Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (32 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Así llegamos a una escena realmente increíble. Hacia el verano de 1009, tres embajadas musulmanas acuden al campamento de Sancho de Castilla. Una es la de los bereberes de Suleimán. Otra, la de los árabes del califa de Córdoba, Muhammad. La tercera es la del gobernador eslavo de Medinaceli, Wadhid. Ninguna de esas embajadas acude en son de victoria a imponer tributos, como era habitual. Al revés, ahora todas ellas acuden para pedir a Sancho que les ayude contra sus rivales del propio campo musulmán. El mundo se ha dado la vuelta.Vienen años importantísimos para la cristiandad española.

La decisión de Sancho García

El poder del califa se reduce a Córdoba, la frontera de Coimbra y la frontera de Tortosa. En la Marca Media, entre Aragón y Castilla, manda el general eslavo Wadhid.Y en la frontera castellana vagan los bereberes, expulsados de Córdoba, que han nombrado a su propio califa, el omeya Suleimán. Al-Ándalus vive una feroz guerra civil.Y esa guerra eleva a una posición decisiva a un jefe cristiano: Sancho García.

El nuevo califa de Córdoba, Muhammad, envía un mensaje conciliador a los bereberes, a los que acaba de aniquilar en la capital. Éstos, ya sea por orgullo o por desconfianza, rechazan la oferta de Muhammad. Los bereberes de Suleimán prefieren otro aliado y van a ver al general eslavo Wadhid, el jefe militar de Medinaceli. Pero ése, a su vez, desprecia a los bereberes y rechaza cualquier acuerdo. En ese momento hay al menos tres núcleos de poder irreconciliables en Al-Ándalus: Córdoba, los bereberes y Wadhid. Ninguno puede por sí solo anular a los otros dos. Todos ellos necesitan ayuda. ¿Y a quién se la pueden pedir? En España, en ese momento, sólo hay un poder con fuerza militar suficiente para desequilibrar la balanza: la Castilla de Sancho García. Así Sancho pasa en poco más de un año de esperar la embestida musulmana, que tal era la situación cuando la última campaña del difunto Abd al-Malik, a estar en posición de decidir el futuro de la España mora. El yunque se había convertido en martillo.

Suleimán mandó embajadores al campamento de Sancho. Cuando llegaron allí los bereberes, se encontraron con que también Muhammad había enviado embajadores desde Córdoba yWadhid había hecho lo propio desde Medinaceli. La escena debió de ser extremadamente tensa: los tres protagonistas de una atroz guerra civil, reunidos ahora en el campo de alguien que hasta poco antes había sido su peor enemigo, pero al que ahora necesitaban como aliado. Todos y cada uno de ellos ofrecieron al conde de Castilla innumerables ventajas; el oro y el moro, podríamos decir. Sancho, por su parte, se limitó a escuchar a los legados de las partes.Y después, hizo sus cálculos. Vamos a imaginar cómo reflexionaría Sancho antes de tomar su decisión.

Primera opción castellana, pactar con Wadhid. La alianza con Wadhid, el jefe militar de Medinaceli, tenía sus ventajas: pondría bajo influencia castellana a un numeroso contingente militar musulmán. Pero el eslavo sólo le interesaba a Sancho en la medida en que le permitiera recuperar el control de la frontera sureste, desde las tierras del Duero en Burgos y Soria hasta las sierras de Guadalajara y Segovia. ¿Podía Wadhid cederle tal cosa? No; si lo hiciera, el propio Wadhid se quedaría sin territorios propios, pues ésos eran precisamente los que el general eslavo controlaba. De esta manera, la alianza con Wadhid sería necesariamente eflmera y tarde o temprano llevaría a un enfrentamiento. No es sabio aliarse con quien aspira a quedarse lo mismo que tú codicias. Eso sin contar con la dudosa fidelidad de las huestes de Wadhid, cuyo jefe, al fin y al cabo, era el califa de Córdoba, y que en cualquier momento podían abandonar al general. La opción de Wadhid, en fin, no era la mejor.

La segunda opción, que era la del califa de Córdoba, Muhammad, venía avalada por las suculentas propuestas de sus embajadores: innumerables bienes y la devolución de varias plazas fronterizas esenciales, las fortalezas del Duero, a cambio del apoyo castellano a la causa del califa. Claro que, ¿hasta qué punto Muhammad podía realmente ofrecer nada? Las fortalezas cuya devolución le proponía no estaban en realidad en manos de Muhammad, sino bajo el control de Wadhid, y sólo podrían recupe rarse bajo presión militar. Ahora bien, Muhammad no poseía fuerza militar acreditada; Córdoba estaba muy lejos, su control sobre sus tropas era discutible y, sobre todo, el nuevo califa carecía de experiencia militar. La oferta cordobesa era un espejismo. Apostar por Muhan upad resultaba demasiado arriesgado.

La opción berebere, en fin, se dibujaba como la más apta. Los bereberes acumulaban una experiencia militar bien acreditada, cosa de la que el califa de Córdoba carecía.Y no aspiraban a quedarse con territorios que el castellano ambicionara, como era el caso de Wadhid, sino que su objetivo era volver a Córdoba, movidos por el deseo de venganza, y poner a Suleimán en el trono califal. Cierto que Suleimán, de momento, no era más que un desterrado. Pero lo que Sancho buscaba en este momento no era establecer relaciones políticas con nadie, sino, exclusivamente, fuerza militar para recuperar los territorios que Castilla había perdido en el medio siglo anterior, y eso era precisamente lo que Suleimán mejor que nadie podía ofrecerle. Sancho le dijo a Suleimán que si dejaba en su poder las mismas fortalezas que Muhammad le ofrecía, le escogería a él, al partido bereber. Suleimán accedió. Así Sancho eligió a su aliado: los bereberes de Suleimán.

Apostar por los bereberes tenía sus riesgos. Ante todo, resultaba verdaderamente costoso, porque aquella gente estaba literalmente con lo puesto. Había que darles de comer. Pero mientras tuvieran hambre, es decir, mientras su abastecimiento dependiera de Castilla, serían una tropa fiel. Sancho hizo alarde de generosidad: en su pacto con los bereberes de Suleimán les aprovisionó con mil bueyes, cinco mil carneros y mil carros de grano y víveres diversos. La dimensión del avituallamiento nos permite hacernos una idea de lo numeroso que era aquel ejército.Y una vez abastecidos los bereberes, el jefe castellano se puso en marcha… ¡Hacia Córdoba!

Comenzaba el verano de 1009. Tan sólo un año antes, Sancho había tenido que rechazar con apuros la ofensiva de Abd al-Malik; ahora estaba marchando sobre Córdoba, nada menos. Antes de poner rumbo al sur, y para aumentar todavía más su hueste, el conde de Castilla exploró una jugada tentativa: ofreció al eslavo Wadhid, el general de Medinaceli, unirse al ejército de castellanos y bereberes.Wadhid, militar al fin y al cabo, se negó; no quiso ponerse contra el califa de Córdoba, por dudosa que fue ra su legitimidad.Y el eslavo no sólo rehusó unirse a Sancho, sino que movilizó a cuantas tropas pudo en su demarcación para frenar el avance de Sancho García hacia la capital del califato. Se avecinaba la primera batalla del nuevo paisaje, donde Sancho pondría a prueba lo acertado de su apuesta bereber.

Las tropas reunidas porWadhid salieron al paso del ejército castellano a la altura de Alcalá de Henares.Terminaba el mes de agosto de 1009. Las tropas castellanas cabalgaban con Sancho García al frente. A los bereberes los mandaba Zawi ibn Zirí. Desconocemos el número de quienes trataron de detener la ofensiva castellana.Wadhid era un militar profesional, un tipo experimentado en estas cosas; podemos suponer que no habría dado la batalla si se hubiera visto en situación demasiado inferior. En todo caso, castellanos y bereberes arrasaron a sus oponentes. El generalWadhid, viendo la posición perdida, optó por la retirada. Dice la crónica mora que sólo pudo salvar de la derrota a seiscientos hombres, los que le acompañaron en la fuga.Wadhid marchó a Córdoba con el propósito de buscar allí refuerzos y engrosar la defensa del califa Muhammad. Lo que descubrió en la capital debió dejarle helado. ¿Qué era?

Enseguida veremos qué descubrió Wadhid en Córdoba, pero, por el momento, retengamos esta escena: vencido ya el verano de 1009, en el incierto otoño manchego, una enorme hueste cruza el campo camino de Córdoba. Son los castellanos de Sancho García con sus aliados bereberes. Hasta muy pocos años antes, cuando los cristianos acudían allí lo hacían como cautivos, como esclavos o como embajadores que prestaban vasallaje.Ahora lo hacen como invasores victoriosos.Y lo más impresionante todavía está por llegar.

El conde de Castilla entra en Córdoba

Decíamos que Wadhid había acudido a Córdoba en busca de refuerzos y que debió de quedarse helado al ver lo que vio. ¿Y qué vio? Que no había ejército. Las defensas de Córdoba se reducían a una tropa de aluvión alistada a toda prisa entre la población local; numerosa, sí, pero sin experiencia alguna de combate. ¿Y dónde estaba el enorme ejército creado por Almanzor, aquella terrible máquina militar que durante años había sometido a los reinos cristianos del norte a un régimen de terror permanente? Aquel ejército ya no estaba, se había disuelto bajo el torbellino de la guerra civil.Y una buena parte de él, por otro lado, se encontraba ahora atacando Córdoba bajo las banderas castellanas.

Para reforzar la dudosa combatividad de su improvisado ejército, el califa Muhammad había ordenado rodear Córdoba de fosas y trincheras. Pero al tener noticia de que los castellanos asomaban a orillas del Guadalmellato, a un día de camino de la capital, no tuvo la sangre fría suficiente para aguantar la embestida. Persuadido de que el número de sus voluntarios bastaría para frenar a los invasores, confiado tal vez en los efectos euforizantes de la guerra santa, el califa ordenó salir de la ciudad para plantar cara al ejército castellano y bereber.Y el encargado de dirigir la operación iba a ser, de nuevo, el eslavo Wadhid, el jefe militar de la Marca Media. Era el 5 de noviembre de 1009. Fue un nuevo desastre para Córdoba.

El choque tuvo lugar cerca de Alcolea, donde el Guadalmellato vierte al Guadalquivir. El número de los califales debía de ser impresionante, por lo que cuenta la crónica mora, pero a Sancho no le impresionó mucho. Bastó una sola maniobra, una carga de un escuadrón berebere contra el centro de las tropas de Wadhid, para que el frente de los defensores se deshiciera en medio de una enorme confusión. Los soldados del califa, que en su inmensa mayoría jamás habían combatido antes, descompusieron sus líneas. Después, empujados por castellanos y bereberes, comenzaron a retroceder hacia el río. La crónica mora eleva a diez mil el número de cordobeses muertos, acuchillados unos, ahogados otros en las aguas del Guadalquivir. Tal vez la cifra es exagerada, pero la derrota, no.

Wadhid, buen militar, vio desde el primer momento que la batalla estaba perdida: en cuanto su primera línea demostró que era incapaz de aguantar la embestida enemiga. De manera que, prudente, reunió a sus seiscientos guerreros —los que habían sobrevivido a la derrota de Alcalá de Henares— y abandonó el campo. El general eslavo marchó a su sede de Medinaceli para tratar de mantener las posiciones que se le habían encomendado. Con ello el camino a Córdoba quedaba abierto para los castellanos de Sancho García y los bereberes de Suleimán.

En Córdoba, el califa Muhammad había corrido a refugiarse en el alcázar. Cuando vio llegar a los bereberes, buscó al anterior califa, Hisham II, el hijo de Aurora, al que mantenía preso. En los meses anteriores, Muhammad había hecho correr el rumor de que Hisham estaba muerto; incluso había celebrado sus exequias fúnebres. Ahora lo mostraba vivito y coleando como manifestación de que Hisham seguía siendo califa.Así se lo dijo a los bereberes.Y les dijo más: les dijo que él, Muhammad, no era en realidad califa, sino simplemente hayib o primer ministro de Hisham II, que había recuperado el trono. El ardid no coló: los bereberes le respondieron que ya tenían su propio califa, Suleimán, y que se alegraban mucho de que Hisham siguiera vivo, pero que el trono ya no le correspondía a él, sino a Suleimán. No hubo acuerdo posible. Hisham fue obligado a abdicar por segunda vez. Ahora en el nuevo califa, Suleimán.

El 8 de noviembre de 1009, Suleimán ibn al-Hakam es solemnemente coronado. Córdoba tiene nuevo califa. Sancho García está presente en la ceremonia.Acto seguido, el conde de Castilla reclama su parte: no sólo el rico botín comprometido, sino también las fortalezas del Duero. Suleimán le contesta que no le puede dar las fortalezas porque están en manos de Wadhid, el eslavo. Sancho no estuvo ni un día más de lo preciso en Córdoba. Sin duda en aquel momento no era el mejor lugar del mundo para pasar unas jornadas de descanso. En cuanto cobró el botín comprometido, el 14 de noviembre, se marchó de allí. Dejaba a modo de prenda de amistad una guardia de cien caballeros que fue alojada en una alquería cerca de la capital.Y en Córdoba, mientras tanto, nuevos sucesos volvían a agitar el paisaje.

En efecto, porque la guerra civil estaba lejos de haber terminado. La población de Córdoba, que pocos meses antes se había dedicado a masacrar a los bereberes por orden de Muhammad, salía ahora a las calles a aclamar a los mismos bereberes y a su nuevo califa, Suleimán. Eso no impidió que los bereberes se entregaran al pillaje de la ciudad, hay que suponer que acompañados por los castellanos. Pero en cuanto los castellanos se fueron, los bereberes se quedaron solos y enseguida constataron que su posición era cualquier cosa menos airosa. Nadie realmente les apoyaba en Córdoba.

El ex califa Muhammad, aprovechando la confusión, había logrado huir. Un partidario suyo se las arregló para llevarle hasta Toledo. Allí Muhammad, llamado al-Mahdi, trató de evaluar sus fuerzas. Aún tenía posibilidades. Las guarniciones de la frontera de Coímbra le reconocían como califa. También las del norte, en Tortosa. En cuanto a la decisiva posición de Medinaceli, en manos del eslavo Wadhid, Muhammad también creía contar con él. Una posición dificil, la de Wadhid. El veterano general clamaba venganza. Pero el objeto de sus iras no eran los castellanos, sino los bereberes.Volveremos a encontrarnos al general eslavo en los próximos episodios. Para Sancho, en todo caso, eran ya problemas lejanos.

Sancho estaba en otras cosas, sí. El conde volvía a Castilla y llevaba en las manos el mayor triunfo que ninguno de sus predecesores había conseguido jamás. El balance de la operación será suculento. Suleimán no había podido entregarle las fortalezas acordadas, pero tampoco era necesario: todas aquellas posiciones, ya sin defensa digna de tal nombre, podían ser tomadas por propia iniciativa. El general eslavo, Wadhid, seguía entre Toledo y Medinaceli, pero estaba más preocupado por los acontecimientos de Córdoba que por mantener la frontera. Así, en los meses siguientes, los castellanos no tardan en ocupar de nuevo Osma, San Esteban de Gormaz, Clunia, Berlanga de Duero, Sepúlveda y Peñafiel. Es decir, que prácticamente se recupera la línea máxima de expansión cristiana hacia el sur, fijada setenta años antes, tras la victoria de Simancas. Todo el territorio desde el Duero hasta Somosierra volverá pronto a poblarse de colonos.

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