Nora hizo un gesto negativo.
—¿Por qué no?
—La razón puede encontrarse tal vez en su propia creación, hace muchísimo tiempo. Las tradiciones folclóricas han existido en todas las culturas del planeta desde tiempos inmemoriales. Entre los antiguos mesopotámicos, griegos, egipcios, hebreos, romanos, etcétera. Soy viejo, pero no lo suficiente para saberlo. Sin embargo, esa prohibición sigue vigente a día de hoy, lo cual nos da cierta ventaja. ¿Saben qué es la ciudad de Nueva York?
Nora comprendió de inmediato:
—Una isla.
—Un archipiélago. Estamos rodeados de agua por todas partes. Los cuerpos de los pasajeros fueron llevados a morgues en los cinco distritos, ¿verdad?
—No —respondió Nora—. Sólo a cuatro. No a Staten Island.
—Si pudiéramos sellar los puentes e instalar barricadas al norte del Bronx, y al este de Queens, en Nassau… —dijo Eph.
—En estos momentos eso es hacerse demasiadas ilusiones. Sin embargo, no tenemos que destruirlos individualmente a cada uno. Ellos obedecen a una voluntad única y operan con una mentalidad de colmena, pues son controlados por una sola inteligencia, la cual está probablemente atrincherada en algún lugar de Manhattan.
—Es el Amo —comprendió Eph.
—El que vino en la zona de carga del avión. El propietario del ataúd desaparecido.
—¿Cómo sabe que no está cerca del aeropuerto? Después de todo, no puede cruzar el East River por sus propios medios —señaló Nora.
Setrakian sonrió.
—Estoy seguro de que no vino a América para esconderse en Queens. —Abrió la puerta trasera que conducía a las escaleras de la armería del sótano—. Lo que debemos hacer a continuación es perseguirlo.
Calle Liberty, zona del World Trade Center
V
ASILIY
F
ET
, el exterminador que trabajaba en la Oficina de Control de Plagas de la Ciudad de Nueva York, estaba junto a la valla de la «bañera», el enorme hueco donde anteriormente había estado el complejo del World Trade Center. Dejó el carro de mano en su furgoneta, la cual estacionó en un aparcamiento de la Autoridad Portuaria en la calle West, al lado de otros vehículos de la construcción. En una mano tenía raticida y ropa liviana para túneles que llevaba en una bolsa deportiva roja y negra marca Puma. En la otra llevaba una barra que había encontrado en alguna ocasión; era una varilla de acero de un metro de largo, ideal para sondear nidos de ratas, introducir cebos y golpear roedores agresivos o asustados.
Estaba en la esquina de Church y Liberty entre las barreras del lado oeste y las cercas de construcción, en medio de los conos de seguridad anaranjados y blancos ubicados a ambos lados del amplio sendero peatonal. La gente pasaba, dirigiéndose hacia la entrada provisional del metro al otro extremo de la calle. Había una nueva atmósfera de esperanza allí, cálida como el sol pródigo que bendecía ese sector destruido de la ciudad. Los nuevos edificios estaban siendo construidos después de varios años de planificación y excavaciones, y era como si esa terrible herida abierta finalmente estuviera comenzando a sanar.
Vasiliy Fet fue el único en notar las manchas grasosas en los bordes verticales de la acera, así como los excrementos alrededor de las barreras de estacionamiento. Las señales de mordidas en la tapa del cubo de la basura que había en una esquina eran signos evidentes de la presencia de ratas en la superficie.
Un albañil lo condujo a la cuenca. Se detuvieron al pie de la estructura de la futura estación WTC PATH del metro, que contaría con cinco líneas de trenes y tres andenes subterráneos. Los trenes plateados circulaban al aire libre y avanzaban hacia el fondo de la «bañera», en dirección a los andenes temporales.
Vasiliy bajó de la camioneta y miró los siete pisos que se levantaban sobre él. Estaba en el lugar donde habían caído las torres, un motivo suficiente para quitarle el aliento.
—Éste es un lugar sagrado —dijo Fet.
El albañil tenía un bigote espeso y gris. Llevaba una camisa de franela suelta sobre otra ajustada, ambas untadas de tierra y sudor, vaqueros azules y unos guantes cubiertos de lodo en el cinturón. Su casco estaba lleno de adhesivos.
—Yo pensaba lo mismo —dijo—. Pero ahora no estoy tan seguro.
Fet lo miró.
—¿Lo dices por las ratas?
—Claro que sí. Han salido de los túneles durante los últimos días como si hubiéramos encontrado petróleo. Pero ya no. —Negó con la cabeza, mirando la capa de cemento fresco en un muro debajo de la calle Vesey: veintiún metros de hormigón cubiertos con lonas.
—¿Y qué más? —preguntó Fet.
El trabajador se encogió de hombros. Los albañiles suelen ser orgullosos. Construyeron la ciudad de Nueva York, su metro y alcantarillas, cada túnel, muelle, rascacielos y cimientos de puentes. Cada vaso de agua limpia sale del grifo gracias a un albañil. Es un oficio hereditario, y distintas generaciones trabajan juntas en las mismas obras. Es un trabajo sucio pero muy bien hecho. Por lo tanto, el albañil no quería parecer reticente.
—Todos están acobardados. Mis compañeros desaparecieron. Comenzaron su turno, bajaron a los túneles y nunca regresaron; nunca más salieron de allí. Trabajamos veinticuatro horas al día y siete días a la semana, pero ya nadie quiere trabajar de noche. Nadie quiere estar bajo tierra. Y eso que son jóvenes y valientes.
Fet miró las aberturas de los túneles, donde las estructuras subterráneas estarían conectadas debajo de la calle Church.
—¿Entonces no han continuado con las obras? ¿No han seguido excavando?
—No desde que la cuenca se hundió.
—¿Y todo esto comenzó con las ratas?
—Por la misma época. Algo se ha apoderado del lugar en los últimos días. —El albañil se encogió de hombros y le ofreció un casco de color blanco a Vasiliy—. Y yo que creía tener un trabajo sucio. ¿Quién quisiera trabajar atrapando ratas?
Vasiliy se puso el casco y sintió que el aire cambiaba cuando se acercó a la entrada del túnel subterráneo.
—Supongo que soy partidario del
glamour
.
El albañil miró las botas, la bolsa Puma y la varilla metálica de Vasiliy.
—¿Has hecho esto antes?
—Tengo que ir donde está la plaga. Debajo hay una ciudad tan grande como la que está en la superficie.
—¿Tienes linterna? Espero que sí. ¿Algunos pedazos de pan?
—Creo hacer bien mi trabajo.
Le estrechó la mano al albañil y entró.
El túnel era amplio al comienzo, donde había sido reforzado. Dejó atrás la luz del sol, y las lámparas amarillas estaban casi cada nueve metros de distancia. Cuando estuviera terminado, este túnel conectaría la nueva estación PATH con el centro de transportes del WTC, localizado entre las Torres Dos y Tres, a media manzana de distancia. Se habían construido otros túneles para los sistemas de acueducto, energía y alcantarillado de la ciudad.
Siguió internándose más y no pudo dejar de notar el polvo tan fino como el talco que cubría las paredes del túnel original. Era un lugar sagrado, una especie de camposanto, donde cuerpos y edificios habían sido pulverizados y reducidos a átomos. Encontró guaridas, caminos y excrementos, pero no ratas. Inspeccionó las madrigueras con la varilla y escuchó, pero no oyó ningún sonido revelador.
La luz de las lámparas finalizaba en un recodo del túnel, y una oscuridad profunda y aterciopelada se anunciaba más adelante. Vasiliy llevaba una lámpara muy potente en la bolsa; una Garrity de color amarillo provista de una agarradera semejante a la de un megáfono, y dos mini-Maglites. La luz artificial en un ambiente oscuro limita la visión nocturna, pero a Vasiliy le gustaba cazar ratas en ambientes como ése, oscuros y silenciosos. Sacó un monóculo de visión nocturna que fijó a su casco con una correa, y lo colocó sobre su ojo izquierdo. El túnel adquirió una tonalidad verde.
No vio nada. A pesar de todas las evidencias que parecían sugerir lo contrario, las ratas se habían ido, como si hubieran sido sacadas de allí.
Eso le sorprendió. Era muy difícil erradicar a las ratas. Incluso cuando se elimina su fuente de alimento, pueden pasar semanas —pero no días— antes de que se note algún cambio.
El túnel tenía trayectos muy antiguos, y Vasiliy llegó hasta las carrileras del tren llenas de inmundicia que habían sido abandonadas hacía años. La calidad de la tierra había cambiado, y, por su textura, Vasiliy supo que había pasado del «nuevo» Manhattan —el relleno con el que habían construido Battery Park— al «viejo» Manhattan: la roca que sostenía la isla.
Se detuvo en un cruce para tomarlo como punto de referencia. Observó la extensión del túnel y vio un par de ojos brillando como si fueran los de una rata, aunque más grandes y a una mayor altura del suelo.
Los ojos desaparecieron de su vista instantáneamente.
—¡Oiga! —gritó Vasiliy, oyendo el eco de su voz—. ¡Escuche!
Después de un momento, una voz le respondió retumbando por las paredes.
—¿Quién está ahí?
Vasiliy percibió un deje de miedo en la voz. Entonces asomó la luz de una linterna, proveniente del final del túnel, mucho más allá de donde Vasiliy había visto brillar aquel par de ojos. Retiró el monóculo a tiempo, pues de lo contrario le hubiera afectado la retina. Se identificó, sacó una linterna pequeña con la que hizo señales y siguió su camino hacia delante. El viejo acceso al túnel estaba al lado de otro que parecía estar en uso, allá, donde creía haber visto los ojos. Miró con el monóculo pero no vio nada, y siguió caminando hacia el próximo cruce.
Vio venir a un grupo de trabajadores subterráneos con gafas y cascos llenos de adhesivos, vestidos con camisas de franela, vaqueros y botas. Un cárter tenía una fuga de agua. Las potentes luces halógenas instaladas sobre trípodes alumbraban el nuevo túnel como en una película del espacio. Los trabajadores estaban tensos y permanecieron juntos hasta que vieron a Vasiliy de cerca.
—¿Fue a uno de vosotros a quien vi hace un momento? —preguntó.
Los tres trabajadores se miraron entre sí.
—¿Qué viste?
—Creí ver a alguien cruzando las vías férreas —dijo señalando con la mano.
Los tres trabajadores se miraron de nuevo, y dos de ellos comenzaron a empacar sus cosas. El otro le preguntó:
—¿Eres el tipo que anda buscando ratas?
—Sí.
El trabajador negó con la cabeza.
—Ya no hay ratas aquí.
—No pretendo contradecirte, pero eso es casi imposible. ¿Cómo podría ser?
—Tal vez porque tienen sentidos más afinados que los nuestros.
Vasiliy miró de nuevo el túnel iluminado donde estaba la manguera del cárter.
—¿Ésa es la salida del metro?
—Así es.
Vasiliy señaló en la dirección contraria.
—¿Y allí?
El trabajador dijo:
—Te aconsejo que no vayas por allí.
—¿Por qué no?
—Olvídate de las ratas. Síguenos; ya hemos terminado aquí.
El agua seguía manando, y formaba charcos semejantes a los de un abrevadero.
—En un momento los alcanzaré —dijo Vasiliy.
El trabajador le lanzó una mirada penetrante.
—Haz lo que quieras —le dijo, apagando la lámpara y colgándose el morral al hombro antes de dar alcance a sus compañeros.
Vasiliy los vio alejarse y la intensidad de las bombillas de sus cascos disminuyó a medida que avanzaron por el túnel, desapareciendo cuando los trabajadores doblaron por un recodo. Escuchó el chirrido producido por las ruedas de un vagón del metro. Era tan cercano que se asustó un poco. Siguió caminando y cruzó la nueva vía, esperando que su visión se adaptara de nuevo a la oscuridad.
Encendió su monóculo y todo volvió a ser verde y subterráneo. El eco de sus pisadas se transformó cuando el túnel se hizo más amplio, en un cruce de rieles a cuyo lado había un montón de escombros. Las vigas de acero remachadas se alternaban a intervalos regulares, como las columnas de un salón de baile industrial. Vasiliy vio una caseta de mantenimiento abandonada al lado derecho. Sus paredes derruidas tenían nombres en grafitis toscos, y un dibujo apocalíptico de las torres gemelas en llamas. Uno de ellos decía: «Sadam», y otro «Gamera».
En otra época, un viejo aviso les había advertido a los trabajadores:
CUIDADO
TRENES EN LA VÍA
El aviso estaba en mal estado, y la
T
y la
N
habían sido borradas. Alguien había modificado el letrero con cinta aislante y ahora decía:
CUIDADO
RATAS EN LA VÍA
De hecho, este lugar remoto y olvidado debería haber sido una central de ratas. Vasiliy decidió utilizar luces negras. Sacó una pequeña linterna de su bolsa Puma, la encendió, y la bombilla despidió una luz fría y azul en la oscuridad. La orina de los roedores brillaba bajo la luz oscura debido a su contenido bacterial. Inspeccionó las bases de las vigas; era como un paisaje lunar lleno de basura y porquería resecas. Distinguió unas manchas opacas que parecían de orina, pero no eran recientes; al menos no hasta que alumbró el bidón oxidado de aceite que estaba a un lado. Alumbró bien y vio que era el charco de orina más grande y brillante que había visto en su vida. Era enorme, y si se comparaba con los que había encontrado antes, este rastro permitiría concluir que la rata tenía casi dos metros de extensión.
Sin embargo, eran de un animal más grande, posiblemente de una persona.
El goteo del agua sobre las vías antiguas resonaba en los túneles casi fríos. Vasiliy percibió algo, un movimiento distante, o tal vez estaba comenzando a sugestionarse. Retiró la luz negra y examinó el lugar con su monóculo. Detrás de uno de los refuerzos de acero volvió a ver un par de ojos brillantes acechándolo en la oscuridad.
No sabía a qué distancia estaban. Su percepción de la profundidad era limitada, debido al patrón geométrico de los rieles simétricos.
Esta vez no dijo «hola» ni nada, y más bien apretó la varilla con fuerza. Los vagabundos con los que solía toparse casi nunca eran agresivos, pero él sintió que esta ocasión era diferente; todo gracias a su sexto sentido de exterminador, a su capacidad para detectar infestaciones de ratas. Sin saber por qué, Vasiliy se sintió superado en número.
Sacó su potente lámpara y observó la recámara. Antes de retirarse, sacó una caja de polvo de rastreo y roció una buena cantidad de raticida. El efecto del polvo era más lento que el de los cebos sólidos, pero mucho más eficaz. Tenía la ventaja adicional de mostrar las huellas de los roedores, permitiendo descubrir sus nidos con mayor facilidad.