a tener que tirarlas más tarde, junto con trozos de papel, una revista destrozada y una envoltura de caramelo. Gracias a las orejas oyó una respiración sofocada, un jadeo no muy diferente del que haría uno de los suyos después de correr una distancia larga o muy deprisa. Pero el sentido que realmente la inundó fue el olfato. Había detectado el olor animal incluso cuando estaba en la piel humana y ahora, ya animal, distinguió sus muchas capas: el olor animal, sangre, el curioso aroma del esfuerzo animal, algo empalagoso… y miedo. Y debajo de todo ello, olía a algo un tanto conocido.

Carlita dejó escapar un gruñido furtivo, una especie de saludo discreto, igual que cuando un hombre dice “¿Quién va?” cuando oye un ruido extraño.

Lo que fuera le contestó con un sonido áspero. Lo había entendido, también era uno de su especie.

La loba Carlita llamó de nuevo anunciando su localización y volviéndose de lado, por si era un truco, para parecer más grande.

Y entonces, desde el tejado saltó una forma pesada, chocando contra una caja y el barato contenedor de basura con el que había tropezado Pete antes. Aterrizó sobre las patas traseras, acompañando el impacto de un sonido húmedo. Aquello parecía herido, confundido por el dolor. Qué raro… los Garou que sufrían metamorfosis solían curarse las heridas a una velocidad pasmosa. Sólo los enemigos de la raza de los hombres-lobo podían dejarles heridas graves durante cierto tiempo. Para que algo hiriera a un Garou y dejara la herida abierta y sangrando…

Después de recuperarse un tanto, el Garou se incorporó, cambiando de forma lentamente igual que Carlita antes. Pero el cambio fue diferente; cuando había caído del tejado, estaba en su forma “a medias”, el Crinos, una combinación de las formas de hombre y lobo. Ahora, después del cambio, se había transformado en la forma Lupus. Para Carlita, eso sólo significaba dos cosas. Primero, que hubiera vuelto a la forma en que nació, por estar más cómodo en esa forma y en mejores condiciones para escapar si Carlita resultaba ser peligrosa. O segundo, sabía que Carlita estaba en su forma Hispo y podría muy bien haber tomado la forma Lupus para demostrarle su respeto, para ponerse en posición de sumisión y que Carlita supiera que necesitaba ayuda.

El Garou se dirigió a Carlita en el peculiar dialecto de los animales.

—Eres tú, Carlita. Necesito ayuda.

Carlita se dio cuenta de que conocía a este Garou: era Hoja Frágil, uno de los compañeros de clan de Madre Eldridge, del clan de la Bahía Herida. Carlita confiaba totalmente en Madre Eldridge, esta mujer madura había ayudado a la joven a aceptar en lo que se había convertido poco después de su Primer Cambio. Pero confiaba bastante menos en Hoja Frágil, que ni siquiera pertenecía a su tribu, era un Uktena, un Garou que siempre estaba al acecho. Carlita sospechaba que sólo pertenecía al clan de Madre Eldridge por lo que pudiera sacar.

La tribu de Carlita, los Roehuesos, era bastante importante en Tampa, y formar parte del clan de la Bahía Herida comportaba un cierto prestigio. Claro que los Roehuesos no venían de cuna especialmente noble, así que muchos Garou no querían relacionarse con ellos. Eran basura para los otros hombres lobo, chuchos mutis y mestizos que habían perdido al lobo que había en ellos al atarse demasiado a las ciudades. Todo tonterías, claro, pero la sociedad tribal que los Garou habían establecido desde tiempo inmemorial… bueno, conllevaba ciertos prejuicios. La mayor parte de los Garou encajaban en esos prejuicios y puesto que Hoja Frágil no lo hacía, en fin, eso lo convertía en sospechoso por destacar.

Other books

Showdown at Dead End Canyon by Robert Vaughan
Maid for the Rock Star by Demelza Carlton
Tasting Fear by Shannon McKenna
The Sugar King of Havana by John Paul Rathbone
Mostly Dead (Barely Alive #3) by Bonnie R. Paulson
Castro Directive by Mertz, Stephen
A Fool's Alphabet by Sebastian Faulks