Read Mientras vivimos Online

Authors: Maruja Torres

Tags: #Premio Planeta 2000

Mientras vivimos (26 page)

BOOK: Mientras vivimos
7.5Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Qué rebuscada eres. En cuanto a la envidia... ¿Sabes a quiénes envidiamos más? —bizqueó, como si acabara de realizar un gran descubrimiento—. ¿Cómo he podido no darme cuenta? ¡Envidiamos a quienes nos ayudan! Sí, señor, así es la cosa. Te rompes el alma echando una mano a alguien, y te lo paga como Judas. Por consiguiente, deduzco, la ministra no me envidia, sino que me venera, porque nunca le he hecho ningún favor, aparte de aguantar sus necedades. Y tú no me veneras, sino que me envidias.
Voilá!

—¿Vas a seguir soltando discursos, ahí desnuda? Y no digas cosas tan desagradables. Es evidente que estás borracha.

—Bebida, Judit, bebida. Una subordinada, que eres tú, no puede decirle a su jefa, que soy yo, que está borracha. Eso es una grosería y una insubordinación.

—¿Quieres que pida Alka-seltzer?

—Me gustaría saber qué diría la ministra, si me viera —Regina seguía perorando, sin otra cosa encima que el nomeolvides. Subrayó sus palabras agarrándose los pechos con las manos y aflautó la voz, en una imitación bastante afortunada de la aludida—. «Una vez más, nuestra sin par Regina Dalmau, completamente trompa y con las nalgas caídas, nos indica a las mujeres españolas el camino a seguiiiiir.»

—Ponte algo, por favor, que vas a pillar una pulmonía.

—¿Una pulmonía, en este lujoso ambiente dotado de calefacción central? Cómo se nota que no tienes costumbre, cielo. No se cogen enfermedades, en los hoteles de primera.

—De hoteles puede que no sepa. Pero de borracheras sí, y la tuya es de cinco estrellas. ¿O prefieres que diga que sólo estás achispada?

—Está bien, está bien. Venus madura va a darse una ducha. Y tú no te largues, que tengo que decirte un par de cosas.

—¿Más? —preguntó Judit, algo desconcertada—. Si no paras de desbarrar. La verdad es que no sé si estás bebida o de mal humor.

—Las dos cosas. Y, además, me duelen las cervicales.

—Es por la tensión. ¿Quieres que te dé un masaje?

—Gracias, pero no. Cuando precise que me desnuquen, acudiré a un profesional.

Entró desnuda en el baño, dando un portazo, pero salió segundos después, envuelta en el albornoz del hotel.

—Renuncio a la ducha. Es mejor empezar la limpieza por dentro. Por donde se pudre —dictaminó, después de tenderse de nuevo en la cama—. ¿Me pones un whisky? Sin hielo, por favor.

Judit se arrodilló ante el minibar. Vaciló.

—¿Te conviene? Has bebido demasiado.

—Y dale. ¿Te refieres a que me puede caer mal, a mi edad?

Se sentó como un rayo, apartándose la melena de los ojos de un manotazo.

—Observa mi agilidad, mis reflejos. Te sorprendería la de cosas que aún pueden hacerse a los cincuenta. El imbécil, por ejemplo, que eso es lo que he hecho contigo. Te sorprendería, sobre todo, saber cómo puede uno destrozar su propia vida cuando es joven, sin enterarse. Así que menos humos con la edad, princesa. Trae para acá.

Agarró el vaso en el que Judit había vertido un botellín de Chivas.

—Puedes servirte otro, nena. En realidad, puedes hacer lo que se te antoje. Estás aquí para eso, ¿no es cierto? No seas tan escrupulosa. Si vas a contar mi vida, puedes beberte tranquilamente mi whisky. ¿O es que tienes miedo a perder el control? Ni con toda la cosecha de Escocia dentro te desviarías un milímetro de tu objetivo. ¡Madre mía! He conocido a gente fría, calculadora y rastrera, he visto a auténticas sabandijas arrastrándose por las editoriales y los periódicos con un puñal entre los dientes, listas para clavártelo en la espalda al menor descuido. Me he cruzado con individuos que se relamían como sanguijuelas ante la perspectiva de saltarme a la carótida. Jamás, jamás creí que caería en la trampa que me tendería una mosquita muerta, y eso que es el truco más antiguo del mundo, desde que Abel convenció a su hermano de que, si le daba con una quijada de burro en la cabeza, a Caín le irían mucho mejor sus asuntos. Y ya ves, el pobre, maldito e itinerante para la eternidad. Ese mérito sí te lo reconozco. El de haber tenido los santos ovarios de embaucarme.

La muchacha empalideció. Sin decir nada, regresó al mueble bar, sacó otro botellín, lo abrió y se echó su contenido al coleto. Luego se sentó en la otra cama, de cara a Regina, con las manos sobre la falda y los ojos bajos.

—Menudo saque, hija —comentó la mujer—. Lo malo de vosotros es que lo queréis todo pero no lo saboreáis. Os lo bebéis de un trago.

—No hagas filosofía barata conmigo. —Judit la miraba, frunciendo el ceño—. Lo has leído, ¿no? Blanca te lo ha enseñado.

—Claro, tontita. Pero ¿qué creías? ¿Que mi propia agente iba a escondérmelo? «Una famosa escritora, que ha perdido la inspiración y las ganas de vivir, y que vegeta, encerrada en su confortable mansión y ajena a cuanto ocurre a su alrededor, se venga del mundo destrozando la carrera de unajoven y prometedora discípula.» No recuerdo cómo sigue. «Confortable mansión», qué cursilería.

—Por Dios, Regina, no me interpretes mal. No me atrevía a mostrártelo. Tenía miedo de que te burlaras de mí, de mis deseos de escribir. Sé que no soy lo bastante buena, estoy empezando. Temo tu opinión tanto como te respeto. Además, ya lo estás viendo, me has llamado cursi, y lo soy.

Regina soltó una carcajada herrumbrosa.

—¡Deja de hacerte la modosa! Miedo, ¡tú! Si te metieran en una cesta podrías ganarte la vida matando a Cleopatra.

—¿Qué quieres decir?

—Que eres una serpiente. Y, de paso, que deberías leer a Shakespeare. Dios mío, tanta ambicióny la niña ni siquiera ha leído a William, hip, Shakespeare.

Judit se levantó, presurosa:

—¿Te encuentras mal?

—¡Ni se te ocurra ponerme las manos encima! —la escritora casi gritó, apartándola—. No te importa romperme el corazón, destrozar la confianza que puse en ti. ¡Te alarma mi acidez de estómago! Eres una perfecta mema si crees que tu libro me preocupa. No me cabe duda de que lo escribirás, ése y muchos otros, y que te harás rica y famosa. ¿Es a eso a lo que aspiras? No lo lamentarás, hay un buen mercado esperando a la gente como tú, a los que vienen a tomar el relevo de quienes, aunque no valemos gran cosa, todavía os damos varias vueltas. Amat te puede asesorar y la propia Blanca se morirá por representarte. Pero serás tan desgraciada como yo. Y si no, al tiempo. Me engañaste, y eso no te lo perdono. No me dijiste que querías ser escritora. Si lo hubieras hecho, te habría ayudado, de eso no te quepa duda. No, señor, callaste como una rata y esperaste el momento oportuno para hacerte con mi pellejo y rellenarlo con tus cuatro ideítas pomposas.

—Vamos, Regina, sé sincera. —Judit se levantó y caminó arriba y abajo por el espacio que quedaba entre las dos camas—. No te quisiste enterar. Reescribí lo que estaba mal en tu libro, y te pareció de perlas. ¿No te resultó extraño? No, porque te convenía. ¿Qué pensabas? ¿Que iba a pasarme la vida llevándote el cojín para que reposaras tus lindos pies malcriados? Tú no sabes lo que es necesitar, desear, ambicionar y no poseer nada, ni siquiera la esperanza.

Regina saltó de la cama, agarrando a Judit por el borde del escote de su vestido.

—¡Déjame! Lo vas a romper —la joven la empujó—. ¡Un vestido tan caro!

—Si lo sabré yo, que lo he pagado. Cuéntame, ¿qué le cotorreaste a Blanca durante las numerosas conversaciones que sostuvisteis a mis espaldas? La pobre, la querida Regina, dirías. Me parece estar oyéndote. Se nos está volviendo lela. ¿O loca? ¿Qué elegiste? ¿Incapacitarme por estupidez o por demencia?

De repente, Judit se echó a reír.

—¡Si te vieras! Pareces una bruja. Ignoraba que podías serlo.

La joven se dirigió al minibar, lo abrió y sacó otros dos botellines.

—Toma —dijo—. Uno para ti y otro para mí. Son los últimos. Luego tendremos que empezar con el vodka.

—Me contemplabas como a una hada madrina —también Regina prescindió del vaso y bebió a morro—. Te fundías cuando me mirabas.

—Llegué a ti en busca de la maestra, de la dueña de todos los secretos. Creí que sabrías ver lo que de bueno había en mí, que me ayudarías a ser como tú. Era a lo que aspiraba. A adorarte. Me tomarías de la mano y me enseñarías qué debía hacer para triunfar en la vida —ahora hablaba como para sí misma, en voz queda—. Yo he carecido de tus oportunidades, tengo derecho a algo mejor.

—¡No dirás que te traté mal! —protestó Regina, iracunda.

—Dinero y vestidos. Como a una criada.

—Eso sí que no. Como a una secretaria. Y carita, ¿eh? Una chica por horas me habría dado mejor resultado.

—No seas injusta. Blanca sabe lo que hice por ti. Cuando nos conocimos estabas hecha un desastre. Mucha fachada, y nada más. La gran Regina Dalmau no es más que eso, apariencia. ¡Si hasta Álex, que es un crío, tiene compasión de ti!

—¡No metas a Álex en esto!

—Más bien diría que es Álex quien se ha metido aquí. —Judit hizo un gesto arrabalero que, pensó, habría avergonzado a su propia madre: se dio una palmada en la entrepierna.

—¿Quieres decir que le has seducido?

—Nos sedujimos mutuamente. Vivir contigo no ha sido una experiencia tan divertida como para hacernos prescindir del sexo.

—¡Es lo último que me faltaba por oír! Un niño, prácticamente una criatura... ¡Lo has seducido, violado!

—Los niños crecen. Yo escribo. Y tú no te enteras de nada. Vives encerrada en tu mundo de mierda, sola, completamente sola, Regina, porque no sabes mirar a los demás. Yo te he mentido a ti, pero tú mientes a todo el mundo. No eres como pareces cuando se leen tus libros.

—En eso, tengo que darte la razón. Pero es al revés. Son mis libros los que no muestran cómo soy.

Se puso en jarras.

—Por si te interesa, Judit, esa puñetera mierda de libro que piensas escribir sobre mí tampoco tiene ni así, pero que ni así —juntó índice y pulgar, señalando un mínimo espacio de aire— de lo que tú eres en realidad. Ésa es una asignatura que te queda por aprender, pero ahora no tengo ganas de enseñártela.

Bostezó.

—¿Y sabes qué te digo? —añadió—. Que esta conversación me tiene harta. Fuera, largo de aquí.

Judit se levantó y caminó hacia la puerta. Se giró, mirándola con resentimiento.

—Supongo que estoy despedida.

—Supones bien. No te preocupes, puedes quedarte con tus vestidos. Y en cuanto al trabajo, Amat te colocará de secretaria. Le gustas mucho, me he dado cuenta. Aunque eso ya lo sabes.

Judit interrumpió la tarea de cepillarse los dientes. Le había parecido oír un ruido en la puerta, como si alguien rascara en el exterior. Figuraciones mías, pensó. Tenía en la garganta el regusto amargo de la conversación y del whisky que había trasegado sin pensar, sólo para hacerse la valiente. Había llegado muy lejos para que todo se fuera al carajo en aquella habitación de hotel, en una ciudad desconocida, después de haber pasado una noche memorable que, en parte, le pertenecía. Ahora tendría que volver a arrastrarse, a pedir. A engañar. No todo había sido en vano, se dijo, contemplándose en el espejo. Ya no era la muerta de hambre que había perseguido a Regina Dalmau, sino una joven sofisticada y elegante que había entablado algunas interesantes relaciones. Se animó un poco.

Alguien llamaba a su puerta. Se acercó, con el cepillo de dientes en la mano.

—¿Quién es? —preguntó.

—¡El lobo feroz! —gritó Regina.

Judit abrió rápidamente, y la escritora se coló en su habitación, cayendo casi en sus brazos. Iba en albornoz y estaba recién duchada, con el pelo todavía húmedo.

—¿Quién voy a ser? —gruñó. Miró a su alrededor—. No me extraña que quieras suplantarme. Te han dado una habitación mucho peor que la mía.

—Habla más bajo. Estás montando un escándalo —dijo la otra.

—Cariño, los precios son lo único escandaloso de estos hoteles.

Se acercó al armario, una de cuyas puertas estaba abierta, dejando ver el vestido de fiesta que Judit había colgado con esmero. El dormitorio se encontraba en perfecto orden, el orden con que los pobres cuidan los tesoros que por fin poseen, pensó Regina. Se volvió hacia la joven. Su expresión había cambiado. Seguía pasada de alcohol pero en sus ojos había una desesperada tristeza.

—Tienes razón... en una cosa —balbució, levantó un dedo—, y eso no quiere decir que apruebe tu conducta. Sin embargo, eres joven y puedes, incluso debes cometer errores.

Se sentó en una de las camas y siguió hablando, más para sí misma que para Judit:

—Cada paso que damos desencadena acontecimientos que, a su vez, originan otros y otros, y somos responsables de lo que hacemos tanto como de lo que no nos atrevemos a hacer. Me temo que no he sido ni soy la Regina que esperabas encontrar cuando entraste en mi casa por primera vez, temblando. No eres la única defraudada por mi comportamiento. Tampoco a mí me gusta cómo soy. En eso, no podemos estar más de acuerdo.

Judit siguió callada. No quería interrumpir la ocasión mágica que se presentaba, después de tantos errores. Ante sus ojos, Regina pugnaba por salir del caparazón de su personaje.

—Es posible que, después de escucharme, continúes empeñada en vivir a tu manera, y que consideres cuanto te diga un simple arrebato de mujer madura que se empeña en imponerte los dictados de su experiencia. Me da igual. Te lo debo. Se lo debo, sobre todo, a la persona que trató de impedir que yo me convirtiera en lo que soy, en lo que tú quieres ser también. Te voy a contar una verdad, la mía, que sólo tú puedes valorar, y quizá no ahora, sino dentro de mucho tiempo, para saber si puede convertirse en la tuya y salvarte, como quizá algún día me salve a mí, aunque no estoy muy segura. Por cierto, la verdad da mucha sed. ¿No tienes nada para mí en tu minibar?

Silenciosa, Judit preparó dos whiskies en sendos vasos. Le alargó uno a Regina y, con el suyo en la mano, se sentó frente a ella, en la otra cama. En sus fantasías adolescentes había soñado con un momento así, se había visto compartiendo dormitorio con su maestra, intercambiando confidencias. Iba a cumplirse su antiguo sueño.

—Debo decirte, primero, que yo tampoco jugué limpio contigo. Has dicho antes que estoy sola porque no sé mirar. No, Judit. Estoy tan sola como tú y como cualquiera, y no me parece mal, porque la soledad es la única certeza de la vida. En cuanto a saber mirar, me he nutrido de eso, como cualquier escritor. O, mejor dicho, como un escritor cualquiera. Te contraté para adueñarme de ti. Necesitaba una fuente de inspiración que me sirviera para proseguir en mi carrera de estafas. Cada libro, una suplantación. Funcionaba y no dolía, ¿qué más podía pedir? He huido del dolor como de la peste, pero el dolor, junto con la soledad, es lo que nos enseña a crear. Iba a basarme en ti para escribir una novela sobre la juventud actual.

BOOK: Mientras vivimos
7.5Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dead Girl Dancing by Linda Joy Singleton
Windchill by Ed James
Living Single by Holly Chamberlin
In His Sights by Jo Davis
A Match for Mary Bennet by Eucharista Ward
Amber Brown Goes Fourth by Paula Danziger
Garment of Shadows by Laurie R. King
Crow Hollow by Michael Wallace