Ésa era una pregunta que ni siquiera me había querido plantear. Tor era mi mentor, mi Pigmalión incluso, ¡pero nadie había contado nunca la historia desde el punto de vista de Galatea! ¿Qué ocurrió en su interior después de que aquella creación perfecta en piedra de Pigmalión se convirtiera en carne y huesos? Con todos los problemas que había tenido en mi carrera y en mi vida, aún no estaba preparada para resolver aquella cuestión, al menos a corto plazo.
—Si no te interesa, amiga mía —añadió Georgian—, me encantaría quitártelo de las manos.
—Yo invito —le respondí de inmediato, preguntándome por qué mi voz me había sonado insegura incluso a mí.
—¡Ja, ja! —exclamó Georgian con una sonrisa diabólica—. Demasiado rápida apretando el gatillo, ¿no crees?
De repente, lamenté de veras haber llevado a Tor allí. Siempre que en los ojos de Georgian aparecía aquella mirada, significaba que algo terrible estaba a punto de ocurrir. Y no quería imaginar siquiera que.
—Por favor, contrólate —le dije severamente—. Es mi colega y no quiero que conviertas nuestro proyecto en tu habitual circo de tres pistas.
—Bueno, ahora yo también tengo un proyecto —me dijo enigmáticamente—, y conozco cuál es mi deber. Como de costumbre, te has estado mintiendo a ti misma; pero eso me estimula. Casualmente, corregir las impresiones que las personas tienen sobre sí mismas es mi fuerte.
Georgian me pasó un brazo por los hombros y me llevó de vuelta a través del laberinto sin interrumpir su alegre cháchara, mientras yo me sentía flaquear interiormente. Cuando llegamos al amplio pasillo, oímos un murmullo de voces en la Habitación Azul.
—¿Son retratos de familia? —preguntaba Tor cuando entramos.
—
Niet
—contestó Leila—. Mi familia, todos están muertos. Ésos son mis queridos amigos: Pauline, que hacía los trajes, ¿cómo se dice?, era la modista. Pauline Trigère. Y ése es Schiap, otro que hacía trajes y también ha muerto. Y ésa es la contessa di…
—¿Con qué estás aburriendo a nuestro invitado, madre? —preguntó Georgian, acercándose para tomarla del brazo.
—¿Quién es ese anciano? —quiso saber Tor—. Me resulta familiar.
—Ah…, ése es Claude, mi queridísimo
ami
. Era muy dulce, le encantaban todas la flores. Pero, desgraciadamente…, ¿cómo se dice?, le era difícil ver. Yo iba a sus jardines de Giverny y le explicaba cómo eran las flores, y entonces él las pintaba sobre su lienzo. Dice que soy sus ojos jóvenes.
—¿Giverny? ¿Era Claude Monet? —Tor contempló a Lelia y luego nos miró a nosotras.
—
Da
, Monet. —Lelia miró la foto pensativamente—. Él era muy anciano y yo muy joven. Había una flor que me gustaba mucho, ¿la recuerdas, Chorchione? Me hizo una pequeña acuarela. ¿Cómo se llamaba esa flor?
—¿Nenúfar? —sugirió Georgian.
Lelia negó con la cabeza.
—Era una flor muy larga…,
poorporniyi
…, del color de los
raisins
, lo que llamáis uvas. Púrpura, ¿existe esa palabra?
—¿Larga y del color púrpura de la uva? —dije—. ¿Quizás una lila?
—No importa. —Lelia desestimó nuestras propuestas—. Me acordaré más tarde.
—Madre —interrumpió Georgian con impaciencia—, todavía no me han presentado al amigo de True.
—¡Claro que no! —espetó Lelia—. Porque siempre dejas a tus invitados en el recibidor. ¡Podrían morirse de asco allí! Y tampoco has dicho
au revoir
a las modelos. ¡Tienen que salir por la puerta de servicio, como
la femme de ménage
! Da gracias a
le bon Dieu
por tener una madre que se preocupa de tus malos hábitos.
—Sí, doy gracias a Dios todos los días por eso —replicó Georgian irónicamente.
—Georgian, te presento al doctor Zoltan Tor —le dije con toda formalidad—. Es amigo mío desde hace casi tantos años como tú.
—¿Y qué se supone que quiere decir eso exactamente? —me preguntó ella con dulzura.
—¿True? —se sorprendió Tor—. Es muy bonito.
—Quiere decir lo mismo que Verity, ¿no? Y no suena tanto a banquera remilgada: «Verity la de préstamos» y otras cosas de ese estilo. Georgian se volvió hacia Lelia y dijo:—Madre, True quiere que hablemos de negocios con su amigo, así que ¿por qué no te vas y haces todo lo posible para que no nos molesten?
Lelia pareció alicaída, pero Georgian la rodeó con un brazo y la sacó a la fuerza de la habitación. Se oyeron unos cuantos susurros desabridos en francés tras la puerta y, a continuación, Georgian regresó sola.
—A mi madre no le gusta perderse nada —explicó.
—La encuentro encantadora —afirmó Tor con una sonrisa—. Dígame, ¿conoció realmente a Claude Monet?
—Oh, madre conoce a todo el mundo —contestó Georgian. Luego agregó en voz más alta—: Pero sólo porque es una fisgona.
Oímos el ruido amortiguado de unos pies calzados con zapatillas deslizándose por el pasillo. Georgian sonrió y se encogió de hombros; luego se dejó caer en una otomana.
—Siento haberme ido corriendo con True antes —declaró, mientras Tor y yo tomábamos asiento—, pero ¡hacía tanto tiempo que no la veía! Viene a menudo a Nueva York, pero nunca me llama. Al menos cuando viene «por negocios». Tiene dos personalidades completamente diferentes, ¿sabe?
Georgian pestañeó inocentemente. Sentí que me acometía el deseo de estrangularla, aunque sabía que no había hecho más que empezar.
—¿Dos personalidades? Me temo que yo sólo he visto una de ellas —protestó Tor en tono de reproche.
—Es posible, puesto que, según afirma ella, usted no es más que un «colega», pero la auténtica no se parece en nada a la True que está en ese banco-como-se-llame. Ésa es una mera pose.
Georgian agitó una mano negligentemente.
—Siempre sospeché que había otra Verity —afirmó Tor.
—Entonces, ¿no sabe lo que sus hazañas? —Georgian alzó las cejas—. ¿No conoce su aventura en un harén de Riad? ¿Ni la odisea del
kama sutra
en el Tíbet? ¿Ni que fue vendida en el mercado de esclavas en Camerún? ¿Ni la travesía hasta Marruecos entre ganado?
—Georgian…
Apreté los dientes, pero Tor intervino.
—Por favor, continúe —le dijo a Georgian. Y, volviéndose hacia mí con una admirable compostura, añadió—: Al parecer me has ocultado unas cuantas cosas. Creo que tengo derecho a enterarme de tu pasado antes de realizar más tratos contigo.
«Mi pasado…, ¡y un huevo!», pensé. Pero Georgian había tomado de nuevo la palabra.
—Exactamente. Es adorable, pero una hipócrita. Bien, en cuanto a nuestra primera aventura, True y yo éramos muy jóvenes…
—¿Qué edad teníamos? —le pregunté con malicia.
Ella alzó una mirada furiosa, pero no echó marcha atrás.
—No hace mucho. Éramos muy pobres; no teníamos dinero, pero soñábamos con ir a Marruecos. Carecíamos de las habilidades necesarias para pagar el viaje con nuestro trabajo; no necesitaban ni banqueros ni fotógrafos. Sólo pudimos obtener pasajes en un horrible y viejo barco de transporte de ganado absolutamente lleno de bichos: moscas en las boñigas de vaca y ese tipo de cosas. Tuvimos que viajar en el entrepuente.
—¿En serio? —interpuso Tor.
—Literalmente. Dormíamos con los bovinos; una auténtica pesadilla. Pero True fue más afortunada. El capitán se encaprichó de ella. Una noche bajó, la vio durmiendo en medio de las boñigas de vaca y exclamó:
Ach! Das ist ein voman
!, o algo parecido.
—Entonces, ese capitán era alemán —dedujo Tor, con una sonrisa que no me gustó.
—Un alemán alto, rubio y guapo —convino Georgian—. Ahora que lo pienso, se parecía un poco a usted.
—¿De verdad? —dijo Tor, reclinándose con los brazos cruzados. Me di cuenta de que ya no me miraba.
—La cogió en brazos, le llevó hasta su cabina y la sedujo sin decir una sola palabra. La retuvo allí durante tras días, sin agua ni comida; pero, cuando la liberó, no parecía demasiado trastornada. Muy al contrario, le había encantado la experiencia. ¿Y sabe lo que hice yo durante todo ese tiempo? —agregó—. ¡Zampar boñiga de vaca durante todo el viaje! Mientras ella pagaba nuestro pasaje a Marruecos con sus generosos favores sexuales al guapo y rubio capitán y su tripulación de jóvenes adonis…
—También la tripulación… —repitió Tor, alzando una ceja.
—No había uno solo que pasara de los veinte —siguió Georgian, sin detenerse apenas para respirar—. True se bañaba en cueros y retozaba como un delfín con aquellos ágiles y jóvenes oficiales, mientras ellos se alimentaban de papayas, dándose de comer unos a otros con los dedos…
—Estábamos en Marruecos, no en Tahití —señalé tamborileando con los dedos en señal de impaciencia.
—… fue como en
Rebelión a bordo
.
—Página trescientos veintisiete, para ser exactos —dije, preguntándome cuándo terminaría aquella tortura.
—Pero en realidad se había enamorado del capitán —prosiguió Georgian—. Una mujer como True necesita ser dominada. Ella lo admiraba por haber tenido la audacia de jugar la carta más alta…
—Hay una moraleja en todo esto, ¿no? —preguntó Tor, intentando contener la sonrisa.
—No me cabe la menor duda de que se hace la estrecha con usted, le llama colega y se comporta como tal, ¡pero no se deje engañar por su actitud fría y su atuendo de saco! —Georgian se levantó y se colocó detrás de mí. Hundió las manos en la maraña de mis cabellos ya revueltos, y los revolvió aún más.—. ¡En su interior vibra una agitada, angustiada e insaciable pasión insatisfecha!
—Es una suerte que me haya quitado la venda de los ojos —dijo Tor, mientras yo escupía furiosamente los cabellos que se me metían en la boca—. Mi querida Verity, ahora que he visto ese otro lado…
—¿Qué lado? —estallé—. ¡No hay ningún lado! Por favor, ¿podemos ponernos a trabajar?
—Naturalmente —contestó Tor, mirando cordialmente a Georgian—. Ahora que las cosas están más claras, ¿se me permite decir que creo que éste va a ser el inicio de una relación sumamente productiva?
Aunque Georgian seguía detrás de mí, juro que intercambiaron un guiño conspirador.
He olvidado mencionar que la Habitación Azul era una de las siete maravillas del mundo. Parecía pequeña, pero yo había medido sus dimensiones en una ocasión en que ayudé a Lelia a instalar la chimenea
faux
de cuarzo rosa, con tallas de querubines mofletudos entrelazados con escaramujos y cisnes salvajes.
Aquella habitación contenía no menos de diecisiete sillas, sofás, otomanas,
fauteuils
y divanes, todos lacados en blanco y tapizados en azul pálido. Los estilos variaban desde el Luis XII hasta el XVI. Las mesas de diferentes tamaños estaban abarrotadas de obras de Lalique, esmaltes tabicados y porcelanas, en un número tan elevado que parecía que las mesas acabarían desplomándose bajo su peso.
Las paredes estaban decoradas con celosías pintadas, a través de las cuales se vislumbraban, para tormento del observador, tantas vistas que al caminar alrededor de la habitación daba la vertiginosa impresión de estar dando la vuelta al mundo en un tiovivo.
Como toque final, si es que se necesitaba algo más, la nutrida colección de fotos y miniaturas de Lelia se hallaba esparcida por todos los huecos. Muchos de aquellos recuerdos estaban sujetos a celosías, de modo que parecían cientos de ojos que miraban al observador, mientras éste intentaba fijar el vertiginoso paisaje de detrás.
El hecho de que Georgian, Tor y yo permaneciéramos sentados allí durante cuatro horas, constituye una prueba de nuestro aguante. Quizás el vodka nos ayudara. De todas formas, al llegar ala tercera hora estábamos tirados por el suelo cantando
Troika
. Yo cantaba la parte de las campanillas del trineo, ya que no sabía ruso. Nos interrumpió la doncella, que entró con gran decoro y pasó delicadamente por encima de nuestros cuerpos con una bandeja de comida en las manos.
—¿Qué te había dicho? —exclamó Georgian, mirándome con ojos velados—
¡Piroshki
!
—¡Y
borscht
! —añadió Tor, olisqueando el aire como un perro perdiguero—. ¡Con auténtico requesón ruso!
Se puso en pie con dificultad cuando la doncella salió y, con gran ceremonia, sirvió comida en platos y tazones, derramando un poco aquí y allá. Yo no me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que olí la comida de Lelia.
—Este
borscht
es delicioso —dijo Tor entre ruidos guturales.
—No coma demasiado; mi madre se animaría —le advirtió Georgian desde el suelo—, y entonces llegaría la comida marchando como en
El aprendiz de brujo
. Nos enterraría bajo montañas de comida y tendríamos que atrancar la puerta para impedir que entrara.
—Me encantaría morir de esa forma —suspiró Tor, inhalando el aroma del
piroshki
. Extendió la mano hacia el más cercano y lo engulló—. Pero ahora, puesto que ya hemos terminado de cantar, será mejor que le explique por qué estamos aquí.
—Dios mío, ¿de vuelta a los negocios? —dijo Georgian, rodando sobre sí misma y poniéndose un almohadón sobre la cabeza.
—Verity y yo hemos hecho una pequeña apuesta —informó Tor al almohadón. Hizo una pausa y volvió a servirse
borscht
como si fuera el agua de la vida eterna—. Y si ella la pierde, tendrá que concederme mi deseo más preciado.
La cabeza de Georgian salió de debajo del almohadón. Se sentó y me miró.
—¿Un deseo? Deme un tazón de sopa. ¿Qué clase de apuesta es esa?
—Una apuesta en la que creo que se divertiría tomando parte —afirmó Tor con una sonrisa y sirviendo la sopa—. Para ganarla, ¿sabe?, necesitaré un aliado, un fotógrafo muy bueno.
Georgian no se perdía una sola sílaba.
—¿Qué conseguiría cada uno si ganara? —le preguntó a Tor.
—Si Verity, o True, gana, conseguirá un trabajo en una institución financiera aún más aburrida que la prisión donde está ahora —contestó éste. Georgian arrugó la nariz y me dedicó una mueca—. Pero si gano yo, tendrá que venirse a Nueva York y trabajar para mí, ser mi esclava durante un año y un día. Ya ve, su pequeño relato tenía una moraleja después de todo.
Georgian lo miró mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa beatífica y peligrosa. Tendió la mano y Tor se la estrechó.
—¿Le importa que le llame Thor? —preguntó.
—¿Thor?
Me miró con curiosidad.
—Creo que en el antiguo nórdico significaba «muerte por conspiración» —le informé.