Odio (21 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Odio
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Se trata de matar o morir.

Odiar o ser odiado.

La luz ha empezado a desvanecerse y estoy preparado para seguir adelante. He esperado hasta ahora con la esperanza de obtener de la oscuridad un poco de cobertura y protección. Tomo un poco de comida de la cocina (casi no hay nada aprovechable) y ya estoy dispuesto para volver al exterior.

Durante el corto espacio de tiempo que he pasado en esta casa mi estado de ánimo y mis emociones han oscilado y cambiado de forma constante. La mitad de mí se siente excitado y muy vivo como consecuencia de en qué me he convertido. Una parte de mí se siente libre y sin ataduras por primera vez desde que puedo recordar y me siento aliviado de haberme apartado por fin de las partes de mi vida que detestaba. Me siento fuerte, decidido y lleno de energía y, sin embargo, todo eso no cuenta para nada en los momentos en los que pienso en el pasado. Lizzie y yo llevaríamos juntos diez años el próximo año. Hemos educado juntos a nuestros hijos y, aunque hemos tenido nuestros malos ratos, siempre hemos estado muy unidos. Ahora todo eso ha desaparecido y duele. Quizá sea un Hostil, pero sigo sintiendo el dolor. Me gustaría que Liz, Edward y Josh también hubieran cambiado. Tengo que dejar de pensar en ellos. Estoy tratando de encontrar algún sentido a mis emociones. Aún los sigo queriendo pero al mismo tiempo sé que, si tengo que hacerlo, los mataría en un instante.

Mientras atravieso la casa algo llama mi atención.

En la sala de estar, sobre una mesita redonda que está al lado de un sucio y raído sillón, se encuentra un folleto. Un folleto publicado por el gobierno. Parece limpio y nuevo, y a pesar de eso me parece vagamente familiar. Lo recojo y empiezo a hojear sus páginas. Recuerdo haber recibido algo parecido por debajo de la puerta hace unos meses, cuando hubo una amenaza terrorista. El folleto es bastante genérico y le explica al público qué debe hacer en caso de emergencia. Va de amenazas de bomba a desastres naturales, ese tipo de cosas. Le dice a la gente que permanezcan en casa y sintonicen la radio o la tele para nuevas instrucciones. También da información para administrar los primeros auxilios, qué suministros hay que conservar y los números de emergencia. Al final hay un montón de páginas de propaganda y basura: que el país está preparado para cualquier eventualidad y que los servicios de emergencia entrarán en acción de forma inmediata, ese tipo de mierda. Hay algunas páginas sueltas que se han añadido a la guía, y cuando las hojeo me doy cuenta de que lo más probable es que al propietario de la casa se lo dieran los militares después de su visita/inspección/operación de limpieza de hoy. No me sorprende la ausencia de todo dato real y tiene todo el tufillo de la basura política. Aun así, es interesante leer lo que le están contando a la población sobre la gente como yo.

El texto habla de lo que nos ha pasado como si fuera una enfermedad. Lo que implica que se trata de algún tipo de infección o mal que causa una forma de demencia, pero pasa por encima del tema y no utiliza un lenguaje directo u ofrece datos concretos. Dice que una pequeña proporción de la población —sugieren que no más de un uno por cien— es susceptible a ese «trastorno». Habla de síntomas, diciendo que la gente afectada sufre delirios y, al azar, atacará violenta e irracionalmente a otras personas. Jodidos idiotas. No hay nada aleatorio o irracional en lo que he hecho hoy.

Lo que más me preocupa es lo que leo en las últimas páginas adicionales. El folleto explica que la gente afectada está siendo recogida, aislada y «tratada». No hay que ser un genio para deducir que ésa es la razón de los camiones y de los soldados atravesando la ciudad. Pero ¿qué implica ese supuesto tratamiento? Por lo que he visto se limita a una bala en la nuca.

Estoy perdiendo el tiempo. No quiero seguir leyendo. Meto el folleto en mi bolsa y, después de comprobar que la calle está desierta, abandono la casa y dejo atrás a su propietario muerto. Atravesaré la ciudad hasta la casa de la hermana de Liz y traeré a Ellis de vuelta a casa.

Me siento fuerte. Superior a toda la gente que no ha cambiado. Estoy contento de ser uno entre un centenar. Prefiero ser así que ser como ellos.

34

Me siento como si hubiera corrido durante kilómetros así que ahora he reducido el ritmo. He llegado al extrarradio de la ciudad y ahora hay pocos edificios y pocas sombras para ocultarme. No quiero que me vean. Podría haber cogido un coche pero ahora no circula ninguno por las calles y habría llamado demasiado la atención. He perdido la noción del tiempo. Es última hora de la tarde y la luz ha desaparecido casi por completo. Tengo frío, empapado como estoy por la fuerte lluvia que ha estado cayendo durante la última hora, pero eso sólo es una pequeña incomodidad física y aún me siento sorprendentemente fuerte.

No sé cuánto tiempo he estado fuera, pero hasta ahora sólo he visto un par de personas. Se oyen ruidos lejanos, los militares intentan localizarnos y sacarnos a las calles, pero éstas están vacías. Sé que se supone que hay un toque de queda nocturno pero estoy seguro de que ésa no es la única razón de que no se vea a nadie. Estar en el exterior es demasiado peligroso. A las pocas personas que he visto —figuras solitarias que se deslizan cuidadosamente por las sombras como yo— las he evitado. No me quiero arriesgar a encontrarme con nadie. ¿Serán como yo? Quizá lo sean pero no puedo correr ningún riesgo. Pueden ser como el resto de ellos. Volveré a matar si tengo que hacerlo pero no estoy buscando problemas. Encontrar a Ellis es más importante. Esta noche parece que la parte «normal» de la población se ha ocultado por miedo a nosotros.

Creo que ahora probablemente estoy a medio camino entre mi piso y la casa de la hermana de Liz. He planeado caminar durante toda la noche pero creo que lo más razonable es parar y encontrar pronto un refugio. Ahora los helicópteros vuelven a sobrevolar la ciudad y me siento expuesto. El instinto me dice que muy pronto será demasiado arriesgado estar solo en la oscuridad en el exterior, con los militares patrullando por las calles y el cielo. Si pensase que proseguir fuera seguro, lo haría. Voy a aprovechar la oportunidad para descansar un rato y comer.

No puedo dejar de pensar en Ellis. Mi pobre niñita está atrapada en medio de un grupo de personas que se volverán en su contra en cualquier momento y sin ninguna advertencia previa. Está en peligro y no hay nada que pueda hacer para ayudarla. Quizá ya sea demasiado tarde pero no puedo evitar pensar de esa forma. Conscientemente he intentado sacarlo de mi mente pero sigo pensando en Lizzie, Edward y Josh. Recordarlos me llena de una tristeza abrumadora, y de remordimientos. Me pregunto si ellos también cambiarán. ¿Podría ser que lo que ha cambiado dentro de mí también estuviera oculto en su interior? Me gustaría creerlo pero no tengo demasiadas esperanzas. La información gubernamental que leí antes (si algo de eso era verdad) decía que sólo un pequeño porcentaje de la población corría el riesgo de verse afectada. Yo también percibí una diferencia entre Ellis y los demás. Ella y yo somos iguales. Nos diferenciamos de ellos, lo puedo sentir. Tengo que aceptar que el resto de mi familia está perdida.

Ahora estoy saliendo de la ciudad. Miro de reojo y veo que aunque sigue habiendo luces en muchos edificios, también hay grandes áreas de la ciudad que están bañadas en la oscuridad. Deben haber cortado la electricidad. Es inevitable, supongo. Este «cambio» (sea lo que sea) puede que sólo afecte a una minoría, pero todo el mundo está sintiendo sus repercusiones. Está rompiendo la sociedad con la misma rapidez que ha destruido a mi familia.

Doblo una esquina y tropiezo de cara con otro cuerpo que va en dirección contraria, la primera persona con la que me he cruzado en mucho tiempo. Inmediatamente me tenso, dispuesto a matar. Empujo la oscura figura y cierro el puño dispuesto a golpear. Atravieso la oscuridad para mirar el rostro de la otra persona y... y todo está bien. No hay ira ni odio ni amenaza. El silencioso sentimiento de alivio de ambos es inmenso. El tipo es como yo, y ambos sabemos que ninguno de los dos tiene nada que temer del otro.

—¿Está bien? —pregunto en voz baja.

El otro asiente y sigue su camino.

Oigo motores en la distancia. A mis espaldas, los militares se siguen moviendo por la ciudad a oscuras. Ahora están más cerca. También hay más helicópteros atravesando el cielo. Veo que cuatro de ellos se ciernen ominosamente, barriendo las calles e iluminando de vez en cuando el suelo a sus pies con focos increíblemente potentes. Definitivamente ha llegado el momento de encontrar refugio.

Cruzo un bajo puente de piedra que pasa por encima de unas silenciosas vías de ferrocarril. Delante de mí se encuentra la oscura silueta de una gran fábrica o almacén y, al otro lado de la calle, una obra. Cuando me acerco veo que es el inicio de una nueva urbanización. Unas pocas casas están casi terminadas justo al lado de la calle principal y están rodeadas por las estructuras de otros edificios parcialmente construidos. Las paredes a medio subir y los marcos de madera que se recortan contra el cielo hacen difícil decir si las obras se han abandonado o no. Es un lugar silencioso y desolado. Parece adecuado para parar y refugiarme durante un rato.

Las baldosas y el asfalto bajo mis pies dan paso a grava y barro. Sigo el camino enlodado e irregular que se adentra en el centro de la zona de obras y me encuentro caminando a lo largo de una fila de seis casas de diferentes formas, tamaños y grados de construcción. El suelo está tan maltratado por la maquinaria que me lleva un rato darme cuenta de que voy caminando por los futuros jardines traseros de esos edificios y no por la fachada principal. Me pregunto si se terminará alguna vez algunas de esas construcciones. Las tres más alejadas parecen ser las más completas y me dirijo hacia ellas. Sus ventanas y puertas están cubiertas con planchas de metal gris. Todas excepto la que está en medio de las tres. La plancha que cubría el espacio donde debería ir su puerta trasera ha sido retirada. Está tirada en el suelo, sobre un charco de barro, doblada e inútil. Ahora estoy delante de la puerta mirando al interior. ¿Ha estado alguien aquí? Me doy cuenta de que puede seguir habiendo alguien dentro pero necesito descansar. ¿Debo entrar? ¿Es seguro? Sintiendo que ya nada es seguro, subo el escalón y entro en el edificio con precaución. Si hay alguien dentro y no es como yo, lo mataré.

Pasos en la oscuridad. Movimientos repentinos.

Intento retroceder pero antes de que pueda reaccionar tengo a una figura encima de mí. Me tiran de las piernas y caigo de espaldas sobre el duro suelo de cemento. No puedo ver nada. Intento liberarme y levantarme a base de patadas y puñetazos pero antes de que me pueda mover me vuelven a tirar al suelo. Alguien me presiona los tobillos y otro tiene las manos en mis hombros, manteniéndome tendido en el suelo. Hay también una tercera persona. Su sombra pasa delante del hueco de la puerta.

—¿Crees que está bien sujeto? —pregunta alguien. Encienden una linterna y la inesperada claridad me quema los ojos.

—Apágala —oigo que dice otro en un susurro grave y aliviado—. Está bien.

Con tanta rapidez como me habían agarrado las manos, me sueltan. Me alejo arrastrándome por el suelo, poniendo toda la distancia que puedo con las personas que están aquí. La luz dentro de la casa a medio terminar es limitada y trato de distinguir algo. Alguien se está moviendo delante de mí. Sé que al menos son tres personas pero ¿hay más? Vuelven a encender la linterna.

—Tómatelo con calma, colega —dice uno de ellos—. No vamos a hacerte daño.

No sé si creerlo. No sé si voy a creer a alguien nunca más.

La figura que sostiene la linterna ilumina su propia cara. Se trata de un hombre, quizás a finales de la veintena. Sé al instante que es como yo y que estoy seguro con él. Y si este hombre no es una amenaza, entonces la gente que está con él tampoco lo es.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

—Danny —contesto—. Danny McCoyne.

—¿Llevas así mucho tiempo, cariño? —pregunta una voz de mujer.

—¿Qué? —murmuro en respuesta.

—¿Hace mucho que ha ocurrido? —dice, reformulando la pregunta. Supongo que está hablando de lo que ocurrió en casa cuando maté a Harry y perdí a mi familia.

—Unas horas —murmuro con la garganta seca—. No estoy seguro...

—Soy Patrick —se presenta el hombre que sostiene la linterna y extiende la mano. No estoy seguro si me la ofrece para un apretón o para ayudarme a levantarme. La cojo y tira de mí—. Me ocurrió hace tres días —prosigue—. Lo mismo que a Nancy. Éste es Craig —dice, apuntando la linterna hacia la tercera persona al otro lado de la habitación—. Ayer por la tarde, ¿no, Craig?

—Justo después de comer —contesta Craig. Patrick dirige la linterna hacia él pero sólo consigue iluminar una pequeña parte de una gran barriga. Craig es inmenso.

—¿Qué ocurrió? —pregunta Nancy—. ¿Alguien cercano?

—El padre de mi mujer —explico, sintiendo un poco de tristeza pero no remordimientos o culpabilidad por lo que he hecho—. Se volvió contra mí. Pensé que iba a matarme así que...

—¿Fuiste primero a por él? —interrumpe ella, acabando la frase por mí. Ahora mis ojos se están acostumbrando a la oscuridad en la casa. Puedo ver a Nancy asintiendo e inmediatamente sé que comprende totalmente lo que tuve que hacer y por qué tenía que hacerlo, aunque ni siquiera yo estoy completamente seguro—. Pronto todo empezará a tener sentido —me explica—. A mí me pasó lo mismo. Me odio por haberlo hecho pero no tenía alternativa. Llevaba con John desde hace casi treinta años y durante todo ese tiempo casi no nos habíamos separado ni un solo día. Fue como si alguien le diera a un interruptor. Supe que tenía que hacerlo.

Esto corre peligro en convertirse en una comedia de errores. ¿Todos han matado? Formulo la pregunto sin darme cuenta de que estoy hablando en voz alta.

—Supongo que sólo depende de dónde estás cuando ocurre —contesta Patrick—. Craig aún no ha matado a nadie, lo que resulta toda una sorpresa si tenemos en cuenta el tamaño del jodido.

Nancy sigue con la historia de Craig.

—Sin embargo lo intentó, ¿no es verdad, cariño? —suspira. En el círculo de luz veo que asiente—. Un puñado de ellos te tenían arrinconado en el trabajo, ¿no es verdad?

—Estaba preparando pedidos en el almacén con cuatro de ellos —explica el gigante con una voz sorprendentemente suave—. No sé lo que pasó. Empecé con uno de ellos pero eran demasiados. Me encerraron en uno de los despachos pero conseguí salir por una ventana. Lo único que podía hacer era correr.

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