Rebelde (54 page)

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Authors: Mike Shepherd

BOOK: Rebelde
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—Ingenieros, el buque insignia ha acelerado a cuatro g. ¿Alguna sugerencia?

—No, señorita, solo una puntualización. Si nos pide que nos pongamos a cuatro g, me arrastraré hasta el puente y dirigiré un motín yo mismo. ¿Pretende terminar este viaje en el calabozo con Thorpe?

—No, comandante. Solo quería su opinión. No tengo ninguna intención de discutir con usted. —Kris activó el comunicador de nuevo.

—Huracán, Siroco, aquí Longknife. Se lo advierto, los motores de esas barcazas de metal líquido no pueden soportar cuatro g. Están arriesgándose a sufrir una avería catastrófica. Si hacen ese salto con este nivel de energía, no saben adonde los llevará. Los que no han participado en esta conspiración, ¿están dispuestos a dejar sus vidas en manos de gente como ese comodoro?

—¿Crees que alguien te está escuchando? —preguntó Tom.

—Lo sabremos pronto.

Un minuto después, la Siroco apagó los motores.

—Huracán, acaben ya con esto —dijo Kris—. No tienen nada que hacer. No dejen que el comodoro los arrastre. Alguno de ustedes debe poner fin a esto antes de que la nave explote.

No obtuvo ninguna respuesta. Kris examinó el rastro de la Huracán en la pantalla; lo comparó con su minuciosa estimación de la localización real del salto. Ahora que contaba con la Patton como brazo gravimétrico, podía obtener más datos que la Huracán. Comprobó la localización del punto de salto de nuevo y sonrió.

—Huracán, han calculado mal el salto. Está a su derecha. Repito, Huracán, no van a poder realizar ese salto. Reduzcan la aceleración y prepárense para el abordaje.

—Está zigzagueando hacia la derecha —dijo Addison.

—Y está dejando demasiado al descubierto sus motores —murmuró Kris. Programó sus tres láseres con una secuencia de disparo flexible, calculó lo mejor que pudo el alcance y seleccionó un cuarto de potencia. Lanzó una salva con los tres láseres y consiguió cubrir un área bastante extensa. No alcanzó su objetivo con ninguno, pero el cuarto disparo pasó rozando. Rápidamente, Kris ajustó la secuencia y la centró en el número cuatro. De nuevo, sus tres láseres no dieron al enemigo, pero el número dos se acercó mucho más. Calculó la mejor solución y ajustó la amplitud de la ráfaga moviendo los dedos sobre el panel de batalla todo lo rápido que le permitía la velocidad de tres g y medio a la que iban.

Le quedaba energía para otros dos disparos.

De nuevo, el número cuatro había sido el más cercano. Kris ajustó la ráfaga para el disparo final mientras Tommy rezaba por las vidas de la tripulación de la Huracán. Kris había disparado ya tres veces y la corbeta no había cambiado su trayectoria.

Se detuvo un instante y situó los dedos en los botones de disparo. El buque insignia comenzó a virar hacia la izquierda, pero Kris ajustó todo rápidamente y disparó. Esperó durante un segundo que se le hizo eterno. Había disparado a la Huracán para desviar su trayectoria y ralentizarla, para desestabilizarla y que así alguien en su sano juicio saltase encima del comodoro.

De algún punto de la Tifón salían y llegaban pulsos de láser y señales de radar. Sus sistemas gravitatorios y ópticos estaban midiendo algo. En algún lugar, un ordenador estaba procesando toda esa información y la estaba enviando a la pantalla de combate de Kris. Durante siglos, el puntito de su pantalla seguía inmutable, sin cambiar su trayectoria. De pronto, el punto empezó a tambalearse y a dar vueltas como loco.

—¡Cielos! ¡Le has dado, Kris! —gritó Tommy.

—¡Un segundo! —gritó Addison—. Un segundo, sí. No tienen el salto a su alcance. No pueden saltar.

Kris dejó caer su mano en el comunicador.

—Huracán, han perdido el control. No pueden hacer el salto. Santo Dios, apaguen sus motores antes de que exploten. ¡No dejen que ese imbécil los mate a todos! —insistió Kris—. Joder, yo destituí al capitán. ¡Ustedes pueden quitarse a Sampson de en medio!

La Huracán pareció recuperar su ruta. En ese momento, dejó de acelerar.

—Aquí el capitán Horicson. Voy a entregar la nave a un suboficial. El comodoro está inconsciente. ¿Qué quieren que haga exactamente?

—Reduzca la velocidad a un g —ordenó Kris—. Y que un médico atienda a Sampson. Hay un montón de oficiales por aquí que quieren decirle un par de cosas.

—Es todo suyo —contestaron desde la Huracán—. Casi nos mata el muy cerdo.

El extraño cuento del escuadrón de ataque 6 acabó así. La celebración en París 8 terminó y las flotas se marcharon a sus hogares antes de que Kris pudiera conducir la Tifón, la Huracán y la Siroco a una velocidad manejable. La mayor parte del escuadrón de exploración 45 no se perdió las celebraciones, pero la Patton renunció al encuentro con la gente del escuadrón de ataque 6 para evitar la masificación.

La Tifón perdía aguas residuales, que caían sobre los reactores, cuando se colocó en formación con su viejo crucero. En cuanto perdieron una raya de combustible, Tom tocó a Kris en el hombro.

—Hemos recibido un mensaje codificado.

Kris introdujo los números en el decodificador. No le pareció que la información fuese tan secreta. Activó el comunicador.

—La Tifón, la Huracán y la Siroco han recibido la orden de unirse a la nave Magnífica, que sigue en órbita alrededor de París 8. Todo aquel sospechoso de estar involucrado en la conspiración será trasladado a la Magnífica y devuelto a Bastión bajo custodia. El resto de los oficiales deben dirigirse a la Magnífica para dar parte y recibir un traslado temporal a Bastión como testigos directos de los hechos. Las corbetas llevarán a los nuevos oficiales con asignaciones temporales a Alta Cambria.

La tripulación quedó muy contenta tras escuchar las noticias. Tommy se fijó en Kris, que no estaba tan sonriente.

—¿Dice algo sobre usted?

—La alférez Kris Longknife queda desvinculada de la Tifón y debe informar a Bastión.

—¿Cómo que desvinculada?

Kris sabía que no podían nombrarla capitana de la Tifón, pero no entendía que se la llevasen así. Intentó mirarlo por el lado bueno.

—Al menos no me han puesto bajo custodia.

21

Kris se detuvo al subir las escaleras. Era muy temprano y los rayos de sol atravesaban los cristales de la lámpara de araña del vestíbulo de los Nuu creando diminutos arcoíris que bailaban sobre la espiral de baldosas blancas y negras del piso inferior. En mañanas así, cuando Kris y Eddy eran pequeños, jugaban a atrapar arcoíris para conseguir una olla llena de oro. ¿Acaso estaba ahora más cerca que antes de llegar al otro lado de su arcoíris particular? Suspiró profundamente ante el olor de los recuerdos y de la mañana soleada, el desayuno y la madera... pero también por la inevitable asociación con la electrónica. Así era el mundo de los adultos.

La Magnífica había aterrizado la noche anterior a última hora y Kris y Tom fueron de los pocos que se bajaron de ella. Tal y como esperaban, Harvey estaba esperando a Kris en la salida del elevador. Sorprendentemente, le llegaron rápidamente dos mensajes a Nelly.

«Así que has vuelto viva, ¿eh? Firmado: Al» fue la críptica respuesta del abuelo, que solo permitía a unos pocos (entre ellos a Kris) el lujo de llamarlo Al. El mensaje de su madre era muy sencillo: «Te esperamos mañana para cenar». Al menos, la familia no había repudiado a su amotinada.

Al igual que aquella mañana hacía muchos años, el bisabuelo Peligro estaba en el piso de abajo. Ese día, Kris llevaba unos pantalones blancos almidonados. El bisabuelo Peligro llevaba unos de civil y estaba de espaldas a Kris charlando con Ray. Hacía aspavientos con las manos mientras hablaba en voz muy baja. Ray asentía con la cabeza. Lo llevaba haciendo desde que Kris lo había visto. Después, se dio cuenta de que lo estaba mirando.

Una chispa brilló en sus ojos, y su boca pasó de un gesto severo a una amplia sonrisa en cuanto levantó la vista. Peligro se calló de pronto en plena gesticulación, se dio la vuelta para ver adonde miraba Ray y dio rienda suelta a sus sentimientos de bisabuelo orgulloso.

—Ya te habíamos dicho hace tiempo que estás hecha toda una mujercita, ¿eh? —dijo Peligro con una amplia sonrisa.

Cuando Kris comenzó a bajar las escaleras, sintió el picor del uniforme almidonado en sus piernas.

—¿Qué hacéis levantados tan temprano? —preguntó con un tono muy dulce que llenó toda la habitación.

—¡Pues charlar! —dijo Ray—, ¿Y tú?

—Tengo cita con el agente que está llevando a cabo la investigación, siempre me pregunta lo mismo y yo siempre le contesto igual. Le gusta quedar a las ocho en punto.

—He sobrevivido a unos cuantos interrogatorios así —le aseguró Ray—. Tú también podrás hacerlo.

Kris asintió. Se había enfrentado a fuego cruzado y a láseres muy potentes en su vida. ¿Por qué preocuparse de un mequetrefe de Inteligencia? ¿Y por qué preocuparse también por la cena con sus padres? No sabía por qué, pero esa noche no le daba tanto miedo como otras veces.

—¿Tenéis planes para la comida?

Se miraron un instante el uno al otro.

—No pienso comer con esa gente —gruñó Ray.

—Antes de embarcarse la última vez —dijo Peligro—, Kris quiso preguntarnos algunas cosas.

—¿Algunas cosas? —repitió Ray extrañado.

—Uno de mis jefes, uno que no era Thorpe, me dijo que si pretendía ser otra Longknife más, debía conocer el verdadero pasado de mi familia y saber cómo habían logrado sobrevivir. ¿Cómo es posible plantar una bomba delante de alguien y lograr huir?

—¡Ah! —dijo Ray mirando a Peligro, que solo supo contestar levantando una ceja. Ray movió la cabeza con pesar—. Tenía que haber imaginado que preguntarías eso. Bueno, Kris, si sobrevives a tu charla mañanera y no me lincha la multitud con la que me ha citado el viejo Peligro, nos vemos a las diez treinta para un almuerzo muy temprano.

—¿A las diez treinta? —protestó Peligro—. A esa hora todos esos quejicas no habrán hecho más que empezar.

Ray le dedicó a Peligro una gran sonrisa.

—¿Con quién prefieres estar: con ellos o con ella?

Peligro resopló.

—Con ella.

Los tres se dirigieron hacia la puerta. Fuera, Harvey esperaba junto al coche de Kris, pero delante había una limusina gigante de color negro. Un marine vestido con el uniforme verde de Sabana les abrió la puerta a los dos veteranos. El abuelo Ray se subió al acorazado como si se lo llevaran a un funeral. El suyo, concretamente.

Kris se dirigió a su coche. Harvey ya estaba en el asiento del conductor y Jack en el del copiloto. Ninguno mostró intención de abrirle la puerta. Encogiéndose de hombros como haría el bisabuelo Peligro, Kris abrió la puerta y se sentó en la parte trasera. Se despidió con la mano del tanque que iba delante de ellos.

—¿Qué habrá que hacer para que te traten así de bien?

—Salvar el mundo unas veinte veces —dijo Jack con una sonrisa—. Hasta que lo logre, le vendrá bien el ejercicio, señorita.

Kris se chupó el dedo índice, dibujó tres rayas en el aire y dijo:

—Ya llevo tres. ¿Cuántas me quedan?

—Demasiadas —rezongó Harvey, y arrancó el coche—. Un abuelo como yo podría acostumbrarse a vivir en un mundo tranquilo y amable. Incluso en uno aburrido. A un anciano como yo le gusta que sus hijos vuelvan a casa todas las noches.

Kris miró con extrañeza a Jack.

—Su nieto pequeño tiene cita esta tarde con un reclutador para tomar juramento —dijo el agente secreto—. Después de lo que ha pasado en el sistema París, Bastión quiere ampliar el Ejército y la Marina.

Kris iba a decir algo a su viejo amigo, pero finalmente permaneció en silencio. Él la había animado el día que decidió enrolarse en la Marina, pero no es lo mismo cuando se trata de la hija de otros que de tu propio nieto. Barajó numerosas fórmulas y descartó otras tantas: «Lo siento», «me alegro por ti», «espero que sea un gran soldado» y «espero que vuelva después de aburrirse como una ostra durante dos años». Finalmente se decantó por:

—Seguro que le has dado la mejor educación.

—Sí, quizá lo he educado demasiado bien. —El conductor comprobó la pantalla y se dio la vuelta para mirar a Kris a los ojos—. ¿Todo este alboroto nos va a merecer la pena a quienes solo queremos cumplir con nuestro trabajo y volver a casa para estar con nuestros hijos y nietos?

—No sé qué has oído sobre París —respondió lentamente Kris.

—Poca cosa —interrumpió Jack—. Los medios de comunicación dejaron de informar de pronto —dijo el agente. Entonces Kris se dio cuenta de que quizá él sabía alguna cosa más que el chófer. Hacía tiempo, ella estaba convencida de que Harvey tenía respuestas para todo. Las cosas habían cambiado y eso la entristecía.

—Así es —intervino Harvey—. Estuvimos un día entero sin noticia alguna. Ha sido el mayor bloqueo informativo de la historia. Cuando volvieron a emitir imágenes, los generales y almirantes sonreían y los soldados espaciales bebían cerveza. Pero ¿por qué tu padre está pidiendo al Parlamento que se duplique el presupuesto de defensa y que mi nieto deje un buen trabajo para ser un soldado espacial?

Kris se acomodó en el asiento. Había estado tan ocupada desde que regresó con los prisioneros y los informes que no había tenido tiempo de leer las noticias. Descartó la tentación de pedirle a Nelly un resumen rápido. Si la verdad y lo que estaba sucediendo eran tan confusos como Harvey parecía insinuar, ni siquiera Nelly iba a ser capaz de separar el grano de la paja.

—No sé —respondió finalmente Kris.

Harvey volvió a mirar al frente. Jack pareció asentir a las palabras de Kris, aunque quizá se había tratado de un bache en el camino, y solo se había girado para comprobarlo.

Cuando Kris se bajó del coche al pie del edificio principal de la Marina, Jack se acercó a su lado.

—¿Va a entrar usted también? —preguntó ella.

—Tengo entendido que su último viaje fue bastante emocionante.

Kris sonrió.

—La gente me apuntaba con armas. ¿Va a presentarse voluntario para alguna misión?

—Quizá usted debería rechazar cualquier misión donde yo no pueda ofrecer mis servicios.

—¿Y qué servicios presta usted? —Se lo había dejado en bandeja.

—Me llevo los disparos yo en vez de usted —dijo Jack mientras miraba hacia el recibidor que tenían delante—. Si sufre otras penas, ya no es asunto mío.

—Lo siento —respondió Kris con sinceridad. Había estado tan concentrada en su trabajo que se había olvidado de lo que hacían los demás, ¡a pesar de todos los sermones que le había dado el coronel Hancock!

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