Olympos (64 page)

Read Olympos Online

Authors: Dan Simmons

BOOK: Olympos
3.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Más de cinco funciones? —preguntó Harman.

—Cien —dijo Próspero—. Cien justas.

—Enséñamelas —dijo Harman, dando un paso hacia el magus. Próspero negó con la cabeza.

—No puedo. No podría. Pero tienes que aprenderlas de todas formas. En este viaje las aprenderás.

—Vamos en dirección equivocada —dijo Harman.

—¿Qué?

—Dijiste que la
eiffelbahn
me llevaría a la costa de Europa, donde comienza la Brecha Atlántica, pero ahora nos dirigimos al este, lejos de Europa.

—Giraremos de nuevo al norte dentro de dos torres —dijo Próspero—. ¿Estás impaciente por llegar?

—Sí.

—No lo estés —dijo el magus—. Todo el aprendizaje tendrá lugar durante el viaje, no después. Tuyo será el cambio marino de todos los cambios marinos. Y confía en mí, no querrás tomar la ruta más corta, por los antiguos pasos de Paquistán hasta la desolación llamada Afganistán, al sur a lo largo de la Cuenca Mediterránea y cruzando las Marismas del Sáhara.

—¿Por qué no? —preguntó Harman. Savi y Daeman y él habían volado al este sobre el Atlántico y luego sobre las Marismas del Sáhara hasta Jerusalén, y luego habían usado un reptador para recorrer la seca Cuenca Mediterránea. Era un sitio de la Tierra que conocía. Y quería ver si el rayo azul de taquiones aún surgía del Monte del Templo, en Jerusalén. Savi había dicho que tenía la información codificada de todos sus contemporáneos perdidos hacía mil cuatrocientos años.

—Los calibani andan sueltos —dijo Próspero.

—¿Han dejado la Cuenca?

—Están libres de sus antiguas ataduras, el centro no puede aguantar. La anarquía se ha adueñado del mundo. O al menos de esa parte.

—Entonces ¿adónde vamos?

—Paciencia, Harman de Ardis. Paciencia. Mañana cruzaremos una cadena montañosa que creo que te parecerá interesante. Luego llegaremos a Asia... donde podrás contemplar las obras de los poderosos y los muertos, y después iremos de nuevo al oeste. La Brecha puede esperar.

—Demasiado tiempo —dijo Harman, caminando de un lado a otro—. Demasiado tiempo. Si las funciones no actúan aquí, no tengo modo de saber cómo está Ada. Tengo que ir. Tengo que ir a casa.

—¿Quieres saber cómo le va a tu Ada? —preguntó Próspero. No sonreía. El magus señaló un paño rojo que cubría el sofá—. Usa eso. Sólo esta vez.

Harman frunció el ceño, se acercó al paño, lo estudió.

—¿Un paño turín? —dijo. Era rojo: todos los turines eran pardos. Los microcircuitos bordados no eran iguales.

—Hay una miríada de paños turín receptores —dijo Próspero—. Igual que hay una miríada de transmisores sensoriales. Cada persona puede ser uno.

Harman negó con la cabeza.

—Me importa un rábano el drama turín... Troya, Agamenón, todas esas tonterías. No estoy de humor para diversiones.

—Este paño no te contará nada de Ilión. Te mostrará el destino de tu

Ada. Inténtalo.

Temblando, Harman se sentó en el sofá, se ajustó el paño rojo sobre la cara, se llevó el bordado a la frente y cerró los ojos.

45

La
Reina Mab
desaceleró hacia la Tierra en una columna de explosiones nucleares, lanzando una bomba de fisión del tamaño de una lata de refresco cada treinta segundos. Las bombas explotaban y empujaban la placa impulsora de popa de la nave, los enormes pistones y cilindros de la sala de máquinas giraban, la siguiente bomba-lata era expulsada...

Mahnmut estaba observando por el canal de vídeo de popa.
Si alguien de la Tierra no sabía que venimos, ya debe saberlo
, le dijo a Orphu por su canal de tensorrayo. Los dos habían sido invitados al puente por primera vez en el viaje y se encontraban en el ascensor más grande, subiendo hacia la proa de la nave... que, durante la desaceleración, naturalmente, apuntaba hacia el espacio en vez de hacia la Tierra, que crecía rápidamente.

No creo que la idea sea ser sutiles,
tensorrayó Orphu.

Obviamente no. Pero esto es tan sutil como un puñetazo en el estómago, tan sutil como un retrete de pago en la sala de diarreicos, tan sutil como...

¿Tienes algo que decir?
, bramó Orphu.

Es demasiado poco sutil
, dijo Mahnmut.
Demasiado obvio. Demasiado visible. Demasiado precioso... quiero decir, diseños de naves espaciales de mediados del siglo XX, por el amor de Dios. Bombas de fisión. Mecanismos eyectores de la planta embotelladora de Coca-Cola de Atlanta de hacia 1959...

¿Entonces cuál es tu idea?
, interrumpió Orphu. En los viejos tiempos, sus ojos-tallo y videocámaras se habrían dirigido hacia Mahnmut (algunos de ellos, al menos), pero no habían sido sustituidos desde que sus nervios ópticos se habían quemado.

Supongo que naves moravec menos obvias, naves modernas con sus sistemas de invisibilidad activados nos están siguiendo,
envió Mahnmut.

Ésa ha sido también mi deducción
, dijo el moravec de durovac.

Nunca lo has comentado.

Ni tú, hasta ahora
, dijo Orphu.

¿Por qué no nos lo han dicho Asteague/Che y los otros Integrantes Primeros?
, preguntó Mahnmut.
Si nos ponen por delante de la flota verdadera como blanco, tenemos derecho a saberlo.

Orphu envió un rumor subsónico que Mahnmut había aprendido a identificar como el equivalente a encogerse de hombros del ioniano.
No habría ninguna diferencia, ¿no?
, dijo el gran moravec.
Si las defensas de la Tierra disparan sobre nosotros y rompen nuestros modestos campos de fuerza defensivos, estaremos muertos antes de tener tiempo de quejarnos.

Hablando de defensas terrestres, ¿ha dicho algo más la voz de la ciudad orbital desde el mensaje de hace dos semanas?
La emisión máser había sido sucinta: la voz grabada, humana y femenina, había dicho simplemente «traedme a Odiseo», una y otra vez, durante veinticuatro horas y luego se había interrumpido tan súbitamente como había comenzado. No se trataba de un mensaje lanzado al azar: apuntaba directamente a la
Reina Mab
.

He estado monitorizando los canales de recepción
, dijo Orphu,
y no he oído nada nuevo.

El ascensor zumbó y se detuvo. Las amplias puertas se abrieron. Mahnmut salió al puente por primera vez desde el lanzamiento en Fobos y Orphu se impulsó tras él.

El puente era circular, con un diámetro de treinta metros, el techo en forma de cúpula y rodeado de gruesas ventanas y pantallas holográficas. Como nave espacial era casi completamente satisfactoria para Mahnmut. Aunque la nave sin nombre que habían llevado a Orphu los difuntos Koros III, Ri Po y él a Marte estaba siglos más avanzada (aceleraba a un quinto de la velocidad de la luz usando tijeras magnéticas, usaba una vela de luz de boro, motores de fusión y otros modernos artilugios moravec), esa nave atómica extrañamente retro parecía... adecuada. En vez de tener controles puramente virtuales y sencillos puertos de conexión, más de una docena de técnicos moravec se sentaban en anticuados sillones de aceleración ante puestos de control de metal y cristal aún más anticuados. Había interruptores de verdad, mandos reales, diales físicos (¡diales!) y un centenar de otros detalles que complacían al ojo y la cámara vid. El suelo parecía de acero pulido, quizá sacado directamente del casco de algún barco de guerra de la época de la Segunda Guerra Mundial.

Los sospechosos habituales (el irreverente término que usaba Orphu) los esperaban cerca de la mesa de navegación central: Asteague/Che, su Integrante Primero de Europa; el general Beh bin Adee en representación de los moravecs guerreros del Cinturón; Cho Li, su navegante de Calisto (que se parecía y hablaba de manera demasiado parecida al difunto Ri Po para comodidad de Mahnmut); Suma IV, el ganimediano de concha de buckycarbono y ojos de insecto, y el arácnido Retrógrado Sinopessen.

Mahnmut se acercó a la mesa del mapa y se subió al saliente de metal que permitía a los moravecs más pequeños ver la brillante superficie de la mesa. Mahnmut se quedó flotando.

—Tenemos poco menos de catorce horas hasta la entrada en la órbita baja de la Tierra —dijo Asteague/Che sin saludos ni introducciones. Su voz (aquella voz que, a los oídos y receptores de audio entrenados en la historia de la Edad Perdida de Mahnmut, recordaba la de James Mason) era tranquila y profesional—. Tenemos que decidir qué hacer.

El Integrante Primero vocalizaba en vez de transmitir por la banda común. El puente estaba presurizado al nivel normal de la Tierra, un contenido atmosférico que gustaba a los moravecs europanos y que los otros toleraban, y el habla audible era más privada que la charla por la banda común y menos conspiradora que usar el tensorrayo.

—¿Ha habido alguna emisión más de esa mujer que nos pide que le entreguemos a Odiseo? —preguntó Orphu.

—No —respondió Chi Li, en gran navegante calistano. Su voz, como siempre, era muy, muy, muy baja—. Pero la construcción orbital que era la fuente de esa emisión es nuestro destino.

Cho Li pasó un tentáculo manipulador por la mesa y apareció un gran holograma de la Tierra. Los anillos polar y ecuatorial eran muy brillantes, incontables motas de luz se movían de oeste a este a lo largo del ecuador y de norte a sur alrededor de los polos.

—Es una transmisión de vídeo en vivo —dijo la diminuta caja plateada entre delgadas patitas plateadas que era el Retrógrado Sinopessen.

—Puedo leer las barras de datos a través del canal común —dijo Orphu de Io—. Y los puedo ver a todos en mi radar y mis escáneres infrarrojos. Pero puede que haya aspectos sutiles de las holoproyecciones que se me escapan... por eso de que estoy ciego y demás.

—Daré una descripción vía tensorrayo de todo lo que vea —dijo Mahnmut. Conectó por tensorrayo y envió una tanda de alta frecuencia al ioniano, describiendo la imagen holográfica de la Tierra azul y blanca que flotaba sobre el mapa, los brillantes anillos polar y ecuatorial cruzándose sobre los océanos y las nubes. Los anillos estaban tan cerca que podían verse incontables objetos brillando contra el negro del espacio.

—¿Ampliado? —preguntó Orphu.

—Sólo diez veces —dijo Sinopessen—. Nivel de binoculares pequeños. Nos estamos acercando a la órbita de la Luna terrestre... aunque ahora mismo la Luna está al otro lado del planeta. Dejaremos de usar las bombas de fisión y pasaremos a impulso iónico cuando entremos en su espacio cislunar... no hay ningún motivo para enfrentarnos a nadie allí. Nuestra velocidad se reduce a diez kilómetros por segundo y bajando. Puede que hayan advertido nuestra desaceleración a uno-punto-dos-cinco en los dos últimos días.

—¿Cómo se ha tomado Odiseo la carga-g añadida? —preguntó Mahnmut. No había visto a su único pasajero humano restante desde hacía una semana. Mahnmut esperaba que Hockenberry regresara a la
Reina Mab
, pero hasta el momento no lo había hecho.

—Bien —tronó Suma IV, el alto ganimediano—. Suele quedarse en su camastro y sus habitaciones más que de costumbre, pero ya lo hacía antes de que aumentáramos la carga-g decelerativa.

—¿Ha dicho algo sobre la voz femenina del máser... o del mensaje de «traedme a Odiseo»? —preguntó Orphu.

—No —respondió Asteague/Che—. Nos ha dicho que no reconoce la voz... que está seguro de que no pertenece a Atenea, ni a Afrodita ni a ninguno de los inmortales del Olimpo que conoce.

—¿De dónde procedía la emisión? —preguntó Mahnmut.

Cho Li activó un puntero láser insertado en uno de sus manipuladores y marcó el anillo polar, que se acercaba ahora al polo sur, al otro lado del holo transparente de la Tierra.

—Amplía —ordenó el navegante a la IA principal de la
Mab
.

La mota de luz pareció saltar hacia delante hasta que sustituyó todo el holograma de la Tierra. Era una ciudad de vigas de metal, cristal naranja opaco y luz: altas torres de cristal, burbujas de cristal, cúpulas de cristal, retorcidas agujas y arcos de cristal. Mahnmut lo resumió todo en sus descripciones por tensorrayo para Orphu.

—Es uno de los objetos artificiales en órbita más grandes —dijo el Retrógrado Sinopessen—. Mide unos veinte kilómetros de largo, aproximadamente como la ciudad de Manhattan de la Edad Perdida antes de que se inundara. Parece construido alrededor de un núcleo de piedra y metal pesado, probablemente un asteroide capturado, que proporciona (o proporcionaba) un poco de gravedad a sus habitantes.

—¿Cuánta? —preguntó Orphu de Io.

—Unos diez centímetros por segundo —dijo el amalteo—. Suficiente para que un humano, o un posthumano sin modificar, no salga volando o pueda conseguir velocidad de escape saltando, pero lo bastante tenue para que vaya flotando a donde quiera.

—Muy parecido al tamaño y la gravedad de Fobos —dijo Mahnmut—

. ¿Alguna pista acerca de a quién pertenece la voz o quién vive allí?

—Los posthumanos construyeron estos entornos orbitales hace más de dos mil años estándar —dijo el Integrante Primero Asteague/Che—. Sabéis que suponíamos que los posthumanos habían muerto: sus señales de radio cesaron hace más de un milenio mientras el flujo cuántico entre la Tierra y Marte empezaba a acumularse; no hemos visto sus naves en el espacio cislunar con nuestros telescopios; no ha habido ningún signo de ellos en la Tierra... Pero no podemos descartar la posibilidad de que hayan sobrevivido unos pocos. O evolucionado.

—¿A qué? —preguntó Orphu.

Asteague/Che realizó el más arcaico y expresivo de los movimientos humanos: se encogió de hombros. Mahnmut empezó a describir el gesto del otro europano a su amigo, pero Orphu tensorrayó que lo había captado en los sensores infrarrojos y el radar.

—Dejadme que os muestre alguna actividad reciente antes de que decidamos si vais a bajar con
La Dama Oscura
a la atmósfera de la Tierra — continuó Asteague/Che. Colocó una mano muy humanoide sobre la mesa.

El holograma de la isla orbital fue sustituido por holos que mostraban la Tierra y Marte, a escala por lo que a tamaño se refería pero no a distancia, con una miríada de hilillos azules, verdes y blancos conectando la Órbita-Cercana-a-la-Tierra y la superficie de Marte. Columnas de datos holográficos cobraron vida. Los dos planetas parecían haber sido entretejidos en una frenética telaraña, excepto que en este caso la tela en sí latía y crecía; los hilos se contraían y expandían produciendo nuevos hilos y nódulos como por propia voluntad. Mahnmut se apresuró a describirlo todo en el canal de tensorrayo.

Other books

The Cracked Spine by Paige Shelton
Filthy Wicked Games by Lili Valente
Reluctance by Cindy C Bennett
We Are Both Mammals by G. Wulfing
The Twain Maxim by Clem Chambers
Sweet Song by Terry Persun
A Firm Merger by Ganon, Stephanie
Renni the Rescuer by Felix Salten
The Innocent Sleep by Karen Perry