Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (29 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Después pasaron más cosas. Por ejemplo, una nueva conjura palaciega que tuvo como protagonista, una vez más, a la viuda Subh, Aurora, la madre del califa. Pero la ilustre vascona ya no era ni sombra de lo que fue: a Almanzor le costó muy poco ahogar la conspiración, y la viuda —que, recordemos, había sido la primera protectora del propio Almanzor— quedó definitivamente apartada del poder.

El final de Almanzor llegó inmediatamente después. Un final, por cierto, rodeado de misterio y brumas, en parte por las fabulaciones legendarias tejidas con posterioridad. La tradición española habla con insistencia de la batalla de Calatañazor, «donde Almanzor perdió el tambor». Aparte de que las tropas moras no usaron tambores en combate hasta mucho después, con los almorávides, el hecho es que de esta batalla no empezó a hablarse sino bastante más tarde, de modo que todo apunta a una reconstrucción literaria. Es verdad que hubo batallas.Y es muy probable que se combatiera en Calatañazor, que está a mitad de ca mino entre Soria y Burgo de Osma. Pero ¿hubo de verdad una batalla de Calatañazor?

En la historia de la Reconquista ocurre con frecuencia que la leyenda se cruza con los hechos reales y uno no sabe a qué carta quedarse. Sin embargo, casi siempre la leyenda se hace eco de un acontecimiento real. La batalla de Calatañazor es mencionada en crónicas cristianas y también en documentos árabes. Pero como no es posible aportar sobre ella precisión alguna, hoy los historiadores tienden a pensar que nunca existió. En esta tesis, la leyenda de Calatañazor sería en realidad un eco del revés de Almanzor en Peña Cervera, el episodio que aquí hemos contado: una victoria pírrica que por primera vez creó en los reinos cristianos la impresión de que podían vencer al dictador de Córdoba.

Con batalla de Calatañazor o sin ella, lo cierto es que Almanzor vivía sus días finales. En la primavera de 1002 emprendió una campaña contra tierras cristianas. Penetró en La Rioja. Avanzó hasta Salas de los Infantes, en Burgos. Destruyó el monasterio de San Millán de Suso, que ya era un centro espiritual muy importante. Pero esta campaña sería la última. Sin completar sus objetivos,Almanzor se sintió enfermo. Dicen que quizá por una artritis gotosa. Fue trasladado a toda prisa a Medinaceli. Incapaz ya de montar a caballo, se le transportó en litera durante dos semanas. Finalmente expiraba entre el 10 y el 11 de agosto del año 1002. Así concluía una etapa atroz de la historia de España.

Dice el Cronicón Burgense: «Murió Almanzor y sepultado está en el infierno». La Crónica Silense no es más generosa: «Pero, al fin —dice el cronista—, la divina piedad se compadeció de tanta ruina y permitió alzar cabeza a los cristianos, pues Almanzor fue muerto en la gran ciudad de Medinaceli, y el demonio que había habitado dentro de él en vida se lo llevó a los infiernos». Por supuesto, otro tenor toman las crónicas árabes. Cuenta la crónica de Ibn Idari que en la tumba del caudillo cordobés se esculpieron en mármol, a modo de epitafio, los siguientes versos: «Sus huellas sobre la tierra te enseñarán su historia,/ como si la vieras con tus propios ojos./ Por Dios que jamás los tiempos traerán otro semejante,/ que dominara la Península/ y condujera los ejércitos como él». Lo cual también era verdad.

El entierro de Almanzor tuvo toda la patética pompa que una figura como él merecía. Se envolvió su cadáver en un lienzo tejido por sus pro pías hijas. El hilo del lienzo provenía de un lugar especial, la hacienda familiar de los amiríes en Torrox, el solar de su linaje. Además, sobre su cuerpo muerto se colocó un ladrillo. ¿Por qué un ladrillo? Porque el tal ladrillo había sido fabricado con el polvo que los sirvientes de Almanzor limpiaban de las vestiduras del caudillo después de cada batalla, «pues cada vez que salía en expedición —dice la crónica mora—, sacudía todas las tardes sus ropas sobre un tapete de cuero e iba reuniendo todo el polvo que caía».

En principio, Almanzor dejaba todo atado y bien atado. El sistema de poder que él había establecido, con un califa relegado a la función de jefe espiritual y un jefe de gobierno elevado a la condición de rey, iba a encontrar continuidad enAbd al-Malik al-Muzaffar, el hijo predilecto del caudillo. Los amiríes, es decir, la dinastía del propio Almanzor, seguían ostentando por derecho el poder real sobre la Administración del califato. Los ejércitos —aquellos inmensos, inabarcables ejércitos de Almanzorseguían en pie de guerra. Los reinos cristianos, aunque ya despiertos, carecían de fuerza suficiente para desafiar seriamente a Córdoba. La frontera seguía muy al norte, en el Duero e incluso más allá. La economía del país mantenía su prosperidad, alimentada por las caravanas de oro del Sudán.Y sin embargo…

Sin embargo, todo eso iba a cambiar muy pronto.

6

ASÍ SE HUNDE UN IMPERIO
(Y LA CRISTIANDAD LEVANTÓ CABEZA)

La descomposición de un régimen

Almanzor ha muerto. Ha dejado al frente del califato a su hijo favorito,Abd al-Malik.Aparentemente, nada cambia: el califa sigue anulado, el poder sigue en manos de un amirí y los reinos cristianos siguen sometidos a la incontestable potencia cordobesa. Sin embargo, en este mismo momento se desatan fuerzas que en muy pocos años van a modificar completamente el paisaje. El califato se va a derrumbar y la cristiandad española va a encontrar oportunidades inesperadas. Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, estamos en Córdoba en 1002. ¿Qué estaba pasando allí?

Lo que vamos a ver ahora en el califato es un problema eterno de la historia política; algo que siempre se ha planteado, en todos los países y en todas las épocas, cuando el poder descansa sobre las armas. La estructura que Almanzor había dejado emplazada era, en realidad, una dictadura militar, es decir, el poder de un solo hombre sustentado sobre un ejército omnipresente.Ventajas del modelo: se acabaron en Al-Ándalus las continuas sublevaciones de los poderes locales. Inconvenientes: a ese ejército, que constituía la columna vertebral del sistema, había que ofrecerle continuas campañas guerreras para tenerlo ocupado y para mantenerlo con el botín de guerra, y era preciso controlarlo con un liderazgo inflexible que asegurara la disciplina. Ésos eran los retos que tenía que afrontar Abd alMalik al-Muzaffar.

Hablemos un poco de este personaje, el hijo predilecto de Almanzor, heredero del poder amirí.Abd al-Malik, un tipo de carácter duro y enérgico, tenía veintisiete años cuando sucedió a su padre. Aunque joven, desde varios años atrás había desempeñado funciones políticas y militares de importancia. Por ejemplo, cuando encabezó las operaciones para sofocar las revueltas magrebíes en el norte de África. Aquélla fue una intervención decisiva, porque el control del Magreb era vital para que Córdoba pudiera seguir beneficiándose de las caravanas de oro del Sudán. Abd al-Malik cumplió su cometido a plena satisfacción. Inmediatamente Almanzor arregló las cosas para que su hijo obtuviera el título de hayib, primer ministro. Así se reveló Abd al-Malik como alguien con peso propio. No era sólo el heredero de un poder ajeno, sino un tipo con madera de líder. Pero una vez llegado al poder absoluto, tendría que demostrar su liderazgo.

Para demostrar tal liderazgo y mantener su poder,Abd al-Malik tenía que actuar sobre dos campos. Uno, el militar; el otro, el político. El campo militar tenía un escenario muy claro: la confrontación con los reinos cristianos. La prueba pasaba por mantener la hegemonía musulmana sobre los enemigos del norte. Para ello Abd al-Malik organizó incesantes expediciones. La primera, contra el rival más débil, los condados del Pirineo. En 1003, recién llegado al poder, marcha hacia Zaragoza y desde allí ataca en distintos puntos de la Marca Superior: Ager, Roda, Monmagastre, Meyá, Castellolí… Es significativo que no atacara Barcelona ni ningún otro centro de importancia; eso indica que Abd al-Malik eludió deliberadamente las complicaciones y se limitó a objetivos fáciles, que le reportaran victorias seguras. Al año siguiente atacará tierras de Castilla. Después, León. Abd al-Malik sigue, en fin, la misma tónica que su padre utilizando el arma fundamental de los amiríes: un ejército de dimensiones ciclópeas.

Pero más complicado le iba a resultar al joven heredero solucionar los problemas en el otro campo donde tenía que demostrar su liderazgo, el político, sembrado de intrigas en la corte cordobesa. Como el paisaje es dificil, vamos a intentar explicarlo. El edificio político del califato estaba, en principio, presidido por la figura del califa, jefe político y religioso a un tiempo.Almanzor había conseguido privarle de poder político y limitar el peso del califa a la autoridad espiritual. Pero, por debajo de esa fachada, permanecía en los aledaños del poder una amplia aristocracia, en general de origen árabe, vinculada a la persona del califa y que, como es natural, no quería verse privada de influencia. Quien amenazaba a esta aristocracia no era sólo el autócrata, Almanzor, sino también la nueva elite políti ca, militar y administrativa que había llegado al poder con los amiríes: jefes de tribu bereberes, generales eslavos, etc.Y en la base, una amplia masa, particularmente en Córdoba, que reconocía el poder de Almanzor, pero que, ante todo, reverenciaba al califa, como corresponde a la manera islámica de ver la política.

En ese complejo paisaje, Abd al-Malik va a tratar de moverse con prudencia y energía al mismo tiempo. Para empezar, tenía que atajar las conspiraciones legitimistas. Su padre, Almanzor, había tenido que hacer frente a las conjuras de quienes aspiraban a recuperar la vieja legitimidad de los omeyas frente al poder de hecho del dictador; Abu Amir había aplastado todas esas intrigas con férrea dureza. Pero ahora, desaparecido Almanzor, aquellas mismas fuerzas resurgían con la esperanza de devolver al califa su autoridad. Abd al-Malik, imitador de su padre en absolutamente todos los aspectos de su política, actuó como él lo hubiera hecho: en 1003 ordenó ejecutar al eslavo Tarafa y al poeta al-Yaziri, acusados de conspirar contra el nuevo dictador de Córdoba. Sin embargo, la oposición estaba lejos de haber quedado descabezada.

Todos los que conspiraban contra Abd al-Malik, lo hacían en nombre del califa. Pero, mientras tanto, ¿qué hacía el califa Hisham? Vegetar. Hisham II, que ya rondaba los cuarenta años, permanecía completamente alejado del poder real, encerrado en Medina Azahara, supuestamente dedicado a la oración. ¿Tanto rezaba Hisham? No lo parece. En realidad el califa se limitaba a disfrutar de los placeres de la vida, pero, eso sí, en una cárcel de oro de la que no podía salir salvo para las grandes ceremonias. Con todo, en torno a la figura de Hisham empiezan a moverse ambiciones inesperadas.Y una de ellas va a dar enseguida mucho que hablar: la de Abderramán Sanchuelo, el hijo que tuvo Almanzor de la princesa navarra Abda, y que ahora se ha convertido en principal compañero de francachelas del califa. Sanchuelo: retengamos el nombre del personaje.

Y a todo esto, ¿cómo recibieron los cristianos el cambio de poder en Córdoba? Podríamos resumirlo en dos palabras: con esperanza y con inquietud. Con esperanza, porque la desaparición de Almanzor abría el horizonte; con inquietud, porque realmente nadie sabía qué iba a pasar. En León seguía gobernando Alfonso V, un niño de ocho años, bajo la regencia de su madre, la reina viuda Elvira, y el conde gallego Menendo González. Es decir que el gran reino cristiano del norte permanecía manga por hombro, sin otra opción que renovar sus pactos de vasallaje con el moro. Al mismo tiempo, sin embargo, se iban a prodigar los movimientos tentativos en la frontera. Parece que Sancho García, el conde de Castilla, exploró la firmeza de las posiciones moras en el Duero.Y que el nuevo conde de Barcelona, Ramón Borrell, hizo lo propio en Lérida. Esas exploraciones quedaron anuladas por la campaña de Abd al-Malik en 1003: los ejércitos de Córdoba demostraron que seguían en forma.

A partir de ese momento, cada cual seguirá su propia política. Sancho, el castellano, firmará nuevos acuerdos con el califato. En virtud de uno de ellos hará algo asombroso: participará en la campaña de Abd alMalik contra el territorio de León, prestando sus tropas al moro. Era parte de la sumisión que el conde debía manifestar al nuevo dictador de Córdoba. Algo que no debe sorprendernos demasiado si tenemos en cuenta que los propios condes de León lo habían hecho antes, y en sus propias tierras. Pero todo empieza a adquirir un color extraño en este tiempo: es como si todo el mundo jugara con dos barajas, lo mismo en Córdoba que en los reinos cristianos.Y pronto todos los jugadores descubrirán sus cartas.

A la altura de 1006, cuando parecía que Abd al-Malik controlaba la situación, una nueva alianza cristiana surge en el norte, mientras, en el sur, nuevos movimientos políticos desestabilizan al dictador de Córdoba. Entramos en un tiempo decisivo.

De victoria en victoria hasta la derrota final

El paisaje cambia con una velocidad extraordinaria. En 1004,Abd alMalik ha controlado a los reinos cristianos: a todos les ha impuesto una tregua. El conde de Barcelona, Ramón Borrell, manda embajadas a Córdoba para negociar el rescate de cautivos. Los condes de Galicia y Castilla, Menendo González y Sancho García respectivamente, piden a Abd alMalik que arbitre entre ellos para ver cuál de los dos obtiene la tutoría del rey Alfonso V, todavía menor de edad. Córdoba puede afianzar sus posiciones en el Duero. Sin embargo, muy pocos meses después todo cambia. ¿Quizá porque, en ese litigio por la tutoría del rey, el moro apoyó a Me nendo contra Sancho? No es seguro que ésa fuera la causa. Lo cierto es que en 1005 vuelve la guerra a los campos de España.

La campaña de 1005 afectó especialmente a Zamora, y no debemos ahorrar tinta para subrayar la crueldad del hijo de Almanzor. Es la propia crónica mora la que explica los hechos. Una tropa de cinco mil jinetes se lanza contra lo que quedaba de la ciudad de Zamora, arrasada años atrás: unas míseras ruinas en las que malvivían algunos centenares de campesinos.Allí los moros «mataron a los hombres y apresaron a las mujeres y a los niños —dice la crónica mora—, dispersándose para saquear las llanuras del entorno de Zamora del mismo modo que toda la región; todo el país fue saqueado. Esta tropa continuó su paseo por el territorio enemigo, incendiando, demoliendo, aprisionando y matando, provocando el más alto grado de inquietud». El cronista moro canta esta hazaña con grandes ditirambos. Entre lo mejor del botín, dos mil cautivos que serían vendidos como esclavos.

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