Authors: Mike Shepherd
—Sí, señora. —Kris se alegró de que fuese a obedecer, porque sus días estaban desvaneciéndose rápidamente, perdidos en situaciones ficticias. Los objetivos se movían cada vez más deprisa, dando bandazos y moviéndose en zigzag. De vez en cuando aparecían naves amigas a las que también había que prestar atención. El espacio se volvía más reducido a medida que planetas y lunas se incorporaban a los ejercicios, alterando las maniobras con su gravedad.
—Maldita sea, Addison, has acelerado tanto que nos has empujado hacia la gravedad. Hemos pasado a esos cabrones a tal velocidad que ya no podremos dar la vuelta.
—Lo siento, señor. Los vi y fui a por ellos.
—Eso está bien cuando estás en el espacio, pero en los combates de verdad las batallas tienen lugar allí donde hay algo por lo que merece la pena luchar. Nueve de cada diez batallas contra la unidad y los iteeche se libraron a doscientos mil kilómetros del planeta. Acostúmbrese a trabajar con gravedad, alférez, o buscaré a alguien capaz.
—Sí, señor.
—Y Longknife, ¿por qué no los abatió cuando pasábamos a su lado?
—El ratio de aproximación y la cadencia del disparo excedieron la capacidad del sistema de ubicación de blancos, señor.
—No le he preguntado por qué el ordenador no le permitió fijar el blanco, le he preguntado por qué no disparó.
No quería desperdiciar la energía del láser, pero aquella no era la respuesta que quería escuchar el capitán.
—No tengo excusa, señor.
—Esa respuesta la salvará de más preguntas, alférez, pero no le servirá cuando el enemigo abra esta nave como una lata y arroje a sus compañeros al vacío. Si tiene la oportunidad de disparar, hágalo. Ya me preocuparé yo de la energía. ¿Comprende?
—Sí, señor. —Kris también observó que no había usado ningún eufemismo. Los navios de la Tierra habían pasado a ser el enemigo, lisa y llanamente. A su fatigado y aletargado cerebro le resultaba difícil recordar con claridad que el abuelo Peligro le había dicho que estaba haciendo todo cuanto se encontraba en su mano para impedirlo. Kris ya solo podía reaccionar con las manos.
Pasaban el día entero disparando los láseres de la nave; no le sorprendía seguir haciéndolo mientras dormía. Como un autómata bien entrenado, reaccionaba casi sin pensar. Aquello era lo que Thorpe quería y eso era lo que Kris le proporcionaba. Las rápidas sonrisas que él dispensaba hacían que mereciese la pena.
No recibió muchas sonrisas el resto de la tarde, mientras los pozos de gravedad zarandeaban la simulación de la Tifón de acá para allá, haciendo que las marcas de Kris fuesen paupérrimas. Aquella noche, Kris caminó como un zombi hasta su habitación. Sorprendentemente, Bo seguía despierta.
—La tripulación está un poco tensa —dijo la mayor mientras Kris se quitaba su uniforme calado de sudor. Bo la ayudó a retirárselo y lo echó a la lavadora—. El capitán no ha compartido la trayectoria de la nave en la pantalla de la cantina.
—Eso solo se hace en tiempos de paz —dijo Kris mientras se ponía la parte superior del pijama—. Ahora estamos en guerra.
—Sí, pero ¿no le parece demasiado?
—Conoce a Thorpe mejor que yo; pero en lo que a mí concierne, no pienso rebatirle nada.
—Hoy saltamos, temprano. ¿Lo notó?
—En absoluto. Nelly, ¿qué salto utilizamos?
—Noventa y nueve por ciento de probabilidades de haber utilizado el punto de salto India.
—¡India! —Kris se esforzó por mantenerse despierta. Alfa, Beta y Gamma eran los puntos de salto del sistema que se empleaban con más frecuencia, en ese orden. India no se empleaba jamás—. ¿Cuál es el factor de seguridad de India? —Los puntos de salto oscilaban en su órbita por dos, tres e incluso más estrellas. Cuanto más oscilaban con respecto a cualquier estrella, más probable era que enviasen una nave en un mal salto hacia un destino incierto. Sin embargo, incluso en aquel momento, las naves de pasajeros solo empleaban aquellos puntos con niveles de seguridad A o B, y los empleaban lentamente. La Marina era un poco más atrevida; acostumbraba a utilizar saltos de categoría C o D.
—El punto India del sistema Cambria pertenece a la categoría F.
—Sí que estamos en pie de guerra —suspiró la sobrecargo Bo.
—Nelly, proyecta la ruta más corta desde el punto de salto India al sistema París. Muéstramela. —Un holovídeo se proyectó desde el hombro de Kris para bailar en el aire entre ella y Bo. Tres largos saltos los transportaban mucho más allá del espacio humano, lo que constituía una violación del tratado de Bastión. Sin embargo, el último los llevaba de vuelta a su destino.
—Llegaremos al punto de salto Kilo, ubicado en el sistema París. No se ha usado recientemente. Asumiendo que siga a cincuenta mil kilómetros de su última posición registrada, allí será donde lleguemos. —El holovídeo expandió el mapa del sistema París. Cinco soles bailaron entre ellos y, en el caso de los dos más pequeños, a través de las órbitas de muchos de los quince planetas y los asteroides que señalaban la ubicación de dos más. Dos gigantes gaseosos proporcionaban estaciones de suministro a los seis puntos de salto que apoyaban docenas de importantes rutas de transporte. Si Olimpia proporcionaba acceso a buena parte del sector exterior en cuatro saltos, aquel desastre de sistema hacía lo mismo en tres, pudiendo enviar naves a la misma Tierra. Había sido una excepcional estación de transferencia durante los últimos ochenta años; ¿sería también el lugar idóneo para empezar una guerra?
—¿Cuál es el punto de salto más próximo de los que se utilizan con frecuencia? —preguntó Kris.
—Alfa. —Un cuadrado en el sistema se tornó rojo—. Es la ruta principal entre la Tierra y muchos de los planetas del sector exterior.
—¿Incluido Bastión?
—Sí. El tráfico desde Bastión utilizaba el punto de salto Delta. —Un segundo cuadrado en mitad del sistema se iluminó en verde.
—Vamos a estar justo al lado del salto que la flota terrestre seguramente emplee. —Bo frunció el ceño.
—Y a la distancia máxima de Bastión —concluyó Kris—. Asumiendo, por supuesto, que vayamos a utilizar esta ruta. Nelly, estima el tiempo requerido entre estos saltos. Infórmame, cuando no esté en el puente, si los saltos de la nave encajan con los de esa ruta.
—Buena idea, señora. Pero incluso si esa es nuestra ruta, ¿qué significa?
—No tengo ni idea —admitió Kris. También tuvo que admitir que estaba cansada, que no iba a poder dormir mucho y que necesitaba con desesperación mucho más sueño del que iba a disfrutar. Ya pensaría en ello durante su tiempo libre al día siguiente. Bueno, tampoco es que estuviese teniendo mucho últimamente. Kris se durmió profundamente unos segundos después de haberse tumbado en el catre. Sus sueños eran vividos. Daba igual cuánto pelease, los navios de la Tierra siempre impactaban primero con sus láseres. Por muy rápido que disparase ella, los terrícolas reducían la Tifón a pedazos. Una y otra vez buscaba los rostros de Tommy, Bo y sus marines mientras se ahogaba en el vacío del espacio.
A la mañana siguiente, después de engullir el desayuno, se dirigió al puente para encontrar al cabo Li de frente.
—Señora Longknife, el capitán no ha comunicado el rumbo. Estos saltos no se ajustan a los de ninguno de nuestros viajes anteriores. Algunos marines empiezan a preocuparse.
—Confíe en mí —le dijo Kris al cabo que había desembarcado con ella para rescatar a la niña dos meses atrás, en aquel instante eterno—. Esta nave se dirige al sistema París. El capitán solo está tomando una ruta diferente. Tenemos que dejar de pensar como en tiempos de paz.
—¿Va a haber una guerra, señora? —El rostro del cabo era una mezcolanza de emociones que no dejó ninguna duda sobre cuál era la respuesta que buscaba.
—El primer ministro y muchas buenas personas están haciendo todo cuanto está en sus manos para poner fin a esta situación de forma pacífica. Pero ya conoce al viejo. Si llega el momento de pelear, quiere que la Tifón sea el mejor navio de la flota.
—Sí, ese es el capitán. Gracias, señora. —Después de que el hombre se marchase, Kris se dirigió al puente. Sospechaba que sus palabras se extenderían por media nave antes de la hora de comer.
—Me alegro mucho de que haya podido unirse a nosotros —dijo el capitán Thorpe cuando Kris se sentó en su puesto a las seis en punto de la mañana—. Alférez Lien, hasta ahora todo ha sido un camino de rosas para usted. Addison y Longknife no han permitido que la nave reciba demasiados impactos. Así que va a tener sus propias condiciones en la simulación. Addison, sigue sin sacar partido a los pozos de gravedad. La Tifón es rápida y operamos de forma inmediata. Olvídese de permanecer en formación con el resto de la escuadra. Saque todo el rendimiento a la nave. Longknife, sigue esperando demasiado tiempo a que su ordenador le indique dónde disparar. Piense antes que esa maldita máquina. Sé que tiene instinto asesino: utilícelo.
El capitán les sometió a una sesión intensa aquel día. No le gustó nada que Kris fallase dos disparos; ambos cuando la Tifón llevaba a cabo saltos reales.
—Alférez, ha tardado tres minutos en disparar a esa nave y encima ha fallado el disparo. Maldita sea, eso es algo que no debería ocurrir nunca.
—Lo siento, señor. El salto me ha desorientado un poco. No ocurrirá durante la batalla.
—Más le vale. Addison, Longknife, descansen. Oficial ejecutivo, oficial de comunicaciones, reúnanse conmigo en mi despacho.
—Sí, señor —contestaron.
Kris y Addison se dirigieron al comedor. Kris sujetó la taza caliente con ambas manos, deseando que el calor suavizase los nudos que atenazaban sus dedos y las palmas de sus manos.
—Apuesto a que te mueres de ganas por apuntar a una nave terrestre de verdad. Estoy harto de girar la nave y sentir que no se mueve. ¡A ver si no tardamos en pelear de verdad! —gritó Addison.
—Aún no estamos en guerra —observó Kris.
—¿Qué pasa, te gusta la Tierra? Llevan ochenta años dándonos órdenes. Ya va siendo hora de que le enseñemos que el espacio pertenece al sector exterior.
—Para eso podríamos enseñarles la puerta y tomar nuestro propio camino. No es necesaria una guerra.
—¿Crees que nos dejarán marcharnos por las buenas? He oído que quieren que les paguemos por cada nave que nos llevemos. A precio de mercado. Incluso aquellas que ya habíamos comprado. Los terrícolas han perdido la cabeza.
—Y una guerra hará que mucha gente pierda algo todavía más importante.
—¿Se puede saber qué pasa, Longknife? ¿Tienes miedo?
—Addison, ¿alguna vez te han apuntado con un arma cargada?
—No. —Después de responder aquello, no supo qué decir.
—Cuando te hayan apuntado dos o tres veces, te invitaré a una cerveza y compararemos impresiones. Hasta entonces, a callar. —Kris dio el debate por zanjado y dejó la taza, que ya se había quedado fría, sobre la mesa—. Regresemos.
El capitán los dejó marchar temprano aquella tarde.
—Daos una buena ducha. Descansad. Saltaremos al sistema París mañana a las nueve de la mañana. Después, las cosas pueden ponerse interesantes.
Kris se dirigió a su camarote.
—Nelly, ¿qué punto de salto utilizaremos a las nueve de la mañana para llegar a París?
—Kilo —contestó el ordenador.
—¿Has recibido noticias?
—No. Hemos permanecido demasiado lejos del espacio humano.
Escuadrones enteros se sucedían a través de los puntos de salto, sin guías. Por supuesto, a semejante distancia del espacio humano no corrían riesgo de cruzarse con otra nave que viajase en dirección contraria. Ninguna nave humana, claro. Eso sí hubiese sido extraño.
—Kris —dijo Nelly lentamente—, me pediste que llevase a cabo mis propias búsquedas y que te avisase en caso de encontrar algo que no encajase con ningún patrón con el que esté familiarizada.
—Así es.
—Justo después de que el oficial de comunicaciones se encontrase con el capitán, cargó unos sistemas nuevos que no están activos y cuyo propósito no he podido descifrar.
—¿Crees que su objetivo es ponernos en pie de guerra? —inquirió Kris.
—Tengo una lista de todos los sistemas que han de cargarse cuando se declara la guerra. Este no forma parte de ellos. Tampoco puedo interferir en modo alguno con este
software.
—¿No funciona?
—No, no da señal de actividad.
—Avísame cuando empiece a hacer algo.
—Lo haré.
Kris se frotó los ojos con los nudillos, intentando sacudirse el agotamiento de encima; sentía el cerebro adormecido. Todo aquello tenía que significar algo. ¿Por qué iban padre y el bisabuelo Ray a ordenar al escuadrón de ataque 6 que cambiase su ubicación hacia París? ¿Por qué iban a querer que una de sus mejores naves anduviese saltando a ese sistema justo al lado del escuadrón terrestre? Al lado... ¿o tras él? Asumiendo que las naves de la Tierra hubiesen llegado hacía poco, debían haberse desplazado hasta encontrarse con los escuadrones del sector exterior y hacer aquello que pretendían. ¿Cómo podía arriarse una bandera a bordo de una nave espacial?
Kris visualizó a los almirantes vestidos con trajes espaciales y, cuadrándose con atención, saludó mientras unos pobres marines retiraban la bandera con el emblema azul y verde de la proa de una nave.
Nena, estás tonta.
La ducha no ayudó. Se desplomó sobre la cama y no tardó en dormirse.
—Señora, ¿está dormida? —preguntó Bo al cabo de cien años.
—Lo estaba. ¿Algo va mal?
—Nada, supongo. Fue bonito lo que le dijo al cabo. Creo que quitó unas diez toneladas de miedo de esta nave.
—Qué bien —dijo Kris, tirando de la manta hacia sí.
—Se rumorea que llegaremos mañana temprano.
—Sí. —Kris no quería despertarse.
—¿Sabe qué punto de salto vamos a emplear?
—Parece que el que mi ordenador tenía previsto. Kilo, creo.
—De modo que vamos a saltar justo delante de la flota de batalla terrestre. ¿Cómo cree que se lo tomarán?
—¿Cómo voy a saberlo? —Kris apenas podía contener la frustración en su voz.
—Solo espero que los artilleros de sus naves no tengan el dedo suelto. Esas antiguallas de batalla tienen láseres con un alcance de cien mil kilómetros, y vamos a estar dentro de su rango.
Kris pestañeó y se volvió.
—Eso parece, ¿verdad?
—Estar a cincuenta mil kilómetros supone encontrarse dentro del alcance de un láser de pulsos de veinticuatro pulgadas, señora.