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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matazombies (15 page)

BOOK: Matazombies
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—Ya basta de hablar de Tauber. ¿Cuántos pueden luchar?

—Trece —replicó Bosendorfer, malhumorado—. Sólo trece.

—¿Zeismann? —preguntó Von Geldrecht.

—Treinta y tres muertos o heridos —informó el capitán de lanceros—. Treinta y nueve en condiciones de luchar.

—Treinta y siete caballeros muertos —dijo Von Volgen—. Cincuenta y cinco lo bastante bien como para luchar. Cuarenta más están heridos o enfermos a causa agua contaminada. No incluyo a los caballeros que murieron o resultaron heridos en el enfrentamiento de ayer.

—Ocho muertos —dijo el capitán de artillería Volk—. Tendremos que reducir los equipos de artilleros a dos miembros, si queréis que disparen todos los cañones, mi señor.

—Once hombres muertos, señor —dijo Yaekel—. Quemados mis barracones y las velas de mis balandros. Mi señor, yo…

Von Geldrecht alzó una mano.

—Sí, Yaekel. Vos deseáis retiraros. Tomo nota. —Se volvió hacia el capitán de arcabuceros—. ¿Hultz?

—Veintiocho muertos, mi señor —dijo el hombre—. Sólo… quedan vivos dieciocho. Los murciélagos, señor. Se nos echaron encima de una manera terrible.

Lo sé, Hultz —le aseguró Von Geldrecht con tristeza—. Lo sé. —Se volvió a mirar al desaseado capitán de la compañía desmovilizada—. ¿Y vosotros, capitán? ¿Podéis repetirme vuestro nombre?

—Draeger, señor —replicó el capitán—. ¿Eh?, tres muertos y veintisiete vivos.

Las cabezas de todos se volvieron.

Von Geldrecht lo miró con ferocidad.

—No habéis luchado.

Draeger apretó los dientes.

—Guardamos los establos, señor. Barremos la puerta y vigilamos los caballos como si fueran los nuestros.

—¡Los establos no fueron atacados en ningún momento! —rugió Bosendorfer.

—Es verdad —respondió Draeger—. Gracias a nosotros.

Los demás oficiales comenzaron a vociferar al mismo tiempo, pero Von Geldrecht alzó las manos.

—¡Basta! ¡No importa! Nos ocuparemos de esto más tarde —se volvió hacia el joven sargento de caballería que había llorado al morir Nordling—. ¿Classen?

Classen apartó los ojos de Draeger, y saludó.

—Treinta y dos muertos, señor —dijo, y luego tragó—. In… incluido el general Nordling. Cincuenta aún vivos y condiciones de luchar.

—Y al menos, un centenar de sirvientes y campesinos muertos —dijo el padre Ulfram—. Con más heridos y enfermos.

Von Geldrecht suspiró y se quedó mirando el fuego.

—Resumiendo —dijo—, más de un tercio han muerto o han quedado incapacitados después del ataque, y cualquier refuerzo se encuentra a seis días de distancia, por lo menos, una vez que se hayan puesto en marcha. Será… será difícil.

—¡Será imposible! —gritó Yaekel—. ¡Perdonadme, mi señor, pero aquí no tenemos la más mínima posibilidad! ¡Debemos escapar por el río! ¡No hay ninguna otra manera!

—¡Guardad silencio, Yaekel! —vociferó Von Geldrecht—. Ya os he dicho…

Zeismann intervino antes de que pudiera continuar.

—Por mucho que odie admitirlo —dijo—, me temo que debo ponerme de parte de Yaekel. Nuestras fuerzas se encuentran demasiado reducidas como para poder hacer algo. Retirémonos a Nadjagard, donde podremos presentar una defensa adecuada.

—Estoy de acuerdo —dijo Von Volgen, que hizo una reverencia en el momento en que Von Geldrecht se volvió hacia él con gesto colérico—. Perdonadme, señor comisario. Soy vuestro huésped y obedeceré vuestras órdenes, pero este ataque no ha sido más que una estocada rápida para poner a prueba nuestro temple, y ha matado a una tercera parte de la guarnición. Cuando el nigromante nos eche encima toda su potencia, ¿cuál será el coste? —Sacudió la cabeza—. Me temo que el castillo sea una causa perdida. Podemos hacer más en Nadjagard.

—Gracias por vuestra opinión, mi señor —dijo Von Geldrecht, muy rígido—. Pero aunque veo la prudencia de lo que decís, el graf Reiklander se muestra categórico en que el castillo Reikguard sea defendido hasta el último hombre, y no le desobedeceré. —Se volvió a mirar a sus capitanes—. Destinaréis hombres de cada una de vuestras guardias para que ayuden a la construcción de matacanes y otras defensas, Y…

—¡Pero mi señor! —se lamentó Yaekel, que lo interrumpió—. ¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? ¡Aun en el caso de que no nos maten los zombies, moriremos de sed!

—La hermana Willentrude está purificando agua para usarla en la limpieza de las heridas —dijo Von Geldrecht—. Y el personal de las cocinas está preparando fuegos sobre los que hervir agua para beber y cocinar. Tendremos agua y una buena comida de…, de galletas, muy pronto.

—Si se me permite hacer una sugerencia, señor… —dijo Draeger.

—Si implica que vosotros huyáis, olvidadlo —gruñó Bosendorfer.

—En absoluto —replicó Draeger—. Sólo quería decir que no estamos completamente incomunicados aquí. ¿Por qué no enviamos las barcas del guardia Yaekel a forrajear? Que bajen por el río hasta alguna aldea en la que no haya zombies, y traigan comida.

Todos se volvieron a mirarlo, sorprendidos con la guardia baja por la sensatez de la idea. Von Geldrecht asintió con la cabeza.

—Es una sugerencia excelente, Draeger —reconoció—. Vamos hacer exactamente eso.

—Gracias, señor —dijo Draeger—. Y si yo pudiera…

—Vos no participaréis para nada en la misión —lo interrumpió Von Geldrecht—, porque temo que, de algún modo, os perdáis cuando estéis en tierra.

—¡Ah, no, mi señor! —insistió Draeger, con los ojos muy abiertos—. Os aseguro que…

—¡Basta! —dijo Von Geldrecht—. Zeismann, escogeréis a quince de vuestros hombres y escoltaréis al guardia Yaekel y su tripulación río abajo, para requisar provisiones y suministros de los poblados que hay en esa dirección. —Hizo una pausa cuando los ojos de Yaekel se iluminaron, y luego continuó—: Y os aseguraréis de que el guardia Yaekel y su tripulación tampoco se pierdan.

La cara de Yaekel se entristeció, y Zeismann sonrió.

—Sí, señor —replicó el capitán de lanceros—. No caerá ningún hombre al agua durante este viaje.

Kat apretó un brazo de Félix cuando la conversación concluyó.

—¡Félix! —susurró—. ¡Ésta es nuestra oportunidad para llevarnos de aquí a Snorri!

—Sí —dijo Félix—. Vayamos a buscar a Gotrek.

Al fin encontraron a los tres enanos dentro del estrecho túnel que corría por debajo de la muralla exterior del castillo y conectaba las torres. Estaban juntos, alumbrando con un farol una piedra cuadrada que formaba parte de la muralla, y miraban la angulosa runa de enanos que había sido cincelada en ella.

—Gotrek —llamó Félix, al acercarse—. Von Geldrecht va a enviar al exterior, por barco, un grupo de forrajeadores. Podremos llevarnos a Snorri…

Dejó la frase sin acabar al darse cuenta de que los enanos no lo escuchaban. Se limitaban a continuar mirando la runa con ojos fijos.

—¿Sucede algo malo? —preguntó Félix.

Gotrek apartó la atención de la runa y miró a Félix. Su único ojo ardía de furia.

—Está rota.

Félix y Kat se acercaron para mirarla mejor. Una grieta fina como un cabello dividía la piedra de un lado a otro y cortaba todos los brazos de la runa.

—Por eso pudieron los muertos cruzar las murallas —declaró Gotrek con voz cavernosa—. Con esta grieta, el poder forjado dentro de la runa ha escapado.

—Y todas las runas que hemos encontrado están igual —informó Rodi.

—Pero ¿cómo ha sucedido? —preguntó Kat—. ¿Un terremoto? ¿Son grietas de asentamiento?

Rodi negó con la cabeza.

—Desde la Era de la Aflicción, los enanos hemos hecho que estas runas sean inmunes al desgaste de la naturaleza. Y esto ha sucedido hace apenas unos días. Una semana, como mucho.

—Snorri piensa que apesta a magia —dijo Snorri.

—Sí —asintió Gotrek—. Un martillo no podría haber dañado una runa como ésta. Un cincel no le habría dejado siquiera marca. Esto ha sido obra de brujería.

—¿Así que fue obra de Kemmler? —preguntó Kat.

—¿Kemmler? —inquirió Rodi—. ¿Quién es Kemmler?

—El padre Ulfram dice que si la criatura no muerta es Krell —explicó Félix—, el nigromante tiene que ser Heinrich Kemmler, quien lo ha levantado de la tumba.

—Nunca he oído hablar de él —dijo Gotrek.

—Quienquiera que sea —intervino Rodi—, si rompió las runas, tuvo que infiltrarse en el castillo. —Señaló el suelo del túnel, y luego otra vez la piedra—. ¿Veis donde alguien ha intentado borrar las huellas de sus pies? ¿Veis la impresión de una mano allí?

Félix y Kat volvieron a mirar la piedra. En el centro mismo, superpuesta a la runa rota, había unas pocas manchas suaves donde parecía que la piedra había sido vidriada. A Félix le recordaron las lustrosas cicatrices dejadas en la piel por un hierro de marcar, pero las manchas estaban dispuestas en forma de la palma y los dedos de una mano.

Kat se estremeció.

—¿El toque de una mano que puede romper la piedra?

Rodi asintió con la cabeza.

—Y las mismas marcas están sobre todas las que hemos encontrado.

Félix tragó saliva al ocurrírsele algo.

—Kemmler no se molestaría en borrar las huellas de sus pasos. No le importaría. Pero alguien que temiera que lo atraparan…

Gotrek asintió con la cabeza.

—Sí, humano. El saboteador se encuentra dentro del castillo.

8

Félix gimió. Encima de todo lo demás, podía haber un saboteador entre ellos, y uno poderoso, lo bastante como para destruir runas de enanos de siglos de antigüedad.

—Debemos decírselo a Von Geldrecht —dijo—. Hay que averiguar quién ha hecho esto.

—Sí —dijo Gotrek—, y matarlo.

El Matador se encaminó hacía la salida, y luego se volvió a mirar atrás mientras Félix, Kat y los otros matadores lo seguían.

—¿Has dicho algo sobre una barca, humano?

—¿Eh?…, sí —respondió Félix.

La revelación de las runas rotas había desplazado momentáneamente otras cuestiones de su cabeza.

—Von Geldrecht va a enviar una barca río abajo en busca de comida. Parece una oportunidad perfecta para sacar a Snorri de aquí y llevarlo a Karak-Kadrin.

—¿Y por qué Snorri iba a querer ir a Karak-Kadrin cuando hay zombies con los que luchar? —preguntó Snorri.

—Has vuelto a olvidarlo, padre Cráneo Oxidado —dijo Rodi—. Vas a ir al santuario de Grimnir para recuperar memoria.

—¡Ah!, cierto —dijo Snorri—. Snorri ha olvidado que lo ha olvidado.

Gotrek negó con la cabeza.

—No resultará.

Félix parpadeó.

—¿Qué quieres decir? No hay zombies bloqueando la puerta del río. ¿Qué va a detenernos?

—No lo sé —dijo Gotrek—, pero las runas rotas demuestran que el nigromante ha planificado esto bien. No habrá olvidado las barcas.

El patio de armas era un hervidero de actividad cuando Félix, Kat y los matadores llegaron a él. Detrás de la pira de los muertos que aún ardía cerca de los establos, carpinteros y defensores extendían tablones de madera para montar tejados para matacanes, mientras otros izaban con cabrestante palés de barriles de pólvora y balas de cañón hasta lo alto de las murallas. Incluso los caballeros doblaban el espinazo, y los naturales de Talabecland del destacamento de Von Volgen trabajaban hombro con hombro con los caballeros del castillo. En el lado de los muelles, Zeismann y sus lanceros estaban formando, mientras los guardias fluviales preparaban el balandro más grande para navegar. Von Geldrecht daba las últimas instrucciones a Zeismann y Yaekel, capitán de la embarcación, mientras Bosendorfer y Von Volgen esperaban para hablar con él.

—Tan importante como la comida son las municiones —estaba diciendo Von Geldrecht cuando Félix, Kat y los matadores se acercaron—. Debemos mantener los cañones disparando. Traed todo lo que podáis.

—Mi señor Von Geldrecht —llamó Félix—, tenemos una grave noticia que daros.

El comisario se interrumpió y se volvió con la boca fruncida de irritación.

—Todos tienen noticias graves,
mein herr
—dijo—. Tendrá que esperar.

—No puede esperar, mi señor —dijo Félix—. Afecta a esta misión.

Von Volgen y los tres capitanes se volvieron para escuchar.

Las barbudas papadas de Von Geldrecht se movieron con enojo.

—Muy bien —le espetó—. ¿Cuál es esa noticia desesperadamente importante?

—Tenéis un traidor dentro del castillo —dijo Gotrek—. Alguien ha destruido las runas de protección.

—Con magia —añadió Snorri.

—Vuestras murallas no podrían mantener fuera ni a una pulga no muerta —precisó Rodi.

Von Geldrecht, Von Volgen y los oficiales se quedaron mirándolo, y luego se volvieron con nerviosismo hacia sus hombres. Pero parecía que sólo ellos lo habían oído.

El comisario se acercó, cojeando, y bajó la voz.

—¿Estáis seguros de eso, enanos?

—Tan seguros como el acero —replicó Gotrek.

—Pero ¿pueden repararse? —preguntó Von Volgen—. ¿Podéis arreglarlas?

Gotrek y Rodi soltaron un bufido.

Snorri rió.

—Snorri piensa que no sabéis mucho sobre runas.

—Una runa no puede repararse —dijo Gotrek—. Debe ser reemplazada.

—Un maestro herrero rúnico necesita años para hacer una sola runa —dijo Rodi—. Y nosotros no somos maestros herreros rúnicos.

—¿Alguien de dentro del castillo? —preguntó Von Geldrecht, mientras se volvía a mirar a los soldados y oficiales que estaban sumidos en el trabajo, limpiando los restos de la batalla de la noche anterior—. ¿Estáis seguros?

—Las huellas de los pasos de quien lo hizo fueron borradas de manera deliberada —dijo Félix—. Quienquiera que lo hiciera tenía motivos para ocultar su identidad.

—¡Tauber! —gritó Bosendorfer, triunfante—. Ha sido Tauber. ¡Ha envenenado el agua y ha destruido las runas!

Von Geldrecht palideció, pero Zeismann se limitó a poner los ojos en blanco.

—Estáis obsesionado con Tauber, espadón.

—¿Pensáis que es algún otro? —preguntó, desdeñoso, Bosendorfer—. ¿Quién, pues?

Von Geldrecht los hizo callar con gestos frenéticos, porque los hombres del patio de armas empezaban a volverse para mirarlos al oír que levantaban la voz.

—¡Basta con eso! ¡Basta con eso! No hagamos especulaciones sin fundamento. No debemos alarmar a los hombres.

Se volvió a mirar a Félix—. Gracias, señor, y a vosotros, amigos enanos, por la información. Pero, por favor, guardad silencio al respecto. Yo daré los pasos necesarios. —Se volvió—. Ahora, perdonadme, pero debo ver al capitán zeismann y…

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