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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matazombies (11 page)

BOOK: Matazombies
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Los hombres lo aclamaron hasta que Nordling levanto una mano.

—Guardad silencio, ahora, para que hable el padre ulfram, que dirigirá la plegaria a Sigmar para que nos dé fuerzas para el…

Algo negro y veloz descendió en picado del cielo y se estrelló contra él antes de que acabara, de modo que lo estrello contra el padre Ulfram, al que derribó.

—¡General! ¡Padre! —gritó Von Geldrecht, al mismo tiempo que se agachaba para atenderlos.

En ese momento, aquella cosa negra ascendió otra vez por el aire con alas correosas.

—¡Matadlo! —gritó un arcabucero, señalándolo.

—¡Disparadle! —gritó un lancero.

Y luego, llegó el resto.

Félix no pudo contar el número de sombras negras que descendieron en picado del cielo iluminado por la mortecina luz verde y se estrellaron contra los defensores. Fue como si la noche se hubiera hecho trizas para caerles encima. A lo largo de toda la muralla, los hombres eran derribados y caían al patio de armas, con la armadura aplastada y la carne desgarrada, mientras otros se retorcían y agitaban los brazos con aquellas cosas agarradas a la espalda, que les conferían todo el aspecto de lunáticos danzando con capas negras que se agitaban al viento. Otras estaban atacando a los campesinos refugiados que habían plantado sus miserables tiendas en torno al puerto. Los campesinos corrían entre gritos, mientras las negras sombras destrozaban la lona de sus refugios provisionales y atrapaban a hombres, mujeres y niños para arrojarlos contra el empedrado o a las oscuras aguas del puerto.

Félix se agachó para esquivar una silueta que pasaba en vuelo rasante, y desenvainó la espada mientras Kat disparaba una flecha contra la sombra.

—¡Sigmar! ¿Qué son?

Gotrek le cercenó un ala a una, que se estrelló a sus pies en medio de una fuente de gusanos y bilis coagulada. Félix retrocedió al ver la podrida cara sin alma.

—Murciélagos —dijo el Matador.

—¡Murciélagos gigantes! —añadió Snorri, encantado.

—Murciélagos gigantes muertos —dijo Rodi, que frunció la bulbosa nariz—. ¡Grungni, qué hedor!

—Bien por las protecciones contra los no muertos —gruño Gotrek.

Él y Rodi subieron a las almenas y se pusieron a asestar tajos a su alrededor, como si fueran molinos, cuando más cuerpos negros se lanzaron hacia ellos. Snorri intentó seguirlos, pero no lo logró con la pata de palo, así que se quedó con Félix para proteger a Kat, que continuaba disparando flechas.

Un murciélago voló en línea recta hacia la cara de Félix. El le asestó un tajo con
Karaghul
y le abrió el pecho hasta el hueso, pero el impulso que llevaba la bestia la lanzó contra jaeger, cuya cota de malla arañó con garras enfermas, mientras dientes que parecían negros clavos de ataúd se cerraban a menos de tres centímetros de una de sus mejillas.

Sufrió una arcada, asqueado, y apartó la criatura de un empujón para luego partirle en dos la cabeza podrida con la espada. Cayó de la muralla rotando en el aire, y Kat envió otra a hacerle compañía, con las plumas de una flecha sobresaliéndole de un ojo. Félix iba a volverse, pero Kat se puso a reír y señaló hacia el foso.

—¡Míralos! —gritó—. ¡Vamos, sacos de huesos! ¡Más! ¡Más!

Félix siguió la dirección de su mirada y vio que los no muertos, al parecer impertérritos por la lucha que se libraba por encima de sus cabezas, continuaban avanzando hacia las murallas… y caían directamente al foso, donde eran arrastrados por la fuerte corriente. Docenas de ellos flotaban aguas abajo, y docenas más estaban cayendo.

Kat sonrió con ferocidad.

—¡A este ritmo, toda la horda será arrastrada por el río!

Gotrek derribó de un tajo, en medio del aire, un murciélago que estaba justo encima de Kat.

—Olvídate de ellos, pequeña —jadeó—. Lucha contra lo que puedes herir.

Kat lo miró con el ceño fruncido, y luego ella y Félix volvieron a centrar la atención en los murciélagos que volaban por encima de las murallas, a los que derribaron con espada y arco mientras las criaturas giraban y se lanzaban en picado.

A todo lo largo del parapeto, los arcabuceros, caballeros y lanceros se habían reunido en torno a sus oficiales, y ahora rechazaban de manera ordenada las negras sombras, pero ya habían sufrido una cantidad terrible de bajas, y mas caían a cada momento que pasaba, derribados del parapeto por el impacto de los pesados cuerpos de los murciélagos, y destrozados por sus garras. A la derecha de Félix, los espadones barrían el aire con sus armas, trazando enormes círculos por encima de la cabeza para proteger al capitán Bosendorfer ocupado en volver a subir a uno de sus compañeros a las almenas. A la izquierda, el general Nordling se había recuperado y estaba formando un cuadro con su séquito en torno al padre Ulfram y su acólito, mientras el comisario Von Geldrecht, que sangraba mucho por una herida que tenia en una pierna, cojeaba tras ellos. Más allá, el señor Von Volgen y sus hombres descendían, luchando, por la escalera del otro extremo, en tanto los murciélagos se estrellaban contra ellos como meteoros negros.

En el patio de armas, el capitán Zeismann y sus lanceros intentaban conducir a los campesinos hacia las anchas puertas dobles del subterráneo de la torre del homenaje, con las tiendas ardiendo a su alrededor, pero los granjeros eran atrapados y levantados en el aire mientras corrían, al igual que muchos lanceros.

Entonces, con un sonido como el de aspas de molino que giraran en medio de un vendaval, algo de tamaño descomunal pasó por encima de las murallas y ocultó el cielo. Félix se agachó, y aquella cosa planeó hasta posarse sobre el parapeto, más allá de él, embistiendo a los caballeros de Nordling y derribándolos con sus enormes alas, mientras el guerrero acorazado que llevaba en el lomo hacía un barrido torno a la bestia con una fea hacha negra.

La bestia era una serpiente alada, o tal vez un tosco montaje con trozos de varias serpientes diferentes. Como todas sus hermanas, tenía enormes alas correosas y una larga cola con la que azotaba el aire, además de un largo cuello remado por una cruel cabeza que lanzaba dentelladas; sin embargo, la escamosa piel era de diez colores diferentes, con las alas negras, la cabeza verde, el cuerpo gris, rojo y pardo, todo en diez grados de putrefacción distintos, con gruesas cicatrices y suturas que la mantenían unida; sin embargo, a pesar de lo macabro que resultaba, el jinete que montaba de lado sobre los enormes hombros era aún más aterrador.

Parecía ser un metro más alto que Félix e iba metido en una negra armadura de diseño antiguo, muy arañada y abollada. Un cráneo de color marrón oscuro, marcado por la antigüedad, miraba con ferocidad desde debajo de un casco astado, con cuencas vacías en las que ardían llamas verdes. Bajó de la silla de montar de la serpiente alada y avanzó hacia el séquito de Nordling, mientras su hacha dejaba detrás una nube de centelleantes motas oscuras como la cola un cometa. Tres caballeros murieron al instante cuando la atroz arma les atravesó la armadura como sí fuera de pergamino, y el jinete pisó los cadáveres para continuar avanzando hacia Nordling y el padre Ulfram, mientras Von Geldrecht se alejaba caminando de lado, farfullando de miedo.

Gotrek, Rodi y Snorri se quedaron mirándolo. La runa antigua de poder de la hoja del hacha de Gotrek relumbraba con luz roja.

—Mío —dijo.

—No, mío —disintió Rodi.

—¡De Snorri! —gritó Snorri.

Los tres cargaron en el momento en que Nordling levantaba la espada y se situaba delante del esquelético guerrero para proteger al padre Ulfram. El hacha del guerrero, que se descamaba, rompió por la mitad la espada del general, que cayo del parapeto para ir a rebotar en el tejado del templo de sigmar y precipitarse al patio de armas.

—¡Enfréntate conmigo, espectro! —rugió Gotrek, mientras asestaba un tajo a un ala de la serpiente al pasar por su lado y esquivarla.

El animal chilló a causa de la herida, y se lanzó al aire mientras Rodi y Snorri pasaban por debajo de él.

—¡Enfréntate conmigo! —gritó Rodi.

—¡Enfréntate con Snorri! —bramó Snorri.

—Vamos —dijo Félix, asestando tajos a los murciélagos que se lanzaban en picado contra ellos y comenzando a avanzar—. Cerca de los enanos estaremos más seguros que lejos.

Kat derribo otro murciélago al que le acertó de lleno y luego siguió a Félix mientras se colgaba el arco de un hombro y sacaba dos destrales.

Gotrek fue el primero en llegar hasta el no muerto acorazado y dirigió un tajo a sus rodillas en el preciso momento en que la criatura le volvía la espalda a Von Geldrecht para ver de qué iba todo aquel alboroto. El terrible guerrero lanzó un rugido y bloqueó el golpe, momento en que una sofocante nube de polvo de obsidiana se desprendió de la negra hacha, que impactó, mango contra mango, con la de Gotrek, y cubrió al Matador de una película de polvo oscuro. Rodi atacó a continuación, pero su golpe rebotó en la negra armadura antigua sin dejarle siquiera una marca. El martillo de Snorri no tuvo más efecto. El espectro apenas pareció notar sus ataques y respondió con otros.

—¡Apártate, Gurnisson! —gritó Rodi—. ¡Me debes muerte por la que me negaste en la Corona de Tarnhalt!

—¡Yo no te debo nada! —bramó Gotrek—. Que sea tuya si puedes conseguirla.

Kat y Félix formaron detrás de los matadores y luego giraron cuando la serpiente alada volvió a descender en picado por detrás de ellos, lanzando dentelladas y chillidos. Félix maldijo y se arrojó hacia la derecha para esquivarla mientras Kat se lanzaba de cabeza al suelo hacia la izquierda y casi caía del estrecho parapeto. «Atrapados con los matadores, entre la bestia y su amo —pensó Jaeger—. ¡Ah, si mucho más a salvo!». ¿En qué había estado pensando?

Kat clavó un destral en el escamoso cuello de la bestia, y esta se volvió a toda velocidad y la estrello contra la muralla.

Félix hendió el aire con
Karaghul
, que cercenó uno de los gruesos cuernos del animal. La serpiente alada rugió y le lanzo una dentellada y al retroceder, el choco contra Snorri, que reculaba para esquivar un ataque del espectro. Cayeron uno sobre otro, y la serpiente alada se alzó de manos al mismo tiempo que sus fauces se distendían para descender hacia ellos.

Snorri asestó un martillazo ascendente y desvió la escamosa cabeza hacia un lado. El hocico se estrelló contra el parapeto, a pocos centímetros de un hombro de Félix y destrozo la piedra, mientras él y el viejo matador se ponían de pie con precipitación, sólo para que un ala del animal los empujara desde lo alto de la muralla.

Félix se quedó paralizado, seguro de que estaba a punto de estrellarse y quedar reducido a pulpa sanguinolenta contra los adoquines del patio de armas, pero el impacto se produjo antes de lo esperado y se encontró rodando por el inclinado tejado del templo de Sigmar, en medio de una avalancha de pizarras rotas. Se detuvo a centímetros del borde y luego gruñó cuando Snorri le cayó encima.

Kat saltó desde la muralla al tejado, y las fauces de la serpiente alada se cerraron a pocos centímetros de su espalda. Después resbaló por la pendiente hasta detenerse junto a Félix. —¿Estás bien?

—Yo sí —jadeó Jaeger, mientras él y Snorri se desenredaban el uno del otro—. ¿Y tú?

—Snorri está bien —dijo Snorri—. Ha caído sobre algo blando.

Volvieron a trepar por la pendiente, esquivando a los murciélagos e intentando herirlos con las armas, mientras la pata de palo de Snorri resbalaba en las tejas de pizarra rotas. Por encima de ellos, el curso de la batalla había cambiado. Rodi estaba haciendo retroceder a la serpiente alada no muerta, abriéndole con el hacha espantosos tajos en la cabeza, el cuello y el pecho, mientras Gotrek hacía retroceder al guerrero espectral y le devolvía golpe por golpe con el hacha cuya runa encendida dejaba estelas rojas en el aire.

Pero cuando Gotrek bloqueó un golpe dirigido a su cabeza, el paladín cambió la dirección del barrido y dirigió un tajo hacia una pierna del enano. Gotrek reculó de manera instintiva, pero no con la suficiente rapidez, y la hoja de la negra hacha le rozó el muslo, de manera que atravesó los calzones a rayas y penetró en la carne.

La herida sólo pareció encolerizar al Matador, y su siguiente golpe fue tan fuerte que estuvo a punto de derribar del parapeto al paladín no muerto, el cual tuvo que luchar para recobrar equilibrio. Gotrek dirigió un tajo hacia el brazo izquierdo que se agitaba, y se lo cercenó a la altura del codo. El antebrazo acorazado del espectro se alejo rebotando a lo largo del parapeto para transformarse en nada más que un hueso sin vida que repiqueteaba dentro de un avambrazo abollado.

El guerrero no muerto retrocedió con paso tambaleante mientras Gotrek aprovechaba la ventaja para abollarle la armadura de las piernas y el torso. El guerrero no muerto ya había tenido suficiente. Reculó de un salto ante Gotrek, luego paso a la carga junto a Rodi y salto sobre la silla de montar de la serpiente alada, que se tambaleaba, y la espoleó con salvajismo. Los dos matadores corrieron tras él, pero llegaron demasiado tarde. La montura desplegó las descomunales alas y los derribó de espaldas, para luego lanzarse desde las almenas y alejarse.

—¡Vuelve aquí, cobarde! —bramó Gotrek.

—¿Cómo pueden los muertos tener miedo a morir? —gritó Rodi.

—Snorri se ha perdido la pelea —se quejó Snorri.

—Aún quedan muchos contra los que luchar, Snorri —dijo Félix mientras ayudaba a Kat a subir otra vez al parapeto.

Pero, de repente, ya no quedaba ninguno.

Como si se hubiera dado una orden los murciélagos se apartaron de sus combates y volaron tras la serpiente alada muerta y su maléfico jinete. En cuestión de pocos segundos la batalla había acabado, salvo por las quejas de los heridos y el llanto de los campesinos en el patio de armas.

Mientras los sargentos gritaban ordenes y los soldados reclamaban al cirujano, Gotrek y Rodi se apartaron de las almenas, con expresión dura y colérica. La herida del muslo le había empapado a Gotrek el calzón de rojo hasta la rodilla pero no le hizo el menor caso. En cambio, se acercó al antebrazo cercenado del paladín no muerto y lo recogió. La extremidad comenzó a desintegrarse en cuanto la tocó; la armadura se transformó en escamas de óxido marrón, y el radio, el cúbito y las falanges de los dedos que tenía dentro se deshicieron en polvo.

Gotrek pulverizó el antebrazo apretándolo con la carnosa mano y miró al exterior por encima de las murallas.

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