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Authors: Bill Bridges y Justin Achilli

Tags: #Fantástico

Roehuesos - Novelas de Tribu (12 page)

BOOK: Roehuesos - Novelas de Tribu
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—Sí —dijo Mareen—. Desde luego. Nosotros somos algo pasajero, un túmulo es algo eterno, como nos ha enseñado esta manada.

—Esto… ¿Madre? —dijo Carlita cansada de ser una mera observadora pasiva.

Madre la miró, obviamente esperando que continuara.

—Comprendo que tienen que tomar decisiones y demás, pero esto es una misión y no podemos esperar mucho más.

Madre asintió.

—Soy consciente de ello. ¿Cómo podría olvidarlo? Sí, es hora de decírselo a los demás.

Todos los ojos se volvieron a clavar en la manada. Las miradas de Nagy Pénz y de los dos Señores de la Sombra eran suspicaces mientras que las de Mareen y Mihaly parecían expectantes.

—La manada ha venido en busca de la fuente de la corrupción —dijo Madre—. Van a la caza de una bestia que temo nombrar pero que debo decir para que todos lo sepáis: Jo'cllath'mattric.

La respuesta fue de confusión más que de miedo, excepto por la súbita aspiración de Mihaly. Obviamente el nombre no resultaba conocido para nadie excepto para el profesor de folclore y Madre.

—Es algo muy antiguo que despierta ahora —dijo Madre—. Poco más puedo deciros, pues se ha olvidado mucho. Si llega a liberarse… será terrible para todos nosotros. Quizá sea el mismísimo Apocalipsis.

—He oído hablar de él a Konietzko —dijo Janós—. Ha sabido desde hace algún tiempo de su despertar y ha intentado destruir a los servidores de Wyrm antes de que ellos también se enteren. ¿Qué se ha revelado para que una manada de cachorros venga ahora a luchar contra él?

—Fuimos elegidos —dijo Ojo de Tormenta en su forma humana empuñando el palo como los otros—. Una profecía relatada por Antonine Gota de Lágrima en la asamblea de la Forja del Klaive predijo que se necesitaba a nuestra manada y el Uktena nos ha unido. No estamos aquí porque seamos tontos, sino porque es nuestra obligación.

Janós asintió y pareció que sentía algo más de respeto por la manada. Se volvió a apoyar en el asiento y no dijo más.

—Mañana la Manada del Río de Plata debe viajar Tisza abajo en busca de la fuente de esa corrupción —dijo Madre—, a la Cloaca que envía poder a la bestia de Serbia. Debemos ayudarlos en lo que podamos.

—Yo ya he prometido ir con ellos —dijo Halaszlé—. No me echarán de este lugar.

—Muy valiente —dijo István— para ser un Roehuesos. No es mi intención faltarte al respeto pero tienes poco que perder. Szeged no es nuestro hogar, hemos pasado mucho tiempo defendiendo la
puszta
de la plaga del Tisza. No podemos arriesgarnos a dejarlo ahora para ir detrás de algo con lo que ni siquiera Konietzko es capaz de venir a luchar él mismo. ¿Quién va a defender entonces la
puszta
?

—Tu querida estepa caerá como el resto del mundo —dijo Mareen levantándose enfadada— si no se detiene la amenaza antes de que se levante. —Luego miró a la manada—. Os respeto por vuestro valor pero hay algo que debo decir: si estáis destinados a hacer esto por una profecía, entonces podéis triunfar o no; no sé cómo van a ayudar más guerreros en una misión que ya no dispone del personal adecuado. ¿Tenemos que morir todos tirándonos a las fauces de esa cosa? ¿Por qué no unirnos al ejército de Konietzko y enfrentarnos a eso con una auténtica probabilidad de ganar?

No respondió nadie, ni siquiera la manada pudo responder. Sabían que su misión no tenía apenas posibilidades. ¿Qué derecho tenían a pedirles a otros que se arriesgaran por una profecía que se refería sólo a la manada?

Madre habló:

—Debéis tomar una decisión. No puedo influir en vuestra elección (y no lo haré). Sólo digo que Gaia nos contempla a todos en estos momentos y ve lo que escogen sus hijos. Os diré mi papel en todo esto, me quedaré en Szeged pues soy demasiado vieja para viajar lejos y haré lo que pueda para evitar que el Tisza nos ahogue a todos.

Los otros se ensimismaron en sus pensamientos, cada uno decidiendo como reaccionar ante una decisión tan trascendental.

—Yo me quedo en Szeged —dijo Nagy Pénz—. No tengo nada que contribuir en Serbia. Debo defender esta ciudad, especialmente si todavía hay un túmulo aquí.

—Dudo que yo os fuera de ninguna ayuda —le dijo Mihaly a la manada con aire de culpabilidad—. Temo que ya he dejado atrás los días de los largos viajes a pie. Haré lo que pueda para ayudar a prepararos para el viaje.

—Una vez más, rindo homenaje a vuestro valor —dijo Mareen adelantándose hacia la manada para mirar a cada uno a los ojos—. Pero no os voy a ayudar. Si el destino os ha escogido para este papel, ¿qué papel hay para mí? No he jurado fidelidad a Uktena, sino a Fenris. Me uniré a las fuerzas de Konietzko para preparar el combate que puede seguir a vuestra misión, rezándole a Gaia para que tenga éxito.

István y Janós se quedaron sentados pensando un rato más y al final sacudieron la cabeza.

—No iremos. Nuestra obligación está en el norte, lo que hagáis en Serbia va a sulfurar al espíritu del Tisza, que va a crear problemas río arriba hasta llegar a nosotros. Nos mantendremos fuertes allí y lucharemos contra él. Si, por casualidad vencéis, sabed que vuestros nombres resonarán llenos de gloria en nuestros aullidos.

Se levantaron y se dirigieron a la puerta, Janós se paró y miró a Ojo de Tormenta.

—No importa lo que ocurra, has de saber que te tengo en gran estima. —Luego se fueron los dos.

Mareen también salió con aire culpable pero también triste, como si compadeciera a la manada y deseara ocupar su lugar.

Nagy Pénz se puso en pie y se estiró el traje.

—Gracias, Madre, por convocarnos. No nos reunimos con la frecuencia suficiente. Si hay algo que necesites de mí, no dudes en llamarme. Prepararé la defensa que pueda para los espíritus de esta ciudad, tanto tiempo sitiada por el río, a un tiempo bendito y enfadado —saludó a la manada con la cabeza y dejó la habitación.

Madre suspiró y se encogió de hombros.

—No esperaba otra cosa. Somos demasiados pocos. Si hubiera más jóvenes, se matarían por unirse a la cruzada. Cielos, somos todos tan viejos. —Se sentó en una silla y cerró los ojos.

Halaszlé le dio un golpecito a Carlita en el hombro y le hizo un gesto al resto de la manada.

—Vamos, salgamos al aire libre. Os enseñaré la ciudad el resto del día que nos queda.

La manada dejó el palo en una mesa, dieron las gracias al profesor y siguieron a Halaszlé fuera de la sala.

Cuando hubo desaparecido el sonido de sus pisadas, Mihaly se dirigió a Madre.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Lo que esperaba no tener que hacer, pero me temo que ahora no me queda más remedio que hacer. Me pondré en contacto con Konietzko y le diré lo del túmulo de Korös.

—Eso sólo hará que envíe a Señores de la Sombra para que lo reclamen.

Madre suspiró.

—Ya lo sé. ¿Pero qué otra cosa lo podría rescatar ahora del Tisza? El pobre Nagy Pénz codicia el túmulo, pero los espíritus de su ciudad no tienen el poder suficiente para resistirse al Tisza y entregar la piedra del sendero. No, el único lo bastante poderoso para hacerlo es el clan de Konietzko.

—¿Recuerdas lo que le hicieron a Halaszlé? Le obligarán a trasladarse otra vez.

—Veremos. Ya veremos.

Capítulo diez

Mientras Halaszlé enseñaba Szeged a la manada, la luz del día les permitía ver bien a los habitantes de la ciudad. Cerca de la universidad había sobre todo gente joven, vestidos como la mayoría de los adolescentes y adultos jóvenes de la mayor parte de las ciudades europeas de estos tiempos, es decir, muy parecidos a los americanos. Al irse alejando de la universidad vieron cada vez más representantes de la clase trabajadora local, hombres y mujeres de negocios bien vestidos y conductores de reparto y trabajadores vestidos de una forma más funcional. Y, claro está, turistas de todo el mundo e incluso América.

No lejos de la universidad se encontraba el Dóm tér, una plaza enorme flanqueada por iglesias góticas, columnas, bustos y estatuas. Era mediodía y oyeron un maravilloso repique de campanas no lejos de allí. Halaszlé se echó a reír.

—Justo a tiempo para el reloj musical. ¿Veis? —señaló al otro lado de la plaza a una fuente de agua con figuras que se movían, de ahí venía la música. Los turistas se agolparon a su alrededor mientras repicaba el anuncio del mediodía. Halaszlé pareció desilusionarse cuando el espectáculo sólo evocó unas débiles sonrisas en las caras de la manada—. Vamos por aquí, al museo. —Le siguieron sin hacer ningún comentario, cada uno aparentemente ensimismado en sus propios y agitados pensamientos.

Mientras dejaban la plaza, Carlita contempló a un grupo de turistas americanos con niños que se reían de las figuras del reloj y envidió su ignorancia de la guerra que les rodeaba en el mundo espiritual, pero también les odió por ello. Si supieran algo del Wyrm no harían cosas para seguir manteniéndole.

Halaszlé les guió a una inmensa vía pública plagada de edificios barrocos y clásicos, tiendas y bancos sobre todo. El museo mismo reposaba en una zona verde a la orilla del río, casi directamente enfrente de la costa a la que se habían arrastrado la noche anterior.

Julia paró y miró al parque que les rodeaba.

—Oye, Halaszlé, ¿podemos pasear por allí un rato? Hoy no me apetece meterme en un museo lleno de polvo.

—Vale, claro —dijo Halaszlé encogiéndose de hombros—. Sólo quería enseñaros esto. Pensé que os gustaría ver el museo, la mayoría de los americanos vienen aquí.

—Bueno, no somos los turistas de siempre —dijo Carlita—, pero gracias de todas formas.

—Vamos arriba, al Széchenyi tér —dijo Halaszlé—. Es mi sitio favorito. Pasamos por allí la otra noche, pero se ve mejor durante el día.

Todos asintieron y le siguieron las pocas calles que les separaban del parque interior de la ciudad, más grande que el otro y que se extendía por unas manzanas a partir de aquella esquina. Halaszlé les llevó hasta un banco que había bajo un castaño y desde donde podían contemplar el hermoso ayuntamiento de color amarillo brillante. Luego señaló hacia dos fuentes.

—El río Tisza, “Bendito y enfadado”. Nos da y nos quita; muchas de estas estatuas conmemoran a esos
kubikosok
que trabajaron para que siguiera siendo bendito.

—Tengo la sensación que se desborda mucho, ¿verdad?

—Pues sí —dijo Halaszlé—. Antes, pero hace muchos años que no. Pero no puedo decir que pasará si no se cura pronto. Temo mirarlo desde la Umbra.v

—Esa cosa, la Perdición de las Inundaciones, que nos atacó —dijo Carlita—. Dijiste que ya habías visto una antes. ¿Qué son?

—No lo sé. No sé seguro. Creo que representan el intento del río de desbordarse, de viajar más allá de sus orillas, cosa que no puede hacer. La tecnología humana (la obra de esos ingenieros
kubikosok
) —señaló con la mano las estatuas— mantiene al río físico en su lugar. Pero en el mundo espiritual se retuerce para acudir a la llamada de Serbia. Se resiste, pero hasta su resistencia está viciada.

—Quizá intentaba advertirnos —dijo Julia—. Quizá no quería hacer daño a Grita Caos sino ayudarle, o incluso avisarnos sobre la situación del río.

Halaszlé negó con la cabeza.

—Lo dudo. Quizá antes, cuando sus espíritus no estaban corrompidos pero no ahora. El Tisza ahora está enfadado y quiere ahogar al que lo toque.

—Entonces debemos esforzarnos para no tocarlo mañana —dijo John Viento del Norte—. Tenemos por delante un largo viaje por sus orillas y no lo podemos hacer sólo en el mundo físico. El peligro será muy grande.

—¿Qué quieres decir? —dijo Carlita frunciendo el ceño—. ¿Por qué no podemos ir a donde tengamos que ir sólo por el mundo material?

—¿Y cómo sabremos que llegamos a nuestro destino? —dijo Hijo del Viento del Norte—. Tenemos que encontrarlo nosotros solos con las pistas que nos dé. Y esas pistas no van a estar en este mundo sino en la Umbra.

—Mierda —murmuró Carlita—. ¡Pero Julia dijo que había una Cloaca al otro lado!

—Sí —dijo Julia—, pero John tiene razón, quizá río abajo no esté tan mal.

—Va a estar peor —dijo Hijo del Viento del Norte—. La única manera de saber la causa de la corrupción es encontrándola, y no va a ser un cuadro muy bonito.

Ojo de Tormenta que había seguido todo el intercambio en un silencio hosco y en forma humana, habló entonces:

—¿Por qué no hacéis más que hablar, hablar, hablar? Ya lo veremos demasiado pronto y la charla no va a derrotarlo antes.

Eso les hizo callar. Se quedaron sentados en el banco, incómodos y contemplando la suave brisa que mecía los castaños.

—Bueno —dijo Halaszlé rompiendo el silencio por fin—. ¿Quién tiene hambre?

El resto de la tarde y la velada fueron tranquilas. Volvieron a casa de Madre para asegurarse de que Grita Caos estaba bien y no vieron cambios en la condición de su amigo. Halaszlé les presentó una gran variedad de cocina húngara (
pórkölt
, estofado húngaro muy condimentado y
gulyásleves
, sopa de ternera) y les ayudó a preparar las bolsas y a reunir provisiones para la larga caminata. Madre les dio a cada uno una bolsita de cuero con hierbas y afirmó que el aroma de la hierba evitaría que se les cansaran las piernas.

Luego se acurrucaron en las mantas extendidas en el suelo de la casita de Madre e intentaron dormir.

Ojo de Tormenta no tuvo ningún problema para dormirse de inmediato. Haber nacido loba tenía sus ventajas, una de las cuales era una decidida falta de ansiedad por el futuro; sabía que iba a necesitar descanso para el trabajo que se les avecinaba, así que se lo procuró.

John Hijo del Viento del Norte tampoco tuvo muchos problemas para dormir. Sabía que necesitaba recuperar fuerzas así que le rezó a sus ancestros espirituales y a Gaia para que le concedieran un descanso reparador. Y con ese consuelo enseguida estaba durmiendo tranquilamente, sin ni siquiera roncar.

A Julia y Carlita les costó más, cada una de ellas intentaba encontrar el mejor plan de caza para el día siguiente pero la falta de conocimientos hacía que fuera casi imposible prevenir nada. Es más, la preocupación por Grita Caos y si saldría alguna vez del coma (o si viviría para contarlo) las mantenía despiertas y dando vueltas sin parar. Sólo después de que Julia se diera cuenta de que la cura para Grita Caos exigía que se enfrentaran a su causa (que les esperaba río abajo) pudo la chica olvidarse de sus preocupaciones y dormir.

Carlita fue la última en quedarse dormida e incluso entonces su sueño estuvo lleno de medio pesadillas que la hacían despertarse de golpe varias veces. Pero antes de poder examinar sus sueños en busca de alguna pista espiritual, se desvanecían de su recuerdo dejándola luchando para volver a dormir.

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