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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (148 page)

BOOK: Reamde
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—Podría ser tu tío —dijo Olivia. Probablemente el peor consejo para Zula, que respondió soltando los frenos y dejando que la bicicleta corriera colina abajo a una velocidad que estaba al borde de hacerle perder el control. Consiguió frenarla lo suficiente para evitar salir despedida en la siguiente curva, le dio media vuelta, ganó de nuevo velocidad, y entonces tuvo que frenar en seco para evitar chocar de frente con un quad pintado de camuflaje que venía en dirección contraria.

Conducía el tío Jake y el tío John iba en el asiento de atrás, y ambos llevaban rifles y tenían expresiones preocupadas. La transformación que se produjo en sus caras cuando descubrieron a Zula bloqueándoles el paso fue, esperaba, algo que ella recordaría durante el resto de su vida y contaría a la gente en la reunión.

Richard, naturalmente, había empaquetado las cosas a la carrera, con Jones siguiéndolo por el Schloss apuntándolo con una pistola y diciéndole que fuera más rápido. No había escasez de ropas de abrigo entre las que elegir. Todo era material para practicar el esquí; el Schloss no era un albergue de caza. Ahora llevaba puesta una parka amarilla y pantalones rojos para la nieve, con guantes blancos y un gorro azul. Debajo llevaba una camisa verde de franela y pantalones vaqueros. Así que podía hacerse levemente menos conspicuo quitándose la ropa de fuera, al coste de morirse congelado.

Qian Yuxia llevaba justo lo que mandaban los cánones para ese tipo de situaciones: camuflaje de la cabeza a los pies. Cuando Richard recalcó la disparidad, más por humor negro que por otra cosa, ella inmediatamente se ofreció a cambiarse la ropa con él. Pero esto habría llevado un montón de tiempo; las ropas de ella no habrían cubierto gran parte de su cuerpo, y se habría quedado congelada en ropa interior o bien sería un destello de colores primarios en la mira telescópica de Jahandar.

Entonces ella se ofreció a coger la escopeta, buscar un buen sitio donde esconderse, y cargarse a Jahandar cuando pasara. Richard no se lo habría tomado en serio si lo hubieran propuesto otras mujeres de la edad y la estatura de Yuxia. En su caso, le pareció completamente plausible. Pero habría sido la primera vez que ella disparaba un arma. Solo tendría una oportunidad. Tendría que esperar a que él estuviera muy cerca; si calculaba mal la distancia y disparaba demasiado pronto, fallaría, o solo lo heriría levemente, y entonces él la haría pedazos con las balas de alta velocidad mientras Richard observaba indefenso desde un escondite. No era la forma en que Richard quería pasar sus últimos minutos en la tierra.

Se estaban quedando sin tiempo, hablando demasiado. Yuxia se estaba convirtiendo en un problema, ya que no se contentaba con nada que no fuera un papel activo en la muerte de Jahandar. Más abajo en la pendiente sonaban leves ruidos de roce, que podían explicarse de muchas formas, pero era más prudente asumir que era el francotirador que se acercaba.

Lo zanjaron de la siguiente forma: Richard bajó por el camino en zigzag en el que se encontraban y se agazapó tras el cepellón de un árbol enorme que se había desplomado por la pendiente. El cepellón tenía al menos tres metros y medio de diámetro, un hirsuto estallido de raíces enormes pero poco profundas, los intersticios enmasillados con barro marrón y moho. Se alzaba sobre él casi como una pared vertical. No podía haber quedado mejor oculto; Jahandar podía escrutar la pendiente todo lo que quisiera, podía ascender el camino en zigzag que corría diez metros más abajo de donde Richard estaba agazapado y nunca sospecharía que estaba allí. Pero, por el mismo motivo, Richard no podía ver a Jahandar.

Yuxia mientras tanto se dirigió a un lugar directamente colina arriba donde podía agazaparse entre la maleza y vigilar, casi completamente invisible desde abajo. Tenía una visión panorámica de la pendiente bajo ella y podía mirar a Richard a la cara desde una distancia de unos dieciocho metros. Esperaría a que Jahandar pasara justo por debajo de Richard y alzaría ambas manos al aire en el momento en que el francotirador estuviera justo debajo del cepellón, moviéndose lateralmente a lo largo del sendero en zigzag de abajo.

Richard esperó, observando la cara de Yuxia y prestando atención a los sonidos del bosque.

Pasaron diez minutos de lo que casi fue una sensación de éxtasis, en lo que a Richard respectaba.

Zula estaba viva. La había visto. Pero eso no explicaba el éxtasis. Después de todo, Chet había muerto. Aún más, había un piloto malherido esperando ser rescatado en lo alto de la montaña. Toda la felicidad que sentía por Zula debería ser contrarrestada por la tristeza hacia ellos.

Pero no era el caso.

Se encontraba en el hermoso paisaje salvaje que conocía desde hacía casi cuarenta años, sentado y esperando, alerta y vivo, hecho polvo, medio en
shock
, pero probablemente hasta arriba de endorfinas y adrenalina por ese mismo motivo. Y nadie podía contactar con él a través del teléfono o el correo electrónico, Twitter o Facebook, y molestarlo. Su mente entera, su atención entera estaba enfocada en una sola cosa por primera vez que pudiera recordar.

Disparos ocasionales sonaban más arriba: gente disparándose, le pareció. La mayoría de los disparos parecían tentativos, exploratorios. ¿Cómo lo llamaba John? Reconocimiento por fuego. Pero entonces se produjo un intercambio prolongado, docenas de balas disparadas, algunas con armas semiautomáticas y otras con armas completamente automáticas, y tuvo la sensación de que de algún modo habían llegado a un punto crítico.

Sabía que un bando de esta pequeña guerra tenía que ser Jones y sus yihadistas, ¿pero quién estaba en el otro bando? ¿Había llegado por fin la policía? Si era así, ¿por qué no habían traído helicópteros?

Esas disquisiciones hicieron que su atención flaqueara durante algún tiempo, mientras que le dificultaban también oír ruidos más sutiles que llegaban del sendero de abajo.

Advirtió que Yuxia gesticulaba furiosamente. Eso le causó un retortijón de culpa, ya que le dio la impresión de que llevaba algún rato haciéndole señales más discretas y él no se había dado cuenta, obligándola a hacerse más obvia.

La expresión de Yuxia se volvió desconsolada antes de que la muchacha desapareciera de la vista.

Un poderoso estampido sonó en lo que parecía estar justo encima del hombro de Richard, y el barro y el moho explotaron en la pendiente justo detrás de donde la cabeza de Yuxia se hallaba un momento antes.

Jahandar debía de haber subido por el sendero tras Richard y lo había adelantado, y al mirar colina arriba había visto a Yuxia agitando los brazos.

Oyó el cerrojo del rifle, expulsando el casquillo vacío y cargando una nueva bala. Luego el roce de tela. Luego el sonido, sorprendentemente nítido y claro en el aire tranquilo, del percutor de un arma al ser amartillado.

¿Por qué cambiaba Jahandar a una pistola?

Porque había visto a Yuxia haciendo gestos, intentando llamar la atención de alguien abajo. Sabía que había alguien escondido allí. Esperándolo. Y el lugar obvio donde esconderse era el cepellón que se encontraba solo a unos pocos metros de donde Jahandar estaba. El rifle de francotirador no iba a servirle de mucho en ese tipo de lucha.

Se oyó un rumor lento y sutil cuando Jahandar salió del sendero y se internó en la espesura, buscando un modo de rodear a Richard por el flanco.

Richard había revisado cien veces la escopeta para comprobar que había una bala cargada, y se obligó a no hacerlo de nuevo, ya que haría ruido. Bajó la mirada e inspeccionó la palanca de seguridad para asegurarse de que aparecía el punto rojo. Estaba lista para disparar.

Se había acurrucado en un hueco entre las raíces del árbol muerto, lo cual podía no ser la mejor de las situaciones ya que constreñía su campo de visión, limitando el movimiento de su brazo. Estaba pensando cómo mejorar el estado de las cosas sin hacerse matar cuando su mirada se posó en una piedra redonda, del tamaño de una pelota de béisbol, que había quedado atrapada hacía cientos de años en el sistema de raíces de ese árbol y que sobresalía del barro junto a su rodilla. Recordando un truco que usaba de niño, al acechar y ser acechado por John en el barranco del arroyo de la granja, actuó en ese momento sin pensar. Hasta este punto había estado empantanado en una especie de fría melaza mental. Pero entonces extendió la mano izquierda, agarró la piedra, la sacó de su matriz de barro, y la lanzó a unos matorrales a unos cinco metros a su derecha. La piedra voló sin hacer ruido, probablemente invisible, y luego rozó los matojos y golpeó el suelo con un ruido súbito y sorprendente. Jahandar respondió al instante, disparando una bala, volviendo a cargar. Eso descubrió su posición: demasiado a la derecha para que Richard pudiera dispararle sin apartarse del cepellón. Considerando que era ahora o nunca, Richard se impulsó con el culo contra las raíces, giró sobre el pie derecho mientras el izquierdo se movía como el brazo de un compás que trazara un ángulo de noventa grados. Al mismo tiempo se llevó la escopeta a la cara y apuntó, preguntándose dónde demonios iba a aparecer Jahandar en su línea de visión. Finalmente lo vio con su visión periférica y advirtió que no había girado lo suficiente: le dio un impulso extra a sus caderas. Su pie izquierdo caía, un poco antes de lo que le habría gustado; trató de alzar la rodilla, retrasar la pisada, darse un poco de rotación extra, pero el resultado fue que el pie se le enganchó en una raíz y se torció de mala manera. Cayó hacia la izquierda, perdido el equilibrio, todavía sin tener un lugar donde plantar el pie izquierdo, que se posó con fuerza y sin control en lo que quiera que hubiese allí. Fuera lo que fuese, era resbaladizo e irregular e hizo que su pie se torciera de un modo que no era el esperado. No sintió dolor, todavía. Había dejado de mirar a Jahandar solo una fracción de segundo. Devolvió ahora su atención al punto de mira. Richard se sintió tentado de disparar a ciegas, pero mantuvo el dedo apartado del gatillo, consciente del número limitado de cartuchos en el cargador. El reconocimiento por fuego no iba a funcionar para él.

Agacharse parecía una buena idea así que se dejó caer, cosa que ya estaba haciendo de todas formas: su tobillo estaba bien fastidiado, y la primera punzada de dolor recorrió su pierna hasta su cerebro. Apartó la mano izquierda del guardamanos y dejó que el cañón quedara en vertical unos instantes mientras caía de culo, usando la mano izquierda para detener un poco la caída.

Entonces alzó la cabeza y vio a Jahandar mirándolo a través de una abertura entre las retorcidas raíces, a menos de tres metros de distancia. Jahandar estaba alzando su revólver para apuntarle.

Richard, que había estado a merced de la gravedad un segundo antes, la notó ahora demasiado débil y lenta para bajar el cañón de la escopeta con la rapidez que le gustaría. En vez de esperar a que le dispararan, torció el cuerpo hacia un lado, se apoyó en la espalda y luego el costado, girando. Un hombre más joven en terreno mejor podría haber seguido rodando y disparando a la vez, pero Richard tropezó con piedras y raíces a la mitad de esa maniobra y se encontró en la peor situación posible de tener que levantarse apoyándose en las manos y las rodillas con el culo apuntando directamente en dirección a Jahandar y con la escopeta en el barro. ¿Cómo podía salir todo tan mal? Era como en las historias de Vietnam de John, las que contaba cuando estaba borracho y le daba por llorar. Una pistola disparaba, disparaba, disparaba. Richard no estaba muerto aún. Su mente había registrado algo extraño en esos disparos, pero no había tenido tiempo de pensar en ello todavía. Una eternidad más tarde cayó pesadamente de culo, finalmente de cara al enemigo, finalmente con la escopeta donde la quería. Esperaba ver a Jahandar apuntándolo con la pistola, el fuego brotando del cañón y chamuscando la parka de nailon de Richard, pero el yihadista se había vuelto a mirar colina abajo y se había agachado, de forma que solo mostraba la curva de su espalda.

Los disparos no procedían de la pistola de Jahandar. Debía de ser Seamus, disparando desde más lejos.

Richard, aprovechando la pendiente, rodó hasta ponerse en pie, vio con más claridad el centro de masa de Jahandar, apuntó con la escopeta, y disparó. Entonces se desplomó de cara contra el cepellón mientras su tobillo cedía bajo su peso. Una raíz rota le golpeó en el ojo. Alzó la mano involuntariamente, y la escopeta cayó en su regazo. Se oyó a sí mismo soltar un breve grito.

En el silencio que siguió, una suave pisada, muy cerca. Alzó la cabeza y miró con su único ojo operativo y no vio más que el bosque moviéndose con él. La escopeta resbaló de su regazo como moviéndose por voluntad propia.

Qian Yuxia tiró hacia atrás del guardamanos. Bruscamente. Un cartucho vacío salió volando y rebotó en la cabeza de Richard. Ella volvió a cargar, se llevó la escopeta al hombro. Alguien dijo, con voz borboteante:


Alá akbar
.

Pero la última sílaba quedó enterrada en el estampido que brotó por la boca de la escopeta.

—Bien —dijo una voz. La voz de Seamus—. Pero no te acerques tanto a él la próxima vez. He estado a punto de joderte viva.

—Sigue soñando —dijo Qian Yuxia.

Sokolov vio la partida de Olivia y Zula con una enorme sensación de alivio: una emoción que, naturalmente, nunca compartiría, ni insinuaría, con aquellas dos estimables mujeres. A esas alturas ya había visto lo suficiente de ellas para saber que eran más frías bajo presión, y era mejor estar con ellas en una situación difícil que con 999 de cada 1.000 mujeres. Pero su presencia lo obligaba a desviar una fracción significativa de su atención a considerar sus necesidades, responder a sus preguntas, y mantenerlas con vida. En la mayoría de las circunstancias no habría sido un problema, y se habría sentido más que satisfecho con el placer de su compañía. Pero este asunto iba a convertirse en un problema formidable, y tenía que pensar en él dejando a un lado todo lo demás.

El entorno era, en conjunto, notablemente similar a Afganistán. Los yihadistas se sentirían allí como en casa, sabrían de forma instintiva cómo moverse, dónde buscar refugio, cómo reaccionar. Sokolov, naturalmente, había estado en Afganistán. Pero fue hacía mucho tiempo, y la mayor parte de su trabajo desde entonces había tenido un carácter decididamente urbano. Ventaja para Jones.

Había más. Sokolov estaba solo, al menos hasta que Zula y Olivia pudieran regresar al complejo donde los fanáticos (aquellos talibanes americanos) vivían con todas sus armas y sus municiones y su material acumulado y a mano. Incluso así, no estaba claro hasta qué punto esta gente podía convertirse en una fuerza efectiva con tan poco tiempo. Estaba claro que los parientes de Zula estaban bien armados y tenían bien cubierta la parte de la puntería en su currículum. Pero los reclutas militares pasaban solo una pequeña porción de su tiempo haciendo prácticas de tiro; otras formas de instrucción eran más importantes. Incluso suponiendo que salieran de sus búnkers con sus rifles de asalto y sus caros cuchillos, podrían ser más un riesgo que una ayuda para Sokolov. No tenía forma de comunicarse con ellos. Era igual de probable que lo identificaran como amigo que como enemigo. Pronto podría tener no un grupo de hombres de las montañas bien armados intentando matarlo, sino dos. Ventaja para Jones.

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