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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (6 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
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Karin se volvió hacia el otro.

—Y tú, ¿lo has visto después?

—No.

Karin se tragó la creciente irritación que sentía.

—De acuerdo, ¿sabéis si ha estado últimamente con alguna persona desconocida?

—Ni idea.

—¿Hay alguien a quien le cayera mal o alguien que quisiera hacerle daño?

—No, al
Flash
, no. Nunca se metía con nadie. Mantenía un perfil bajo, no sé si entiendes lo que quiero decir.

—Sí, claro, entiendo —dijo Karin—. ¿Sabéis dónde está su amigo Bengan, Bengt Johnsson?

—¿Ha sido él?

Tras los vapores del alcohol el hombre mayor parecía sorprendido de verdad.

—No, no, sólo queremos hablar con él.

—Hace tiempo que no lo veo, ¿y tú?

—No —dijo Arne.

Estaba mascando chicle con tanta fuerza que le crujían las mandíbulas.

—La última vez que lo vi estaba con ese chico nuevo de la Península —dijo el viejo—. Se llama Örjan.

—¿Y cómo se apellida?

—Eso no lo sé, porque no lleva mucho tiempo viviendo en Gotland. Estuvo en chirona en la Península.

—¿Sabes dónde podemos encontrar a Bengt Johnsson?

—Vive en la calle Stenkumla con su madre. A lo mejor está allí.

—¿Sabes en qué número?

—No.

—Está bien, gracias por la ayuda. Si veis u oís algo que tenga que ver con
el Flash
poneos directamente en contacto con la policía.

—Sí, claro —dijo el hombre del gorro apoyándose a su vez en la pared.

J
ohan Berg abrió el periódico sobre la mesa de la cocina en su casa de la calle Heleneborgsgatan en Estocolmo. Su apartamento estaba en el piso de abajo y daba al patio, pero eso no le importaba. Södermalm era el corazón de la ciudad, y a él le parecía que no se podía vivir en un sitio mejor. Un lado del edificio daba a las aguas de Riddarfiärden y la isla de Långholmen, que albergaba antiguamente la cárcel, con sus rocas para tomar el sol después de bañarse y sus senderos boscosos. Al otro lado, a un paso, estaban las tiendas, los pubs, los cafés y el metro. La línea roja le llevaba directamente hasta la estación de Karlaplan y, desde allí, las oficinas centrales de la Televisión Sueca le quedaban a sólo cinco minutos andando.

Estaba suscrito a varios periódicos:
Dagens Nyheter, Svenska Dagbladet
y
Dagens Industri
, y ahora
Gotlands Tidningar
había pasado a engrosar el montón de diarios que hojeaba cada mañana. Tras los sucesos del verano pasado, había aumentado su interés por lo que pasaba en Gotland; por diferentes motivos.

Ojeó los titulares: «Residencias para mayores, en crisis», «La policía de Gotland gana menos que la de la Península», «Un agricultor a punto de perder las ayudas europeas».

Entonces reparó en una noticia breve: «Un hombre ha sido hallado muerto en Gråbo. La policía sospecha que se trata de un asesinato».

Mientras recogía la mesa del desayuno, pensó en el artículo. La verdad es que parecía la típica pelea de borrachos, pero despertó su curiosidad. Se echó una rápida ojeada frente al espejo y se puso un poco de fijador en el cabello, moreno y rizado. En realidad debería afeitarse, pero no tenía tiempo. Su barba morena podía crecer un poco más. Tenía treinta y siete años, pero parecía más joven. Alto y atractivo, con facciones regulares y ojos castaños. Las mujeres sucumbían fácilmente a sus encantos, algo de lo que se había aprovechado muchas veces. Aunque ya no. Desde hacía medio año sólo existía en su vida una mujer, Emma Winarve, de Roma, en Gotland. Se conocieron cuando él cubría la persecución del asesino en serie el verano anterior.

Ella dio un vuelco a su vida. No había conocido nunca a una mujer que le hubiera llegado tan adentro; era un reto y le hacía pensar de otra manera. Tenía mejor opinión de sí mismo cuando estaba a su lado. Cuando sus amigos le preguntaban por qué era tan especial Emma, le resultaba difícil explicarlo. Todo era tan evidente junto a ella. Y sabía que ese sentimiento era recíproco.

Su relación llegó tan lejos que creyó realmente que se iba a separar, que sólo era cuestión de tiempo. Había empezado a fantasear con trasladarse a Gotland y trabajar en algún periódico o radio local. Con que se mudaban a vivir juntos y se convertía en un segundo padre para los dos hijos de Emma.

Pero las cosas no fueron así, sino todo lo contrario. Cuando arrestaron al asesino y todo pasó, ella lo dejó. Su decisión lo pilló totalmente por sorpresa. Su existencia se desmoronó, se vio obligado a tomarse la baja durante unas semanas y cuando se sintió lo suficientemente recuperado como para poder irse de vacaciones, no pudo quitársela de la cabeza ni un momento.

De vuelta a casa, le escribió una carta. Aunque no se lo esperaba, ella le contestó y empezaron a verse otra vez. Se veían sobre todo cuando Johan estaba en Gotland por motivos de trabajo. En alguna ocasión, Emma consiguió ir a Estocolmo. Pero notaba que ella se sentía mal por tener que mentir y que el sentimiento de culpabilidad le hacía sufrir. Al final le pidió dos meses para reflexionar. Octubre y noviembre. Necesitaba alejarse de él y tener tiempo para pensar, le explicó.

De repente se interrumpió todo contacto entre ellos. Ningún mensaje en el móvil, ningún e-mail, ninguna llamada.

Emma había cedido una vez. Él estaba en Gotland por motivos laborales y la llamó. En aquel momento, ella se encontraba mal y quedaron. Fue un encuentro rápido que no hizo más que confirmar que sus sentimientos eran aún más fuertes, al menos por su parte.

Después nada. Hizo un par de torpes intentos, pero en vano. Emma se mantuvo firme.

Johan lo comprendía. Era muy difícil para ella, casada y con dos hijos.

Pero, varias semanas de noches en blanco, de abusar del tabaco y de echarla de menos desesperadamente iban dejando su huella, por no decir algo peor.

De camino hacia el metro, llamó a Anders Knutas en Visby.

El comisario respondió inmediatamente.

—Knutas.

—Hola. Soy Johan Berg de
Noticias Regionales
. ¿Qué tal va todo?

—Sí, bien, gracias. ¿Y tú? Hace tiempo que no sé nada de ti.

—Estoy bien. He visto una pequeña noticia en el periódico acerca de un presunto asesinato en Gråbo. ¿Es cierto?

—No sabemos gran cosa.

—¿Qué es lo que ha ocurrido?

Una pequeña pausa. Johan podía imaginarse cómo Knutas cargaba la pipa y se echaba hacia atrás apoyándose en el respaldo de la silla. Habían mantenido una estrecha relación cuando Johan cubría desde Gotland la información de los asesinatos y posteriormente tomó parte en la resolución del caso.

—Ayer por la tarde fue hallado un hombre muerto en un sótano de la calle Jungmansgatan, en Gråbo, no sé si conoces esa zona.

—Sí, claro.

—Por las lesiones que presentaba sospechamos que lo han matado.

—¿Cuántos años tenía?

—Nació en 1943.

—¿Conocido por la policía?

—Sí, pero no porque hubiera cometido ningún delito digno de mención, sino porque era un alcohólico empedernido. Solía deambular por la ciudad bebiendo. Uno de los borrachines locales, vamos.

—¿Se trata de una pelea de borrachos?

—Eso parece.

—¿Cómo fue asesinado?

—De eso no puedo hablar.

—¿Cuándo se produjo el asesinato?

—El cuerpo sin vida ha permanecido allí unos cuantos días. Puede que hasta una semana.

—¿Cómo es posible que haya permanecido tanto tiempo si estaba en un sótano?

—Se encontraba en un espacio cerrado.

—¿En un cuarto trastero?

—Sí, podría decirse.

—¿Cómo lo encontraron?

—Lo encontró el portero.

—¿Había denunciado alguien su desaparición?

—No, pero un amigo se puso en contacto con el portero.

Knutas estaba empezando a impacientarse.

—Entiendo. ¿Quién era?

—Escucha, eso no te lo puedo decir. Ahora tengo que dejarte, de momento tendrás que conformarte con esto.

—De acuerdo. ¿Cuándo crees que podrás decir algo más?

—No tengo la menor idea. Adiós.

Johan apagó el móvil y pensó que aquella muerte no parecía interesante para incluirla en las
Noticias Regionales
. Probablemente una pelea normal entre personas bebidas que se les había ido de las manos. Sólo podría encontrar un hueco como una breve reseña.

«
E
l metro de Estocolmo un lunes de noviembre por la mañana debe de ser uno de los sitios más deprimentes del mundo», pensó Johan allí sentado con la cabeza apoyada contra la ventana mientras las negras paredes del metro pasaban a toda velocidad a medio metro de distancia.

El vagón iba lleno de gente pálida, abrumada por la seriedad y la rutina diaria. No se oía ninguna conversación, sólo el traqueteo y el ruido sordo del metro. Alguna tos aislada y el ruido adormilado de los periódicos gratuitos. La gente miraba al techo, a los anuncios publicitarios, al suelo, a través de la ventana o a algún punto lejano e indefinido. A todas partes, menos a los demás.

El olor a tela mojada se mezclaba con el olor a perfume, a sudor y al polvo quemado de los radiadores. Las cazadoras se apretujaban contra los abrigos, las bufandas contra los gorros, los cuerpos contra los cuerpos, calzado contra calzado, las caras casi se rozaban, pero sin contacto.

«¿Cómo es posible que haya tanta gente junta en un mismo sitio sin que se oiga nada? —seguía pensando Johan—. Esto no puede ser normal».

Era una de esas mañanas en que sentía ganas de largarse de allí.

Cuando salió del metro en la estación de Karlaplan, sintió una especie de liberación. Aquí al menos se podía respirar. La gente caminaba a su alrededor como si fueran soldados de plomo camino del autobús, la escuela, los comercios, los dispensarios de la seguridad social, los despachos de abogados o lo que fuese.

Él, por su parte, cruzó el parque que había junto a la iglesia de Gustav Adolfkyrkan. Los niños de la guardería estaban fuera columpiándose en medio de aquel viento cortante. Sus mejillas brillaban como manzanas maduras.

El inmenso edificio de la televisión destacaba entre la niebla del mes de noviembre. Johan saludó a la estatua que representaba a Lennart Hyland antes de cruzar el vestíbulo.

En el piso donde se encontraba la redacción había movimiento. Las noticias de la mañana de ámbito nacional estaban en marcha y fuera de los ascensores invitados, presentadores, meteorólogos, maquilladores, reporteros y redactores corrían, saliendo del estudio, yendo a los servicios o dirigiéndose a la mesa del desayuno. La hilera de ventanales ofrecía una vista del extenso parque Gärdet envuelto en la niebla gris, por el que pululaban los alegres perros de la guardería canina que había en la calle Grev Magnigatan. Perros marrones, negros y con manchas trotaban y jugaban por los prados, indiferentes al hecho de que aquél era un aburrido lunes de noviembre.

La reunión de la mañana de
Noticias Regionales
contaba con la presencia de casi todos. Fotógrafos, un editor madrugador, reporteros, programadores y el redactor jefe se encontraban allí. Apenas quedaba sitio en el sofá dispuesto en un rincón de la redacción. Después de comentar la última emisión, criticando algunas cosas y elogiando otras, Max Grenfors, el redactor jefe, sacó la lista de reportajes del día. El trabajo podía cambiar a lo largo de la reunión. Bien porque algún reportero aportara una idea nueva, bien porque las protestas contra un reportaje propuesto fueran tan fuertes que acababa directamente en la papelera, o bien porque la discusión tomaba nuevos derroteros que llevaban a cambiar toda la planificación. A Johan le parecía que así era precisamente como tenía que funcionar una redacción de noticias y le gustaban las reuniones matutinas.

Contó brevemente a los demás lo que sabía del asesinato de Gotland. Todos estuvieron de acuerdo en que aquello parecía una pelea de borrachos. A Johan le encomendaron la tarea de comprobar cómo evolucionaba el asunto, puesto que al día siguiente iba a viajar hasta Gotland para hacer un reportaje a propósito de un camping amenazado de cierre.

La redacción de
Noticias Regionales
trabajaba sujeta a duros criterios de productividad. Hacían un programa diario de veinte minutos, del que ellos, en principio, tenían que hacerlo todo de cabo a rabo. Una secuencia de dos minutos tardaban normalmente varias horas en grabarla y después otras dos en editarla. Johan siempre discutía con los jefes porque creía que los reporteros deberían disponer de más tiempo.

No le habían gustado los cambios que se habían producido desde que empezó a trabajar como reportero en la televisión diez años atrás. Actualmente los reporteros apenas tenían tiempo para repasar su material antes de entregárselo al editor. Lo cual tenía unas consecuencias nefastas sobre la calidad. Fotografías buenas, a las que el fotógrafo había dedicado un gran esfuerzo, corrían el riesgo de pasar desapercibidas porque, con las prisas, nadie reparaba en ellas. No eran pocas las veces en que los fotógrafos se sentían decepcionados después de ver la secuencia emitida. Cuando empezaban a hacer recortes en el tratamiento de las imágenes, que era toda la fuerza de la televisión, las cosas iban mal, y Johan se negaba a escribir el reportaje y a editarlo antes de haber repasado personalmente su material.

Lógicamente, había excepciones. A veces había prisa y tenían que montar el reportaje veinte minutos antes de la emisión y, pese a todo, conseguían tener lista la secuencia.

La imprevisibilidad era el mayor atractivo de trabajar en una redacción de noticias. Uno no sabía nunca por la mañana cómo iba a discurrir el día. Johan trabajaba sobre todo haciendo reportajes para la sección de sucesos, y la red de contactos que había establecido a lo largo de esos años era muy valiosa para la redacción. También era él básicamente el responsable de cubrir la información de Gotland, que pertenecía al ámbito de las
Noticias Regionales
desde hacía dos años. El enorme déficit de la Televisión Sueca había hecho que suprimieran la redacción local de Gotland y que el seguimiento de las noticias de la isla se trasladara de Norrkoping a Estocolmo. Johan se había hecho cargo de Gotland encantado, porque estaba enamorado del lugar desde pequeño. Ahora no era sólo la isla la que lo atraía.

M
ancha
tiraba de la correa. «No va a aprender nunca a caminar detrás», pensó Fanny enfadada, pero no se sentía con fuerzas para reñirle. Las calles de la urbanización por la que paseaba estaban vacías. Una niebla oscura había caído sobre Visby y el asfalto brillaba bajo la lluvia fina. Las ventanas iluminadas de las casas, adornadas con delicadas cortinas, invitaban a entrar en ellas. Qué acogedor parecía aquello. Flores en las ventanas, coches relucientes en las entradas de los garajes y preciosos buzones. Algún que otro recipiente bien cuidado para el compost.

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