Olympos (30 page)

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Authors: Dan Simmons

BOOK: Olympos
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Y tenía miedo no tanto de la muerte (aunque todos habían compartido ese miedo por primera vez en un milenio y medio de experiencia humana) como del cambio que había contribuido a causar. Y le daba miedo la responsabilidad.

«¿Teníamos derecho a permitir que Ada se quedara embarazada ahora?» En aquel nuevo mundo los dos habían decidido que nada tenía más sentido (incluso a pesar de las múltiples dificultades e incertidumbres) que fundar una familia, aunque «fundar una familia» fuera una extraña expresión, ya que costaba un gran esfuerzo incluso pensar en tener más de un hijo. Sólo se permitía tener un hijo a las mujeres humanas antiguas durante el milenio y medio de gobierno de los ausentes posthumanos. Para Ada y Harman había sido motivo de desorientación y hasta les había dado vértigo comprender que podían tener varios hijos si así lo decidían y su biología los acompañaba. No había lista de espera, ni necesidad de aprobación posthumana dada por medio de servidores. Por otro lado, no sabían si un humano podía tener más de un hijo. ¿Lo permitirían su genética alterada y su nanoprogramación?

Habían decidido tener un bebé mientras Ada seguía en la veintena y pensaban que podían enseñar a los demás, no sólo a los de Ardis sino a los de todas las otras comunidades de faxnódulos supervivientes, cómo podía ser una familia biparental.

Todo esto asustaba a Harman, incluso aunque estaba seguro de que hacía bien. Primero estaba la incertidumbre de que la madre y la criatura sobrevivieran a un parto que no se desarrollaba en la fermería. No había ningún humano antiguo vivo que hubiera visto nacer a un bebé humano: el nacimiento, como la muerte, era algo que sucedía cuando te faxeaban al anillo-e para que lo experimentaras a solas. Y como sucedía con todos los humanos anteriores a la Caída que sufrían heridas graves o una muerte prematura, como Daeman cuando lo devoró un alosaurio, nacer en la fermería era algo tan traumático que tenía que ser bloqueado de la memoria. Las mujeres no recordaban más sobre la experiencia del parto en la fermería que sus hijos.

En el momento adecuado del embarazo, un momento anunciado por los servidores, la mujer era faxeada y regresaba sana y delgada dos días más tarde. Durante muchos meses los bebés eran alimentados y cuidados exclusivamente por servidores. Las madres tendían a mantenerse en contacto con sus hijos, pero tenían poco que ver en lo referente a su crianza. Antes de la Caída, los padres no sólo no conocían a sus hijos, sino que nunca sabían que habían engendrado uno, ya que su contacto sexual con esa mujer podía haber tenido lugar años o décadas antes.

Ahora Harman y los otros leían libros sobre el antiguo hecho del parto: el proceso parecía increíblemente peligroso, bárbaro, incluso cuando tenía lugar en un hospital (que parecía ser una versión primitiva de la fermería), incluso cuando era supervisado por un especialista. Y no había una sola persona en todo el planeta que hubiera visto nacer a un bebé.

Excepto Nadie. El griego había llegado a admitir que en su antigua vida, en aquella era irreal de sangre y guerra de la aventura del paño turín había visto al menos parte del proceso del nacimiento de algunos niños, incluido su propio hijo, Telémaco. Él era la comadrona de Ardis.

Y en un mundo nuevo donde no había médicos (nadie comprendía cómo sanar la herida o el problema de salud más simples), Odiseo-Nadie era un maestro en el arte de curar. Sabía de cataplasmas. Sabía cómo coser heridas. Sabía cómo arreglar huesos rotos. En la década que había pasado viajando a través del tiempo y el espacio después de escapar de una tal Circe había aprendido técnicas modernas, como lavarse las manos y lavar el cuchillo antes de cortar un cuerpo vivo.

Nueve meses antes Odiseo había hablado de quedarse en Ardis Hall sólo unas cuantas semanas para luego continuar su viaje. Si el viejo intentaba marcharse, Harman sospechaba que cincuenta personas le saltarían encima y lo amarrarían, sólo para tenerlo allí con su experiencia: hacer armas caseras, despellejar las piezas, cocinar en fogatas, forjar metal, coser ropa, programar el sonie para volar, curar y desinfectar heridas... ayudar a nacer a un bebé.

Ya veían el prado más allá del bosque. Los anillos eran engullidos por las nubes y estaba muy oscuro.

—Quería ver a Daeman hoy... —empezó a decir Nadie. Fue lo último que tuvo tiempo de decir.

Los voynix saltaron de los árboles como enormes arañas silenciosas. Había al menos una docena. Todos tenían extendidas sus hojas de matar.

Dos aterrizaron sobre la espalda del buey y le cortaron la garganta. Dos aterrizaron cerca de Hannah y la acuchillaron, haciendo volar sangre y tela. Ella dio un salto atrás, intentando levantar la ballesta y esquivar el golpe, pero el voynix la derribó y se adelantó para terminar el trabajo.

Odiseo gritó, activó su espada (un regalo de Circe, según les había contado hacía tiempo) para que vibrara y saltó hacia delante blandiéndola. Trozos de caparazones y brazos de voynix volaron por los aires y la sangre blanca y el aceite azul salpicaron a Harman.

Un voynix aterrizó sobre Harman, dejándolo sin aliento, pero consiguió girar sobre sí mismo y alejarse de sus hojas giratorias. Un segundo voynix aterrizó a cuatro patas y se irguió, moviéndose como algo surgido de una pesadilla acelerada. Tras ponerse en pie, alzando la lanza, Harman apuñaló a la segunda criatura en el mismo instante en que la primera lo alcanzaba en la espalda.

Hubo una explosión entrecortada cuando Petyr puso el rifle en funcionamiento. Las flechitas de cristal pasaron zumbando junto a la oreja de Harman mientras el voynix que tenía detrás giraba y caía bajo el impacto de un millar de lascas brillantes. Harman se volvió justo cuando el segundo voynix saltaba. Le clavó la lanza en el pecho y vio cómo la criatura caía, pero maldijo al notar que le arrancaba la lanza de las manos al precipitarse girando al suelo. Intentó recogerla, pero dio un salto atrás y echó mano del arco que llevaba al hombro cuando otros tres voynix se volvieron hacia él y lo atacaron.

Los cuatro humanos le dieron la espalda al droshky mientras los ocho voynix restantes formaban un círculo y los rodeaban, los dedos-hoja brillando a la luz del crepúsculo.

Hannah alcanzó con dos flechas de su ballesta el pecho del voynix que tenía más cerca. La criatura cayó, pero continuó su ataque a cuatro patas, arrastrándose sobre sus hojas. Odiseo-Nadie avanzó y cortó a la cosa en dos con su espada de Circe.

Tres voynix acorralaron a Harman. No tenía ningún sitio al que huir. Disparó su única flecha, la vio rebotar en el pecho metálico del voynix y luego se le echaron encima. Esquivó, sintió algo acuchillarle la pierna y luego rodó bajo el droshky (olía la sangre del buey, un sabor a cobre en la nariz y la boca) y se incorporó al otro lado. Los tres voynix saltaron por encima del droshky.

Petyr giró, se agachó y disparó todo un cargador de varios miles de flechitas contra las figuras que saltaban. Los tres voynix aterrizaron hechos pedazos, convertidos en un amasijo de sangre orgánica y aceite de máquina.

—¡Cúbreme mientras vuelvo a cargar! —gritó Petyr, buscando en el bolsillo de su capa otro cargador de flechitas y encajándolo en su sitio.

Harman bajó su arco (las cosas estaban demasiado cerca), sacó una espada corta forjada en el horno de Hannah hacía apenas dos meses y empezó a acuchillar las dos formas metálicas más cercanas. Eran demasiado rápidas. Una lo esquivó. La otra le arrancó la espada de las manos.

Hannah saltó al droshky y disparó una descarga de la ballesta a la espalda del voynix que atacaba a Harman. El monstruo se volvió pero siguió atacando, con los brazos metálicos alzados, las hojas dando vueltas. No tenía boca ni ojos.

Harman se agachó para esquivar el golpe asesino, aterrizó sobre sus manos y pateó al ser en las rodillas. Fue como darle una patada a una gruesa tubería de metal forrada de hormigón.

Los cinco voynix restantes ya estaban justo al lado del carro donde se encontraba Harman, acorralándolos a Petyr y a él, antes de que el joven pudiera alzar el rifle de flechitas de cristal.

En ese segundo, Odiseo rodeó el carro con un grito asesino y se lanzó contra ellos, la espada corta convertida en un destello dentro de un destello. Los cinco voynix se volvieron hacia él, los brazos y hojas giratorias en movimiento.

Hannah alzó la pesada ballesta pero no tenía un blanco claro. Odiseo se encontraba en medio de la masa de violencia y todo se movía demasiado rápido. Harman se asomó al droshky y sacó una de las lanzas de caza de repuesto.

—¡Odiseo, agáchate! —gritó Petyr.

El viejo griego se agachó, aunque no supieron si porque había oído el grito o por el ataque voynix. Había destrozado a tres de los seres, pero los tres últimos aún funcionaban y eran letales.

BRRPPPPPPPPRRRRRRRRBRRRRRRRRRRRRPBRPP.
El rifle de flechitas, en modo automático, sonó como si alguien golpeara con una pala de madera las hojas de un ventilador que girara despacio. Los tres últimos voynix fueron arrojados dos metros hacia atrás, sus caparazones cubiertos de diez mil flechitas que brillaban como un mosaico de cristal roto a la moribunda luz de los anillos.

—Jesucristo —jadeó Harman.

El voynix que Hannah había herido se alzó tras ella al otro lado del droshky.

Harman le arrojó la lanza con las pocas fuerzas que le quedaban. El voynix se tambaleó hacia atrás, se arrancó la lanza y quebró el asta.

Harman saltó al droshky y sacó otra lanza del fondo del vehículo. Hannah disparó dos flechas contra el voynix. Una de ellas rebotó y se perdió en la oscuridad, bajo los árboles, pero la otra se hundió en él profundamente. Harman saltó del droshky y clavó la última lanza en el pecho del último voynix. La criatura se retorció y retrocedió tambaleándose otro paso.

Harman arrancó la lanza, volvió a clavarla con la violencia de la locura, retorció la punta aserrada, la sacó y volvió a clavarla.

El voynix cayó hacia atrás, rebotando en las raíces de un viejo olmo.

Harman se puso a horcajadas sobre el voynix, ajeno a sus brazos y hojas, que todavía giraban, alzó la lanza azulina, la descargó, la retorció, la arrancó, la alzó, volvió a clavarla más profundamente en el caparazón de la criatura, la sacó, la hundió donde estaría la ingle de un ser humano, retorció la punta para causar el máximo daño en las suaves partes internas, la extrajo desgajando parte del caparazón y volvió a hundirla tan ferozmente que notó que la punta golpeaba el suelo y las raíces. Sacó la lanza, la alzó, volvió a hundirla, la alzó...

—Harman —dijo Petyr, poniéndole una mano sobre el hombro—. Está muerto. Está muerto. Harman miró alrededor. No reconoció a Petyr ni podía conseguir que sus pulmones recibieran suficiente aire. Oyó un ruido violento y advirtió que era su propia respiración entrecortada.

Estaba demasiado oscuro. Las nubes habían cubierto los anillos y la oscuridad, bajo los árboles, era demasiado intensa. Podía haber cincuenta voynix más en las sombras, dispuestos a saltar.

Hannah encendió la linterna.

No había más voynix en el súbito círculo de luz. Los caídos habían dejado de retorcerse. Odiseo estaba todavía en el suelo, con uno de los voynix caídos encima. Ninguno de los dos se movía.

—¡Odiseo! —Hannah saltó del droshky con la linterna y apartó de una patada el cadáver del voynix.

Petyr dio la vuelta y se arrodilló junto al hombre caído. Harman se acercó cojeando lo más rápidamente que pudo, apoyándose en su lanza. Los profundos arañazos en la espalda y las piernas empezaban a dolerle.

—Oh —dijo Hannah. Estaba de rodillas, sujetando la linterna sobre Odiseo. La mano le temblaba—. Oh —repitió.

La armadura de Odiseo-Nadie se había desgajado de su cuerpo. Las correas de cuero estaban rotas. Su ancho pecho era un entramado de profundas heridas. Un solo tajo le había arrancado parte de la oreja izquierda y un pedazo de cuero cabelludo.

Pero era el daño en el brazo derecho del viejo lo que hizo que Harman se quedara boquiabierto.

El voynix, en su salvaje intento por hacer que Odiseo soltara la espada de Circe, cosa que no había hecho, pues aún zumbaba en su mano, había reducido el brazo del hombre a jirones y casi se lo había arrancado del cuerpo. La sangre y los tejidos desgarrados brillaban a la áspera luz de la linterna. Harman vio el blanco hueso.

—Santo Dios —susurró. En los ocho meses transcurridos desde la Caída, nadie en Ardis Hall o en ninguna de las comunidades de supervivientes que Harman conocía había sufrido heridas de esa consideración y había sobrevivido.

Hannah golpeaba la tierra con un puño mientras apretaba la palma de la otra mano contra el pecho de Odiseo.

—No noto los latidos de su corazón —dijo, casi con calma. Sólo sus ojos salvajes, blancos a la luz de la linterna, traicionaban esa calma—. No noto los latidos de su corazón.

—Ponedlo en el droshky... —empezó a decir Harman. Sintió el temblor y la náusea tras la descarga de adrenalina que sólo había experimentado una vez con anterioridad. La pierna mala y la espalda lacerada le sangraban abundantemente.

—A la mierda el droshky —dijo Petyr. El joven hizo girar el pomo de la espada de Circe y la vibración cesó y la hoja volvió a ser visible. Le tendió a Harman la espada, el rifle de flechitas y los dos cargadores de repuesto. Luego se agachó, se apoyó en una rodilla, se cargó a Odiseo, muerto o inconsciente, al hombro, y se puso en pie.

—Hannah, guía el camino con la linterna. Vuelve a cargar tu ballesta. Harman, cubre la retaguardia con el rifle. Dispara a cualquier cosa que parezca que va a moverse.

Avanzó tambaleándose hacia la última pradera con la figura sangrante al hombro, y parecía irónica, horriblemente, el propio Odiseo cuando llevaba el cadáver de un ciervo.

Asintiendo aturdido, Harman apartó la lanza, se guardó en el cinturón la espada de Circe, alzó el rifle de flechitas y siguió a los otros dos supervivientes a la salida del bosque.

24

En cuanto faxeó en Cráter París, Daeman deseó haber llegado de día. O al menos haber esperado a que Harman o alguien más pudieran acompañarlo.

Eran más o menos las cinco de la tarde y la luz ya caía cuando llegó a la empalizada del faxpabellón situada a poco más de un kilómetro de Ardis Hall. Ya a la una de la madrugada estaba muy oscuro y llovía con fuerza en Cráter París. Había faxeado al nódulo más cercano al domi de su madre (un faxpabellón llamado hotel Inválidos por motivos que no comprendía nadie), y atravesado el portal con la ballesta alzada, girando y dispuesto. El agua que caía del techo del pabellón hacía que contemplar la ciudad pareciera asomarse a una cortina o una cascada.

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