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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (30 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Había otros títulos: los cuatro volúmenes del
Manual de anatomía patológica
de Carl Rokitansky (1849-54);
Ilustraciones de disecciones,
de George Viner Ellis, con láminas en color de tamaño natural (1867), y
Principios e ilustraciones de anatomía
mórbida con su completa serie de litografías en color de James Hope
(1834). Si Sickert hubiera tenido alguna duda sobre la ubicación del útero o cualquier otro órgano, contaba con suficientes medios para instruirse sin necesidad de mantener contacto alguno con la profesión médica.

Teniendo en cuenta que en 1888 la ciencia forense y la medicina se encontraban en pañales, había muchas ideas equivocadas sobre la sangre. El tamaño y la forma de las manchas y salpicaduras de sangre no revestían mayor importancia para el investigador victoriano, que creía que los individuos gruesos tenían un volumen de sangre muy superior al de los delgados. El doctor Phillips debió de observar el patio donde se encontró el cadáver de Annie Chapman y fijarse si había suficiente sangre para inferir que había muerto allí o en otro lugar. Una persona con el cuello cortado habría perdido la mayor parte de la sangre: más o menos, tres o cuatro litros. Las gruesas prendas de Annie podrían haber absorbido una cantidad importante. La sangre arterial habría brollado a chorros, y la tierra pudo empaparse de ella a una distancia considerable del cadáver.

Sospecho que los compactos «cúmulos» de gotas que se encontraron en la pared, no muy por encima de la cabeza de Annie, eran las salpicaduras que se produjeron al retirar el cuchillo. Cada vez que el Destripador sacó su arma para asestar otra puñalada, la hoja despidió gotitas de sangre. Sin más información sobre el número, la forma y el tamaño de las salpicaduras, sólo podemos conjeturar que no fueron de sangre arterial, a menos que Annie estuviera ya en el suelo cuando la sangre empezó a borbotar de una o ambas carótidas. Sospecho que estaba de pie cuando la atacaron, y tendida boca arriba cuando le practicaron las profundas incisiones del abdomen.

El Destripador debió de extraer los intestinos y arrojarlos a un lado mientras buscaba el útero a tientas en la oscuridad. Los trofeos o
souvenirs
evocan recuerdos y son una fuente de fantasías. Llevárselos es tan característico de los psicópatas violentos que uno no espera otra cosa. Sickert era demasiado listo para guardar una prueba incriminatoria como ésta donde alguien pudiera verla. Pero tenía habitaciones secretas, y me pregunto qué lo indujo a alquilarlas. Quizás una experiencia infantil determinase su afición por aquellos sitios espantosos. Unos versos de un poema de su padre nos hacen pensar en ellos:

Qué sentimiento inquietante/sobrecogedor me invade entre tus muros,

qué terribles las altas, desnudas y pálidas paredes

que me recuerdan a las antiguas salas de guardia…

Es que nadie apila, aquí y allí,

abrigos, capas, largas gabardinas, gabanes

y nadie guarda toda clase de basura

en una habitación...

En una carta de septiembre de 1889, el Destripador consignó como señas del remitente «el agujero de Jack el Destripador». Sickert podía guardar lo que quisiera en sus estudios secretos o «ratoneras», como yo los llamo. Es imposible saber qué hacía con su «basura»: los miembros corporales que comenzarían a pudrirse y a oler a menos que los preservase con alguna sustancia química. En una carta, el Destripador habla de arrancarle la oreja a una víctima y dársela a un perro para que la devorase. En otra menciona que fríe y come órganos. Sickert podría haber sentido una curiosidad fuera de lo normal por el aparato reproductor femenino que engendró su triste vida. No podía estudiarlos en la oscuridad, y puede que los llevase a su guarida para examinarlos allí.

Después del asesinato de Annie Chapman, los parientes que la habían rehuido en vida se ocuparon de ella después de muerta. Prepararon el entierro, y a las siete de la mañana del viernes 14 de septiembre un coche se presentó en el depósito de Whitechapel para llevársela de manera clandestina. Sus deudos no organizaron una procesión fúnebre para no llamar la atención durante el último viaje de Annie. La enterraron en el cementerio de Manor Park, situado a diez kilómetros al nordeste del lugar donde la habían matado. El tiempo había experimentado un cambio brusco, pero positivo, y la temperatura era de 15 °C. El sol brilló durante todo el día.

Durante la semana que siguió al asesinato de Annie, los comerciantes del East End organizaron una comisión de vigilancia presidida por George Lusk, un constructor local que era miembro de la Junta Metropolitana de Obras Públicas. La comisión redactó la siguiente proclama: «En vista de que, a pesar de los asesinatos que se están cometiendo a nuestro alrededor, el cuerpo de policía es incapaz de descubrir al autor o los autores de dichas atrocidades, los abajo firmantes hemos resuelto crear una comisión, y nos proponemos ofrecer una generosa recompensa a todo aquel, ciudadano o no, que facilite cualquier información que sirva para llevar ante la justicia al asesino o asesinos.»

Después de que un miembro del Parlamento anunció que donaría cien libras esterlinas a la comisión, otros ciudadanos se mostraron dispuestos a colaborar. Según unos documentos de la policía metropolitana fechados el 31 de agosto y el 4 de septiembre, la respuesta a la petición de los ciudadanos sería recordarles que la práctica de ofrecer recompensas se había prohibido hacía tiempo porque éstas animaban a la gente a «descubrir» indicios engañosos o a inventar pruebas, además, «daban lugar a un sinfín de intromisiones y habladurías».

En el East End, el resentimiento y la indisciplina alcanzaron cotas insospechadas. La gente se congregaba frente al número 29 de Hanbury Street, y muchos reían y bromeaban mientras el resto de Londres se sumía en «una especie de letargo», informó
The Times.
Los crímenes habían «superado las más morbosas obras de ficción», incluso a
Los asesinatos de la calle Morgue
de Edgar Allan Poe, y no había «nada en la realidad ni en la ficción comparable a estas atrocidades, ni en su horrible naturaleza ni en el efecto que han producido sobre la imaginación popular».

17
Las calles antes del alba

Gatti's Hungerford Palace of Varieties figuraba entre los teatros de variedades más vulgares de Londres. Era uno de los favoritos de Sickert, que llegó a visitarlo dos o tres veces a la semana durante los primeros ocho meses de 1888.

Construido como una amplia bóveda de setenta y cinco metros de anchura bajo las vías férreas de la compañía South Eastern, cerca de la estación de Charing Cross, el Gatti tema capacidad para seiscientas personas, pero algunas noches acudían hasta mil espectadores bulliciosos que pasaban horas bebiendo, fumando y disfrutando de los escabrosos espectáculos. La popular Katie Lawrence escandalizaba a la buena sociedad vistiéndose con pantalones o con un vestido corto que dejaba al descubierto más carne femenina de la que el recato permitía mostrar en aquellos tiempos. Las estrellas de variedades Kate Harvey y Florence Hayes, en el papel de «la dama patriótica», solían actuar allí en la época en que Sickert realizaba rápidos bocetos bajo las titilantes luces.

Exhibir el escote y los muslos era una indecencia, pero nadie parecía preocuparse por la explotación de las estrellas infantiles que bailaban y cantaban las mismas canciones picantes que las adultas. Niñas de apenas ocho años, ataviadas con disfraces y vestidos diminutos, fingían una desenvoltura sexual que excitaba a los pederastas e inspiró muchos cuadros de Sickert. La doctora Robins, historiadora del arte, explica que «entre los novelistas, pintores y poetas decadentes había una especie de culto por la supuesta dulzura o inocencia de estas pequeñas estrellas de variedades». En su libro,
Walter Sickert: Drawings,
ofrece una nueva visión de la obra de Sickert inspirada en las actrices que veía noche tras noche y seguía de teatro en teatro. Sus bocetos nos permiten vislumbrar su alma y su estilo de vida.

Aunque no se lo pensaba dos veces antes de regalar un cuadro, era reacio a desprenderse de los rápidos dibujos que trazaba en tarjetas o pequeños trozos de papel.

Contemplar estos bocetos esquemáticos en las colecciones de la Tate Gallery, la Universidad de Reading, la Walker Art Gallery de Liverpool y la City Arts Gallery de Leeds es como penetrar en la mente y las emociones de Sickert. Sus veloces trazos plasmaban lo que veía en el escenario del teatro de variedades. Son instantáneas tomadas con el objetivo de sus fantasías. Mientras otros hombres miraban con deseo y provocaban a las actrices semidesnudas, Sickert dibujaba miembros femeninos separados del cuerpo.

Alguien podría alegar que sólo intentaba mejorar su técnica. Las manos, por ejemplo, son difíciles de dibujar, y algunos de los grandes pintores tuvieron que batallar con ellas. Pero cuando Sickert realizaba sus bocetos, sentado en un palco o en una butaca situada a varias filas del escenario, no estaba perfeccionando su arte. Dibujaba cabezas cortadas, brazos sin manos, troncos sin brazos, rollizos muslos cortados o torsos desmembrados con los pechos asomando por el atrevido escote.

También podría aducirse que buscaba nuevas posiciones del cuerpo para que no pareciera rígido o en estudiada posición. Quizás estuviese ensayando métodos novedosos. Conocía los desnudos al pastel de Degas. Es posible que tratara de seguir el ejemplo de su ídolo, quien había ido mucho más allá de la antigua costumbre de usar modelos cubiertas con telas en un estudio y estaba experimentando con posturas y movimientos más naturales y menos estáticos. Pero cuando Degas dibujaba un brazo s i n cuerpo, estaba practicando una técnica, y luego incluía el brazo en una pintura.

En los estudios, pasteles, grabados o pinturas de Sickert, rara vez —o nunca— aparecen los miembros femeninos de los bocetos que realizó en el teatro de variedades. Mientras contemplaba a Queenie Lawrence con su inmaculada ropa interior blanca o la Pequeña Flossie, de sólo once años, parecía plasmar torsos y extremidades por el solo placer de dibujar. Sickert no representaba la figura masculina, ni partes del cuerpo masculino, de la misma manera. En sus bocetos de hombres no hay nada que sugiera que los modelos eran víctimas, salvo en un dibujo a lápiz titulado
Mató a su padre en una pelea,
donde un individuo está matando a hachazos a otro en una cama ensangrentada.

Los torsos, cabezas y miembros femeninos de Sickert son estampas de una imaginación violenta. Cualquiera que contemple los bocetos que hizo su amigo Wilson Steer en la misma época y en los mismos teatros de variedades notará una gran diferencia en la representación del cuerpo humano y las expresiones faciales. Cuando Steer dibujaba una cabeza femenina, ésta no parecía cortada a la altura del cuello. Cuando dibujaba las piernas y los pies de una bailarina, éstos se veían vivos, de puntillas, con los músculos de las pantorrillas bien marcados. Los bocetos de Steer no evocan la muerte. En cambio, los miembros que Sickert dibujó carecen de la tensión característica de la vida; están laxos y no guardan conexión con otras partes del cuerpo.

Sus bocetos de 1888 y las notas que los acompañan lo sitúan en el Gatti desde el 4 de febrero hasta el 24 de marzo, el 25 de mayo, del 4 al 7 de junio, el 8, el 30 y el 31 de julio, y el 1 y el 4 de agosto. El Gatti y los demás teatros de variedades que frecuentaba Sickert estaban obligados por la ley a terminar sus funciones y dejar de vender bebidas alcohólicas a las doce y media de la noche. Suponiendo que Sickert se quedase hasta la hora de cierre, habría deambulado por las calles de Londres muchas madrugadas.

Entonces podía pasear. Por lo visto, no necesitaba muchas horas de sueño.

En su biografía de Sickert, la artista Marjorie Lilly escribió que «sólo parecía descansar durmiendo pequeñas siestas durante el día; no se acostaba hasta pasada la medianoche y, a
veces,
se levantaba enseguida para pasear por las calles hasta el alba». Lilly, que compartió casa y estudio con Sickert, señaló que éste tenía la costumbre de caminar sin rumbo después de asistir a los espectáculos de variedades, un extraño hábito que mantuvo durante toda su vida. Siempre que «una idea lo atormentaba», salía a «recorrer las calles hasta el amanecer, abstraído en sus pensamientos».

Lilly mantuvo un estrecho contacto con Sickert hasta que éste murió, en 1942, y los detalles que explicó en su libro dicen mucho más de su mentor y amigo de lo que quizá pensase ella. Nos habló de sus paseos, sus hábitos nocturnos y su conocida costumbre de tener tres o cuatro estudios a la vez, sin que nadie supiera dónde o para qué. En muchas anécdotas curiosas, refirió también la afición del pintor por los sótanos oscuros, los cuales describió en estos términos: «Enormes, inquietantes, con intrincados pasadizos y una tenebrosa cámara tras otra, como en un cuento de terror de Edgar Allan Poe.»

La intimidad que necesitaba Sickert para trabajar «lo llevó a sitios extraños, donde improvisó estudios y talleres», escribió la marchante de arte Lillian Browse un año después de la muerte del pintor. En 1888 era ya un asiduo de los teatros de variedades y alquilaba habitaciones secretas que no podía pagar. «Tengo nuevos aposentos», le decía a sus amigos. En 1911 escribió: «He alquilado un diminuto, raro y siniestro hogar cerca de aquí, por cuarenta y cinco libras al año.» Este «pequeño hogar» se encontraba en el número 60 de Harrington Street y, por lo visto, se proponía usarlo como «estudio».

Sickert acumulaba estudios que abandonaba al cabo de una breve temporada. Sus conocidos sabían que estas ratoneras secretas estaban situadas en calles miserables. Su amigo y colega William Rothenstein, a quien conoció en 1889, escribió sobre la atracción de Sickert por «el ambiente de las pensiones de mala muerte». A él lo describió como un hombre «aristocrático por naturaleza» que «había cultivado una extraña afición por la vida populachera».

Denys Sutton escribió que «la inquietud de Sickert era un rasgo dominante de su carácter». Solía tener «estudios por todas partes, porque siempre amó la libertad». Sutton afirmó que Sickert comía solo a menudo y que, incluso después de casarse con Ellen, acudía sin compañía a los teatros de variedades o se levantaba de la mesa y se marchaba a ver un espectáculo. Luego daba largos paseos antes de regresar. O acaso se dirigiera a sus habitaciones secretas a través del peligroso East End, deambulando por las oscuras calles solo, con un pequeño paquete o el maletín que supuestamente usaba para guardar los utensilios de su oficio.

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