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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (31 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Según Sutton, durante uno de esos paseos Sickert iba vestido con un llamativo traje a cuadros y se topó con unas niñas en Copenhagen Street, aproximadamente a un kilómetro y medio al nordeste de Shoreditch. Las niñas echaron a correr gritando: «¡Jack el Destripador! Jack el Destripador!» Sickert contó a sus amigos una versión algo distinta, pero más sugerente, según la cual había sido él quien había gritado: «¡Jack el Destripador! ¡Jack el Destripador!»

«Le dije que era Jack el Destripador y me quité el sombrero», escribió el Destripador en una carta del 19 de noviembre de 1888. Tres días después envió otra en la que indicaba que estaba en Liverpool y que: «encontré a una joven en Scotland Road… Le sonreí y ella grita "Jack el Destripador". No
save
cuánta razón tenía.» Más o menos en la misma época, el
Sunday Dispatch
informó que una anciana estaba sentada en Shiel Park cuando un «hombre de aspecto distinguido, vestido con abrigo negro, pantalones claros y sombrero de felpa» sacó un cuchillo largo y estrecho. Dijo que planeaba matar tantas mujeres como pudiese en Liverpool y que enviaría las orejas de su primera víctima al director del periódico de la ciudad.

Sickert hizo sus bocetos en el Gatti en una época en que había pocos recursos al alcance de los psicópatas que quisieran excitarse. El violador, pederasta o asesino actual tiene donde elegir: fotografías, grabaciones de audio y vídeo de la tortura de sus víctimas, además de la pornografía violenta que se encuentra en revistas, películas, libros, soporte electrónico e Internet. En 1888, los psicópatas contaban con escasos medios visuales o auditivos para alimentar sus fantasías violentas. Los de Sickert podían ser trofeos o
souvenirs
de la víctima, cuadros y dibujos, y los espectáculos en vivo de los teatros y salas de variedades. También es posible que hiciera simulacros; aterrorizar a una anciana en Liverpool pudo ser uno de entre docenas o centenares.

Los asesinos psicópatas casi siempre ensayan su modus operandi antes de poner en marcha su plan. La práctica hace al maestro, y el asesino se excita con esta aproximación al delito. El pulso se acelera. La adrenalina sube. El asesino continúa celebrando su rito, acercándose un poco más a la violencia con cada ensayo. Algunos homicidas empeñados en imitar a los agentes de la ley han llegado a instalar luces de emergencia en la parrilla del coche o lámparas magnéticas en el techo, y han detenido a conductores en más de una ocasión antes de matar o secuestrar a alguien.

Con toda probabilidad, Jack el Destripador consumó simulacros y otros ritos antes de asesinar. Pasado un tiempo, las simulaciones dejan de ser una fuente de práctica y gratificación instantánea. Alimentan las fantasías violentas y pueden instar a algo más que a la persecución de la víctima, sobre todo si el delincuente es tan creativo como Walter Sickert. Se produjeron otros sucesos extraños en distintas ciudades de Inglaterra. En Londres, a eso de las diez de la noche del 14 de septiembre, un hombre entró en el paso subterráneo de Tower Bridge y se aproximó al guardia. «¿Han cogido ya a alguno de los asesinos de Whitechapel?», preguntó sacando un cuchillo de hoja curva de treinta centímetros de largo.

Luego huyó, arrancándose unas «patillas falsas» mientras lo perseguía el guarda, que lo perdió de vista en Tooley Street. El guarda lo describió a la policía como un hombre de un metro sesenta y cinco de estatura, de tez morena y bigote. Tenía unos treinta años y llevaba un traje negro que parecía nuevo, un abrigo ligero y una gorra con visera de paño oscuro.

«Tengo una espléndida variedad de patillas y bigotes falsos», escribió el Destripador el 27 de noviembre.

En 1894, cuando terminaron de construir Tower Bridge, el paso subterráneo se cerró para los peatones y se convirtió en una tubería de gas, pero en 1888 era un diabólico tubo de hierro de dos metros veinte centímetros de diámetro y ciento veinticinco metros de longitud. Comenzaba en el lado sur de Great Tower Hill, en la Torre de Londres, pasaba por debajo del Támesis y emergía en la escalinata de Pickle Herring Stairs, en la orilla sur del río. Si el guarda dijo la verdad, siguió a aquel individuo por el túnel hasta la escalinata de Pickle Herring Stairs, que llevaba a Pickle Herring Street, y luego por Vine Street hasta Tooley. La Torre de Londres está unos setecientos metros al sur de Whitechapel, y el paso subterráneo era lo bastante desagradable para que la gente o la policía cruzase el río por allí, sobre todo si uno tenía claustrofobia o miedo de desplazarse bajo el agua a través de un tubo sucio y oscuro.

No cabe duda de que la policía tomó al hombre de las patillas falsas por un chiflado. Yo no he encontrado referencias al incidente en ningún informe policial. Pero este «chiflado» fue lo bastarte listo para hacer su audaz exhibición en un lugar desierto y mal iluminado, y es obvio que no creía que el guarda fuera capaz de darle caza. Ese hombre tenía toda la intención de dar que hablar y ninguna de dejarse atrapar. El miércoles 14 fue también el día del entierro de Annie Chapman.

Tres días después, el 17 de septiembre, la policía recibió la primera carta firmada «Jack el Destripador».

Querido jefe:

Así que aora dicen que soy judío ¿cuando aprenderán querido jefe? Uste y yo sabemos la verdad. Lusk puede buscarme eternamente que nunca me encontrará pero estoy ante sus nanzes todo el tiempo. Los veo buscarme y me dan

ataques de risa ja ja. Amo mi trabajo y no pararé hasta que pillen e incluso entonces cuidado con su querido compinche Jacky.

Atrápenme si pueden.

Esta carta salió a la luz hace poco, ya que no se encontraba en los archivos de la policía metropolitana, sino en los del Home office.

A las diez de la noche del 17 de septiembre —el mismo día en que presuntamente el Destripador escribió su primera carta— un hombre se presentó en el juzgado del distrito de Westminster. Dijo ser un estudiante de arte de Nueva York que estaba en Londres para «estudiar arte» en la National Gallery. Un reportero del
Times
reprodujo el diálogo, que es tan gracioso e ingenioso que se lee como un guión.

El «americano de Nueva York» refirió que tenía problemas con su casera y pidió consejo al magistrado, un tal Biron, que le preguntó de qué clase de problema se trataba.

—Una gresca terrible —respondió. (Risas.)

A continuación, el americano contó que había comunicado a su casera que tenía intención de abandonar la casa de Sloane Street, y que ella lo había estado «molestando» desde entonces. Lo había empujado contra la pared cuando él había preguntado por la cena, prácticamente le escupía en la cara con «la vehemencia de su lenguaje» y lo había insultado llamándolo «americano de medio pelo».

—¿Por qué no abandona el apartamento y a la casera? —preguntó el señor Biron.

—Me mudé allí con algunos muebles, y fui lo bastante tonto para decirle que podía quedárselos a cuenta del alquiler.

Pero ella dio cuenta de mi persona.

(Risas.)

»Y no puedo llevármelos —prosiguió el americano—. Me daría miedo intentarlo.

(Más risas.)

—Parece que hizo un trato ridículo —aseveró el señor Biron—. Se encuentra en una posición embarazosa en extremo.

—Desde luego —convino el americano—. No imagina cómo es esa casera. Me arrojó una tijera, gritó con lascivia «asesinato» y luego me cogió por las zolapas
[sic]
del abrigo para impedir que escapase; una situación absurda por demás.

(Risas.)

—Bueno —concluyó el señor Biron—, usted mismo se lo ha buscado.

Ésta era la principal noticia de sucesos del
Times
de ese día, a pesar de que no se había cometido delito alguno ni se había arrestado a nadie. Lo máximo que podía hacer el magistrado era enviar a un funcionario a Sloane Street para «advertir» a la casera que le convenía comportarse. El americano dio las gracias a «su excelencia» y expresó su confianza en que dicha advertencia «tuviera un resultado satisfactorio».

El reportero identificó al estudiante de Nueva York sólo como el «solicitante». Ni nombre, ni edad, ni descripción. No hubo más noticias sobre el caso en días sucesivos. La National Gallery no tenía ni estudiantes ni academia de arte. Me parece extraño, si no increíble, que un americano usase la palabra «gresca»
[shindy],
que significaba riña o pelea en la jerga londinense. ¿Qué americano diría que su casera le «gritó con lascivia "asesinato"»?

El grito de «asesinato» podría ser una referencia a las declaraciones de los testigos en el proceso del caso del Destripador, pero ¿por qué iba a gritar «asesinato» la casera cuando la agresora era ella y no el estudiante? El reportero no mencionó si el «americano» hablaba como tal. Sickert era muy capaz de imitar el acento americano. Había pasado muchos años junto a Whistler, que era estadounidense.

Poco más o menos en esa época, varios periódicos publicaron la noticia de que un americano se había puesto en contacto con el subdirector de una escuela médica con el propósito de comprar úteros humanos por veinte libras cada uno. El comprador quería que los órganos se preservasen en glicerina para mantenerlos flexibles y se proponía enviarlos afuera con un artículo que había escrito. Se denegó la solicitud. Nadie identificó al «americano», de quien no se volvió a hablar. La noticia planteó una nueva posibilidad: el asesino del East End estaba matando a las mujeres para vender sus órganos, y el robo de los anillos de Annie Chapman era un «velo» para ocultar su verdadero móvil, que era hacerse con su útero.

Aunque esta posibilidad pueda parecer ridícula, aún no habían pasado cincuenta años desde el infame caso de Burke y Haré, los «resurreccionistas» —o ladrones de cuerpos— acusados de profanar tumbas y cometer treinta asesinatos con objeto de vender especímenes anatómicos para la disección a médicos y escuelas de medicina de Edimburgo. La historia de que el tráfico de órganos era el móvil de los crímenes del Destripador continuó circulando, y creó aún más confusión en torno al caso.

El 21 de septiembre, Ellen Sickert escribió una carta a su cuñado, Dick Fisher, en la que explicaba que su marido se había marchado a Normandía para visitar a «su gente» y que estaría fuera durante varias semanas.

Puede que Sickert se marchara, pero no por fuerza a Francia. La noche del día siguiente, un sábado, asesinaron a una mujer en Birtley, Durham, una zona de minas de carbón situada en el nordeste de Inglaterra, cerca de Newcastle-upon-Tyne. Joan Boatmoor era una joven madre de veintiséis años que, según se rumoreaba, llevaba una vida licenciosa. Los últimos que la vieron con vida fueron unos amigos suyos a las ocho de la noche del sábado. A la mañana del día siguiente, el domingo 23 de septiembre, encontraron su cadáver en una zanja cercana a la vía férrea de la mina Guston.

Le habían cortado el cuello del lado izquierdo, seccionando las vértebras. En la parte derecha del rostro, un tajo dejaba al descubierto el hueso de la mandíbula, y sus intestinos asomaban por el mutilado abdomen. Debido a las semejanzas entre este asesinato y los del East End, Scotland Yard envió al doctor George Phillips y a un inspector a hablar con la policía de Durham. No encontraron ningún indicio útil y, por una razón misteriosa, llegaron a la conclusión de que el asesino se había suicidado. Los lugareños registraron con minuciosidad las minas, pero no hallaron a nadie y el crimen quedó sin resolver. Sin embargo, en una carta anónima a la policía de la City, fechada el 20 de noviembre de 1888, el autor hace una sugerencia: «Investiguen el asesinato del condado de Durham […] lo hicieron pasar por uno de Jack el Destripador»

La policía no vinculó el asesinato de Jane Boatmoor con Jack el Destripador Los investigadores ignoraban que a éste le gustaba mover los hilos desde bambalinas. Habían estimulado su apetito de violencia y ansiaba «sangre, sangre, sangre», como escribió.

Quería dramatismo. Tenía una necesidad irrefrenable de fascinar a su público. Como exclamó cierta vez Henry Irving ante un auditorio poco efusivo: «¡Damas y caballeros, si no aplauden, no puedo actuar!» Quizá los aplausos fueran demasiado débiles. Varios hechos se produjeron en rápida sucesión.

El 24 de septiembre, la policía recibió una provocativa carta con el «nombre» y la «dirección» del Destripador tachados con rectángulos y ataúdes cargados de tinta. Al día siguiente, Jack el Destripador escribió otra cana, pero esta vez se aseguró de que le prestaran atención. La envió a la oficina de Central News: «Querido jefe: No hago más que oír que la policía me ha atrapado, pero no lo conseguirán tan pronto.» La ortografía y la sintaxis eran correctas y la letra tan pulcra como la de un oficinista. El matasellos era del East End. La defensa diría que no pudo enviarla Sickert, ya que estaba en Francia. El fiscal replicaría: «¿Qué pruebas tiene de ello?» En su biografía de Degas, Daniel Halevy mencionó que Sickert estuvo en Dieppe en algún momento de ese verano, pero no he hallado ninguna prueba de que se encontrara en Francia a finales de septiembre.

La «agente» de Sickert, como tristemente los llamaba Ellen, era el cerrado grupo de amigos artistas que tenía en Dieppe. Para ellos, Ellen siempre sería una intrusa. No era bohemia ni interesante. Es muy probable que Sickert le diera de lado cuando lo acompañaba a Dieppe. Cuando no estaba codeándose con gente importante en los cafés o en las casas de veraneo de artistas como Jacques-Emile B lanche o George Moore, se encontraba desaparecido, como de costumbre, paseando, mezclándose con pescadores y marineros, o encerrado en una habitación secreta.

Lo sospechoso es que en la correspondencia que intercambiaron Sickert y sus amigos no se menciona su presunto plan de viajar a Normandía a finales de septiembre ni que pretenda permanecer allí parte de octubre. Sería lógico pensar que si Sickert había estado en Dieppe, Moore o Blanche habrían comentado que lo habían visto… o que no lo habían visto. Cabe suponer que cuando Sickert escribió a Blanche, en agosto, habría mencionado que viajaría a Francia el mes siguiente y que esperaba verlo… o que lamentaría no poder verlo.

En sus cartas, ni Degas ni Whistler refieren haber visto a Sickert en septiembre u octubre de 1888, y no hay indicios de que supieran que se encontraba en Francia. Las cartas que Sickert envió a Blanche en el otoño de 1888 parecen proceder de Londres, ya que están escritas en papel con membrete del número 54 de Broadhurst Gardens, que no solía usar cuando se encontraba de viaje. La única indicación de que estuvo en Francia en el otoño de 1888 es una nota sin fecha dirigida a Blanche y escrita, al parecer, desde un pequeño pueblo de pescadores llamado Saint-Valery-en-Caux, a treinta kilómetros de Dieppe.

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