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Authors: Dan Simmons

Olympos (71 page)

BOOK: Olympos
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—Tócala —dijo Próspero.

Harman acercó una mano temblorosa y la apartó antes de tocarla. Había un leve pero firme campo de fuerza sobre el cuerpo de la mujer (permeable, pero palpable) y el aire dentro del campo era mucho más caliente que el del exterior. Lo intentó de nuevo, acercando primero los dedos a la garganta de la mujer, donde encontró un levísimo atisbo de pulso, como el suave aleteo de una mariposa, y entonces colocó la palma sobre su pecho, entre los senos. Sí: un levísimo latido, pero lento, mucho más espaciado que el latido de un durmiente normal.

—Este nido es similar al otro donde ahora duerme tu amigo Nadie — dijo Próspero en voz baja—. Detiene el tiempo. Pero en vez de curarla y protegerla durante tres días, como hace el sarcófago de tiempo-lento de Odiseo-Nadie en este mismo instante, este ataúd de cristal ha sido su hogar durante mil cuatrocientos y pico años.

Harman aparta la mano como si le hubieran mordido.

—Imposible —dice.

—¿Sí? Despiértala y pregúntaselo.

—¿Quién es? —exigió Harman—. No puede ser Savi.

Próspero sonrió. Bajo sus pies, las nubes habían avanzado hasta la cara norte de la montaña y se arremolinaban grises en torno al refugio de fondo de cristal donde se hallaban.

—No, no puede ser Savi, ¿verdad? —dijo el magus—. La conocí como Moira.

—¿Moira? Este lugar.... el Taj Moira, ¿lleva su nombre?

—Por supuesto. Es su tumba. O al menos la tumba en la que duerme. Moira es una posthumana, amigo de Nadie.

—Los posts están todos muertos.... Daeman y Savi y yo vimos sus cadáveres momificados y mordisqueados por Calibán flotando en el aire hediondo de tu isla orbital —Harman había vuelto a apartarse del ataúd.

—Moira es la última —dijo Próspero—. Vino del anillo-p hace más de mil quinientos años. Era la amante y consorte de Ahman Ferdinand Martk Alonzo Khan Ho Tep.

—¿Quién demonios es ése?

Las nubes habían envuelto ahora la plataforma del Taj y Harman se sintió en terreno más sólido con el suelo de cristal mostrando sólo gris bajo él.

—Un erudito descendiente del Khan original —dijo el magus—. Gobernó lo que quedaba de la Tierra en la época en que los voynix se activaron por primera vez. Hizo construir este sarcófago temporal para sí mismo, pero estaba enamorado de esta Moira y se lo ofreció a ella. Aquí ella ha dormido durante siglos.

Harman soltó una carcajada forzada.

—Eso no tiene ningún sentido. ¿Por qué no ordenó ese Ho Tep como se llame que se construyera un segundo ataúd para él?

La sonrisa de Próspero era enloquecedora.

—Lo hizo. Se colocó aquí mismo, junto al de Moira. Pero incluso un lugar de difícil acceso como Rongbok Pumori Chu-mu-lang-ma Feng Dudh Kosi Lhotse-Nuptse Khumbu aga Ghat-Mandir Khan Ho Tep Rauza llega a tener sus visitantes a lo largo de casi un milenio y medio. Uno de los primeros intrusos sacó del sarcófago temporal el cuerpo de Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan y lo arrojó por el borde a ese glaciar de abajo.

—¿Por qué no hicieron lo mismo con este ataúd... con el de Moira? —

preguntó Harman. Se tomaba con escepticismo todo lo que decía el magus.

Próspero extendió hacia la mujer dormida una mano manchada por la edad.

—¿Arrojarías tú este cuerpo?

—¿Por qué no saquearon el lugar entonces?

—Hay salvaguardas ahí arriba. Gustosamente te las mostraré más tarde.

—¿Por qué no despertaron esos primeros intrusos... a quien demonios sea esta mujer? —preguntó Harman.

—Lo intentaron —respondió Próspero—. Pero nunca consiguieron abrir el sarcófago.

—Parece que tú no has tenido ningún problema para hacerlo.

—Yo estaba aquí cuando Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan diseñó la máquina. Conozco sus códigos y claves.

—Entonces despiértala tú. Quiero hablar con ella.

—No puedo despertar a esta posthumana dormida —dijo Próspero—. Ni los intrusos podrían haberlo hecho si hubieran sorteado los sistemas de seguridad y conseguido abrir el ataúd. Sólo una cosa despertará a Moira.

—¿Cuál? —Harman se hallaba de nuevo en el escalón más bajo, dispuesto a marcharse.

—Que Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan u otro varón humano descendiente de Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan tenga una relación sexual con ella mientras duerme.

Harman abrió la boca para hablar, no supo que decir y, simplemente, se quedó allí mirando la figura vestida de azul. El magus no se había vuelto loco ni lo había estado nunca. No había ninguna tercera opción.

—Tú desciendes de Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan Ho Tep y el linaje de los Khan —continuó Próspero, y su voz sonaba tan calma y desinteresada como si estuviera especulando sobre el tiempo—. El ADN de tu semen despertará a Moira.

51

Mahnmut y Orphu salieron al casco de la
Reina Mab
, donde podían hablar en paz.

La enorme nave había dejado de arrojar sus bombas atómicas del tamaño de latas de refresco una vez pasada la órbita de la luna terrestre (querían anunciar su llegada pero no enfrentarse a todos en los polos ecuatorial o polar para que les disparasen) y ahora la
Mab
desaceleraba hacia la órbita bajo un leve octavo de gravedad usando solamente sus motores iónicos auxiliares extendidos sobre explosiones cortas. Mahnmut pensaba que el brillo azul «bajo» ellos era una agradable alternativa al periódico resplandor y el estallido de las bombas.

El pequeño europano tenía que tener cuidado en el vacío con la desaceleración, y asegurarse de que estaba sujeto a la nave en todo momento, por lo que se quedaba en las pasarelas que rodeaban el casco y tenía cuidado en las escalerillas que había por todas partes, pero sabía que si hacía algo estúpido Orphu de Io iría tras él y lo salvaría. Mahnmut podía sentirse cómodo en el vacío solo una docena de horas antes de tener que reponer aire y satisfacer otros requisitos, y raramente utilizaba los pequeños impulsores de peróxido de su espalda, pero aquel mundo exterior de frío extremo, calor terrible, radiación abrasadora y duro vacío era el entorno natural de Orphu.

—Entonces ¿qué hacemos? —le preguntó Mahnmut a su enorme amigo.

—Creo que es imperativo que nosotros descendamos con la nave y
La Dama Oscura
—dijo Orphu—. Lo antes posible.

—¿Nosotros? —replicó Mahnmut—. ¿Nosotros?

El plan era que Suma IV pilotara la nave de contacto con el general Behbin Adee y treinta de sus reclutas (los soldados moravec bajo el mando directo del centurión líder Mep Ahoo) en la cabina de pasajeros, mientras Mahnmut esperaba en
La Dama Oscura,
en la bodega de la nave. Si llegaba el momento de utilizar el sumergible, Suma IV y cualquier otro miembro del personal requerido bajaría a
La Dama Oscura
por un pozo de acceso. A pesar de los recelos de Mahnmut respecto a verse separado de su viejo amigo, nunca había habido ningún plan de incluir al enorme ioniano, ópticamente ciego, en la parte del descenso de la misión. Orphu tenía que quedarse con la
Reina Mab
como ingeniero de sistemas externos.

—¿Qué es eso de «nosotros»? —preguntó de nuevo Mahnmut.

—He decidido que soy indispensable en esta misión —bramó Orphu—

. Además, sigues teniendo ese cómodo hueco para mí en la bodega del submarino: aire y umbilicales de energía, enlaces de comunicación, radar y otros impulsos sensoriales... podría pasar allí las vacaciones y ser feliz.

Mahnmut sacudió la cabeza, advirtió que lo estaba haciendo delante de un moravec ciego, se dio cuenta entonces de que el radar y los sensores infrarrojos de Orphu captarían el movimiento, y la sacudió de nuevo.

—¿Por qué deberíamos insistir en bajar? Intentar aterrizar en la Tierra podría poner en peligro el encuentro con la ciudad-asteroide emisora del anillo-p.

—A la mierda la ciudad-asteroide emisora del anillo-p —gruñó Orphu de Io—. Lo importante ahora es bajar a ese planeta lo más rápido que podamos.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió Orphu—. ¿Por qué? El que tiene ojos eres tú, amiguito. ¿No has visto esas imágenes telescópicas que me has descrito?

—¿La población en llamas, quieres decir?

—Sí, la población en llamas —bramó Orphu—. Y los otros treinta o cuarenta asentamientos humanos por todo el mundo que parece que están siendo atacados por criaturas sin cabeza especializadas en masacrar a los humanos antiguos... humanos antiguos, Mahnmut, los que diseñaron a nuestros antepasados.

—¿Desde cuándo se ha convertido esto en una misión de rescate? — preguntó Mahnmut. La Tierra era ya una esfera grande, brillante y azul que crecía minuto a minuto. Los anillos e y p eran preciosos.

—Desde que hemos visto las fotos que muestran a seres humanos masacrados —dijo Orphu, y Mahnmut reconoció tonos casi subsónicos en la voz de su amigo. Eso significaba que Orphu o bien se divertía mucho, o bien estaba muy, muy serio... y Mahnmut sabía que en este momento no se divertía.

—Creía que la idea era salvar del colapso cuántico total a las Cinco Lunas, el Cinturón y el Sistema Solar —dijo Mahnmut.

Orphu gruñó tonos graves.

—Eso ya lo haremos mañana. Hoy tenemos una oportunidad para ayudar a las personas de ahí abajo.

—¿Cómo? —dijo Mahnmut—. No conocemos el contexto. No tenemos ni idea de lo que está pasando allá abajo. Por lo que sabemos, esas criaturas metálicas sin cabeza son sólo robots asesinos que los humanos han construido para matarse entre sí. Nos estaríamos inmiscuyendo en guerras locales que no son asunto nuestro.

—¿Crees eso, Mahnmut?

Mahnmut vaciló. Miró hacia abajo, donde los motores iónicos lanzaban rayos azules en dirección de la creciente esfera azul y blanca.

—No —dijo por fin—. No, no lo creo. Creo que algo nuevo está pasando allá abajo, igual que en Marte y la Tierra-Ilión y en todas partes donde miramos.

—Yo también —dijo Orphu de Io—. Entremos a convencer a Asteague/Che y el resto de los Integradores Primeros de que tienen que lanzar la nave y el sumergible cuando rodeemos la Tierra. Conmigo a bordo.

—¿Y cómo planeas convencerlos?

Esta vez el grave tronar del ioniano estuvo más en el espectro divertido de lo subsónico.

—Les haré una oferta que no podrán rechazar.

52

Harman intentó apartarse cuanto pudo del ataúd de cristal. Habría regresado a la cabina de la
eiffelbahn,
pero los vientos rugían en el exterior (fácilmente a más de ciento cincuenta kilómetros por hora, lo suficiente para barrerlo de aquel tablero de mármol que rodeaba el Taj Moira), así que bajó en cambio por los pisos de libros en espiral. Los pasillos eran muy estrechos y pronto fueron muy altos, cada uno un poco más extendido sobre el laberinto de paredes bajas de abajo a medida que las paredes internas de la cúpula curva presionaban los estantes y los pasillos más hacia adentro. Harman se hubiese preocupado por la mareante altura bajo sus pies en los pasillos de hierro al aire libre si no hubiese estado tan ansioso por poner distancia entre él y la mujer dormida.

Los libros no tenían título. Eran de tamaño uniforme. Harman calculó que habría cientos de miles de volúmenes en aquella enorme estructura. Sacó uno y lo abrió al azar. Las letras eran pequeñas e impresas en inglés pre-rubicón, más viejas que ningún libro o escrito que hubiera visto jamás, y Harman tardó varios minutos en resolver el primer par de frases que encontró. Volvió a meter el libro en su hueco y colocó la palma sobre el lomo, visualizando cinco triángulos azules.

No funcionó. Ninguna palabra dorada fluyó por su mano y su brazo para fijarse en su memoria. O bien la función sigl no funcionaba en aquel lugar o esos antiguos libros eran ajenos a ella.

—Hay un modo de poder leerlos todos —dijo Próspero.

Harman dio un salto atrás. No había oído acercarse al magus por el ruidoso pasillo. De repente apareció allí, a menos de la distancia de un brazo.

—¿Cómo puedo leerlos todos? —preguntó Harman.

—La cabina
eiffelbahn
partirá dentro de dos horas —dijo el magus—. Si no estás en ella, pasará algún tiempo hasta que la siguiente pare aquí, en Taj Moira... once años, para ser exactos. Así que si vas a leer todos esos libros, será mejor que empieces de inmediato.

—Estoy preparado para marcharme ahora —dijo Harman—. Sólo que hace demasiado viento para llegar a la cabina.

—Haré que uno de los servidores prepare una cuerda cuando estemos listos para marchar.

—¿Servidores? ¿Aquí hay servidores en funcionamiento?

—Por supuesto. ¿Crees que los mecanismos del Taj o la
eiffelbahn
se reparan solos? —El magus se echó a reír—. Bueno, en cierto modo se reparan solos, ya que la mayoría de los servidores son nanotécnicos, parte de las mismas estructuras, demasiado pequeños para detectarlos.

—Todos los servidores de Ardis y las otras comunidades dejaron de funcionar —dijo Harman—. Tan sólo... se pararon. Y la energía se apagó.

—Por supuesto —dijo Próspero—. Vuestra destrucción de la fermería de mi isla orbital tuvo sus consecuencias. Pero la red energética orbital y planetaria y otros mecanismos siguen intactos. Incluso la fermería podría ser sustituida si lo quisieras.

Harman se quedó con la boca abierta. Se dio la vuelta y se apoyó en la barandilla de hierro, inspirando profundamente, ignorando la larga caída hasta el suelo de mármol de abajo. Cuando Daeman y él, siguiendo las instrucciones de aquel magus, habían dirigido el enorme «colector de agujero de gusano» de la isla de Próspero hacía nueve meses, había sido para destruir la terrible mesa de banquetes donde Calibán se había estado atiborrando durante siglos de los cuerpos y huesos de los humanos antiguos en su Veinte Final, en la fermería. Desde ese día, desde la destrucción de la fermería y el conocimiento de que nadie sería faxeado hasta allí después de sufrir heridas graves o en su vigésimo cumpleaños, la mortalidad había pesado sobre el ánimo de todos. La muerte y la vejez se habían convertido en una realidad para todo el mundo. Si Próspero estaba diciendo la verdad, la juventud virtual y la inmortalidad eran de nuevo una opción. Harman no sabía qué pensar de esta nueva opción, pero sólo la idea de elegir lo enfermaba.

—¿Hay otra fermería? —dijo. Habló en voz baja, pero su voz resonó bajo la gigantesca cúpula.

—Por supuesto. Hay otra en la isla orbital de Sycórax. Simplemente necesita que la activen, igual que los proyectores de energía orbitales y los sistemas fax automatizados.

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