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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar I: Médicos de guerra (16 page)

BOOK: Medstar I: Médicos de guerra
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El silencio reinó por otro momento. Entonces, el androide emitió algo que sonó bastante parecido a un suspiro humano.

—Hay momentos en los que me gustaría ser una forma de vida basada en el carbono —dijo—. El concepto de intoxicación me resulta atractivo.

—Tiene sus ventajas —asintió Den mientras daba otro sorbo—. ¿Me vas a decir qué haces aquí?

De nuevo, I-Cinco pareció poco dispuesto a dialogar. Luego dijo:

—Nostalgia.

Den esperó. Había acudido a la cantina para ver si podía sacar más basura sobre Filba, pero aquello era mucho más interesante. Si I-Cinco no hubiera sido un androide, Den le habría atiborrado a bebidas para soltarle la lengua. No obstante, parecía que no sería necesario. Era obvio que el androide quería desahogarse con alguien.

—Yo solía pasar mucho tiempo en sitios muy parecidos a éste —continuó I-Cinco—. Sitios como la Taberna de la Piedra Verde o la Posada de Rocío, en el sector Zi—Kree en...

—Coruscant —Den terminó la frase—. Las conozco bien. Una mala zona; la llaman el Pasillo Escarlata. —Terminó la bebida y pidió otra con un gesto—. Allí encontré muchas buenas pistas para noticias. —Miró en silencio a I-Cinco un momento—. Pero los garitos de mala muerte no suelen aceptar androides, creo que se debe a una antigua superstición. Me sorprende que tu amo consiguiera hacerte entrar con él.

—Lorn Pavan no era mi amo —dijo el androide—. Era mi amigo.

Los músculos en la frente de Den comenzaban a dolerle del esfuerzo.

—¿Tu amigo?

—Éramos “socios”. Comerciábamos con información de los ba Jos fondos, corríamos apuestas de sabacc, movíamos los datos ocasionales que nos llegaban del servicio secreto... esas cosas. No era exactamente el tipo de vida emocionase que uno ve en los holodramas, pero tenía sus momentos.

—Curioso —comentó Den. Al ver que el androide no seguía, dijo—: Bueno, ya te habrás dado cuenta de que estás bastante lejos de la gran ciudad. ¿Por qué te...?

Se interrumpió, al darse cuenta de que la atención de I-Cinco se centraba bruscamente en un grupo de cirujanos que hizo su entrada en la cantina. Entre ellos se hallaba Zan Yant, que llevaba su quetarra. Den supuso que habría música más tarde, cuando la cantina se llenara un poco más, como era habitual. No le parecía mal. Le gustaban casi todas las opciones musicales de Yant, aunque las composiciones del planeta natal del talusiano le parecían dos gatos del desierto dentro de un saco.

Sin embargo, el androide parecía... nervioso. Juraría que a veces muestra expresiones en esa placa de metal que tiene por cara, pensó Den. El concepto era sorprendente, pero no tanto como la idea de un androide con los sentimientos necesarios para generar esas expresiones.

A Den le sirvieron su segunda bebida, y la alzó pensativo.

—¿Y qué te motivó a hacer las maletas y abandonar una existencia tan plena?

—No tengo ni idea. A Lorn y a mí nos perseguía... —pareció estar escogiendo cuidadosamente sus palabras— ...un asesino.

—Un zabrak —dijo Den por decir algo.

Esa vez observó con atención el rostro del androide. Sus fotorreceptores no se dilataron, pero sí resplandecieron, lo que de alguna forma también comunicaba sorpresa. Eso es, pensó. Los ojos son los órganos más expresivos del rostro humanoide. Se puede leer todo un mundo de significados en el menor de sus movimientos. De alguna manera, I-Cinco obtiene los mismos resultados regulando la intensidad y el ángulo de esos sensores ópticos suyos.

Estaba tan concentrado en intentar descubrir por qué le resultaba tan expresivo el androide que casi se perdió la respuesta de I-Cinco.

—¿Me meto yo a husmear sin permiso en tu banco de datos?

—Lo siento. Instinto periodístico. Obviamente, ha habido algo que te ha perturbado al ver entrar a Yant, y como supongo que no eres un melófobo...

—Enhorabuena. El asesino era un zabrak iridoniano. Bastante letal. Un maestro en artes marciales con talento suficiente para dejar a Phow Ji a la altura de un jawa borracho. Y tenía... otras habilidades también.

Den asintió.

—Entiendo. Yant es de Talus, por si te sirve.

I-Cinco no respondió a eso.

—El asesino nos robó algo muy valioso y huyó de Coruscant. Lorn y yo estábamos a punto de ir tras él y entonces... Lo siguiente que supe fue que estaba sirviendo en un carguero de contrabando de especias.

—¿Alguna teoría?

—Creo que Lorn me desactivó para alejarme del peligro. Para entonces, el asunto se había convertido en algo muy personal para él, ¿sabes? Alguien a quien apreciaba de veras se había sacrificado para salvarnos y...

—Esa historia tiene muy buena pinta —dijo Den—. Ojalá hubiera estado por allí para informar de ella.

—Confía en mí. Es mejor que no estuvieras. El asesino era... —I-Cinco dudó un momento, y negó con la cabeza... Lo cual era otro perturbador gesto humano.

—¿Sol Negro?

—Peor. Mucho peor. Además —dijo con suavidad—, ¿qué es una historia sin un final?

—Toda historia tiene un final.

—Ésta no. No para mí. No sé qué fue de Lorn. Sospecho que murió, pero no tengo forma de saberlo con seguridad. He intentado averiguarlo, pero todo esto ocurrió hace más de una década, y las vías de investigación son limitadas para un androide, incluso para uno que sabe cómo hackear cortafuegos y otras defensas informáticas. Todo el asunto parece haber sido silenciado por alguien de gran poder.

—Ahora es cuando realmente captas mi interés —dijo Den—. No hay nada como una buena historia de conspiraciones, aunque tienden a ser mejores cuando no hay una guerra en marcha. Veré lo que puedo averiguar.

—Si excavas demasiado, quizá seas tú el que acabes enterrado —dijo el androide, sombrío—. No tengo ni idea de cómo escapé, ya que me borraron la memoria. Lo único que sé es que yo estaba en el espaciopuerto de Coruscant y de repente me encontré viajando por todos los sistemas del Núcleo, ayudando a la gente a saciar su apetito de brilloestimulantes.

“Pero eso es subjetivo, claro. Según mi crono interior, estuve desactivado unas doce semanas estándar. Por lo que pude averiguar después, fui parte de algún tipo de trueque. Estuve en la Incursión Kessel hará unos seis años. Entonces, las naves de los contrabandistas fueron saqueadas por una patrulla solar del sistema en el que estábamos. A mí me confiscaron y me subastaron, adjudicándome a un marino mercante. Desconozco el porqué. Aún hay muchas lagunas en mis bancos de datos. Varios años, de hecho.

“Cuando la guerra comenzó a propagarse, la República confiscó todos los androides que pudo para que no cayesen en manos de los separatistas. Yo servía de androide doméstico en casa de una familia de Naboo cuando llegó la orden. Mi programación fue aumentada con formación médica, y ahora estoy aquí sentado en este... pintoresco... establecimiento, contándote la historia de mi vida —hizo una pausa—. Ojalá pudiera emborracharme.

—Quizá tengas suerte de no poderlo hacerlo. Si has sido tan sincero con todos los que te has encontrado —dijo Den— es una suerte que no te hayan reprogramado. Casi nadie tiene paciencia con un androide autocompasivo.

—Y que lo digas. Tranquilo, he mantenido mi brillante inteligencia y mi efervescente personalidad en secreto hasta ahora. Pero la verdad es que me he sentido algo solo.

—¿Y por qué me has contado todo esto? ¿Acaso mi cara invita a la conversación?

—Estoy harto de esta farsa —respondió I-Cinco—. Harto de jugar al autómata dócil con los humanos y los de su calaña, sobre todo tras ver los brutales resultados de la incapacidad o de la falta de deseo de coexistencia de los seres orgánicos. Cuanto más veo de esta carnicería, más convencido estoy de que un androide de mantenimiento CZ-3 podría dirigir la República con más acierto.

Den no pudo evitar sonreír.

—Eso se llama sedición, ¿sabes?

—¿Quién, yo? —los fotorreceptores del androide proyectaron inocencia—. Pero si sólo soy un humilde androide creado para servir —suspiró de nuevo—. Quizá necesite recargar mi inhibidor de sufrimiento.

—O quizá sólo necesites emborracharte.

—Sí, eso también.

—Pero para poder conseguirlo tendrías que ser orgánico.

I-Cinco tembló de verdad.

—Nada más lejos de mi intención —se puso en pie—. Disculpa. Tengo obligaciones que cumplir. Casi todas tienen que ver con cambiar mudas y administrar nebulizadores hipodérmicos. Tareas todas ellas satisfactorias para alguien de mis capacidades, como imaginarás. Quizás ocupe el noventa y cinco por ciento de mi módulo cognitivo, que no dedico a mis responsabilidades, en resolver la teoría de Chun de la Infinidad Reductiva. O en componer una opereta.

Den contempló a I-Cinco saliendo de la cantina. Un momento después, Zan Yant empezaba a tocar una lenta y sentida melodía. Parecía el acompañamiento perfecto al ánimo divertido de Den.

¿Un androide al que su propietario había concedido estatus de igualdad? Den había oído cosas de ese tipo, pero siempre habían resultado ser ficticias. Que un androide se emancipara, aunque fuera de modo informal, era verdaderamente revolucionario. Se preguntó por qué no le asombraba más la idea.

Pero sí le parecía una buena razón para tomarse otra copa.

18

N
ormalmente, cuando tenía un momento para intentar quitarse la costra de sudor añejo, esporas y roña que Drongar proveía de forma tan generosa, Jos utilizaba la ducha sónica, más rápida y eficaz que el baño químico o el agua. Entrabas, dabas con el pie en el interruptor, y la suciedad se arrancaba por vibraciones: sin más. Al menos la base contaba la mayor parte del tiempo con ese nivel mínimo de tecnología en funcionamiento.

Pero aquel día permaneció parado bajo el pulso palpitante de un grifo, y el agua, encauzada y filtrada de un profundo lago, estaba fría. Lo bastante como para provocarle escalofríos, como para que respirar le costase más de lo normal.

Aun así, el agua no estaba tan fría como para congelarle los pensamientos. Y el problema de Tolk. Tolk, que evidentemente se había dado cuenta de su interés por ella. Y que al parecer había decidido divertirse un rato a su costa.

El agua le caía en la cabeza, soltando hilillos helados por sus ojos y sus orejas, pero no estaba tan fría como para apartar de su memoria lo que había pasado aquella mañana por tener pensamientos demasiado calientes...

Había entrado en el vestuario para quitarse el traje de operar porque le había empapado un drenaje que estalló en mitad de una punción. La sala era para ambos sexos, pero había un indicador de “OCUPADO” a la entrada para que nadie se llevara sorpresas. Jos puso la palma sobre el botón de apertura y entró bruscamente, tras comprobar que el cartel de “OCUPADO” estaba apagado.

Y allí estaba Tolk, a medio cambiar de su traje de faena. Lo cual equivalía a decir que no estaba vestida del todo. O, planteándolo de otro modo, casi desnuda. Del todo. De forma gloriosa...

Al ser cirujano, Jos había visto mucha carne en su carrera, de varones, de hembras y de otros. Era parte de su trabajo, y punto. No se tenían pensamientos obscenos con alguien a quien se le estaba transplantando el hígado. Pero era muy distinto entrar en una habitación y ver casi desnuda a tu bella y recién valorada ayudante.

Ni siquiera eso habría sido tan terrible (de acuerdo, no era malo, era simplemente una situación embarazosa), ya que, tras quedarse mirando boquiabierto y paralizado todo un segundo, puede que incluso dos o tres, se dio la vuelta con la cara roja y exclamó:

—Vaya, lo siento.

Pero lo que le retuvo mirando aquel segundo extra fue la expresión de Tolk. Eso, junto al resto.

Ella le sonrió. Con una sonrisa lenta y lánguida, inconfundible.

—Hola, Jos. ¿He olvidado encender el indicador? Qué descuido por mi parte.

Jos consiguió salir y cerrar la puerta, con la visión de Tolk casi desnuda grabada en su memoria... Estaba seguro que para siempre. Pero esa sonrisa... fue la gota que colmó el vaso. Y, como pensó más tarde, al menos doce veces durante aquel día, mientras trabajaba junto a ella, la pregunta era: ¿De verdad había olvidado Tolk encender el indicador?

Y el agua, por muy fría que estuviera, no conseguía llevarse esa pregunta.

—¡Llevas ahí toda la noche, Jos! ¿Tan sucio estás?

Ésa sí que era una buena pregunta.

~

Sentado en una mesa del comedor, Den Dhur se sentía un comensal feliz. No era por lo que estaba a punto de ingerir. Estaba saboreando la fría e inminente venganza porque pronto, muy pronto, podría dar con la escotilla en las narices a Filba, ese asqueroso hutt. Acababa de recoger otra piedra para el mausoleo del hutt gracias a un cabo descontento, y muy pronto enterraría a Filba como los perros de combate entierran los huesos viejos.

El pensamiento le hizo sonreír. No se juega con la prensa, no, señor, y menos cuando se está más podrido que las muelas de un rancor. Casi todo el mundo tiene algo que ocultar, algo que nadie querría ver en los titulares del noticiero de la noche, pero cuando se es un ladrón, la cosa se pone todavía peor. Mucho peor.

Y él había encontrado ese algo.

Iban a despellejar a Filba y lo colgarían a secarse al sol, y ya era hora. Den se rió para sus adentros y hundió feliz los cubiertos en la comida que tenía delante. La venganza era la mejor especia para la cena.

Por supuesto, esa cena y su forma de prepararla eran cosas a las que uno debe acostumbrarse cuando se viaja a planetas raros. Una de las primeras cosas que Den descubrió como periodista novato era que pasaría mucha hambre y sed en sus saltos interplanetarios, cubriendo noticias bélicas, si no aprendía a comer y beber de la flora y fauna local. El espacio a bordo de un transporte de tropas interestelar era algo muy cotizado, y no solía desperdiciarse transportando comida exótica. Había oído que los soldados clon estaban condicionados para vivir con sencillez, pero, aun así, dada la diversidad de especies que había en los ejércitos y armadas de la República, no podían almacenar las cosas preferidas de cada uno. Sobre todo porque quienes obtenían trato preferente eran los oficiales.

Los soldados de campo recibían RRs (Ranchos Rasos) que consistían en una papilla reconstituyente de nutrientes esenciales para cada especie. Solían tener un color que variaba entre el pustulento y el pútrido, y tenía una textura y sabor que iba de bota vieja de plastoide a algo que podría provocarle náuseas a un neimoidiano. Teniendo esto en cuenta, lo primero que solían hacer los cocineros militares cuando llegaban a un planeta nuevo era designar buscadores a los que mandaban a buscar cualquier cosa que pareciera comestible. Den había estado en planetas en los que no había mucho producto local, y una dieta constante de RRs generaba un montón de soldados famélicos. Él mismo había pedido algo de peso en aquellas misiones.

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