Muerto Para El Mundo (29 page)

Read Muerto Para El Mundo Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
2.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No es amor, exactamente —dijo él. Tenía los dedos ocupados tratando de encontrar la mejor manera de quitarme la ropa.

—No, pero se le acerca —sugerí para ayudarlo—. No tenemos mucho tiempo, Eric —dije, bajando la mano, tocándole, obligándole a reprimir un grito—. Hagámoslo bien.

—Bésame —dijo, y no hablaba precisamente de su boca—. Ponte así —susurró—, yo también quiero besarte.

No tardamos mucho en estar abrazándonos, saciados y felices.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó—. Adivino que algo te da miedo.

—Tenemos que ir a Shreveport —dije—. Ya es más tarde de la hora que Pam me dijo por teléfono. Esta noche nos enfrentaremos a Hallow y sus brujos.

—Entonces debes quedarte aquí —dijo de inmediato.

—No —dije, acariciándole la mejilla—. No, pequeño. Tengo que ir contigo. —No le mencioné que Pam quería utilizarme en la batalla. No le conté que él iba a ser utilizado como una máquina de combate. No le expliqué que estaba segura de que alguien iba a morir esta noche; tal vez más de uno, ya fuera humano, cambiante o vampiro. Era probablemente la última vez que utilizaría una palabra cariñosa para dirigirme a Eric. Era quizá la última vez que Eric se despertaría en mi casa. Era posible que uno de los dos no sobreviviera a esta noche y, de hacerlo, no había manera de saber cómo íbamos a cambiar.

El trayecto hasta Shreveport transcurrió en silencio. Nos habíamos lavado y vestido sin hablar mucho. Siete veces, como mínimo, pensé en dar media vuelta y regresar a Bon Temps, con o sin Eric.

Pero no lo hice.

Entre las habilidades de Eric no se incluía la interpretación de mapas, de modo que tuve que parar un momento para mirar mi plano de Shreveport y averiguar cómo llegar al 714 de Parchman, un detalle que no había previsto al salir de casa. (No sé por qué, esperaba que Eric recordara la ciudad y me guiara, pero no era así).

—Tu palabra del día era "aniquilar" —me comentó alegremente.

—Oh, gracias por mirarlo. —Seguramente no lo dije sonando muy agradecida—. Te veo muy animado con todo esto.

—Sookie, no hay nada como una buena pelea —dijo a la defensiva.

—Eso depende de quién gane, diría yo.

Con eso se estuvo callado unos minutos, lo que a mí no me importó en absoluto. Me estaba resultando complicado encontrar el camino por aquellas calles oscuras y con tantas cosas rondándome por la cabeza. Pero finalmente llegamos a la calle y a la casa indicadas. Siempre me había imaginado a Pam y Chow viviendo en una mansión, pero los vampiros tenían una casa grande estilo rancho en un barrio de clase media-alta. Por lo que se veía, era una calle con jardines cuidados, ideal para pasear tranquilamente en bicicleta.

La luz del camino de acceso al 714 estaba encendida y el aparcamiento para tres coches de la parte posterior de la casa estaba lleno. Subí la cuesta hasta el espacio cubierto de cemento que se había habilitado para cuando en el aparcamiento no cupieran más vehículos. Reconocí la camioneta de Alcide y el coche que había visto en casa del coronel Flood.

Antes de salir, Eric se inclinó para besarme. Nos miramos; sus ojos grandes y azules, su blanco de los ojos tan níveo que costaba apartar la mirada, su cabello dorado perfectamente peinado. Se lo había recogido con una de mis gomas elásticas, una de color azul. Iba vestido con pantalones vaqueros y una camisa de franela nueva.

—Podríamos regresar —dijo. Bajo la luz cenital del coche, las facciones de su rostro parecían duras como una piedra—. Podríamos regresar a tu casa. Puedo quedarme contigo para siempre. Podríamos conocer nuestros cuerpos en todos los sentidos, noche tras noche. Podría amarte. —De repente, se sentía orgulloso de sí mismo—. Podría trabajar. No tendrías que ser pobre. Te ayudaría.

—Eso suena a boda —dije, intentando aligerar el ambiente. Pero me temblaba la voz.

—Sí —dijo.

Pero entonces nunca volvería a ser él. Sería una falsa versión de Eric, un Eric al que se le había estafado su verdadera vida. Mientras nuestra relación durara, él seguiría siendo el mismo; pero yo no.

"Basta ya de pensamientos negativos, Sookie", me dije. Habría que ser tonta de remate para renunciar a vivir para siempre jamás con aquella criatura tan atractiva. Nos lo pasábamos muy bien juntos, disfrutaba del sentido del humor de Eric y de su compañía, y eso sin mencionar sus artes amatorias. Ahora que había perdido la memoria, era divertido y poco complicado.

Pero ésa era la única pega. Tendríamos una relación falsa, porque aquél era un Eric falso. Y ahí se cerraba el círculo.

Salí del coche suspirando.

—Soy tonta de remate —dije cuando él rodeó el coche para dirigirse conmigo hacia la casa.

Eric no dijo nada. Me imagino que estaba de acuerdo conmigo.

—Hola —dije, empujando la puerta después de que mi llamada no obtuviera respuesta. La puerta del garaje daba a un lavadero, y de allí se pasaba a la cocina.

Como cabría esperar en una casa de vampiros, la cocina estaba completamente limpia, pues no se utilizaba. Era pequeña para una casa de aquellas dimensiones. Me imagino que el agente de la propiedad inmobiliaria pensó que era su día de suerte —su noche de suerte— cuando se la enseñó a los vampiros, pues una familia normal y corriente habría tenido problemas con una cocina del tamaño de una cama de matrimonio. La casa era de planta abierta, de modo que desde la barra de desayuno se veía el salón "familiar" —en este caso, la estancia principal de una familia curiosa—. Había tres puertas, que seguramente conducirían a la sala de estar, el comedor y la zona de dormitorios.

Y en aquel momento, el salón familiar estaba abarrotado de gente. Tuve enseguida la impresión, por los pies y brazos que veía, de que en las otras estancias había también más gente.

Estaban los vampiros: Pam, Chow, Gerald y dos más, al menos, a los que reconocí de haberlos visto en Fangtasia. Los seres de dos naturalezas estaban representados por el coronel Flood, la pelirroja Amanda (mi gran admiradora), el adolescente de pelo de punta (Sid), Alcide, Culpepper y (para mi desgracia) Debbie Pelt. Debbie iba vestida a la última —o eso creía ella—, algo que me pareció un poco fuera de lugar para una reunión de aquel calibre. Tal vez pretendiera recordarme que tenía un puesto de trabajo estupendo en una agencia de publicidad.

Estupendo. La presencia de Debbie acababa de rematar una noche perfecta.

Por proceso de eliminación, el grupo de gente que no reconocí tenía que ser el integrado por los brujos locales. Supuse que aquella mujer tan digna sentada en el sillón tenía que ser su líder. No tenía ni idea de cuál podía ser su título. ¿Gran maestra del aquelarre? ¿Ama? Tendría unos sesenta años y su cabello era gris acerado. Afroamericana, con la piel de color café, tenía unos ojos castaños que le otorgaban una mirada infinitamente sabia, aunque también escéptica. Iba acompañada por un joven de piel clara y con gafas, que iba vestido con unos pantalones de sport ceñidos, camisa de rayas y relucientes mocasines. Debía de ocupar algún puesto directivo en Office Depot o Super One Foods y, aquella fría noche de enero, sus hijos se lo imaginarían jugando alguna partida a los bolos o asistiendo a alguna reunión de su iglesia. En vez de eso, él y la joven que tenía a su lado estaban a punto de embarcarse en una batalla a muerte.

Las dos sillas vacías que quedaban estaban, naturalmente, reservadas para Eric y para mí.

—Os esperábamos antes —dijo resueltamente Pam.

—Hola, me alegro de veros, gracias por venir a pesar de haberos avisado con tan poca antelación —murmuré. Durante un prolongado momento, todos los reunidos se quedaron mirando a Eric, esperando que se pusiese al mando de la situación, como había hecho durante años. Y Eric se quedó mirándolos sin entender nada. La pausa empezaba a resultar incómoda.

—Bien, tracemos un plan —dijo Pam. Los seres sobrenaturales allí reunidos se volvieron hacia ella. Pam había asumido el liderazgo y estaba dispuesta a desempeñarlo.

—Gracias a los rastreadores de los hombres lobo, conocemos la localización exacta del edificio que Hallow utiliza como cuartel general —me explicó Pam. Parecía ignorar a Eric, pero intuí que era porque no sabía qué postura adoptar respecto a él. Sid me sonrió; recordé que él y Emilio habían seguido el rastro de los asesinos desde la tienda de vestidos de boda hasta la casa. Entonces me di cuenta de que estaba mostrándome sus afilados dientes. Qué miedo.

Comprendía la presencia de los vampiros, de los brujos y de los hombres lobo, pero ¿qué hacía Debbie Pelt en esta reunión? Era una cambiante, no una mujer lobo. Los hombres lobo siempre se habían mostrado muy esnobs respecto a los cambiantes y ahora tenían entre ellos a una que, además, estaba fuera de su territorio. La odiaba y no confiaba en ella en absoluto. Seguro que había insistido para poder estar presente y eso me hacía fiarme aún menos, si es que eso era posible.

Si tan decidida estaba a sumarse a la lucha, les aconsejaría que la pusieran en primera línea. De este modo no tendrían que preocuparse por lo que pudiera estar haciendo a sus espaldas.

Mi abuela se habría sentido avergonzada de mi espíritu vengativo porque, al igual que a Alcide, le habría resultado prácticamente imposible creer que Debbie había intentado matarme.

—Nos infiltraremos poco a poco en el barrio —dijo Pam. Me pregunté si habría estado leyendo algún manual de comandos—. Los brujos han difundido mucha magia en la zona y gracias a ello las calles están poco concurridas. Tenemos ya apostados algunos hombres lobo. De este modo, nuestra presencia no se hará tan evidente. Sookie irá primero.

Los seres sobrenaturales se volvieron hacia mí. La situación resultaba desconcertante: era como estar en plena noche en medio de un círculo formado por camionetas que encendieran la luz a la vez iluminando el centro.

—¿Por qué? —preguntó Alcide, sentado en el suelo con sus grandes manos posadas sobre las rodillas. Debbie, que se había sentado a su lado, me sonrió, consciente de que Alcide no la veía.

—Porque Sookie es humana —explicó Pam—. Y posee unas dotes más naturales que las del resto. No la detectarán.

Eric me había cogido la mano. Me la agarraba con tanta fuerza que creí oír mis huesos estrujándose. Antes de estar hechizado, habría cortado de raíz el plan de Pam, o tal vez lo hubiera aplaudido con entusiasmo. Ahora, se sentía demasiado intimidado como para hacer comentarios, algo que claramente deseaba hacer.

—¿Qué se supone que tengo que hacer cuando llegué allí? —Me sentí orgullosa de mí misma por ser capaz de hablar con tranquilidad y en sentido práctico. Pero preferiría estar tomando nota de las peticiones de una mesa llena de borrachos que en primera línea de batalla.

—Leer la mente de los brujos que haya en el interior del edificio mientras nosotros nos posicionamos. Si detectan nuestra aproximación, perderemos el factor sorpresa y tendremos más posibilidades de sufrir bajas. —Cuando se excitaba, Pam tenía un ligero acento, aunque nunca había conseguido averiguar de dónde. Tal vez era simplemente el inglés que se hablaba hace trescientos años. O lo que fuera—. ¿Podrás contarlos? ¿Es posible?

Me lo pensé un momento.

—Sí. Puedo hacerlo.

—Eso sería de gran ayuda.

—¿Qué hacemos cuando lleguemos al edificio? —preguntó Sid. Estaba nervioso, sonriendo, mostrando sus afilados dientes.

Pam lo miró sorprendida.

—Los matamos a todos —dijo.

La sonrisa de Sid se desvaneció. Y no fue la única.

Pam se dio cuenta de que había dicho algo desagradable.

—¿Qué otra cosa podríamos hacer? —preguntó, sorprendida de verdad.

Era una pregunta complicada.

—Ellos harán todo lo posible por matarnos —destacó Chow—. Han hecho un único intento de negociación y le costó la memoria a Eric y la vida a Clancy. Esta mañana han dejado la ropa de Clancy en Fangtasia. —La gente apartó la vista de Eric, se sentían incómodos. Él estaba apesadumbrado. Me soltó un poco la mano derecha. Recuperé la circulación en esa mano. Fue un alivio.

—Sookie tiene que ir acompañada de alguien —dijo Alcide. Miraba furioso a Pam—. No puede acercarse sola a esa casa.

—Yo iré con ella —dijo una voz familiar desde un rincón de la sala. Me incliné hacia delante, observando las caras.

—¡Bubba! —exclamé, encantada de ver al vampiro. Eric se quedó mirando maravillado aquella famosa cara. Llevaba su brillante cabello negro peinado hacia atrás, en un tupé, y su labio inferior resaltaba aquella sonrisa marca de la casa. Su actual cuidador debía de haberlo vestido para la ocasión, pues en lugar de un mono rematado con lentejuelas, o de vaqueros y una camiseta, Bubba iba vestido de camuflaje.

—Encantado de verla, señorita Sookie —dijo Bubba—. Vengo vestido del ejército.

—Ya lo veo. Estás muy guapo, Bubba.

—Gracias, señora.

Pam reflexionó.

—Podría ser una buena idea —dijo—. Su, eh..., lo que transmite su mente, sus características cerebrales, ¿comprendéis lo que os digo?, son tan, eh..., atípicas, que no descubrirán que hay un vampiro cerca. —Pam estaba siendo muy diplomática.

Bubba era un vampiro terrible. Aunque sigiloso y obediente, no podía razonar muy claramente y le gustaba más la sangre de gato que la humana.

—¿Dónde está Bill, señorita Sookie? —preguntó, como si yo pudiera predecirlo. Bubba siempre había sentido un gran cariño por Bill.

—Está en Perú, Bubba. En América del Sur.

—No, no es así —dijo una voz fría, y mi corazón dio un vuelco—. He regresado. —Mi antiguo amor apareció por una puerta.

Era la noche de las sorpresas. Esperaba que algunas de ellas fuesen agradables.

Ver a Bill de forma tan inesperada fue una conmoción mayor de lo que me imaginaba. Nunca había tenido un ex novio; bueno, en realidad, mi vida había estado carente de novios por completo, por lo que no tenía mucha experiencia en lo que a gestionar mis emociones en su presencia se refería, sobre todo con Eric cogiéndome de la mano con tanta fuerza como si yo fuera Mary Poppins y él uno de los niños a mi cargo.

Bill tenía muy buen aspecto. Iba vestido con unos pantalones de sport y una camisa de vestir de Calvin Klein que yo le había elegido, de cuadros en tonos marrón y dorado. Me di cuenta enseguida.

—Estupendo, esta noche te necesitamos —dijo Pam. Ella siempre tan práctica—. Ya me contarás qué tal esas ruinas de las que todo el mundo habla. ¿Conoces a todo el mundo?

Other books

Red: Into the Dark by Sophie Stern
Stolen Kiss From a Prince by Teresa Carpenter
Heat Wave by Orwig, Sara
Fear Nothing by Dean Koontz
Vienna Waltz by Teresa Grant
Christmas Break by Boroughs Publishing Group
Spin 01 - Spin State by Chris Moriarty
The Fundamentals of Play by Caitlin Macy