Muerto Para El Mundo (31 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
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Intenté imaginarme a Bill subiendo a una montaña de noche, contemplando las ruinas de una antigua civilización bajo la luz de la luna. Yo no podía siquiera concebir cómo sería algo así. Nunca había salido del país. De hecho, apenas había salido del estado.

—¿Es Bill, tu antiguo hombre? —La voz de Eric sonaba un poco... tensa.

—Ah, sí..., bueno, sí. —Lo de "antiguo" era correcto, pero lo de "hombre" sonaba un poco desfasado.

Eric posó ambas manos sobre mis hombros y se acercó más a mí. No tenía la menor duda de que estaba mirando a Bill por encima de mi cabeza. Sólo faltaba que Eric me colgara un cartel en el que pusiera "Es MÍA". Arlene me había contado que le encantaban ese tipo de momentos, aquéllos en los que su ex veía claramente que otro la valoraba aunque él no lo hiciera. Todo lo que yo puedo decir al respecto es que para mí el placer es algo completamente distinto. Odiaba aquella situación, era incómoda y ridícula.

—Así que es cierto que no te acuerdas de mí —le dijo Bill a Eric, como si lo hubiese dudado hasta aquel momento. Mis sospechas quedaron confirmadas cuando me dijo, como si Eric no estuviese delante—: La verdad es que creía que era un sofisticado plan de Eric para instalarse tanto en tu casa como en tu cama.

Como yo también había tenido esa idea, y aunque la descarté rápidamente, no pude protestar; eso sí, se me subieron los colores.

—Tenemos que subir al coche —le dije a Eric, volviéndome lo suficiente como para ver su cara de refilón. Era un rostro duro e inexpresivo, lo que normalmente indicaba que se encontraba en un estado mental peligroso. Pero me acompañó cuando avancé hacia la puerta, y la casa fue vaciándose y sus ocupantes llenando la estrecha calle del barrio residencial. Me pregunté qué pensarían los vecinos. Sabían, naturalmente, que la casa estaba habitada por vampiros: nadie durante el día, el trabajo del jardín realizado por secuaces humanos, gente muy pálida entrando y saliendo por la noche. La repentina actividad tenía necesariamente que llamar la atención del vecindario.

Conduje en silencio, con Eric a mi lado, ocupando el asiento del acompañante. De vez en cuando alargaba la mano para acariciarme. No sabía con quién había ido Bill, pero me alegré de que no fuese conmigo. El nivel de testosterona habría sido demasiado elevado en el interior del coche y podría haberme asfixiado.

Bubba iba sentado detrás, canturreando. Parecía Love Me Tender.

—Este coche está hecho una mierda —dijo Eric, sin venir a cuento.

—Sí —estuve de acuerdo.

—¿Tienes miedo? —Sí.

—Si todo sale bien, ¿querrás seguir viéndome?

—Por supuesto —dije, para que se sintiese feliz. Estaba convencida de que nada volvería a ser igual después de la confrontación. Pero, despojado de la convicción que el verdadero Eric tenía de su destreza, su inteligencia y su crueldad, este Eric era bastante inestable. Aunque cuando llegara el momento de la batalla, estaría preparado para afrontarla, en aquel momento necesitaba un empujoncito.

Pam había planeado dónde debía aparcar cada uno con la intención de impedir que el grupo de Hallow se alarmara por la repentina aparición de un montón de coches. Todos llevábamos un mapa donde aparecía señalado el lugar donde nos correspondía aparcar. En mi caso resultó ser un E-Z Mart, en la confluencia de un par de calles anchas, en una zona en pendiente donde el barrio pasaba de ser residencial a comercial. Aparcamos en la esquina más apartada del E-Z Mart. Sin más comentarios, partimos hacia los puestos que teníamos asignados.

Casi la mitad de las casas de aquella tranquila calle tenía carteles de inmobiliarias colgados en el jardín y las que seguían en manos de particulares no estaban muy bien conservadas. Los coches estaban tan destartalados como el mío y las grandes zonas sin césped indicaban que los vecinos no lo abonaban ni lo regaban en verano. En todas las ventanas iluminadas se veía el parpadeo de la pantalla de un televisor.

Me alegré de que fuese invierno y la gente estuviera resguardada en el interior de sus casas. En un barrio como aquél, dos vampiros blancos y una mujer rubia despertarían comentarios, si no una agresión directa. Además, y a pesar del rigor de su vestimenta, uno de los vampiros era muy reconocible..., razón por la cual a Bubba siempre lo apartaban de la vista de todo el mundo.

Enseguida llegamos a la esquina donde Eric tenía que separarse de nosotros para reunirse con los demás vampiros. Yo habría continuado hacia mi puesto sin cruzar una palabra más; a aquellas alturas, la tensión me había puesto tan nerviosa que me daba la sensación de que si alguien me rozaba con un dedo me pondría a temblar. Pero Eric no se conformaba con una despedida silenciosa. Me abrazó y me besó con todas sus fuerzas y, créanme, tiene mucha.

Bubba emitió un sonido de desaprobación.

—No tendría que andar usted besando a otro, señorita Sookie —dijo—. Bill dijo que no pasaba nada, pero a mí no me gusta.

Eric me soltó finalmente.

—Lo siento mucho si te hemos ofendido —dijo fríamente. Me miró—. Nos vemos después, amante —añadió en voz muy baja.

Le acaricié la mejilla.

—Después —dije, y di media vuelta para echar a andar, con Bubba pegado a mis talones.

—No se habrá enfadado conmigo, ¿verdad, señorita Sookie? —me preguntó ansioso.

—No —le respondí. Me obligué a sonreírle, pues sabía que él me veía mucho más nítidamente que yo a él. Era una noche fría y, aunque llevaba mi abrigo, no me parecía una prenda tan caliente como de costumbre. Tenía las manos desnudas ateridas y apenas sentía la nariz. Sólo conseguía detectar una oleada de humo de madera procedente de una chimenea, el humo de la combustión de un automóvil, gasolina, aceite y los demás olores de un coche que se combinan entre sí para dar lugar al "Olor a Ciudad".

Pero había otro olor en el barrio, un aroma que indicaba que aquel barrio estaba contaminado por algo más que el azote urbano. Olisqueé, y el olor serpenteó en el aire con un vigor casi visible. Después de un momento de reflexión, me di cuenta de que debía de ser el olor de la magia, un olor que te encogía el estómago. Los olores mágicos huelen como yo me imagino que olería el bazar en un país exótico. Es el olor a lo extraño, a lo distinto. Cuando hay mucha magia, el olor puede resultar abrumador. ¿Por qué no se quejaban los habitantes del barrio a la policía? ¿Acaso no todo el mundo captaba ese olor?

—Bubba, ¿hueles a algo raro? —pregunté en voz muy baja. Un par de perros ladraron a nuestro paso, pero rápidamente se tranquilizaron en cuanto captaron el olor a vampiro. (Para ellos, me imagino, ese algo raro era Bubba). Los perros casi siempre se asustaban en presencia de vampiros, aunque su reacción ante hombres lobo y cambiantes era impredecible.

Me descubrí convencida de que lo que más deseaba en el mundo en aquel momento era regresar al coche y marcharme de allí. Tuve que esforzarme mucho para obligar a mis pies a caminar en la dirección adecuada.

—Sí, claro que sí —me susurró como respuesta—. Han estado echando maleficios. Magia para mantener alejada a la gente. —No sabía si los responsables eran los wiccanos o los brujos de Hallow, pero el resultado era eficaz.

En la noche reinaba un silencio casi sobrenatural. Mientras caminábamos por las calles, sólo vimos tres coches circulando. Bubba y yo no nos cruzamos con ningún peatón y la sensación de sospechoso aislamiento era cada vez mayor. El maleficio de alejamiento se intensificaba a medida que nos acercábamos al lugar de donde supuestamente debíamos mantenernos alejados.

La oscuridad entre las lagunas de luz que proyectaban las farolas parecía más oscura y la luz parecía no llegar tan lejos. Cuando Bubba me cogió la mano, no la retiré. A cada paso que daba, los pies me pesaban más.

Había olido aquello en Fangtasia en una ocasión. Tal vez el rastreador de los hombres lobo había tenido un trabajo más fácil de lo que me imaginaba.

—Ya hemos llegado, señorita Sookie —dijo Bubba, rompiendo el silencio y la oscuridad con un hilillo de voz. Estábamos en una esquina. Sabiendo que había un hechizo, y que podía seguir caminando, lo hice; pero de haber sido un residente del barrio, habría encontrado una ruta alternativa y no me lo habría pensado dos veces para seguirla. El impulso de evitar aquel lugar era tan fuerte que me pregunté si la gente que vivía en aquella manzana habría sido capaz de llegar a sus casas al salir del trabajo. A lo mejor estaban cenando fuera, en el cine, bebiendo copas..., cualquier cosa con tal de evitar regresar a casa. Todas las casas de la calle estaban sospechosamente oscuras y desocupadas.

Al otro lado de la calle, en el extremo de la manzana, estaba el epicentro de la magia.

El aquelarre de Hallow había encontrado un buen escondite: un edificio comercial en alquiler, un edificio grande donde había una combinación de floristería y panadería. Minnie's Flower and Cakes estaba completamente aislado, era el establecimiento más grande de un grupo de tres que, uno a uno, habían ido apagándose como las velas de un candelabro. Parecía que el edificio llevaba años vacío. Los cristales de los escaparates estaban empapelados con carteles de actos transcurridos mucho tiempo atrás y de candidatos políticos derrotados hacía ya muchos años. Las planchas de madera claveteadas sobre las puertas de cristal indicaban que los gamberros habían entrado allí más de una vez.

Pese al gélido frío invernal, entre las grietas del suelo del aparcamiento brotaban malas hierbas. A la derecha del aparcamiento había un contenedor de basura. Lo vi desde el otro lado de la calle, y fue prácticamente lo único que pude ver del exterior antes de cerrar los ojos para concentrarme en todos mis demás sentidos. Antes de eso, me permití un instante de arrepentimiento.

Si me lo hubieran preguntado, me habría costado un montón saber qué pasos me habían conducido a aquel peligroso lugar en un momento tan arriesgado. Estaba a punto de presenciar una batalla en la que ambos bandos eran bastante ambiguos. De haber tropezado en primer lugar con el grupillo de Hallow, seguramente habría estado convencida de que los hombres lobo y los vampiros merecían ser erradicados.

Hacía justo un año, no me comprendía nadie. Era simplemente Sookie la Loca, la que tenía un hermano indomable, una mujer que daba lástima a los demás y que todo el mundo evitaba, en mayor o menor grado. Y ahora me encontraba aquí, en una calle helada de Shreveport, de la mano de un vampiro de rostro legendario y cerebro confuso. ¿Podía calificarse aquello de mejora?

Y no estaba aquí para divertirme, ni para mejorar, sino como exploradora de un puñado de criaturas sobrenaturales, para recopilar información sobre un grupo de brujos homicidas, bebedores de sangre y transformistas.

Suspiré, de forma inaudible, confié. Al menos, hasta el momento, nadie me había dado una paliza.

Cerré los ojos, bajé mis escudos de protección y dejé viajar mi mente hasta el edificio del otro lado de la calle.

Cerebros, ocupados, ocupados, ocupados. Me sorprendió la cantidad de impresiones que empecé a recibir. Tal vez fuera debido a la ausencia de otros humanos en la vecindad, o a la abrumadora cantidad de magia reinante; pero algún factor había afinado mis sentidos hasta el punto de llegar incluso a causarme dolor. Sorprendida por el flujo de información, me di cuenta de que tenía que clasificarla y organizaría. Primero, conté cerebros. No literalmente ("un lóbulo temporal, dos lóbulos temporales..."), sino como conjuntos de pensamientos. Me salieron quince. Había cinco en la primera estancia, que tenía que ser la tienda en sí, naturalmente. Había uno en un espacio más reducido, que probablemente sería el baño, y el resto estaba en la tercera estancia, la de mayor tamaño, en la parte posterior. Me imaginé que sería la zona de trabajo.

Todo el mundo estaba despierto. Cuando un cerebro está dormido recibo el suave murmullo de un par de pensamientos, de los sueños, pero no es lo mismo que un cerebro despierto. Sería algo equivalente a la diferencia entre las sacudidas musculares de un perro dormido y un cachorrito en estado de alerta.

Para conseguir el máximo de información posible tenía que acercarme más. Nunca había intentado hurgar en un grupo para encontrar detalles tan específicos como la culpabilidad o la inocencia, y ni siquiera estaba segura de que fuera a ser posible. Pero si en el edificio había gente que no era tan malvada como los brujos, no quería que se vieran mezclados con lo que iba a pasar.

—Necesito estar más cerca —le susurré a Bubba—. Pero en un lugar protegido.

—Sí, de acuerdo —susurró él también—. ¿Seguirá con los ojos cerrados?

Asentí y me guió con mucho cuidado para cruzar la calle y colocarnos bajo la protección de la sombra del contenedor de basuras que estaba a unos cinco metros del edificio. Me alegré de que hiciera frío, pues gracias a ello el olor a basura se mantenía dentro de niveles aceptables. El aroma a pastelitos y flores quedaba por encima de la peste a comida pasada y pañales sucios que los peatones habían ido tirando al contenedor. Y los olores no se fusionaban muy bien con el olor de la magia.

Me acomodé, intenté bloquear mi sentido del olfato y empecé a escuchar. Aunque había mejorado, seguía siendo como intentar oír doce conversaciones telefónicas a la vez. Había además algunos licántropos, lo que dificultaba el tema. Sólo conseguía captar fragmentos.

"... espero que esto que noto no sea una infección vaginal...".

"Ni siquiera me escuchará, no cree que sea un trabajo que puede hacer un hombre".

"Si la convirtiera en un sapo, ¿quién vería la diferencia?".

"... ojalá se nos hubiera ocurrido comprar Coca-Cola Light...".

"Encontraré a ese maldito vampiro y lo mataré...".

"Madre de la Tierra, escucha mis súplicas".

"Estoy demasiado metido en...".

"Mejor que me compre una lima de uñas nueva".

No era concluyente, pero hasta el momento no encontré a nadie pensando "Estos brujos demoniacos me han secuestrado, ¿vendrá alguien en mi ayuda?" ni "¡Oigo vampiros aproximándose!", ni nada dramático de ese estilo. Parecía más bien un grupo de gente que se conocía mutuamente, o que como mínimo se sentían relajados entre ellos y que, por lo tanto, compartían los mismos objetivos. Ni siquiera el que estaba rezando parecía encontrarse en un estado de urgencia o necesidad. Confiaba en que Hallow no detectara que estaba espiándola.

—Bubba —dije, con un tono de voz sólo un poco más elevado que un pensamiento—, ve a decirle a Pam que ahí dentro hay quince personas y, que yo sepa, son todos brujos.

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