—¡Eh, Susie! ¿Qué está haciendo aquí? Es la pastora de mi sobrina —le dijo a una enfermera que corría a su lado.
Después de que hubieran llegado a toda prisa al final del pasillo, hubieran doblado la esquina y la hubieran metido en un ascensor, Elner preguntó:
—¿Y ahora, adonde voy?
—Relájese, señora Shimfissle, procure calmarse —le gritó un enfermero.
«Yo estoy tranquila, son ustedes los que vociferan y resoplan», se dijo a sí misma Elner.
En cuanto se volvió a abrir la puerta del ascensor, todos corrieron por otro pasillo y luego cruzaron la puerta abierta de la unidad de cuidados intensivos. Una vez dentro, la incorporaron inmediatamente, le quitaron la bata y empezaron a conectarla a distintos aparatos a mil por hora. Mientras hacían todo esto, Elner no estaba nada contenta y dijo:
—Oigan, yo tengo que ir a casa. Norma y los demás han venido a recogerme, y creo que
Sonny
aún no habrá comido.
Pero el médico y las enfermeras no le hicieron ningún caso y siguieron como si ella no estuviera. Hablaban de sus constantes vitales, miraban pantallas y decían números a gritos. De todos modos, Elner supuso que estaba bien, porque entre número y número también respondían «estable» y «normal» a las preguntas del médico. En aquel momento Elner juró que si llegaba a salir de allí, jamás volvería a pisar un hospital, porque en cuanto te tienen, ya no puedes marcharte.
—¿Duele? —le preguntó el médico mientras le apretaba el cuerpo por todas partes. Pero no esperó respuesta y dijo—: Llévenla abajo. Necesito enseguida una resonancia.
Y otra vez se la llevaron… y la empujaron por otro pasillo y la metieron en otro ascensor. Cuando estuvieron abajo, la introdujeron en una habitación que a Elner le hizo pensar en una lavadora de grandes dimensiones. Mientras la trasladaban de una camilla a otra, preguntó:
—¿Me van a meter en esa cosa?
—Sólo un rato —dijo una amable enfermera a quien no había visto hasta ese momento.
—¿Me va a doler?
—No, no va a notar nada, señora Shimfissle.
—¿Para qué es esto?
—Sólo queremos asegurarnos de que no tiene ningún hueso roto ni nada por el estilo. No tardaremos mucho. ¿Sufre usted claustrofobia?
—No creo…, hasta ahora no.
—Si quiere, podemos ponerle unos auriculares. ¿Qué tipo de música prefiere?
—Qué bien. ¿Tienen algo de gospel? Me gusta Minnie Oatman.
La enfermera negó con la cabeza.
—No, creo que no. Podemos intentarlo con la radio.
—Ah, ¿qué tal Bud y Jay? —sugirió Elner.
—¿Quiénes? Vale, lo probaré. ¿Sabe la cadena?
—No, es igual. Seguramente ahora no están emitiendo. No necesito escuchar nada.
—De acuerdo, señora Shimfissle, estaré en la otra habitación —dijo la enfermera—. Volveré en cuanto hayamos acabado, ¿vale?
Mientras la enfermera se dirigía a la máquina, Elner reparó en que no tenía ni idea de qué hora era. La última vez que había mirado el reloj eran las ocho de la mañana, y Linda había venido desde St. Louis. «¿Qué había pasado durante el día?», se preguntó.
2h 59m de la tarde
Boots Carroll estaba en su puesto en el hospital, ocupada en papeleos, cuando desde arriba le llegó la orden de cambiar el estado de la señora Shimfissle de fallecida a estable.
—¿Qué? —exclamó cuando leyó el cambio. Subió inmediatamente, recorrió presurosa el pasillo con el papel en la mano, y vio a la enfermera de planta que la había llamado—. ¿Qué demonios pasa con el informe de la señora Shimfissle?
Su fuente de información parecía muy consternada y le susurró:
—El doctor Henson ha cometido un error; ella está otra vez en la sala de operaciones, incorporada y hablando.
—¿Estás segura? —preguntó Boots.
—Sí, estoy segura… La acaban de llevar allí hace dos minutos, se ha puesto derecha y me ha saludado.
—¡Dios santo! Van a rodar cabezas. ¿La familia ya lo sabe?
—Oh, sí. Cuando la mujer ha empezado a hablar, estaban todos en la habitación. La sobrina se ha desmayado. —Señaló hacia el final del pasillo, y Boots alcanzó a ver un grupo de gente hablando.
—Ahora iré a hablar con ellos, pero primero he de hacer una llamada.
Boots cogió el teléfono, pero no encontró a Ruby en casa. Acto seguido, llamó a la centralita de las enfermeras, y éstas le dieron el móvil de emergencias de su vecina.
Ruby estaba en casa de Elner, revisando la nevera, decidiendo qué podía estropearse y qué había que tirar. Pensó que Norma no podría hacerlo hasta pasados unos días. Estaba intentando leer la fecha de caducidad de un cartón de leche cuando sonó su móvil.
—¿Hola?
—Ruby, soy Boots. Escucha, sobre la señora Shimfissle me han dado mal la información. No era un caso de muerte al ingreso.
—¿Qué?
—La acaban de llevar otra vez al quirófano. Por lo visto se ha recuperado y está bien, al menos según el último informe. No sé qué está pasando, pero te llamo en cuanto sepa algo.
Ruby estaba estupefacta.
—¿Qué quieres decir con que no está muerta? ¡Precisamente estaba tirando su leche!
—Lo lamento mucho, Ruby, alguien ha metido la pata. Estoy tan furiosa con esa panda de arriba que les pondría a caldo con ganas. En serio, si supieras la mitad de las cosas que pasan aquí, se te pondrían los pelos de punta.
—¡Vaya por Dios! —exclamó Ruby—. Bueno, empezaré a llamar y avisar… Señor, si prácticamente estábamos organizando su entierro.
Tras colgar, Boots se sintió mal; había infringido la regla de confidencialidad de los pacientes. Pero es que los de arriba estaban tan seguros… Ella y Ruby habían ido juntas a la escuela de Enfermería, o sea que no era como si se lo hubiera dicho a una persona cualquiera; pero si alguna vez se enteraban de que había revelado el estado de un paciente a un no familiar, perdería el empleo, y, con la edad que tenía, el hospital buscaría un motivo para librarse de ella sin contemplaciones. Pero Ruby la protegería. Entre las enfermeras existía una lealtad tácita en la que ella podía confiar. Sin duda. Ruby habría protegido su fuente de información con su propia vida. Pero ahora mismo su amiga ni siquiera tenía tiempo de tomarse un respiro y alegrarse de que Elner estuviera viva. Eso quedaba para luego. Ahora debía impedir que la noticia siguiera circulando, antes de que llegara más lejos. Llamó inmediatamente a Tot al salón de belleza. Apenas media hora antes, Tot había tenido que levantarse de la cama y arrastrarse a su trabajo porque Darlene no encontraba la fórmula del tinte de Beverly Cortwright.
Por suerte fue Tot quien contestó.
—Salón de belleza.
—Tot, soy Ruby, acaban de llamarme del hospital; resulta que Elner no está muerta.
—¿Cómo?
—Han cometido un error, así que empieza a decírselo a todo el mundo, volando. Me tengo que ir —dijo, y colgó.
«Dios Todopoderoso —pensó Tot—. ¿Un error?» Y ahí estaba ella, con la sala de espera llena de mujeres afectadas llorando la muerte de Elner Shimfissle.
Tot recorrió toda la habitación, apagó los secadores, dijo a las clientas que se quitaran el algodón de los oídos y ordenó a Darlene que cerrara el agua y dejara de desteñir el pelo de Beverly Cortwright. Cuando vio que todas le prestaban atención, dio la noticia:
—A ver, acabo de recibir una llamada de Ruby Robinson; resulta que finalmente Elner Shimfissle no está muerta. En el hospital se ha colado un informe equivocado.
Se quedaron todas boquiabiertas, y mientras una onda expansiva recorría la estancia, a Marie Larkin se le cayó al suelo su
Cortes de pelo modernos
y Lucille Wimble derramó café sobre su vestido. Se habían pasado la última hora llorando y hablando de lo mucho que echarían en falta a Elner. Algunas habían llegado al punto de pensar qué ropa llevarían en el entierro y qué tipo de guiso prepararían para llevárselo a Norma. ¡Vaya bombazo! Lucille estaba fuera de sí.
—¡En mi vida había oído nada más disparatado! —soltó mientras se secaba el vestido con una toallita de papel—. ¿Qué los llevaría a hacer semejante cosa, decir que estaba muerta y que todo el mundo se pusiera histérico? Yo ya había iniciado mi proceso de duelo y todo, ¿y ahora resulta que en balde?
Vicki Johnson estuvo de acuerdo.
—No sé si reír o llorar.
—Bueno, me he quedado pasmada —dijo Beverly con los ojos enrojecidos y llorosos mientras le corría tinte marrón por un lado de la cara—. No sé qué sentir ni qué pensar.
—Yo tampoco —dijo Darlene, buscando en el bolsillo la otra mitad de su caramelo.
—Bueno —dijo Tot—, yo ahora mismo no siento gran cosa; me he tomado dos Xanax hace más o menos una hora, pero seguramente tendré un ataque una vez que se haya pasado el efecto de las pastillas.
La sobrina de Elner de California estaba buscando en Internet vuelos de San Francisco a Kansas City. No sabía cuándo iba a ser el entierro, pero quería saber qué aviones podría coger. Sonó el teléfono. Era otra llamada a cobro revertido de Macky, que parecía muy alterado.
—Dena, no tengo tiempo de entrar en detalles, pero tenía que decírtelo; la tía Elner no está muerta como se pensaba. Ha habido un error.
—¿Qué?
—Que no está muerta. Lamento la primera llamada, pero yo sólo te he dicho lo que nos han dicho a nosotros.
—¿No está muerta?
—No, por lo visto nos han dado una información errónea —admitió Macky—; el caso es que ahora se encuentra en cuidados intensivos. Te tendré al corriente… Debo irme, Norma ha sufrido un ataque. Luego hablamos.
Dena seguía de pie, con el teléfono en la mano, cuando entró su esposo.
Al verlo, ella dejó caer el auricular, corrió hacia él y lo abrazó.
—¡Oh, Gerry! ¡La tía Elner está viva! ¿No es maravilloso?
Gerry, que no sabía de qué le estaba hablando, sonrió y también la abrazó.
—Sí, cariño, es maravilloso.
Después de haber cerrado todo con llave en la casa de Elner, Ruby cruzaba el césped corriendo hasta su casa cuando vio a Merle al otro lado de la calle y lo llamó.
—¡Merle! Elner no está muerta, díselo a Verbena.
Merle se quedó quieto, sin estar muy seguro de lo que había oído.
—¿Cómo?
—¡Se ha recuperado, pásalo! —gritó Ruby mientras entraba ya por la puerta de su casa.
Merle entró lo más rápido que pudo y llamó al instante a su esposa a la lavandería.
Cuando ella cogió el auricular, él estaba prácticamente sin aliento.
—¿A que no sabes? —dijo él—. Acaban de llamar a Ruby desde el hospital, al final Elner no está muerta.
—¿Qué?
—Que no ha muerto.
—Merle —dijo Verbena haciendo una mueca—, no me vengas con chorradas, que tengo a dos clientes aquí esperando su ropa.
—Verbena, te juro que estoy diciendo la verdad —afirmó él levantando la mano—. Está viva.
—¿Me tomas el pelo?
—No, parece que hablaba y todo.
Verbena miró hacia el mostrador, a sus clientes, y gritó:
—¡Elner no ha muerto! Gracias al Señor. He estado toda la mañana hecha polvo por esto. Bueno, que Dios la bendiga. Ha salido de ésta.
Tan pronto los clientes, que no tenían ni idea de quién era Elner, hubieron abandonado la lavandería, Verbena se sintió tan feliz por el hecho de que su amiga y vecina estuviera con vida que empezó a dar saltos y a gritar «aleluya, aleluya». Fue en el tercer salto cuando reparó en lo que había hecho. Vaya, ahora lamentaba haber llamado a la emisora y habérselo dicho a Bud.
En el otro extremo de la ciudad, Neva cogió el teléfono del tanatorio.
—Neva, soy Tot…, falsa alarma.
—¿El qué?
—Dile a Arvis que lo siento mucho, pero resulta que finalmente Elner Shimfissle no está muerta. —Y colgó.
Neva estaba un tanto confusa; como aún no se creía lo que acababa de oír, se levantó, se dirigió a la parte de atrás, asomó la cabeza por la puerta y transmitió el mensaje.
—Arvis, acaba de llamar Tot Whooten. Dice que lo lamenta pero que al final Elner Shimfissle no está muerta.
Él levantó la vista.
—¿Cómo?
Neva pensó en lo que acababa de decir.
—Un momento. Esto suena raro, ¿verdad? No sé si Tot lamentaba que Elner estuviera muerta…, o que no lo estuviera, en todo caso esto es lo que ha dicho.
—Dios bendito —soltó Arvis—, ¿es que Tot se ha dado a la bebida?
—No lo sé, pero a ver qué hago ahora con todos estos pedidos de flores.
—Se habrá vuelto majara, venga decirle a todo el mundo que Elner Shimfissle se había muerto. Antes de hacer nada con las flores llama a Verbena y asegúrate de que Tot no estaba loca o borracha.
Neva telefoneó, pero comunicaban. Verbena estaba hablando con los de la emisora.
Bud, del «Show de Bud y Jay», aún no había ido a casa y estaba todavía trabajando cuando recibió la segunda llamada de Verbena.
—Bud —dijo un poco tímidamente—, soy Verbena Wheeler, de Elmwood Springs. Oiga…, eeeh…, anule todo lo que haya podido decir sobre Elner Shimfissle. Era un error; al final no está muerta.
—¿Cómo?
—Sí, Bud, por alguna razón ha desafiado las leyes de la naturaleza y ha sobrevivido. Alabado sea el Señor.
Después de colgar, Bud juró que nunca más daría en su programa ninguna noticia antes de verificarla. Ahora entendía cómo se sentían la CNN y la FOX News cuando en alguna ocasión se adelantaban a los acontecimientos. Escribió rápidamente una nota para Bill Dollar del programa de tarde «Bill y Pattie Dollar», que en ese momento estaba en antena. Quería que se diera la noticia lo antes posible. Al cabo de unos minutos, después de que Pattie terminara el spot publicitario, Bill, tras leer la nota que le habían pasado, dijo a su colega:
—Oye, Pattie, parece que llevamos un rato con un error. Según dice Bud, la señora Elner Shimfissle, de Elmwood Springs, no ha fallecido, tal como se ha dicho esta mañana en el programa «Compra e intercambia», y por lo pronto está bien viva. Disculpen, amigos…, como decía Mark Twain «la noticia de mi muerte se ha exagerado mucho». Bien, pues éste parece ser el caso.
Pattie se puso a reír y llamó a Bud, que se encontraba en la sala de control.
—Hola, Bud, te has adelantado un poco en el asunto de la señora Shimfissle, ¿eh? Seguro que si ella estaba escuchando, se habrá llevado una buena sorpresa. Bueno, en cualquier caso…, bienvenida nuevamente al mundo de los vivos, señora Shimfissle.