Muerto Para El Mundo (35 page)

Read Muerto Para El Mundo Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
8.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

La sangre salía a borbotones del orificio que tenía en el pecho. No me apetecía pensar en el aspecto que tendría el orificio de salida. ¿Sería de calibre veintidós? ¿Y si la bala seguía dentro? Miré la pared de detrás de donde había estado Eric, y no vi ni sangre ni ningún orificio creado por el impacto de una bala, De hecho, me di cuenta, si la bala lo hubiese atravesado, habría impactado en mí. Me miré, me quité el abrigo. No, no había manchas de sangre reciente.

Miré a Eric, empezaba a recuperarse.

—Bebida —dijo, y casi le acerco mi muñeca a sus labios. Pero me lo pensé mejor. En la nevera tenía aún algunas botellas de True-Blood. Las saqué y las calenté en el microondas.

Me arrodillé para dársela.

—¿Por qué no de ti? —me preguntó dolorido.

—Lo siento —dije a modo de disculpa—. Sé que te lo has ganado, cariño. Pero necesito toda mi energía. Tengo mucho trabajo aún por hacer.

Eric engulló la bebida en pocos tragos. Le había desabrochado la chaqueta y la camisa de franela, y mientras le miraba el pecho para ver cómo iba la hemorragia, vi algo asombroso. La bala que le había impactado se movía hacia fuera, saliendo de la herida. En cuestión de tres minutos, o quizá menos, el orificio quedó cerrado. La sangre estaba aún secándose en el vello de su pecho, pero la herida de bala había desaparecido.

—¿Puedo beber otra? —dijo Eric.

—Por supuesto. ¿Cómo te encuentras? —Estaba aturdida.

Me regaló una sonrisa torcida.

—Débil.

Le traje más sangre y la bebió más lentamente esta vez. Con una mueca de dolor, consiguió incorporarse hasta quedarse sentado. Miró lo que había pasado al otro lado de la mesa.

Y entonces me miró a mí.

—¡Lo sé, lo sé, lo que he hecho es terrible! —dije—. ¡Lo siento mucho! —Notaba las lágrimas rodándome por las mejillas. Me sentía fatal. Acababa de hacer algo terrible. No había logrado cumplir mi misión. Tenía una limpieza intensiva por delante. Y mi aspecto era penoso.

Eric observó sorprendido mi reacción.

—Podrías haber muerto por la bala, y sabía que yo no moriría. Te he evitado la bala de la forma más expeditiva posible, y después me has defendido de forma muy eficaz.

Era una forma algo sesgada de verlo, pero, curiosamente, me sentía algo mejor.

—He matado a otra persona —dije. Ya eran dos en una misma noche; aunque, en mi opinión, el hombre de las mejillas hundidas se había matado solo abalanzándose sobre el cuchillo.

Pero lo que era evidente, era que el rifle lo había disparado yo sólita.

Me estremecí y aparté la vista del amasijo de sangre y carne que en su día había sido Debbie Pelt.

—No, no ha sido así —dijo Eric secamente—. Has matado a una cambiante que era una bruja traidora y asesina, a una cambiante que había intentado matarte dos veces. —Así que la mano que le había estrujado el cuello y la había apartado de mí cuando la batalla era la mano de Eric—. Tendría que haber rematado mi trabajo antes, cuando pude hacerlo —dijo, a modo de confirmación—. Nos habría ahorrado un mal rato.

Tenía la sensación de que el reverendo Fullenwilder no estaría muy de acuerdo con eso. Murmuré algo en ese sentido.

—Nunca fui cristiano —dijo Eric. No me sorprendió—. Pero me cuesta imaginarme un sistema de creencias que te ordene sentarte y esperar tranquilamente a ser masacrado.

Pestañeé, preguntándome si no era precisamente eso lo que predicaba el cristianismo. Pero no soy teóloga, ni estudiosa de la Biblia, y tendría que dejar en manos de Dios el juicio de mi acción.

Empezaba a sentirme mejor y, de hecho, me sentía agradecida por seguir con vida.

—Gracias, Eric —dije, y le di un beso en la mejilla—. Ahora, lávate en el baño mientras yo empiezo a arreglar todo esto.

Pero no fue eso lo que hizo. Se puso a ayudarme con gran empeño. Y como podía encargarse de las cosas más desagradables sin que le diese náuseas, me sentí encantada de dejarlo en sus manos.

No pienso explicar lo terrible que fue aquello, ni todos los detalles. Pero conseguimos reunir todos los restos de Debbie y meterlos en una bolsa, y, mientras yo limpiaba, Eric se la llevó al bosque, la enterró y luego me juró que escondió perfectamente bien la sepultura. Tuve que quitar las cortinas, llevarlas al lavadero y meterlas en la lavadora. Metí también el abrigo, aunque con pocas esperanzas de que quedara en buen estado para poder volver a ponérmelo. Me puse unos guantes de goma y fregué con lejía la silla, la mesa y el suelo, así como las puertas de los armarios. Luego lo aclaré no sé cuántas veces.

Había gotas de sangre por todas partes.

Me di cuenta de que prestar atención a aquellos detalles estaba ayudándome a no pensar en el suceso más importante, y que cuanto más tiempo pasara evitando enfrentarme a él directamente —cuanto más calaran en mi conciencia las prácticas palabras de Eric—, mejor me iría. No podía deshacer lo hecho. No había forma de enmendar mis actos. No había dispuesto de muchas alternativas y tendría que vivir con la decisión que había tomado. Mi abuela siempre me decía que una mujer podía hacer cualquier cosa que se propusiese. Si le hubiese dicho a mi abuela que ella era una mujer liberada, lo habría negado con todas sus fuerzas, pero fue la mujer más fuerte que he conocido en mi vida, y si ella creía que yo podía con esta espeluznante tarea, simplemente porque no me quedaba otro remedio que hacerlo, lo haría.

Cuando hube acabado, la cocina olía a productos de limpieza y estaba impecable para los ojos de cualquier espectador normal y corriente. Estaba segura de que un detective experto en crímenes habría encontrado pistas, pero no tenía la más mínima intención de permitir la entrada en mi cocina a un detective experto en crímenes.

Debbie había entrado por la puerta principal. Jamás se me habría ocurrido ir a verificarla antes de entrar por la puerta de atrás. Un punto menos para mi carrera de guardaespaldas. Instalé una silla contra la puerta para que quedase bloqueada durante lo que quedaba de noche.

Eric, de regreso de su entierro, parecía estar excitado, de modo que le pedí que fuera a ver si encontraba el coche de Debbie. Tenía un Mazda Miata y lo había escondido en una pista forestal al otro lado de la carretera local, justo delante del cruce que conducía a mi casa. Eric había sido prevenido y se había quedado las llaves, y se ofreció como voluntario para alejar el coche de allí. Tendría que haberlo seguido, para traerlo luego de nuevo a casa, pero insistió en que podía apañárselas solo, y yo estaba demasiado agotada como para insistir. Mientras él no estaba, me metí en la ducha. Me alegraba de estar sola y me pasé un buen rato enjabonándome una y otra vez. Cuando me sentí lo suficientemente limpia, salí de la ducha, me puse un camisón de color rosa y me metí en la cama. Casi amanecía y confiaba en que Eric regresase pronto. Había abierto el vestidor y la trampilla del agujero, y le había puesto una almohada más para que estuviese cómodo.

Lo oí entrar justo cuando empezaba a quedarme dormida. Me dio un beso en la mejilla.

—Todo hecho —dijo. Y yo murmuré:

—Gracias, pequeño.

—Para servirla —dijo con voz cariñosa—. Buenas noches, amante.

Pensé entonces que yo debía de ser mortal para las exnovias. Había hecho polvo al gran amor de Bill (que encima era su creadora); ahora había matado al amor de ida y vuelta de Alcide. Conocía a cientos de hombres, y nunca había tenido problemas con sus ex. Pero todo parecía ser distinto con aquellos que más me interesaban. Me pregunté si Eric tendría alguna antigua novia por ahí. Probablemente más de un centenar. Muy bien, pues más les valía mantenerse alejadas de mí.

Después de aquello, me sentí engullida por el agujero negro del agotamiento.

Capítulo 14

Me imagino que Pam estuvo ocupada con Hallow hasta que el amanecer se vislumbró en el horizonte. Yo dormí tan profundamente, necesitada como estaba de curación tanto física como mental, que no me desperté hasta las cuatro de la tarde. Era un día gris e invernal, de esos que te lleva a encender la radio para enterarte de si se avecina una tormenta de nieve. Comprobé si en el porche trasero tenía leña suficiente para tres o cuatro días.

Eric se despertaría temprano.

Me vestí y desayuné a paso de tortuga, intentando comprender mi estado mental.

Me encontraba bien físicamente. Algún que otro moratón, un poco de dolor muscular..., nada de importancia. Era la segunda semana de enero y seguía cumpliéndose mi propósito de Año Nuevo.

Por otro lado —y siempre existe el otro lado—, mentalmente, o quizá emocionalmente, no me sentía muy estable. Por práctico que seas, por fuerte que sea tu estómago, es imposible hacer algo como lo que yo había hecho sin sufrir las consecuencias.

Así tenía que ser.

Cuando caí en que Eric se levantaría pronto, pensé en hacer algunos arrumacos antes de ir a trabajar. Y en el placer de estar con alguien que me consideraba tan importante.

No se me ocurrió que el maleficio se habría roto.

Eric se levantó a las cinco y media. Cuando oí movimiento en la habitación de invitados, di unos golpecitos a la puerta y la abrí. Se volvió de repente, con los colmillos a la vista y las manos curvadas como garras, a la defensiva.

A punto estuve de decir "Hola, cariño", pero la precaución me dejó muda.

—Sookie —dijo él lentamente—. ¿Estoy en tu casa?

Me alegré de haberme vestido.

—Sí —respondí, organizando rápidamente mis pensamientos—. Has estado aquí para estar seguro. ¿Sabes lo que ha pasado?

—Estuve en una reunión con una gente nueva —dijo, con voz dudosa—. ¿No? —Observó sorprendido su ropa comprada en Wal-Mart—. ¿Cuándo he comprado esto?

—Tuve que comprártelo —dije.

—¿Y también me vestiste? —preguntó, recorriendo con las manos su torso, y más abajo. Me ofreció una de las típicas sonrisas de Eric.

No lo recordaba. Nada.

—No —respondí. Tuve por un momento la imagen de Eric duchándose conmigo. La mesa de la cocina. La cama.

—¿Dónde está Pam? —preguntó.

—Tendrías que llamarla —dije—. ¿Recuerdas algo de lo de ayer?

—Ayer tuve una reunión con los brujos —dijo, como si aquello fuera indiscutible.

Negué con la cabeza.

—Eso fue hace ya unos días —le expliqué, incapaz de calcular el número—. ¿No recuerdas lo de anoche, después de que regresáramos de Shreveport? —seguí presionándolo, viendo de repente un rayo de luz en todo aquello.

—¿Hicimos el amor? —preguntó esperanzado—. ¿Sucumbiste finalmente a mí, Sookie? Es sólo cuestión de tiempo, es evidente. —Me sonrió.

"No, anoche estuvimos limpiando y enterrando un cuerpo", pensé.

Yo era la única que lo sabía. Y ni siquiera sabía dónde estaban enterrados los restos de Debbie, ni lo que había sido de su coche.

Me senté en el borde de mi vieja camita. Eric me miró con atención.

—¿Va algo mal, Sookie? ¿Qué ha pasado mientras yo estaba...? ¿Por qué no recuerdo nada de lo sucedido?

El silencio es oro.

Bien está lo que bien acaba.

Ojos que no ven, corazón que no siente. (Ojalá fuera eso cierto).

—Seguro que Pam llegará en cualquier momento —dije—. Creo que dejaré que sea ella quien te lo explique todo.

—¿Y Chow?

—No, Chow no vendrá. Murió anoche. Fangtasia tiene mala suerte con los camareros.

—¿Quién lo mató? Me tomaré mi venganza.

—Ya lo has hecho.

—Te pasa algo más —dijo Eric. Siempre había sido muy astuto.

—Sí, me pasan muchas cosas. —Me habría encantado abrazarlo allí mismo, pero no serviría más que para complicar las cosas—. Y creo que va a nevar.

—¿Nevar? ¿Aquí? —Eric estaba feliz como un niño—. ¡Me encanta la nieve!

¿Por qué no me sorprendía?

—A lo mejor nos nieva estando juntos —dijo en tono sugerente, arqueando sus rubias cejas.

Me eché a reír. No pude evitarlo. Era muchísimo mejor que llorar, algo que había hecho con frecuencia últimamente.

—Como si el tiempo te hubiera impedido alguna vez hacer lo que desearas —dije, y me levanté—. Vamos, te calentaré un poco de sangre.

Aquellas noches de intimidad me habían ablandado bastante y tenía que vigilar mi comportamiento. A punto estuve de acariciarlo cuando pasé por su lado, y en otra ocasión casi le doy un beso y tuve que fingir que se me había caído algo en el suelo.

Cuando media hora después llamó Pam a la puerta, yo estaba preparada para irme a trabajar y Eric nervioso.

En cuanto Pam se sentó delante de él, Eric empezó a bombardearla a preguntas. Les dije que yo tenía que irme, y creo que ni siquiera se dieron cuenta de que salía de la casa por la puerta de la cocina.

Después de la cena, que estuvo concurrida, aquella noche no hubo mucha gente en el Merlotte's. Unos cuantos copos de nieve sirvieron para convencer a muchos parroquianos habituales de que era buena idea volver a casa sobrio. De todos modos, el número de clientes era suficiente para mantenernos a Arlene y a mí moderadamente ocupadas. Mientras cargaba la bandeja con varias jarras de cerveza, Sam se me acercó para enterarse de lo sucedido la noche anterior.

—Te lo contaré después —le prometí, pensando que tendría que pulir con cuidado mi historia.

—¿Alguna pista sobre Jason?

—Nada —dije, sintiéndome más triste que nunca. La telefonista de la policía a punto había estado de morderme cuando le pregunté si tenía noticias.

Kevin y Kenya se pasaron por el bar al acabar su turno. Cuando les llevé sus bebidas a la mesa (un bourbon con cola y un gin-tonic), dijo Kenya:

—Hemos estado buscando a tu hermano, Sookie. Lo siento.

—Ya sé que estáis haciendo todo lo que podéis —dije—. Y no sabes cómo aprecio que organizaseis esa batida. Ojalá... —Y no se me ocurrió qué más decir. Gracias a mi tara, sabía algo sobre cada uno de ellos que el otro no sabía. Estaban mutuamente enamorados. Pero Kevin sabía que su madre le metería la cabeza en el horno antes que verlo casado con una mujer de color, y Kenya sabía que sus hermanos estamparían a Kevin contra una pared antes que verlo desfilar por el pasillo de la iglesia con ella.

Y yo lo sabía, pese a que ninguno de los dos lo sabía; no me gustaba nada enterarme de aquellos asuntos personales, aquellos asuntos tan íntimos, que no podía evitar conocer.

Peor que saberlo, incluso, era la tentación de interferir. Me dije muy seriamente que ya tenía bastantes problemas como para andar dando guerra a los demás. Por suerte, el resto de la noche estuve lo bastante ocupada como para olvidarme de aquella tentación. Aunque no podía revelar aquel tipo de secretos, recordé que a ambos agentes les debía mucho. Si me enteraba de algo que pudiera dárselo a conocer, lo haría.

Other books

Jump Pay by Rick Shelley
Absolution by LJ DeLeon
The Chevalier by Seewald, Jacqueline
Dark Seduction by Jeffrey, Shaun
Terror in Taffeta by Marla Cooper
London Bound by Jessica Jarman
Downburst by Katie Robison