—Estoy en la puerta trasera —dijo por el walkie-talkie, hablando en waziri, un dialecto del sur de Irán. Conseguí entenderlo—. No… la puerta está cerrada pero creo que los bomberos quieren entrar. Están golpeando la puerta. —Escuchó durante unos instantes, pero la voz del otro extremo era demasiado confusa y no pude comprender lo que decía—. De acuerdo —dijo, y apagó la radio.
En un inglés casi perfecto, dijo:
—Vale, vale, ya voy.
Abrió la puerta y el agente de la policía estatal llenó el umbral con todo su cuerpo y apuntó al hombre en toda la cara con la linterna.
—¿No me estaba oyendo llamar a la puerta, señor? ¿No ha oído la explosión? ¿Cómo es que no sabe que la mitad de los bomberos del condado están en su aparcamiento?
Tal y como le habían ordenado, el agente comenzó un acalorado discurso que provocó una reacción defensiva en el otro hombre, y en pocos segundos ambos estaban inmersos en un concurso de gritos. Estaba claro que el iraní se estaba arrepintiendo de haber abierto la puerta, pero ahora estaba metido en su papel, representando al trabajador agraviado y despistado que no quería ser partícipe de lo que había ocurrido en el muelle. No dejaba de gritar que era el supervisor de un pequeño equipo que estaba planificando renovaciones para un edificio que ya se había vendido. Gritó nombres y números de teléfono para que llamase la policía. También le dijo al poli que le quitase la puta linterna de la cara. Y tuvo que repetirlo tres veces antes de que el agente le hiciese caso. Tanto el iraní como el agente gritaban como verduleras. Comprobé el reloj. La discusión había durado dos minutos. Ahora en cualquier momento otro agente mandaría llamar al tiarrón y ambos dejarían que el supervisor volviese a sus quehaceres; y claro, oí a Gus Dietrich llamando al poli.
—El inspector del Departamento de Bomberos necesitará que le firme un formulario de autorización —gritó el agente.
—Vale, vale, está bien. No me agobie. Esto es una gilipollez. Aquí tiene la tarjeta del abogado que lleva todo esto. Estará encantado de ocuparse de lo que haga falta.
El agente le sacó la tarjeta de entre los dedos al iraní y se marchó hecho una furia. Fue impresionante, con la cantidad exacta de indignación.
El iraní volvió a cerrar la puerta y comprobó dos veces la cerradura. Volvió a encender el walkie-talkie y en un rápido waziri relató lo que estaba ocurriendo.
—De acuerdo —dijo finalmente—, regreso ahora mismo.
Guardó la radio en el bolsillo, echó un último vistazo a su alrededor, sacó su AK-47 de la taquilla y volvió a marcharse por el pasillo. Esperé un minuto antes de levantarme, hasta que se desvanecieron sus pasos. Los demás también salieron de su escondite y se reunieron conmigo.
—Skip, vuelve a vigilar la entrada —susurré—. Si ves cualquier cosa, aunque sea una cucaracha, haz dos señales con el silenciador del intercomunicador. Top, Bunny, quiero que ambos mantengáis esta posición. Ollie, tú vienes conmigo. A partir de ahora nombres en código y solo armas pequeñas.
Ellos asintieron y empezaron a moverse. Skip se arrodilló en posición de tiro utilizando una fila de taquillas para cubrirse. Había suficiente luz, pero solo la justa para ver; y si las luces se apagaban teníamos gafas de visión nocturna. Bunny se colocó detrás del muro bajo que serviría de búnker si nos atrapaban. Top se fue al otro lado de la sala y desapareció entre las sombras.
Ollie examinó el pasillo ensombrecido.
—Despejado —murmuró. Y nos adentramos en las entrañas de la bestia.
Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 3.15 a. m.
El edificio estaba tan silencioso como una tumba y tan frío como una cámara frigorífica. Detestaba aquello por lo que implicaba. Lo único que se oía era el murmullo débil de los compresores de refrigeración en la parte opuesta del almacén. Las suelas de goma no hacían ruido mientras Ollie y yo avanzábamos, pegados a la pared, buscando cámaras de seguridad y saltando de sombra en sombra.
Por los esquemas sabía que había un pasillo central que atravesaba el edificio de lado a lado. Todo eso estaba en los planos originales, pero el pasillo que teníamos delante no parecía lo suficientemente largo como para serlo. No teníamos planos que mostrasen las reformas realizadas desde que la planta entró en suspensión de pagos. El pasillo continuaba en línea recta durante unos noventa metros y luego se sumergía en las sombras, que eran lo suficientemente densas y podrían ser una pared. Cada nueve metros aproximadamente había unas pesadas puertas de acero y cuando llegamos a la primera comprobamos centímetro a centímetro el suelo, las paredes y el techo en busca de cámaras, pero no vimos ninguna.
La primera puerta a la que llegamos tenía una cerradura de tarjeta sencilla. Nada que nos detuviese demasiado tiempo si teníamos un apuro.
—Micro —dije, y Ollie sacó del bolsillo dos pequeños dispositivos. El primero tenía el tamaño de un sello de correos y estaba pintado de un color gris neutro. Me lo dio, yo le quité la cubierta de plástico transparente que traía para exponer los productos químicos fotosensibles y luego lo presioné contra la puerta de metal durante tres segundos. Cuando acabé de contar, saqué la tira y vi que ahora era del mismo color que la puerta. Le di la vuelta y le quité la cinta del otro lado para descubrir un fuerte adhesivo, y luego lo presioné contra la puerta a nivel de las rodillas, en un lugar en el que nadie se fijaría al abrirla. Examiné los resultados y Ollie y yo intercambiamos levantamientos de cejas. A menos que uno sepa exactamente dónde mirar, aquella cosa era invisible y se integraba por completo en la pintura de la puerta. Supuestamente, esos pequeños micrófonos camaleónicos tenían un lector increíble y podían enviar información a cuatrocientos metros.
—Genial —dijo Ollie mientras me entregaba el segundo dispositivo, un disco de plata del tamaño de un céntimo. Le quité el adhesivo posterior y coloqué el dispositivo en la parte inferior del lector de tarjetas. El micro no haría nada a menos que alguien utilizase una tarjeta para abrir la puerta y, entonces, grabaría el código magnético y lo transmitiría de inmediato al DCM, donde sería procesado en el MindReader y desde allí nos reenviarían el código. Todos llevábamos llaves maestras que los técnicos del DCM podían programar a distancia. Noventa segundos después de que alguien utilizase una tarjeta, todas nuestras tarjetas tendrían el mismo código. Nuestras tarjetas maestras podían almacenar hasta seis códigos diferentes. Church tenía unos juguetitos fantásticos, pero esperaba que funcionasen tan bien como habían prometido.
Toqué mi auricular.
—Primero colocado.
Seguimos por el pasillo y repetimos el proceso en cada puerta. Contando ambos lados del pasillo, había once puertas en total. Luego el pasillo acababa en forma de «T» y se bifurcaba en dos pasillos más cortos, uno a cada lado.
—¿Nos dividimos? —sugirió Ollie.
Yo asentí.
—Haz una señal con el silenciador si encuentras algo, dos si necesitas que vaya corriendo.
—Entendido —dijo, y luego desapareció.
Esta parte del edificio no tenía mucha luz. Los fluorescentes colgaban de cables como escombros atrapados en una tela de araña gigante. El techo estaba agrietado y caían gotas de una tubería dañada en alguna parte de la pared. El suelo estaba húmedo y el olor era terrible. Me incliné hacia delante muy despacio. Me pensé si utilizar las gafas de visión nocturna, pero todavía había luz suficiente para ver el camino. Mis pies tocaron algo y, al mirar hacia abajo, vi el cuerpo hinchado de una rata muerta con los ojos y la boca abiertos y la lengua colgando. La esquivé y seguí avanzando hasta que llegué a la primera puerta. Estaba cerrada y bloqueada por una hilera de papeleras metálicas abolladas llenas de todo tipo de basura: abrigos viejos, paraguas torcidos, juguetes rotos, periódicos y pañales sucios. A pesar del frío había moscas por todas partes y el hedor era más fuerte. Contuve el aliento mientras colocaba el micro y el escáner de tarjetas y di gracias a Dios cuando pude moverme.
En el pasillo había más basura. Cosas raras. Un balón de fútbol desinflado sobre una zapatilla de deporte del pie izquierdo completamente nueva. Un maletín abierto cuyos papeles habían sido desperdigados y se habían empapado con el agua llena de óxido. Un teléfono móvil aplastado. Dos frisbees y un sujetador con relleno. Media docena de iPods. Docenas de cartas, la mayoría facturas y correo basura, todavía con los sellos. El cuerpo desmembrado de una Barbie sin cabeza. Un carrito de la compra volcado lleno de latas de aluminio.
Al ver la basura tirada en el agua oscura y llena de óxido me entraron escalofríos. Me vinieron a la cabeza pensamiento malos y la parte cuerda de mi cerebro me decía que diese media vuelta y que pusiese pies en polvorosa. Seguí avanzando para colocar los micros en las tres últimas puertas antes de llegar a otra intersección. Con la pistola agarrada con ambas manos, me pegué a la pared más cercana y me asomé rápidamente a la esquina, sacando la cabeza varias veces y analizando los destellos de imágenes. Lo que vi me produjo un escalofrío helado por toda la espalda.
Joder, pensé, que no sea lo que yo creo.
Giré la esquina, todavía buscando cámaras y amenazas, con el cañón de la pistola siguiendo mi línea de visión para que apuntase a cualquier lugar donde mirase. Delante de mí había una gran puerta doble. No era la puerta ni siquiera la fetidez lo que me hacía sentir que no tenía aire suficiente para respirar. En el suelo había más montones de ropa, de efectos personales y de residuos humanos. Algunos parecían nuevos, intactos. Parecían cosas que le habían sacado a personas corrientes. A muchas personas corrientes.
La puerta estaba cerrada con un gran candado que unía dos arandelas de metal que habían sido soldadas al marco de acero de la puerta. La puerta, las paredes colindantes y el suelo estaban empapados de una substancia viscosa que al secarse se había puesto de color marrón chocolate. Al inclinarme vi que, ocultos entre la mugre esparcida, había cables que iban pegados a la pared y luego desaparecían por unos pequeños agujeros que habían sido taladrados en el hormigón. Me giré y seguí los cables por la pared durante unos metros hasta donde desaparecían, detrás de un extintor de incendios que había en la pared, a la altura del pecho. Una trampa explosiva. También bastante bien escondida. La pregunta era si la carga estaba dentro del extintor o dentro de aquella sala cerrada. O en ambos sitios.
A la mierda. Di unos pasos hacia atrás con cuidado y luego me detuve y miré la parte de debajo de la puerta, donde se juntaba el agua. El agua que estaba más cerca de la puerta era de un color óxido más intenso y más rojo, como si al otro lado hubiese algo que incrementase el pigmento de la mezcla.
De repente lo entendí, me levanté rápidamente y me separé de la puerta. El corazón me empezó a martillear mientras un miedo ancestral me inundaba el pecho. Miré detenidamente el agua y las manchas de las paredes mientras digería el terror ante lo que estaba viendo. La mugre oscura que manchaba las puertas no era lodo y el agua no estaba manchada de óxido.
Cada gota de aquello era sangre.
Crisfield, Maryland / Miércoles, 1 de julio; 3.23 a. m.
Di un paso hacia delante y me acerqué todo lo posible a la puerta sin tocarla. Al otro lado había silencio. Pero era un silencio extraño, como cuando alguien está conteniendo el aliento al otro lado del teléfono. Sabes que está ahí, pero no oyes nada. Todo aquello no me gustaba ni un pelo y volví a la intersección del pasillo. No había señales de Ollie ni se oían ruidos procedentes del lugar hacia el que había ido. Aquel silencio tampoco era nada bueno, pero no era igual que el que había sentido o imaginado al otro lado de aquella horrible puerta.
Me agaché detrás de las papeleras metálicas y pulsé el auricular para abrir un canal seguro con el DCM.
—Diácono, ¿me oye? Soy Vaquero —dije, utilizando los nombres en clave que habíamos acordado antes de salir. Rudy fue quien sugirió el mío. Conociendo el sentido del humor militar, podría haber sido mucho peor. Conocí a un tío en los Rangers a quien le pusieron el nombre en clave de Cindy-Lou Who.
—Te escucho, Vaquero, aquí Diácono. —Los auriculares eran tan buenos que era como si Church estuviese detrás de mí susurrándome al oído.
Informé rápidamente de lo que había encontrado, incluida la puerta cerrada y la sangre.
—Déjelo por ahora. La retransmisión de vídeo se cortó en cuanto entraron en el edificio. No estamos recibiendo información por el método inalámbrico. La señal de audio es fluctuante, pero sigue funcionando. Supongo que serán bloqueadores de señal. ¿Cuál es el estatus de su equipo?
—Scarface está dando un paseo por el pasillo. Joker está vigilando y el resto del equipo está esperando junto a la puerta. —Decidí darle a mi equipo los apodos que les había puesto mentalmente cuando les conocí. Joker, Scarface, Sargento Roca y Gigante Verde—. Una cosa: la temperatura ambiente de todo el edificio apenas supera los cero grados. Está climatizado. Confirme que lo ha entendido.
—Lo confirmo. —Hubo una ligera pausa y me di cuenta que ambos estábamos pensando lo mismo. Church dijo—: Usted decide, Vaquero. O vuelve a casa y se va a dar un paseo u organiza una fiesta.
—Le escucho. —Hice una pausa y pensé en mis opciones—. Seguiré dando un paseo. Sin embargo, todas las opciones siguen abiertas. Confirme que Amazing está en la estación. —Amazing era el diminutivo de Amazing Grace, la canción religiosa.
—Afirmativo.
—Corto y fuera. —Volví a pulsar el auricular para conectarme al canal del equipo.
—Scarface, ¿dónde estás?
No hubo respuesta, ni siquiera una señal con el silenciador.
—Scarface… soy Vaquero. ¿Me escuchas?
Nada. Mierda. Eché un vistazo al pasillo, pero seguía tan vacío como antes. No me decía nada.
—Gigante Verde y Sargento Roca, a mis seis, ¡rápido y en silencio!
—Te escucho, Vaquero.
Empecé a moverme todo lo rápido que me permitía la prudencia, retomando mis pasos por el pasillo, feliz de alejarme de aquella horrible puerta. En el cruce en forma de «T» hice una pausa y vi el gran cuerpo de Bunny moviéndose rápido hacia mí, con Top Sims dos pasos por detrás de él.
—Scarface se fue por ahí y no responde —dije, y luego les puse rápidamente al corriente sobre la habitación cerrada y sobre los cables de detonación en las paredes.