Muchas vidas, muchos maestros (13 page)

BOOK: Muchas vidas, muchos maestros
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Al comenzar esa sesión, Catherine relató un fragmento de cierto sueño que había tenido varias noches antes. En el sueño vivía en la casa de sus padres; durante la noche se había declarado un incendio. Ella dominaba la situación y ayudaba a evacuar la casa, pero su padre perdía el tiempo, al parecer indiferente a la urgencia de la situación. Ella lo hizo salir de prisa. Entonces el padre recordó que había dejado algo en la casa e hizo que Catherine volviera al atroz incendio para recuperar ese objeto. Ella no recordaba qué era. Decidí no interpretar aún el sueño; esperaríamos para ver si surgía la oportunidad mientras ella estuviera hipnotizada.

Entró rápidamente en un profundo trance hipnótico.

—Veo una mujer, con una capucha sobre la cabeza; no le cubre la cara, sólo el pelo.

Luego guardó silencio.

—¿Sigues viendo eso? ¿La capucha?

—La he perdido. Veo una tela negra, una especie de brocado, con dibujos dorados... Veo un edificio con algún tipo de puntos estructurales... blancos.

—¿Reconoces el edificio?

—No.

—¿Es grande?

—No. En el fondo hay una montaña, con un poco de nieve en la cima. Pero en el valle la hierba es verde... allí donde estamos.

—¿Puedes entrar en el edificio?

—Sí. Está hecho de cierta clase de mármol... muy frío al tacto.

—¿Es un templo, un edificio religioso?

—No sé. Me ha parecido que podía ser una prisión.

—¿Una prisión? —repetí—. ¿Hay personas en el edificio? ¿A su alrededor?

—Sí, algunos soldados. Llevan uniformes negros, negros con charreteras doradas... y borlas doradas que cuelgan. Cascos negros, con algo dorado... algo puntiagudo y dorado arriba... del casco. Y un fajín rojo, un fajín rojo alrededor de la cintura.

—¿Hay soldados a tu alrededor?

—Dos o tres, quizá.

—¿Estás tú ahí?

—Estoy en alguna parte, pero no en el edificio. Pero estoy cerca.

—Mira a tu alrededor. Trata de hallarte. Ahí están las montañas, la hierba , y el edificio blanco. ¿Hay además algún otro edificio?

—Si hay otros edificios, no están cerca de éste. Veo uno... aislado, con una especie de muralla construida detrás... una muralla.

—¿Crees que se trata de una fortaleza, una prisión o algo parecido?

—Podría ser, pero... está muy aislado.

—¿Por qué te parece importante? (Larga pausa.) ¿Conoces el nombre de la ciudad o del país donde estás? ¿Dónde están los soldados?

—Veo constantemente «Ucrania».

—¿Ucrania? —repetí, fascinado por la diversidad de sus vidas—. ¿No ves el año? ¿No te viene eso a la mente? ¿O la época?

—Mil setecientos diecisiete —respondió ella vacilante. Luego se corrigió —: 1758... 58. Hay muchos soldados. No sé qué propósito llevan. Con largas espadas que se curvan.

—¿Qué más puedes ver u oír? —pregunté.

—Veo una fuente, una fuente en donde abrevan los caballos.

—Los soldados ¿van a caballo?

—Sí.

—¿Se los conoce por algún otro nombre? ¿Se dan a sí mismos algún título especial?

Ella escuchó.

—No oigo nada de eso.

—¿Estás tú entre ellos?

—No. —Sus respuestas eran otra vez las de una criatura: breves, con frecuencia monosilábicas. Eso me exigía interrogarla de modo activo.

—Pero ¿los ves a poca distancia?

—Sí.

—¿Estás en la ciudad?

—Sí.

—¿Vives allí?

—Eso creo.

—Bien. Trata de hallarte, de descubrir dónde vives.

—Veo ropas muy andrajosas. Veo sólo una criatura, un niño. Sus ropas están harapientas. Tiene frío...

—¿Su hogar está en la ciudad?

Hubo una larga pausa.

—No veo eso —continuó Catherine. Parecía tener cierta dificultad para conectar con esa vida. Se mostraba algo vaga en sus respuestas, algo insegura.

—Bien. ¿Sabes el nombre del niño?

—No.

—¿Qué le ocurre al niño? Ve con él y observa qué ocurre.

—Un conocido suyo está prisionero.

—¿Un amigo, un pariente?

—Creo que es su padre.

Las respuestas seguían siendo breves.

—¿Eres tú el niño?

—No estoy segura.

—¿Sabes qué siente él por el hecho de que su padre esté en prisión?

—Sí... tiene mucho miedo, miedo de que lo maten.

—¿Qué ha hecho su padre?

—Ha robado algo a los soldados, algunos papeles, algo así.

—¿El niño no comprende del todo?

—No. Tal vez nunca vuelva a ver a su padre.

—¿Puede ver a su padre, siquiera?

—No.

—¿Se sabe cuánto tiempo estará el padre en la cárcel? ¿O si sobrevivirá?

—¡No! —respondió Catherine.

Le temblaba la voz. Estaba muy alterada, muy triste. No estaba proporcionando muchos detalles, pero la agitaban visiblemente los hechos que presenciaba y experimentaba.

—Tú puedes sentir lo que siente el niño —proseguí—, ese miedo, esa ansiedad. ¿Los sientes?

—Sí.

Una vez más guardó silencio.

—¿Qué ocurre? Ahora adelántate en el tiempo. Sé que es difícil, pero adelántate. Algo ocurre.

—Su padre es ejecutado.

—¿Qué siente el niño ahora?

—Fue por algo que él nunca hizo. Pero se ejecuta a la gente sin motivo alguno.

—El niño ha de estar muy afligido por esto.

—No creo que comprenda del todo... lo que ha pasado.

—¿Tiene otras personas a quienes recurrir?

—Sí, pero su vida será muy dura.

—¿Qué es del niño?

—No sé. Probablemente muera.

Se la oía muy triste. Quedó en silencio otra vez; luego pareció mirar a su alrededor.

—¿Qué ves, Catherine?

—Veo una mano... una mano que se cierra en torno de algo... blanco. No sé qué es...

Guardó silencio otra vez. Pasaron algunos minutos.

—¿Qué más ves? —pregunté.

—Nada... oscuridad.

Había muerto o, de algún modo, se había desconectado del niño triste que vivió en Ucrania, más de doscientos años antes.

—¿Has abandonado al niño?

—Sí —susurró ella. Estaba descansando.

—¿Qué aprendiste en esa vida? ¿Por qué fue importante?

—No se puede juzgar apresuradamente a nadie. Es preciso ser justo. Muchas vidas se han arruinado por juzgar apresuradamente.

—La vida del niño fue breve y dura por ese juicio... contra su padre.

—Sí. —Calló otra vez.

—¿Ves algo ahora? ¿Oyes algo?

—No.

Una vez más se hizo el silencio tras esa breve respuesta. Por alguna razón, esa corta vida había sido especialmente horrible. Le di indicaciones de descansar.

—Descansa. Siéntete en paz. Tu cuerpo se está curando; tu alma ahora descansa. ¿Te sientes mejor? ¿Descansada? Fue difícil para el niño, muy difícil. Pero ahora descansas otra vez. La mente puede llevarte a muchos otros sitios, a otros tiempos... a otros recuerdos. ¿Estás descansando?

—Sí.

Decidí analizar el fragmento de sueño con respecto a la casa incendiada, la despreocupada actitud de su padre y el hecho de que la enviara nuevamente a la conflagración en busca de alguna pertenencia suya.

—Ahora quiero hacerte una pregunta sobre el sueño que has tenido... con respecto a tu padre. Ya puedes recordarlo; no hay peligro. Estás en trance profundo. ¿Lo recuerdas?

—Sí.

—Tú entraste en la casa en busca de algo. ¿Recuerdas eso?

—Sí..., era una caja de metal.

—¿Qué contenía que él deseara tanto como para hacerte volver a una casa en llamas?

—Sus sellos y las monedas... que colecciona —respondió.

Su detallada rememoración del sueño bajo hipnosis contrastaba significativamente con la somera descripción en estado consciente. La hipnosis es un instrumento poderoso, no sólo para proporcionar acceso a las zonas más remotas y ocultas de la mente, sino también para permitir una memoria mucho más detallada.

—Esos sellos y esas monedas ¿eran muy importantes para él?

—Sí.

—Pero hacer que tú arriesgaras la vida volviendo a una casa incendiada sólo por unos sellos y monedas...

Ella me interrumpió.

—Él no creía que hubiera riesgo.

—¿Le parecía que no corrías peligro?

—Sí.

—En ese caso, ¿por qué no volvió él en vez de enviarte a ti?

—Porque pensó que yo podía ir más deprisa.

—Comprendo. Pero ¿para ti había riesgo?

—Sí, pero él no se dio cuenta.

—¿Había algún otro significado para ti en ese sueño? ¿Con respecto a tu relación con tu padre?

—No sé.

—Él no parecía darse mucha prisa por salir de la casa en llamas.

—No.

—¿Por qué se tomaba tanto tiempo? Tú actuaste con rapidez; comprendiste el peligro.

—Porque él trata de esconderse de las cosas.

Aproveché ese momento para interpretar parte del sueño.

—Sí, es un viejo patrón de conducta en él, y tú haces cosas que corresponderían a tu padre, como ir en busca de la caja. Espero que él sepa aprender de ti. Tengo la sensación de que ese incendio representa el tiempo que se acaba; tú comprendes el peligro, pero él no. Mientras él holgazanea y te envía a ti en busca de objetos materiales, tú sabes mucho más... y tienes mucho que enseñarle, pero tu padre no parece dispuesto a aprender.

—No —asintió ella —, en efecto.

—Así entiendo yo el sueño. Pero tú no puedes obligarlo. Sólo él puede comprender eso.

—Sí —asintió otra vez. Su voz se hizo grave y ronca—. No importa que nuestro cuerpo arda en el fuego si no lo necesitamos...

Un Espíritu Maestro acababa de presentar un enfoque del sueño completamente distinto. Me sorprendió esa entrada brusca; no pude hacer otra cosa que repetir el pensamiento como un loro:

—¿No necesitamos el cuerpo?

—No. Mientras estamos aquí pasamos por muchas etapas. Nos deshacemos de un cuerpo de bebé para adoptar el de un niño; descartamos el de niño para ser adultos, y el de adultos por el de ancianos. ¿Por qué no dar un paso más y descartar el cuerpo adulto para ir a un plano espiritual? Eso es lo que hacemos. No dejamos de crecer: continuamos creciendo. Cuando llegamos al plano espiritual, continuamos creciendo también allí. Pasamos por diferentes etapas de desarrollo. Cuando llegamos, estamos consumidos. Es preciso pasar por una etapa de renovación, una etapa de aprendizaje y una etapa de decisión. Nosotros decidimos cuándo queremos regresar, adonde y por qué motivos. Algunos prefieren no volver. Prefieren pasar a otra etapa de desarrollo. Y mantienen la forma espiritual... algunos por más tiempo que otros, antes de volver. Todo es crecimiento y aprendizaje... crecimiento continuo., Nuestro cuerpo es sólo un vehículo para que utilicemos mientras estamos aquí. Son nuestra alma y nuestro espíritu los que perduran por siempre.

No reconocí la voz ni el estilo. Quien hablaba era un Maestro «nuevo», y hablaba de conocimientos importantes. Quise saber más de esos remos espirituales.

—En el estado físico ¿se aprende con más rapidez? ¿Hay motivos por los que no todos permanecen en el estado espiritual?

—No. El aprendizaje es mucho más veloz en el estado espiritual, sobradamente más rápido que el del estado físico. Pero elegimos lo que necesitamos aprender. Si necesitamos regresar para elaborar una relación, regresamos. Si hemos terminado con eso, proseguimos. En la forma espiritual uno siempre puede ponerse en contacto con quienes están en la carne, si así lo desea. Pero sólo si hay allí algo de importancia... si debe decirles algo que necesitan saber.

—¿Cómo se establece el contacto? ¿Cómo se transmite el mensaje?

Para sorpresa mía, fue Catherine quien respondió. Su susurro fue más rápido y firme.

—A veces uno puede presentarse ante esa persona... con el mismo aspecto que cuando estaba aquí. Otras veces se hace sólo un contacto mental. A veces los mensajes son crípticos, pero con mayor frecuencia la persona sabe a qué se refieren. Comprende. Es un contacto de mente a mente.

Me dirigí a Catherine.

—El conocimiento que tienes ahora, esta información, esta sabiduría, que es tan importante, ¿por qué no te es accesible cuando estás en el plano físico y consciente?

—Creo que yo no lo comprendería. No soy capaz de comprenderlo.

—Tal vez yo pueda enseñarte a comprenderlo, para que no te asuste, para que aprendas.

—Sí.

—Cuando oyes las voces de los Maestros, ellos dicen cosas similares a las que tú me estás diciendo ahora. Has de compartir una gran cantidad de informaciones.

Me intrigaba la sabiduría que Catherine poseía cuando se encontraba en ese estado.

—Sí —respondió, simplemente.

—¿Y proviene de tu propia mente?

—Pero ellos lo han puesto ahí. —De ese modo hacía que el mérito recayera en los Maestros.

—Sí —reconocí—. ¿Cómo puedo comunicártelo mejor a mi vez, para que tú crezcas y pierdas tus miedos?

—Ya lo has hecho —respondió, suave.

Tenía razón; sus miedos habían desaparecido, prácticamente. Una vez iniciadas las regresiones hipnóticas, el progreso clínico había sido increíblemente rápido.

—¿Qué lecciones necesitas aprender ahora? ¿Qué es lo más importante que puedes aprender durante esta vida, para que puedas seguir creciendo y madurando?

—A confiar —respondió con prontitud. Sabía cuál era su principal tarea.

—¿A confiar? —repetí, sorprendido por la rapidez de la réplica.

—Sí. Debo aprender a tener fe, pero también a confiar en la gente. No lo hago. Creo que todo el mundo trata de hacerme daño. Eso me induce a mantenerme apartada de personas y situaciones con las que, probablemente, no debería mantener distancia. Me lleva a seguir tratando con otras personas de las que debería separarme.

Cuando estaba en ese plano supraconsciente, su penetración psicológica era tremenda. Conocía sus puntos débiles y sus puntos fuertes. Sabía qué aspectos necesitaban de atención y trabajo, qué hacer para mejorar las situaciones. El único problema consistía en que esas nociones tenían que llegar a su mente consciente, para que las aplicara cuando estuviera despierta. La penetración supraconsciente era fascinante, pero en sí no bastaba para transformar su vida.

—¿Quiénes son esas personas de las que deberías separarte? —pregunté.

Ella hizo una pausa.

—Becky me da miedo. Stuart me da miedo... Temo que algún daño me llegue... de ellos.

—¿Puedes romper con eso?

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