Rebelde (48 page)

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Authors: Mike Shepherd

BOOK: Rebelde
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—Entonces, ¿crees que los Peterwald están detrás de todo?

—Había mucho rencor entre ellos y mi padre. Puede que Ray fuera un estupendo general y un muy buen presidente, pero cada vez que tomaba una decisión, esta afectaba negativamente a los Peterwald. Cerró un par de planetas en los que habían invertido en cuanto quedaron fuera de la esfera de desarrollo que él mismo había establecido en el tratado de Bastión. Si das crédito a los rumores, fue él quien puso fin a sus negocios con las drogas.

—¿Crees que es cierto?

—Ray creía que iba a poner punto final a las actividades de los Peterwald. Como diría tu padre, no se podía demostrar en un juicio, así que hay quien diría que no ocurrió.

—Empiezo a estar un poco cansada de estar a punto de que me maten y no poder demostrarlo en un juzgado, abuelo.

—Aléjate de los Peterwald.

—Un poco difícil. Yo voy allí donde me envía la Marina.

—Pues renuncia. Ven a trabajar conmigo en esta torre. Nada se mueve en veinte kilómetros a la redonda sin que yo lo sepa y lo apruebe. He construido una fortaleza llena de gente que cree en lo que hago, que cobra bien y que moriría por mí. ¿Qué tienes tú?

—A Jack ahí fuera, hasta que retome el servicio.

—Aquí estarías a salvo. Ni siquiera sacamos a nuestros hijos salvo en viajes no programados y siempre con escoltas armados. No hay lugar mejor donde criar a un niño.

—Suena bien, pero ahora mismo no tengo hijos. Cuando los tenga, pensaré en ello.

—Si vives lo suficiente.

—Es lo que pretendo, abuelo.

El ordenador que se encontraba sobre el escritorio del abuelo empezó a zumbar.

—Kris —anunció Nelly en voz baja—, espero que disculpes mi interrupción, pero la Tierra acaba de anunciar que van a enviar una gran flota de batalla a Bastión.

—¿Qué? —dijeron desde ambos lados del escritorio.

—Parece que es un poco tarde para renunciar a mi puesto. —Kris tragó saliva.

—Dios mío, ¿es que la Tierra ha perdido la cabeza? Una flota de guerra terrestre aquí en el sector exterior es una invitación al desastre.

—Pensaba que a los negocios les interesaba una guerra, o al menos una ruptura de las relaciones —replicó Kris a su abuelo, preguntándose qué contestaría.

—Umm... —gruñó mientras miraba a Kris como si acabase de suspender el primer curso—. La Tierra es nuestro principal socio comercial. ¿Por qué iba yo a querer una aduana entre nosotros y ese mercado? Una guerra aniquilaría todo mi plan de negocios. Ningún empresario en su sano juicio desearía una guerra.

Nelly los interrumpió de nuevo:

—El informe oficial de la Tierra es que la flota se dirige a Bastión para participar, junto a los mundos del sector exterior, en la disolución oficial de la Sociedad de la Humanidad.

—No necesitamos una flota de batalla para arriar la bandera. —Negó con la cabeza—. Sé que hay terrícolas asustados por lo que podamos encontrar en la galaxia si el sector exterior continúa expandiéndose. ¿Es que ese sector ha ganado poder? ¿Acaso pretende la Tierra obligarnos a permanecer en la Sociedad? —se preguntó el abuelo.

—Pero no son más que una facción, como nuestros ilimitados expansionistas. No tienen poder para declarar un ataque. ¿Y si han enviado esta flota para lo que afirman?

El abuelo negó con la cabeza.

—Independientemente de lo que quiera decir la Tierra, no lo están formulando de la manera correcta.

—Lamento interrumpir de nuevo —intervino Nelly—. Han llamado a sus puestos a todo el personal de la flota.

—Gracias, Nelly —dijo Kris antes de volver la mirada hacia su abuelo—. Pero ¿de qué flota?

19

Tres horas después, Kris había reunido su equipaje y guiaba a Tom escaleras abajo por la residencia Nuu. Un vehículo que había sido desplegado con urgencia iba a partir de Alto Bastión en tres horas para llevarlos, a través de un viaje de dos g, hasta Alta Cambria. Si se daban prisa, podrían encontrarse de nuevo a bordo de la Tifón en dos días.

Mientras Kris cruzaba el vestíbulo, encontró a unos marines apostados en las puertas de la biblioteca, pero las puertas estaban abiertas de par en par para facilitar el constante flujo de oficiales y mensajeros. Se detuvo por un instante. Sí, los bisabuelos Peligro y Ray estaban allí, rodeados de estrellas, águilas y civiles de clase alta. Le pareció ver a Tru en una estación de trabajo al fondo de la biblioteca, pero no podía asegurarlo. Confiando en que la humanidad se encontraba en buenas manos, Kris se volvió hacia la puerta principal.

—Espera un segundo, alférez —resonó la voz autoritaria del general Peligro desde las puertas de la biblioteca. Kris siguió caminando; no formaba parte de su cadena de mando. Lamentaba la suerte del pobre alférez que hubiese hecho gritar al viejo general.

»Te hablo a ti, alférez Longknife. Alto.

Kris se detuvo, soltó su equipo y esperó.

—Le diré a Harvey que te espere —dijo Tom antes de marcharse.

—¿Adonde te diriges? —le preguntó el bisabuelo Peligro mientras reducía la intensidad de su tono de voz.

—De vuelta a mi nave —respondió Kris; entonces, como no podía evitarlo, preguntó lo que todo marine quería saber—: ¿Va a haber una guerra?

—Tu padre nos tiene a mí, a Ray y a un montón de gente excepcional haciendo todo lo posible para garantizar que no ocurra —dijo. Permanecieron inmóviles, midiendo las esperanzas y miedos que despertaba aquella afirmación; entonces Peligro se mordió el labio inferior.

—Escucha, Kris, estamos reuniendo a un equipo aquí. También estamos poniendo en funcionamiento cualquier vehículo capaz de volar. Tengo entendido que incluso están intentando poner en marcha mi vieja nave, la Patton. Si te quedas con el equipo una semana, más o menos, puede que podamos darte un puesto en un destructor o algo así. Lo mismo para Tom.

Kris se esforzó por mantener su respiración constante. ¿Estaba el bisabuelo intentando alejarlos a Tom y a ella del peligro? ¿Tan mal estaban las cosas?

—¿La flota de la Tierra es una fuerza invasora?

El viejo general respondió con su característico encogimiento de hombros.

—Solo Dios lo sabe, y no suelta prenda, al menos a gente como yo. No, no sabemos qué facción terrícola está dirigiendo la flota, solo lo que nos dicen las cabezas parlantes de los informativos. —Frunció el ceño al reparar en la falta de información contrastable entre tanto ruido.

Kris respiró hondo y negó con la cabeza.

—General, bisabuelo, puede que la Tifón sea pequeña, pero es la mejor nave de la que disponemos. Cuando la envíes allí donde más se la necesite, tendrá que estar tripulada por los mejores. Y puede que yo aún esté un poco verde, pero estoy mucho mejor preparada que cualquier novato. —Entonces fue ella la que se encogió de hombros—. Además, ahora me toca disparar.

—Ten cuidado, chica.

—¿Quieres decir que no haga nada que tú no harías?

El abuelo Peligro respondió tragando con fuerza.

—No hagas tonterías. Nuestra familia ya tiene bastantes medallas acumulando polvo. Recuerda: la mitad de lo que has leído en los libros de historia es falso.

—Dejémoslo en «difícil de contrastar» —replicó Kris—, pero nada de historias falsas. La próxima vez que esté en casa, ¿por qué no me contáis Ray y tú algunas de las entretenidas?

—Trato hecho, alférez. En cuanto regreses a casa, daremos un buen paseo. —Y Kris descubrió que una alférez podía abrazar a un general, y si los marines que montaban guardia o que pasaban alrededor pensaban lo contrario, bueno, más les valía no decir nada o tendrían que hacer cincuenta flexiones para el viejo general.

Kris llegó al elevador hacia Alto Bastión a tiempo.

El tránsito estaba formado íntegramente por el Ejército; sin embargo, el trayecto hacia arriba estaba abarrotado. Kris llegó a tiempo para ocupar el último asiento. Pero lo cedió en cuanto el comodoro Sampson cruzó la puerta en el último instante. De pie en el pasillo, Kris recordó haber leído que era ilegal que hubiese más personas que asientos en un elevador; aquella norma no tenía valor aquel día. Entonces cayó en la cuenta. Se habían acabado las apuestas sobre seguro, alguien esperaba una guerra... y pronto.

El Viajero Feliz había sido convertido rápidamente de un crucero a un transporte de tropas. Kris tuvo suerte: le fue asignado un camarote individual con una cama. Los dos alféreces del otro lado del pasillo no parecían muy contentos ante la idea de compartir lecho. Sin embargo, en una de las esquinas de la habitación de Kris había un catre; esperó para ver quién era su compañero de viaje y no pudo contener una sonrisa cuando vio a la sobrecargo Bo en la puerta.

—No sabía que hubiesen asignado mayores en la costa.

—Y no era así —dijo Bo mientras soltaba su equipaje—. Estaba de permiso, visitando a mi hermana y a su familia. —La sobrecargo miró a su alrededor, moviendo la nariz como si hubiese olido algo apestoso—. ¿Es que nadie les ha dicho que los mayores y los oficiales no deben mezclarse?

—Sospecho que se conformarán con que haya habitaciones para chicos y otras para chicas. Andan con prisa.

—Sí —dijo la sobrecargo mientras miraba ceñuda hacia el camastro—. ¿Qué cama quiere, señora?

—Me pido el catre. Bajo dos g de presión, una espalda más joven puede sobrellevarlo mejor.

La sobrecargo lanzó una mirada severa hacia Kris, pero no protestó. Mientras guardaba su equipo, la mayor preguntó por encima del hombro:

—¿Qué ha oído de la guerra, señora?

—Hay gente buena que está haciendo todo lo posible para impedirla. ¿Y usted?

—Ayer por la noche no tuve que pagar las cervezas. Muchos bocazas no paran de decir que es la hora de demostrar a esos terrícolas del cuerno un par de cosas. Por supuesto, ninguno de ellos se encuentra en este transporte.

—¿Se han dirigido ya a las oficinas de reclutamiento?

—Dudo que pasasen los exámenes. Son demasiado bajos para lo que pesan. —Bo rió en voz baja; luego recuperó la seriedad—. He visto dónde se encontraban Ray Longknife y el general Peligro en Bastión. ¿Son la buena gente de la que hablabas?

—No le mentiría a una amiga, pero tampoco se lo confirmaría a una desconocida —dijo Kris, eludiendo la pregunta. Tampoco mencionó la oferta de trabajo.

—Tu viejo está jugando a dos bandas, como buen político. Ayer por la noche lo escuché durante cinco minutos. No supe si estaba a favor o en contra de que sacásemos a esa flota a patadas de nuestro espacio. Políticos... —escupió la sobrecargo.

—Solo intenta conseguir un consenso —explicó Kris.

—Pues será mejor que se dé prisa, porque he oído que la flota de batalla terrestre está en camino.

Kris se desplomó sobre el catre.

—Esto es una locura. Sí, la Tierra tiene un montón de naves enormes con armas gigantes, pero no se han puesto en marcha desde la guerra contra los iteeche, hace setenta años. En la universidad, conocí a un chico de la Tierra. Su padre es el dueño de una fábrica de aceros en órbita. Una vez al año, él y sus trabajadores dirigen un escuadrón de viejas naves de batalla, y así tanto ellos como mil beneficiarios de las ayudas del planeta cumplen con su servicio activo anual. Por lo que describía mi amigo, se embarcan en la nave, se aseguran de que aún haya oxígeno y comprueban que los paneles muestren la luz verde en todos los componentes. Solo Dios sabe qué harían si viesen una luz roja. Mayor, el padre de ese chaval consiguió llegar a vicealmirante de la reserva. La mayoría de los trabajadores de su planta tienen el rango de capitán. Es una pantomima. Si llegase la hora de combatir, la Tifón acabaría con tres o cuatro naves de feria como esa sin sudar.

—Pues esas mismas naves de feria arrasaron planetas enteros durante la guerra contra los iteeche. No las quiero sobre Bastión, no con mi hermana y sus hijos todavía en tierra.

—Preparados para dos g en cinco minutos —reverberó una voz por los pasillos desde el sistema de megafonía.

—Te ayudaré a hacer el camastro —se ofreció Bo—. No vamos a tener gran cosa que hacer durante los próximos diez días. Creo que voy a dormir. No merece la pena arriesgar la espalda, no cuando el primer tiroteo de mi larga carrera está a la vuelta de la esquina. Además, si conozco al capitán Thorpe, va a estar hecho un basilisco. Me pregunto si podremos llegar a dormir siquiera una hora seguida con tanto anuncio y tanto... lo que sea.

Kris siguió el consejo de la sobrecargo y trató de descansar, siguió las noticias y revisó los manuales de su estación de batalla. El viaje de Cambria a Bastión había durado cuatro días. Tardaron dos en hacer el camino de vuelta. Sin embargo, aquella velocidad no era suficiente para el capitán.

—¿Por qué han tardado tanto? —fue el saludo con el que este recibió a Kris y a Tommy cuando se personaron en el puente de la Tifón, a los cinco minutos de llegar a bordo de la nave.

—Ese maldito transporte de lujo no quería someterse a más de dos g de presión —explicó Kris mientras ocupaba su lugar en los sistemas defensivos—. Ya sabe cómo son los civiles, señor.

—¿Y cómo es que no os bajasteis de la nave para empujarla? —preguntó el oficial ejecutivo. Kris reprimió un gesto negativo de la cabeza. Había casos difíciles de aguantar y casos muy difíciles de aguantar.

El capitán Thorpe miró a Kris mientras se situaba en su puesto.

—Me sorprende que se haya molestado en unirse a nosotros, alférez Longknife. Pensaba que optaría por un cómodo trabajo de oficina.

Kris se volvió.

—Me ofrecieron un puesto así, señor. Lo rechacé.

El capitán arqueó una ceja de forma casi imperceptible y miró al oficial ejecutivo.

—Así que quería estar a bordo de la mejor nave de la flota cuando empezaran los disparos.

—Le dije a un general que suponía que querría que la mejor nave se encontrara en un estado óptimo cuando se requiriera su uso, señor.

—De acuerdo —convino el capitán, que parecía satisfecho de contar con la presencia de Kris en aquel puesto—. Me gustó el informe que recibí de Olimpia.

—El coronel Hancock le envía saludos, señor.

—Es un buen hombre, pese a su mala reputación. Dice que se manejó muy bien en tiroteos peligrosos.

—Lo hice lo mejor que pude, señor.

—¿Lista para aplastar naves de batalla de la Tierra por Bastión?

Kris respiró hondo.

—Sí, señor —dijo ella, proporcionando la respuesta breve y escueta que el capitán quería. Cualquier oración por evitar la guerra sobraba en el puente de una nave de combate.

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