Authors: Dan Simmons
—Muy bien —dijo Daeman. Se acercó al faxpad.
—Espera un momento —dijo Greogi—. ¿Qué hacemos con el sonie? No faxeará y, si lo dejamos aquí, los voynix lo cogerán. Nos ha salvado la vida más de una vez.
—Oh, mierda —respondió Daeman—. No había pensado en eso.
Se pasó la mano por la cara sucia y manchada de sangre, y Ada vio lo pálido y cansado que estaba bajo la fina capa de energía que proyectaba.
—Tengo una idea —dijo Ada.
La multitud se volvió a mirarla, los rostros amistosos, y esperaron.
—La mayoría de vosotros saben que Savi nos enseñó a algunos cómo usar nuevas funciones el año pasado... cercanet, lejosnet y todonet. Cuando lleguemos al paraíso tropical de Daeman, convocaremos la función lejosnet, veremos dónde está ese lugar, y entonces alguien volverá aquí a recoger el sonie y volará con él hasta nuestra isla. Harman, Hannah, Petyr y Nadie llegaron a la Puerta Dorada de Machu Picchu en menos de una hora, así que no debería hacer falta mucho tiempo para volar al paraíso.
Hubo algunas risas más, muchos asentimientos de cabeza.
—Tengo una idea aún mejor —dijo Greogi—. Los demás faxeáis al paraíso. Yo me quedo aquí y protejo el sonie. Uno de vosotros faxea de vuelta con las direcciones y yo lo pilotaré hasta allí, hoy mismo.
—Me quedaré contigo —dijo Laman, empuñando un rifle de flechitas en su mano izquierda, la mano buena—. Necesitarás a alguien que dispare a los voynix si vuelven. Y para mantenerte despierto durante el vuelo al sur.
Daeman sonrió, cansado.
—¿De acuerdo entonces? —le preguntó al grupo. Todos avanzaron, ansiosos por faxear.
—Esperad —dijo Daeman—. No sabemos lo que nos espera allí, así que seis de vosotros con rifles (Caul, Kaman, Elle, Boman, Casman y Edide) entrad conmigo al pabellón y faxearemos primero. Si todo va bien allí, uno de nosotros volverá en dos minutos o menos. Luego deberíamos hacer pasar a los heridos y enfermos. Tom, Siris, ¿podéis por favor organizar los equipos con las camillas? Luego Greogi supervisará a media docena de vosotros con rifles para montar guardia mientras los demás faxean. ¿De acuerdo?
Todos asintieron, impacientes. El equipo de rifles se acercó a la estrella grabada en el suelo del faxpabellón mientras Daeman colocaba la mano sobre los mandos.
—Vamos —dijo, y pulsó el código de su nódulo deshabitado.
No sucedió nada. El habitual puf de aire y el destello visual que se producía cuando la gente faxeaba y se perdía de la existencia no tuvo lugar.
—Uno a uno —dijo Daeman, aunque los faxnódulos podían faxear fácilmente a seis personas cada vez—. Caul. Colócate sobre la estrella.
Caul así lo hizo, moviendo nervioso el rifle. Daeman pulsó de nuevo el código.
Nada. El viento emitía ruidos mientras la nieve entraba en el pabellón.
—Tal vez ese faxnódulo ya no funciona —dijo desde la multitud una mujer llamada Seaes.
—Lo intentaré con Loman’s Estate —dijo Daeman, y marcó el código familiar.
No funcionó.
—Jesucristo —exclamó el fornido Kaman. Avanzó—. Tal vez lo estás haciendo mal. Déjame a mí.
Media docena de personas lo intentaron. Probaron con tres docenas de códigos de faxnódulo familiares. Nada funcionaba. Ni Cráter París. Ni Chom ni Bellinbad, ni el código de muchos números del Círculo del Cielo de Ulambat. No funcionaba nada.
Finalmente todos permanecieron en silencio, aturdidos, sin habla, los rostros convertidos en máscaras de terror y desesperación. Nada en el último año, ninguna de las pesadillas de los últimos meses, ni la Caída de los Meteoritos ni la pérdida de electricidad y la caída de los servidores, ni los primeros ataques de voynix, ni las noticias de Cráter París, ni siquiera la Masacre de Ardis Hall ni la desesperada situación de la Roca Hambrienta habían golpeado a esos hombres y mujeres con tanta desesperación.
Los faxnódulos ya no funcionaban. El mundo que habían conocido desde su nacimiento ya no existía. No había ningún sitio al que huir, nada que hacer aparte de esperar y morir. Esperar a que los voynix regresaran o a que el frío los matara o las enfermedades y el hambre acabaran con ellos uno a uno.
Ada se subió a la pequeña base que rodeaba la columna del faxpad para que pudieran verla además de oírla.
—Vamos a regresar a Ardis Hall —dijo. Su voz era fuerte, no admitía discusión—. Está a poco menos de dos kilómetros carretera arriba. Podemos estar allí en menos de una hora, incluso en nuestro estado. Greogi y Tom llevarán a los que están demasiado enfermos para caminar.
—¿Qué coño hay en Ardis Hall? —preguntó una mujer baja a quien Ada no reconoció—. ¿Qué hay excepto cadáveres y carroña y cenizas y voynix?
—No todo está quemado —respondió Ada en voz alta. No tenía ni idea de si todo estaba quemado o no: estaba inconsciente cuando la sacaron de las ruinas en llamas. Pero Daeman y Greogi habían descrito secciones sin quemar del complejo—. No todo está quemado —repitió—. Allí hay troncos. Restos de tiendas y barracones. En cualquier caso, derribaremos la muralla de la empalizada y construiremos cabañas con la madera. Y habrá artefactos... cosas que no se quemaron en las ruinas. Armas, tal vez. Cosas dejadas atrás.
—Como los voynix —dijo un hombre lleno de cicatrices llamado
Elos.
—Tal vez —respondió Ada—, pero los voynix están por todas partes. Y tienen miedo de este Huevo de Setebos que lleva Daeman. Mientras lo tengamos, los voynix se mantendrán alejados. ¿Y dónde preferirías enfrentarte a ellos, Elos? ¿En la oscuridad del bosque por la noche, o sentado alrededor de un gran fuego en Ardis, en una choza cálida, mientras tus amigos montan guardia?
Hubo silencio, pero fue un silencio furioso. Algunos seguían intentando hacer funcionar el fax y luego golpeaban con frustración la columna.
—¿Por qué no nos quedamos aquí en el pabellón? —dijo Elle—. Ya tiene techo. Podemos cerrar los lados, encender un fuego. La empalizada es más pequeña aquí y será más fácil reconstruirla. Y si el fax empieza a funcionar de nuevo, podremos salir rápido.
Ada asintió.
—Eso tiene sentido, amiga mía. Pero ¿y el agua? El arroyo está casi a medio kilómetro del pabellón. Alguien tendría que ir siempre a recoger agua, arriesgándose a quedar aislado o a los ataques de los voynix. Y aquí no hay sitio para almacenarla, ni espacio suficiente para todos nosotros bajo este techo. Y este valle es frío. Ardis recibe más luz, tendremos más material para construir, y Ardis Hall tiene un pozo. Podemos edificar nuestra nueva Ardis Hall alrededor del pozo para no tener que salir nunca a buscar agua.
La gente se agitó, pero nadie tenía nada que decir. La idea de volver por aquella carretera congelada, lejos de la salvación del faxpabellón, les parecía demasiado difícil para tenerla en cuenta.
—Yo me voy ya —dijo Ada—. Oscurecerá dentro de unas pocas horas. Quiero un gran fuego ardiendo antes de que aparezca la luz de los anillos.
Salió del pabellón y se dirigió a la carretera. Daeman la siguió. Luego Boman y Edide. Después Tom, Siris, Kaman y la mayoría de los otros. Greogi supervisó la subida de los enfermos al sonie.
Daeman se apresuró para alcanzar a Ada y se inclinó a susurrarle algo.
—Tengo una noticia buena y otra mala —dijo.
—¿Cuál es la buena noticia? —preguntó Ada, cansada. La cabeza le dolía tanto que tenía que mantener los ojos cerrados, y los abría solo de vez en cuando para seguir la carretera de tierra congelada.
—Vienen todos —dijo él.
—¿Y la mala? —preguntó Ada. Estaba pensando: «No lloraré. No lloraré
.
»
—Este maldito Huevo de Setebos está empezando a salir del cascarón
—dijo Daeman.
Mientras Harman se quitaba la ropa en la cripta de cristal, bajo la masa marmórea del Taj Moira, fue consciente del muchísimo frío que hacía en aquella habitación. También debía hacer frío en la enorme cámara de arriba, pero la termopiel que se había puesto en la cabina
eiffelbahn
le había impedido advertirlo. Vaciló al pie del ataúd transparente con la termopiel dejando al descubierto su torso, sus ropas normales hechas un guiñapo a sus pies y la carne de gallina levantada en sus brazos y su pecho desnudo.
«
Esto está mal. Esto está absoluta, totalmente mal.»
Aparte de la admiración de toda una vida por los posthumanos en sus anillos orbitales y la creencia casi espiritual que todos tenían de que subirían a los anillos y pasarían la eternidad con los posts después de su Fax Final, Harman y su pueblo no sabían nada de religión. Lo más cerca que habían estado de comprender la veneración y la ceremonia religiosas había venido de lo poco que habían visto de los dioses griegos a través del drama del paño turín.
Pero ahora Harman sentía que estaba a punto de cometer algo parecido a un pecado.
«La vida de Ada, la vida de todos los que conozco y quiero, podría depender de que despierte a esta mujer posthumana.»
—¿Pero acostarme con una desconocida muerta o comatosa? —susurró en voz alta—. Esto está mal. Es una locura.
Harman miró hacia la escalera por encima de su hombro, pero, como había prometido, Próspero no estaba a la vista. Harman se quitó el resto de la termopiel. El aire era gélido. Se miró a sí mismo y casi se rió por lo contraído, viejo y arrugado que era.
«¿Y si esto es la idea de una broma que tiene ese viejo magus loco?»
¿Y quién decía que Próspero no estaba acechando bajo alguna capa invisible o algún otro artilugio mágico suyo?
Harman se detuvo al pie del ataúd de cristal y se estremeció. En parte, por el frío. Sobre todo, por lo desagradable que resultaba lo que estaba a punto de hacer. Incluso la idea de ser descendiente de aquel Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan Ho Tep lo hacía sentirse incómodo.
Recordó a Ada herida, inconsciente, en la cima de aquel lugar llamado Roca Hambrienta con los otros pocos supervivientes de la masacre de Ardis.
«¿Quién me asegura que eso era real? Desde luego Próspero podría hacer que un paño turín transmitiera imágenes falsas.»
Pero tenía que actuar como si la visión hubiera sido real. Tenía que actuar como si la declaración que le había hecho Próspero de que tenía que aprender, cambiar, entrar en la lucha contra Setebos y los voynix y los calibani, o de lo contrario todo estaría perdido, fuera real.
«¿Pero qué puede hacer un hombre que ya ha visto sus Cinco Veintes?», se preguntó Harman.
Como en respuesta a eso, Harman se acercó al borde del enorme ataúd. Se colocó con cuidado en el extremo, sin tocar los pies descalzos de la mujer desnuda. El campo de fuerza semipermeable le hacía sentir como si estuviera deslizándose en un baño caliente que se resistiera levemente. Ahora sólo su cabeza y sus hombros estaban por encima del calor.
El ataúd era largo y ancho, lo suficiente para que se acostara junto a la mujer dormida sin tocarla. El material acolchado sobre el que ella reposaba parecía de seda, pero de algún tipo de fibra suave y metálica bajo las rodillas de Harman. Ahora que estaba dentro del nicho temporal, percibía los arrebatos y pulsos del campo de energía que mantenía a la mujer parecida a Savi joven y quizá dormida.
«Si meto la cabeza bajo el campo de fuerza, pensó Harman, tal vez quede sometido a mil quinientos años de sueño también y resuelva todos mis problemas. Sobre todo el problema de qué hacer aquí a continuación.» Se agachó más, poniendo la cabeza entera bajo el nivel del tintineante campo de fuerza igual que un nadador tímido entra en el agua. Ahora estaba a cuatro patas sobre las piernas de la mujer. El aire era mucho más cálido dentro del nicho y sintió la vibración de energía de la maquinaria del sarcófago vibrando por todo su cuerpo, pero no lo hizo quedarse dormido.
«¿Y ahora qué?», pensó. Algún momento en la vida de Harman habría habido tan embarazoso como aquél, pero no pudo recordarlo.
Igual que en el mundo de Harman el concepto de pecado estaba ausente, lo mismo sucedía con la idea de violación. No había leyes ni nadie para hacerlas cumplir en este mundo ahora terminado de los humanos antiguos, pero tampoco había habido agresión entre los sexos o intimidad sin permiso de ambas partes. No había habido leyes, ni policía, ni prisiones... ninguna de las palabras que Harman había sigleído en los últimos ocho eses, pero sí había una especie de rechazo informal en sus pequeñas comunidades de fiestas y cotillones y faxes hacia un hecho u otro. Nadie había querido quedarse fuera.
Y había suficiente sexo para todo el que lo quisiera. Y casi todos lo querían.
Harman lo había querido bastante a menudo en sus casi Cinco Veintes. Sólo en la última década o así aprendió a leer solo los extraños símbolos de los libros, renunció al ritmo de vida faxea-a-cualquier-parte/acuéstatecon-cualquiera. Había desarrollado la extraña idea de que había, o podía haber, alguien especial para él, alguien con quien (para ambos) la relación sexual debería ser una experiencia especial exclusiva y compartida, al margen de todas las fáciles relaciones y amistades físicas que componían el mundo de los humanos antiguos.
Había sido una idea extraña. Una idea que no habría tenido ningún sentido para casi nadie si la hubiera contado... pero no se la contó a nadie. Y quizá fue la juventud de Ada, que sólo tenía siete años más de su Primer Veinte cuando por primera vez hicieron el amor y se enamoraron, lo que le permitió compartir estas extrañas y románticas ideas de exclusividad. Incluso habían celebrado su propia ceremonia «nupcial» en Ardis Hall, y aunque los otros cuatrocientos se habían burlado y aprovechado esa excusa para celebrar otra fiesta más, unos pocos (Petyr, Daeman, Hannah) habían comprendido que significaba mucho más.
«Pensar en esto no te va a ayudar a hacer lo que Próspero dice que tienes que hacer, Harman.»
Estaba arrodillado desnudo sobre una mujer que había pasado durmiendo (según el mentiroso avatar de la logosfera que se llamaba a sí mismo Próspero) durante casi un milenio y medio. ¿Y le sorprendía descubrir que no estaba preparado para el sexo?
¿Por qué se parecía tanto a Savi? Savi había sido tal vez la persona más interesante que Harman hubiese conocido: atrevida, misteriosa, anciana, de otra época, no del todo sincera, con costumbres que casi ningún humano antiguo de la era de Harman podía entender... pero nunca se había sentido atraído hacia ella como mujer. Recordó su flaco cuerpo en la ajustada termopiel, en la isla orbital de Próspero.