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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (44 page)

BOOK: Reamde
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Normalmente, por supuesto, calentaba primero un poco y barría el suelo para asegurarse de que estuviera limpio y libre de trocitos de cosas duras que pudieran causar heridas menores. Aquí no tenía esa ventaja, pero el hecho de que un negro alto (evidentemente algún tipo de militante islámico) empuñara un AK-47 cargado y amartillado le dio toda la motivación que necesitaba para saltarse los preliminares y ponerse en movimiento.

Primero, sin embargo, puso cuatro balas en la pared situada justo al lado de la puerta hacia la que se lanzaba. Lo hizo porque había visto, en su visión periférica, que alguien había asomado furtivamente la cabeza en la esquina y luego la retiró: conducta que disparó redes enteras de circuitos neurales construidos en su cerebro durante su trabajo en Afganistán y Chechenia.

¿Cómo pudo disparar cuatro balas a través de una pared cuando su mano estaba vacía? La respuesta era que tuvo una pistola en la mano, con una bala en la recámara y dispuesta, antes de ser consciente de ello. Aunque su patrón le habría comprado cualquier arma y cartuchera que hubiera pedido, Sokolov había decidido quedarse con una Makarov: la pistola rusa estándar, un arma pequeñita y semiautomática que se alojaba en una extraña e ingeniosa cartuchera. Al contrario de la mayoría de las cartucheras, que eran callejones sin salida (solo podías sacar el arma tirando, la culata primero), la cartuchera de los Spetsnaz era una especie de raíl por el que la pistola se movía a través. Cuando no pasaban cosas malas, insertabas el arma en lo alto del raíl, donde se quedaba, a salvo y segura. Cuando empezaban a ocurrir cosas malas, bajabas la mano hasta la culata de la pistola y empujabas hacia abajo y hasta el extremo del artilugio. Al hacerlo, unas patillas de fijación insertadas en el raíl permitían que la pistola se deslizara y la empujaban hacia arriba, insertando una bala, de modo que para cuando el arma estaba fuera de la cartuchera estaba dispuesta para disparar. Una décima de segundo después de que el negro dijera
«Alá akbar
», Sokolov descubrió que tenía la pistola en la mano exactamente en ese estado. La apuntó al lado del marco de la puerta y disparó cuatro balas lo más rápidamente posible mientras iniciaba una zambullida y rodaba. Un estallido del AK-47 tal vez barriera la zona general donde había estado de pie, pero era difícil asegurarlo: el apartamento se había vuelto bastante ruidoso, y todo lo que podía oír era un zumbido en los oídos. Llegó rápidamente a la habitación siguiente, que era una especie de almacén, quizás una despensa, con un saco de dormir, ahora vacío, en el suelo. El antiguo ocupante del saco se había puesto sigilosamente en pie, había cogido un AK-47 propio y se había asomado furtivamente a la habitación donde el negro estaba mezclando NAFO. Ahora estaba tendido en el suelo, sin hacer gran cosa. Sokolov no podía ver dónde le habían atravesado las balas, pero sí por la expresión vidriosa y mansa de su cara que había sido alcanzado. Mientras hacía estas rápidas observaciones Sokolov empezó a disparar hacia la habitación de la que acababa de escapar, pero el negro había tenido la presencia de ánimo de cambiar de posición y por eso allí no había nadie. Sokolov, tendido ahora de espaldas en un charco de sangre ajena, enfundó la pistola y cogió el AK-47. Era un poco grande y molesto para este entorno, pero sus balas podían penetrar paredes de ladrillo y tenía un cargador más grande.

Algún idiota estaba disparando a la pared encima de él, causando que trozos de escayola le cayeran en la cara. Sokolov verificó que su rifle estaba preparado para disparar, entonces rodó hacia la puerta y le pegó tres tiros a un hombre (no el negro, sino un árabe con barba) que era el que estaba disparando. El hombre se envaró y con la misma rapidez se quedó flácido, y Sokolov le disparó un tiro adicional, apuntando con más cuidado a su centro de masa. El árabe cayó. Sokolov no tenía ninguna deuda de que el negro le había ordenado ocupar esa posición con órdenes de cubrirlo. Esto implicaba que, (a) el negro estaba al mando, y (b) intentaba escapar del apartamento. Un instinto profundamente enterrado, la emoción de la caza, hizo que Sokolov quisiera ir tras él. Entonces una parte superior de su cerebro se hizo cargo. ¿Treinta segundos antes se hallaba en el pasillo preparándose para dar un susto de muerte a un hacker chino y ahora quería perseguir a un militante islámico negro en mitad de un duelo con AK-47 en una fábrica de bombas?

Al mirar más allá del cuerpo caído del árabe, Sokolov pudo ver un extremo de una habitación más grande que casi parecía una discoteca a causa de los destellos de las armas. Lo que estaba pasando allí (y podía ver muy poco) no podía durar mucho. Pudo ver los pies de uno de sus hombres tendido inmóvil en el suelo, junto a la puerta.

La luz se avivaba y fluctuaba.

Desde donde estaba tendido, Sokolov podría haberse arrastrado como un infante por la habitación donde se mezclaba NAFO, pero eso lo habría convertido en presa fácil para cualquiera. Así que se aupó y cruzó la habitación con una zambullida y una voltereta y acabo ante la puerta con el rifle preparado.

Lo recibió una lengua de llamas amarillas que cubrió el suelo. Retrocedió, no antes de que las llamas lamieran su bota y la hicieran prender. Golpeó el suelo con la bota y consiguió apagar el fuego, y un poderoso olor a acetona le llegó a la nariz. Habían alcanzado una de las latas de material.

Cuatro cuerpos completamente inmóviles (dos de ellos rusos) estaban tendidos en el suelo. Tres heridos (uno de ellos ruso) habían renunciado a toda idea de continuar la refriega e intentaban rodar o arrastrarse para alejarse del lago de disolvente en llamas que se extendía rápidamente. La salida se encontraba al otro lado de las llamas; Sokolov estaba atrapado en este lado del apartamento. Todos los disparos tenían lugar en el otro. A través del aire ondulante por encima del fuego, Sokolov vio a hombres en pie y supo que eran el enemigo, ya que los muchachos de los Spetsnaz nunca se exponían de manera tan estúpida. Apuntando y disparando por encima de las llamas, abatió a cinco de ellos con otros tantos tiros. Pero el simple hecho de que estuvieran de pie solo demostraba que los hombres de Sokolov estaban muertos o se habían retirado al pasillo.

Una lata de algo reventó con un gran chorro de llamas que lo obligó a salir de la habitación y entrar en el lugar donde estaban mezclando NAFO. Empezó a cerrar la puerta. Todas las ventanas tras él habían sido destruidas por balas perdidas, y el fuego, ansioso de oxígeno, absorbía a través de ellas un torrente de aire. El viento clavó los dientes en la puerta y la cerró de golpe. Pequeños agujeritos redondos empezaron a aparecer en ella, y las astillas volaron por toda la habitación.

La cantidad de ruido que emanaba del apartamento de arriba fue literalmente sobrecogedor en el sentido en que Marlon y sus amigos reaccionaron a él de forma física, como si unas manos gigantescas estuvieran apretujando sus vísceras. Su instinto fue tirarse al suelo. Una línea de cráteres se esparcieron por el techo. Tardaron un rato sorprendentemente largo en comprender que eran producto de las balas.

Si unos desconocidos hubieran venido a aporrear su puerta, tal vez habrían reaccionado con algo más de rapidez. Siempre habían especulado con lo que harían si el proyecto del virus conducía a una redada policial. La mayor parte de esa discusión iba en la misma onda de «¿Y si Xiamen fuera tomada por los zombis?». Porque las probabilidades de que la OSP se molestara con las actividades de un nido de escritores de virus no eran mucho más altas que las de una plaga de zombis. Pero habían hablado del tema de todas formas y llegado a la conclusión de que escapar a través de la escalera principal del edificio quedaba descartado. Los policías, o los zombis, estarían allí a montones. Más importante: no era ni inteligente ni lo bastante guai: carecía del estilo hacker.

La corriente en el edificio no era de fiar, y por eso tenían en sus ordenadores sistemas de alimentación ininterrumpida (SAIS) para proporcionar reservas durante los apagones. Los SAIS tenían alarmas que avisaban cada vez que se cortaba la energía: era una advertencia para apagar el ordenador antes de que se agotara la batería.

Esta mañana, Marlon había despertado con el sonido de varios SAIS zumbando y chirriando. No había nada terriblemente novedoso en ello. Sin embargo, normalmente, cuando la corriente se iba, tardaba un rato en volver, y los avisos continuaban. Pero hoy no. Hoy había habido un breve corte, de menos de un minuto. Suficiente para despertar a Marlon. Pero unos pocos minutos más tarde hubo una serie entera de avisos breves que hicieron que las alarmas chirriaran de forma repetitiva: grupos de tres pitidos, a veces más largos, a veces más cortos.

Alguien había intentado enviarles una señal. No tenía ni idea de quién lo estaba haciendo, ni qué era el mensaje, pero algo en aquella situación disparó todos los nervios paranoicos del cuerpo de Marlon. Revisó el plan de evacuación. Conocía bastante bien a sus compañeros de apartamento y le pareció probable que hubieran llegado al mismo estado mental.

Si un ataque zombi se hubiera materializado, entonces tal vez habrían tenido una idea de cómo responder. Pero un estupendo ametrallamiento a tutiplén en el apartamento de encima no era una eventualidad en la que hubieran pensado y por tanto no supieron reaccionar durante un momento.

En realidad no querían conocer a sus vecinos, ni ser molestados por ellos; y por eso siempre habían intentado tratar a sus vecinos exactamente de la misma forma. Esto era una política fija de Marlon. Era el mayor de todos, con veinticinco años. Llevaba viviendo en lugares como este unos diez años, o desde que abandonó la escuela secundaria para convertirse en
zhongguo kuanggong
, minero de oro chino, y dedicándose al oficio de
dailian
o guerrero acumulador de poder, en World of Warcraft, y vendiendo personajes de alto nivel a clientes en
Omei
: Europa-América. Al principio solo dormía, no trabajaba, en lugares como este. Cada día se levantaba e iba haciendo botar su pelota de baloncesto por las calles de Xiamen hasta un edificio de oficinas que un par de cientos de mineros usaban por turnos. Pero desde que cualquiera podía hacer esto desde cualquier ordenador con acceso a Internet, no había motivos para trabajar para una compañía que se quedara con parte de tus ganancias, por eso tras un par de años, él y una docena de otros
zhongguo kuanggong
se separaron y establecieron su propio grupo en un apartamento donde todos ellos habían trabajado y la mayoría había vivido.

Esto duró al menos dos años. El grupo actual de Marlon (el de este apartamento) se creó tras una lenta divergencia entre dos facciones que se hizo demasiado amplia para ser ignorada. Una se hizo más conservadora con el tiempo y empezó a buscar un estilo de vida más estable. Empezaron a buscar un regreso más firme y seguro al mercado doméstico, donde podían diversificarse entre un número de juegos basados en China, especialmente el Aoba Jianghu, para así no tener que preocuparse por ser descubiertos por Blizzard, la compañía que dirigía World of Warcraft y había hecho activos esfuerzos por echar del negocio a los mineros de oro. La facción de Marlon, por otro lado, decidió buscar mayores oportunidades, aunque con riesgos más altos, al concentrarse en WoW para el mercado extranjero.

O al menos eso era lo que habían discutido; era el motivo ostensible para la secesión. Pero en realidad se debía al orgullo. Algunos de los mineros se sentían avergonzados porque vivían en apartamentos abarrotados y se ganaban la vida de esta forma. Querían salir, o si no podían salir, querían cambiar la naturaleza esencial del trabajo. El grupo de Marlon, por otro lado, se sentía a gusto con lo que estaban haciendo. No lo consideraban peor que cualquier otra ocupación, e incluso era mejor que la mayoría; estaban creando un producto y lo vendían a un mercado, no tenían que soportar jefes gilipollas ni condiciones de trabajo peligrosas, y siempre estaban alerta en busca de nuevas oportunidades.

De ahí vino la división y el traslado a un apartamento distinto. Casi al mismo tiempo, apareció T’Rain. Lo abrazaron de inmediato, encantados porque había menos riesgo: había sido creado por el fundador de Aoba Jianghu, estaba designado desde sus placas tectónicas hacia arriba para ser amable con los da O shou, como ahora se llamaban a sí mismos, los Creadores de O(ro). Y habían sido felices con T’Rain durante un tiempo.

Pero con menos riesgo vino más control. Se hizo más difícil dar un gran golpe cuando sus movimientos estaban siendo tan meticulosamente vigilados, analizados y controlados por los contables de Seattle.

Era eso, o bien habían llegado con la ilusión adolescente de que podían de algún modo dar un gran golpe, y luego habían crecido.

En cualquier caso, después de que los da O shou llevaran trabajando un par de años, empezaron a resignarse al hecho de que iban a tener que seguir así posiblemente el resto de sus vidas, y habían desarrollado una cadena de resentimiento. El inteligente pueblo chino había creado esta industria de minería de oro y la había mantenido ante los ataques más decididos de Blizzard, pero los creadores de T’Rain, usando a
Nolan
Chu como perro de presa, los habían fagocitado y los habían convertido en una colonia de extracción de recursos.

Durante los días de WoW, era corriente entre los
zhongguo kuanggong
ser víctimas de ataques furibundos (implacables persecuciones en el mundo del juego) por parte de jugadores racistas de
Omei
que habían descubierto que era divertido MaV (matar al ver) a cualquier personaje que sospecharan que perteneciera a un jugador chino. Las identidades en el juego de esos atacantes eran bien conocidas. Marlon y varios de sus camaradas habían formado una cofradía compuesta solo por chinos llamada los Boxers: una banda poderosa pero no indestructible de saqueadores que cazaba a sus enemigos y los acosaba hasta el punto de que tenían que liquidar a sus personajes y crear nuevas cuentas bajo otros nombres. Los Boxers permanecieron en estado durmiente cuando todo se trasladó a T’Rain. Sin embargo, más recientemente, habían revivido. No obstante, en su nueva encarnación, no se contentaron con ir por ahí atacando a los atacantes. En cambio, se apoderaron de un trozo de territorio en la región de las montañas Torgai y la defendieron contra todos los que llegaban, expandiéndose lentamente y progresando. REAMDE era solo el último (y con diferencia el más lucrativo) de los planes para ganar dinero que habían lanzado desde su enclave rebelde. Habían conseguido suficiente oro para contratar un apartamento más grande, tal vez incluso una
suite
de oficinas, pero Marlon, el avezado veterano, que había visto muchos de esos planes ir y venir, se mostró reacio. Este lugar era un estercolero, pero era un estercolero barato, estaba convenientemente localizado respecto a un
wangba
con un policía fácil de sobornar, el casero no hacía preguntas ni los molestaba, y no había ningún motivo importante para mudarse. Muchos de los otros inquilinos parecían pensar lo mismo.

BOOK: Reamde
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