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Authors: Alberto Marini

Tags: #Intriga

Mientras duermes (9 page)

BOOK: Mientras duermes
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A las 19.10 empezó la sesión de fisioterapia con Alessandro. Cerró la puerta del dormitorio y se puso manos a la obra. Alessandro le miraba atento mientras Cillian le destapaba, le ponía unos calcetines y le ayudaba a levantarse. Le dejó de pie, balanceándose inseguro, junto a la cama.

—Vamos —le animó Cillian acercándose a la ventana—. La pierna derecha. —Alessandro no se movió—. La pierna derecha, Alessandro —repitió Cillian, pero el pie no reaccionaba—. No me digas que te estás quedando sordo porque eso sería el colmo —le provocó.

Alessandro seguía sin moverse. Se miraron. El chico clavó su mirada en los ojos del portero.

—¿No piensas moverte hasta que te cuente para qué quería tu ordenador?

Alessandro levantó el labio superior, la mueca que más se acercaba a una sonrisa y que en el código entre los dos significaba «sí».

—Te estás volviendo más cotilla que tu madre —sentenció Cillian—. ¿Sabes cómo funciona Facebook? —Alessandro cerró los ojos—. ¿Cómo es posible que no lo sepas? Es una red social, un sitio donde se supone que todo el mundo cuelga su foto y sus datos y después busca a ex novias, a viejos amigos del pasado, a compañeros de escuela... ¿Lo entiendes?

Alessandro levantó el labio superior y emitió un sonido gutural, ininteligible.

—Bien, al menos tu cerebro sigue funcionando. Ahora, por favor, mueve esa bendita pierna.

Alessandro empujó despacio el pie derecho.

—Muy bien —dijo Cillian, que, para motivarle, abrió ligeramente la ventana de guillotina, subiéndola y bajándola por las guías de metal—. Desde hoy soy oficialmente una amiga del pasado de Clara. Me llamo María Aurelia. He regresado a México y vamos a compartir muchas cosas. Ahora la izquierda.

La izquierda le costaba mucho. Alessandro apretó los dientes en un gesto de intenso dolor. Emitió un gemido y arrastró el pie no más de dos centímetros. Había hecho un esfuerzo enorme. Su rostro permaneció congelado en una máscara de dolor.

—Perdona, estaba distraído y no te he visto. ¿Puedes repetirlo? —bromeó Cillian.

Alessandro no se movió.

—Venga, Ale, inténtalo.

Alessandro seguía sin moverse.

—¿Qué quieres que te cuente? No hay más —se excusó Cillian.

Pero Alessandro no se movería hasta que Cillian continuara con su confesión.

—Oye, que la rehabilitación te sirve a ti, no a mí —protestó Cillian.

Pero los dos sabían que eso no era cierto. El portero estaba allí también por su propio interés.

—No voy a hacer nada del otro mundo. Simplemente le escribiré un mensaje largo y muy personal. Lo normal después de quince años sin verse, ¿no crees? A ver si a una vieja amiga como Aurelia le cuenta cosas que me ayuden a conocerla mejor.

Alessandro movió hacia delante el pie derecho. Cillian continuó hablando de su relación con la vecina del 8A.

—La tengo en la cabeza cada segundo del día. No se me quita. Ella y su maldita sonrisa. Ahora la izquierda.

Con esfuerzo y entrega, Alessandro consiguió mover el pie. Fue más bien un movimiento hacia el exterior, no avanzó, pero Cillian lo dio por bueno.

—No pararé hasta borrar de su cara esa maldita sonrisa, Ale. Y lo lograré como tú lograrás llegar hasta aquí.

Alessandro movió de nuevo el derecho. Desde que habían empezado la sesión no habían avanzado más de medio metro, pero ya estaba cansado.

—La cuestión es no tener prisa. Para darle donde más le duele, tengo que llegar a conocerla a fondo.

Sin que Cillian tuviera que pedírselo, Alessandro avanzó algún centímetro el pie izquierdo.

—No estarás cansado, ¿verdad?

El chico emitió su sonido gutural y levantó el labio superior, pero esta vez la mueca no pareció en absoluto una sonrisa. Cillian fingió no haberlo entendido.

—Adelante, un paso más.

Alessandro movió el cuello hacia la cama para indicar que volviera a acostarle. Se tambaleaba, las fuerzas le fallaban.

—Un paso más, Alessandro.

El chico emitió un desesperado quejido, estaba a punto de caerse al suelo. Su impotencia ante la insistencia de Cillian le hacía hervir la sangre. Pero el portero, ajeno a su ruego, seguía tranquilamente apoyado en la pared, junto a la ventana.

—¿Te has meado en el pañal y quieres que llame a tu madre? ¿Es eso lo que quieres decirme?

Alessandro estaba desesperado. Sus ojos rebosaban rabia hacia Cillian.

—¿Quieres llorar? Por mí no te reprimas.

Las piernas de Alessandro empezaron a temblar. Y, a su pesar, comenzó a llorar, y eso aún parecía darle más rabia.

—Ojalá Clara fuera de lágrima fácil como tú. No sabes cómo me gustaría que llorara tanto como ha reído en su vida.

Alessandro no podía más, en un arrebato de rabia, consiguió dar tres pasos seguidos: derecha, izquierda y derecha. Cillian se calló de inmediato. Acto seguido, Alessandro se desplomó. Se golpeó la cabeza contra el respaldo de una silla y acabó con la cara pegada al suelo. Se quedó rígido en el suelo, incapaz de mover un solo músculo.

—¡Sabía que eras un farsante —le soltó Cillian mientras se acercaba para levantarle. Alessandro tenía la nariz roja y el labio le sangraba—. ¡Sabía que podías caminar!

Se había quedado sin fuerzas, un cuerpo inerte que no ofrecía ninguna resistencia más allá de su peso.

Cillian le tumbó en la cama, le quitó los calcetines y le cubrió con la sábana. Alessandro jadeaba. Entonces Cillian se acercó a su cara, tensa aún en una expresión de dolor.

—Nunca habías ido tan lejos, chaval. La ventana cada vez está más cerca.

Le secó la sangre que le manaba del labio. Alessandro seguía mirándole con odio.

—Bueno, ¿qué? —dijo Cillian—. Tú decides: ojos cerrados y salgo por esa puerta y te prometo que no me verás nunca más; sonrisa y te dejo descansar media hora y empezamos de nuevo.

Alessandro apretó los dientes, emitió un gruñido y levantó el labio superior, convencido. A pesar de su estado, continuaba siendo un digno practicante del
parkour
. «Todo podía ser superado, sin detenerse delante de ningún obstáculo.» En el último mes, el espíritu de superación y la lucha por seguir siempre adelante habían vuelto a formar parte de su esencia, y todo gracias a Cillian. El cuerpo le obligaba permanecer en cama, pero su fuerza de voluntad le empujaba hacia la ventana. De todos modos, en su caso se había producido un importante cambio de matiz en el lema de la filosofía del
parkour
: del «ser y durar», Alessandro había evolucionado al «ser para poder no durar».

Cillian volvió a la carga.

—Te quedan veintinueve minutos.

Regresó a su estudio a las 20.15. Aprovechó para darse una ducha rápida y pasarse el desodorante por todo el cuerpo.

Entró con su llave. Seguramente Ursula le estaba espiando detrás de la puerta del 8B, pero no le importó. Hasta la fecha la niña había respetado el pacto de silencio. Como hacía siempre, se quitó los zapatos para no dejar huellas.

Colocó la foto de Clara y de sus compañeras en el álbum, en el sitio donde la había encontrado. Luego fue a la cocina. Volvió a fijarse en un detalle que siempre le había intrigado: en la nevera, junto a unos cuantos imanes, había una foto recortada de una revista de la actriz Courtney Cox en bañador. Ese detalle, probablemente insignificante, había llegado a turbarle, sobre todo porque se encontraba en un apartamento en el que no había fotos, con excepción de la de Clara y su novio que estaba sobre la mesilla de noche. En vano había dedicado tiempo y neuronas para llegar a comprender por qué esa actriz tenía ese privilegio en esa casa. Y su incapacidad para contestar le provocaba inquietud.

Procuró no pensar en la actriz y se agachó debajo del fregadero para desmontar el tubo. El reloj de Clara estaba donde lo había dejado: envuelto en un trapo que obstruía el flujo del agua. Era un reloj antiguo, con la caja muy pequeña y dorada, y una correa de cuero claro. Las horas estaban señalizadas con números romanos dorados sobre un fondo blanco. El tiempo transcurrido en el interior del tubo había provocado daños evidentes. La humedad se había filtrado dentro de la caja. Cillian comprobó que el mecanismo había dejado de funcionar.

Montó otra vez el tubo y comprobó que el agua colaba correctamente. A continuación remató la faena: dejó el reloj en el fregadero y vertió encima el ácido desatascador. Observó cómo la correa se deshacía poco a poco mientras las partes metálicas de la cajita se oscurecían.

Lo tuvo en remojo en el ácido durante unos diez minutos, tiempo más que suficiente para que el daño fuera total. Lo enjuagó entonces debajo de un chorro de agua y dejó lo que quedaba del delicado mecanismo en la encimera, junto con un Post-it con una nota.

A las 21.30 Cillian se escondía debajo de la cama y la puerta de la entrada se abría. Oyó el sonido de los tacones de Clara contra el suelo del salón.

—Bienvenida a casa, Clara —susurró.

5

El reloj de pulsera marcaba las 23.16, cuando la melodía de «Para Elisa», con volumen creciente, se propagó por el apartamento.

—Hola, amor —susurró Cillian mientras se estiraba debajo de la cama, calentando los músculos entumecidos del cuello y de los brazos antes de entrar en acción.

—Hola, amor —dijo Clara, feliz, desde el salón—. ¿Qué tal estás?

La chica apagó el televisor, con lo que al portero le resultó más fácil enterarse de la conversación. Cillian había comprobado que la pieza de Beethoven era el sonido reservado para anunciar las llamadas del novio. Con las otras llamadas sonaba una canción pop muy alegre de un grupo que él no conocía.

—Qué envidia, aquí hace un frío que pela... —Pausa—. Ya... claro... cojo un vuelo y el trabajo a tomar por saco...

El diálogo entre los dos amantes siguió sobre argumentos cotidianos y, para los intereses del portero, insignificantes. Seguramente Clara estaba paseando sin rumbo por el piso, porque su voz se alejaba y se acercaba, acompañada por ruidos variados: el abrir y cerrarse de la puerta de la nevera, el entrechocar de vasos, una silla que se arrastraba, algo que caía al suelo.

Después de una de las continuas pausas, la conversación adquirió un inesperado interés.

—Sí, sí, he ido hoy, no te preocupes. El médico dice que no le quite importancia, que los trastornos del sueño son muy serios y que debo controlar el tema. —Pausa—. Sí, sí, Mark, tenías razón tú, pesado.

Por fin la labor de Cillian se veía reflejada en el día a día de la pelirroja. Por fin una de sus acciones tenía consecuencias negativas en la vida perfecta y feliz de la joven. De ser un poco hipocondríaca, habría vivido verdaderos momentos de angustia, pero Clara no parecía sufrir ese tipo de trastornos.

—Dice que puede deberse a distintas razones... a cualquier preocupación... como el estrés laboral... o a que follo mucho. Ya sabes, ayer con los Giants, hoy con los Knicks... —Clara rió de su propio chiste.

Cillian, forzado al silencio, sin poder soltar una blasfemia o desahogarse con un puñetazo contra el colchón, aferró el bisturí en una reacción de rabioso mutismo. No sólo era que la conversación había regresado hacia esa odiosa vertiente pueril y vulgar, sino que una vez más Clara se tomaba a broma sus pequeñas intervenciones divinas en la vida de ella. Contuvo su enfado.

Fuera del dormitorio se instaló un largo silencio, interrumpido sólo por aislados y ligeros murmullos de la chica cuando asentía a lo que su novio le decía. Mientras tanto, Cillian, debajo de la cama, se preparaba; sin prisa. Introdujo la mano en el agujero ya abierto del colchón y extrajo la mascarilla y el frasco de cloroformo.

La luz se encendió. Clara entró en el dormitorio, descalza.

—Claro que estoy bien —dijo—. Hombre, te echo de menos, pero no por eso me pongo a llorar... Y supongo que a ti te pasa lo mismo.

Cillian se puso la mascarilla mientras el colchón, presionado por el peso de Clara, se curvaba hacia su cara.

—Eso es ser muy malvado, cariño —dijo ella, divertida—, y seguro que en realidad no lo piensas.

Se estiró en la cama.

—¿Otras novedades? Bueno, dos... una mala y una buena.

La luz del techo fue reemplazada por el tenue resplandor de la lamparita de noche.

—He encontrado el reloj de mi abuela... pero ésta es la mala... espera, ahora lo entenderás... —Clara volvía a hablar de él—. Es que cada día soy más torpe, pequeño. Debió de caérseme mientras fregaba los platos... —El novio comentó algo—. Ya sé que tengo lavavajillas, pero antes de meterlos hay que quitar lo gordo. Bueno, no me interrumpas. Te decía que el portero se lo ha cargado hoy con ácido cuando intentaba desatascar el fregadero.

Siguió un silencio que Cillian no supo cómo interpretar. Desde arriba no llegaba ninguna señal aclaratoria. ¿Cómo estaba reaccionando Clara al revivir la pérdida de su reloj? Habría pagado por ver su cara en ese preciso momento. Deseó que su expresión se pareciera a la de la asistenta latina.

—No, pobre, él qué sabía... lo ha hecho con toda su buena intención. —Cillian sonrió por ese comentario a su favor—. Hombre, me jode porque era un recuerdo. Y encima de mi abuela. Pero ¿qué le vamos a hacer? Ahora ya sabes qué puedes regalarme... —Cillian cerró los ojos. Estaba seguro de que esa chica volvía a sonreír—. No, no, no... no te vas a librar con eso... El Tag Heuer Formula 1 negro, por ejemplo, me gusta mucho. O un Omega. Ya sabes que en esto soy un poco masculina.

Cillian resopló en silencio.

—Ah, sí... no te lo creerás. Hoy me ha escrito una compañera del instituto a la que no veo desde hace más de quince años...

Clara volvía a hablar de él. Por lo menos se animó al pensar que era la tercera vez que ocurría durante esa conversación. La prueba de que, poco a poco, con sus pequeños actos, estaba entrando en la vida de esa mujer, como un titiritero discreto que poco a poco se hace con todos los hilos del muñeco.

—Me he pasado toda la tarde escribiéndole...

Cillian pensó que cuando subiera a la azotea tendría una nueva razón que depositar en el plato de los motivos para volver a la cama:

«Tengo muchos correos de Clara en el buzón de Aurelia Rodríguez», se dijo.

—¿Tú qué crees? De todo: de mí, de mi trabajo, de ti, de los amigos... de todo. Ahora vive en México, en DF... —Pausa. Probablemente su novio la había interrumpido—. Pues si aburro no te lo cuento, idiota.

Cillian no se aburría, al contrario, pero una vez más la conversación allí arriba había dado un giro brusco hacia ese tono intrascendente que tanto les gustaba a Clara y a su chico. Esta vez no le importó. Con lo que había escuchado se daba por satisfecho.

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