Marea oscura II: Desastre (35 page)

Read Marea oscura II: Desastre Online

Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Marea oscura II: Desastre
5.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y qué se supone que quieres decir con eso?

Fel entrecerró los ojos.

—Eres una Jedi. Eres una piloto superior de un escuadrón de élite. Y todo el mundo sabe la dedicación y el talento necesarios para llegar a esas dos cosas. He cometido el error de pensar demasiado de ti.

Jaina frunció el ceño.

—Creo que tengo tus datos de seguimiento, pero no acabo de captar el objetivo en la pantalla.

Jag Fel suspiró.

—En la sociedad Chiss no hay adolescencia. Los niños Chiss maduran pronto y se les otorgan responsabilidades adultas a temprana edad. Y los humanos que hemos crecido con ellos fuimos criados de la misma forma. Yo era consciente de que las cosas no eran iguales aquí, en la Nueva República, pero…

—¿Crees que soy una niña? ¿Crees que soy blanda o algo así?

Fel dejó de mirarla a los ojos, y ella se dio cuenta de que se estaba poniendo roja. Él alzó una mano para rechazar sus comentarios y negó con la cabeza. Al hacerlo se quitó una década o dos de encima, y, por primera vez, a ella le pareció alguien de su edad.

—No, blanda no, para nada. Eres decidida y valiente, pero tu falta de…

—¿Qué me falta?

Él frunció el ceño y miró el transbordador.

—Te falta inflexibilidad.

Jaina se contuvo para no decirle que ella era muy inflexible, incluso más que él.

—Pues, no, quiero decir, sí, pero ser inflexible a veces puede tener malas consecuencias.

—Pero para eso sí que sirve —señaló con un dedo hacia dos hombres que avanzaban por el hangar. Llevaban trajes aislantes, pero el casco transparente mostraba sus rostros—. Mi, eh… mi tío, cuando me abrazó en la recepción… Nos habíamos conocido apenas una hora antes en privado, y le sorprendió saber quién era yo, pero al poco tiempo… En donde yo vivo hay hombres a los que no he visto sonreír jamás, y ahí estaba él, en medio de una situación difícil, encantado de conocerme. Y no porque yo fuera un aliado, sino porque soy el hijo de su hermana. Y me aceptó a pesar de que le afectó profundamente la partida de su hermana de la Nueva República.

Jaina le apoyó una mano en el hombro.

—Wedge es así. Casi todo el mundo es así. La vida es demasiado difícil como para no disfrutar de sus placeres, y, desde luego, saber algo de su hermana y de cómo le ha ido en la vida ha debido de ser maravilloso para él. Por muy mal que vaya todo, una broma, una sonrisa o una palmadita en el hombro siempre sirven para aliviar la tensión.

Fel alzó la barbilla, y Jaina pudo percibir cómo recuperaba sus defensas.

—Entre los Chiss, la celebración no tiene lugar hasta que termina el trabajo.

—¿Incluso si el trabajo es interminable?

—Si no se ha terminado, la celebración no sirve.

—No, es necesaria —ella le miró. A su perfil marcado, a la determinación en su rostro. Y sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Que era guapo era algo obvio, y la arrogancia, respaldada por su talento como piloto, tenía su encanto.

Admiró cómo plantó cara a los políticos de la Nueva República, a los cuales despreciaba en su mayoría por cómo trataban a su madre. Incluso la formalidad imperial le parecía atractiva de alguna forma.

Me pregunto si eso es lo que vio mi madre en mi padre.

En el momento en que pensó eso, quitó la mano bruscamente del hombro de Fel.
No, no, no. No puedo colarme por un tío que piensa que ser inflexible es lo normal.

Éste no es momento ni lugar para planteármelo siquiera.

Fel la miró de reojo cuando ella apartó la mano, y esbozó media sonrisa.

—Los Chiss, a pesar de la impresión que yo te haya dado, son gente muy reflexiva. Fríos, calculadores, pero no rechazan la fantasía de vez en cuando. A veces se paran a pensar dónde estarían si la vida hubiera sido diferente. A quién habrían conocido, cómo le habrían conocido, qué habría pasado entre ellos.

—¿Y eso a qué viene?

—Pues a que… —dudó un momento y miró hacia el hangar—. No sé lo que hubiera pensado el tío Wedge de mi hermano mayor.

Jaina sonrió y miró al hangar.

—El único problema de dejar volar la imaginación es que la vida nunca sale tan bien como nos gustaría. A veces un encuentro se queda sólo en eso. Otras veces es un preludio.

Fel rió en voz baja.

—Si yo hubiera dicho eso me habrías acusado de hablar como tu padre otra vez.

—Quizá sí, pero es probable que no —ella no le miró directamente, sino a su reflejo en el cristal—. Lo bueno de ser adolescente es poder tomar decisiones maduras cuando es necesario, y poder dejarse llevar sin más cuando no lo es.

Corran se encontraba sumamente incómodo con el traje aislante. Estaba sudando, pero no tenía calor; la baja temperatura del traje le hacía temblar. Se le ponía la piel de gallina al ver la forma en que los implantes de la nave cambiaban su aspecto exterior, cómo describían surcos para luego florecer en conglomerados de costras minerales de tonos marrones.

Miró a Wedge.

—No tienes por qué hacer esto, Wedge. Si te pasa algo, Iella y los niños no me lo perdonarían nunca.

—Ya, bueno, ¿estás diciendo que Mirax me perdonaría a mí si te pasara algo?

—Wedge rió—. Tú y yo, como en aquella incursión en Borleias, pero esta vez tú vas primero.

—¿No fue en aquella incursiónenla que me ordenaron que nos fuéramos?

—Sí, así fue. ¿Qué pasa, vas a ejercer tu cargo conmigo, coronel?

—Tú escuchaste aquella orden tan bien como yo —Corran negó con la cabeza—. Y no eres tan tonto como algunos Jedi. Vale, me alegro de que estés conmigo.

Los dos hombres se aproximaron al transbordador, hacia la rampa de descenso. Los técnicos habían colocado una escalera rodante que permitiría a uno de ellos subirse y tocar la parte inferior de la cubierta. La rampa entera estaba cubierta por una malformación enorme que a Corran le recordaba una costra gigante, con su color marrón oscuro y teñida de sangre seca. La malformación cambiaba de color en la zona del panel de acceso, donde se tornaba más clara y más áspera.

—¿Tú qué dices, Wedge?

—Pues creo que tu sable láser debería ser capaz de abrirse paso hasta la carcasa, pero no podemos saber lo que vas a cortar —cruzó los brazos—. Y dado que esto te ha sido enviado con los mejores deseos del comandante yuuzhan vong, no creo que él quiera que destroces su obra.

—En eso tienes razón —Corran subió las escaleras y observó de cerca la costra que recubría el panel de acceso—. Ésta pincha mucho más que las otras. Algunos de los lados parecen haber sido afilados, y tiene espinas que son como agujas.

Alzó una de sus manos enguantadas hacia la costra, y una de las espinas se orientó lentamente en dirección a la mano que se acercaba. En una milésima de segundo, una finísima aguja salió disparada de la espina, pero no llegó a atravesar el guante. Aun así, dio con la suficiente fuerza como para hacer retroceder la mano de Corran unos centímetros. Corran perdió el equilibrio, dio un salto hacia atrás y aterrizó en el hangar. Wedge le ayudó a enderezarse.

—¿Estás bien?

Corran asintió.

—Sí, no pasa nada —suspiró—. Si fueras a enviar a alguien una prueba de cariño, ¿querrías asegurarte de que le llega, verdad? ¿La cerrarías y le darías algún tipo de clave o código para abrirla, no?

—Tiene sentido.

—Me lo temía —Corran se sacó el sable láser del cinturón con la mano derecha y lo encendió, la hoja plateada dejó caer reflejos fríos sobre el transbordador. Estiró la mano izquierda hacia Wedge—. Quítame el guante. Lo voy a tocar con la mano. Si pasa algo raro, me la amputas.

Wedge frunció el ceño.

—¿De verdad te parece eso inteligente?

—Pues claro que no, pero no creo que tenga muchas opciones —el Jedi de ojos verdes sonrió—. Dejé tanta sangre en Bimmiel que es muy probable que los vong tengan muestras. Apuesto a que esa cosa está entrenada para abrirse sólo cuando me vuelva a probar.

Su compañero le quitó el guante.

—¿Y no te parecería mejor echar un poco de sangre en un vaso y ofrecérsela?

—Pues, sí, claro, pero de una forma muy poco corelliana —Corran se encogió de hombros y volvió a subir por la escalerilla, alzando la mano izquierda hacia el transbordador. Una de las espinas se movió y le clavó una aguja en la palma de la mano. La aguja volvió a su sitio rápidamente, y Corran se quedó mirando el hilillo de sangre que le caía de la pequeña herida—. Lo del veneno también podíamos haberlo pensado, ¿no?

Antes de que Wedge pudiera contestar, la costra comenzó a crujir y a soltar pedazos que cayeron al hangar como si fueran hielo. Líneas de una mucosidad verde y brillante comenzaron a brotar por los bordes, uniendo la cubierta con la rampa de descenso. Las líneas comenzaron a estirarse según bajaba la costra, rompiéndose por el centro, retrayéndose la mitad dentro de la goteante carcasa, mientras la otra mitad formaba en el suelo del hangar un charco cristalino y con textura de babosa.

Corran subió las escaleras y avanzó por la rampa con el sable láser encendido. Wedge le seguía de cerca, empuñando una pistola láser. La nave estaba a oscuras, excepto por un tenue brillo biolumínico. La hoja del sable láser acentuaba las sombras y las convertía en algo grotesco al paso de Corran.

Por todas partes, las paredes del transbordador estaban derribadas y destrozadas. Las costras yuuzhan vong, algunas como raíces, otras como formaciones de coral, decoraban el interior. Se expandían como si fueran hiedra, pero cuando los dos hombres entraron en la nave, las costras comenzaron a palidecer y a deshacerse. La punta de los negros tentáculos se dividió y comenzó a chorrear un fluido negro.

Corran negó con la cabeza.

—No lo entiendo.

—Yo sí. Todas esas cosas nos escaneaban a nosotros mientras nosotros escaneábamos el transbordador. Han estado enviando información todo el tiempo que hemos tardado en abrir la carcasa. Luego han comenzado a morir, y tan rápido que no nos quedará nada útil que analizar —Wedge cogió un pedazo de raíz de una pared, que se disolvió en su mano—. Hay algo metabolizando rápidamente estas cosas. Es como un montón de abono desintegrándose a toda velocidad.

—Pues si éste es el mensaje que quería enviarme Shedao Shai, no sé cómo tomármelo. Quiero decir, yo no soy el Jedi que se crió en una granja, y no pienso morir tan rápido, gracias —Corran alzó el sable láser para arrojar luz—. Espera. ¿Qué es eso?

En la parte delantera del compartimiento de pasajeros, apoyado contra el muro que lo separaba de la cabina de los pilotos, había un gran objeto de forma semi ovoide, tumbado de lado. Tenía una abertura de lado a lado que corría en paralelo al suelo, y a Corran le recordó mucho a la concha de una criatura marina. El exterior era de color parduzco, con rayas que iban desde la articulación ósea hasta el filo exterior. Otra de las costras con espinas sellaba la abertura.

Los dos se acercaron, atravesando el pasillo entre las filas de asientos, y, en ese momento, un villip colocado sobre la cosa adquirió los rasgos de Elegos.

Aunque la bola protoplásmica carecía del resplandor dorado, lo cierto es que tenía cierto tono amarillo, e incluso reproducía las vetas moradas alrededor de los ojos. Se parecía mucho a una holografía estática cuando los láseres no estaban en paralelo; reconocible a duras penas.

El villip comenzó a hablar con la voz de Elegos.

—Podría contaros muchas cosas sobre los yuuzhan vong, pero apenas tengo tiempo. Shedao Shai me ha enseñado mucho. Los yuuzhan vong no son depredadores irracionales, sino una especie compleja cuya filosofía es en gran parte una antítesis de la nuestra. No he descubierto el origen de su tecnofobia, pero creo que hay lugar para la comunicación en otros aspectos. Mi misión con los yuuzhan vong ha sido difícil, pero no infructuosa, y tengo esperanzas de seguir progresando.

La imagen reprodujo una sonrisa.

—En nuestras numerosas conversaciones, Shedao Shai se mostró especialmente intrigado por las historias sobre el gran almirante Thrawn, y su planteamiento de estudiar el arte de sus enemigos para obtener más conocimientos sobre ellos. A ti, Corran Horn, Shedao Shai te profesa un profundo respeto. Sabe que estuviste en Bimmiel. Los dos guerreros muertos allí eran de su familia. Sabe que estuviste en Garqi. Cree que ambos os encontraréis en un futuro, así que te ha preparado el regalo adjunto, para que puedas estudiar su artesanía como él ha estudiado la tuya. Cada día que pasa, mi comprensión de los yuuzhan vong crece, así como su comprensión de nosotros —la mirada de Elegos se suavizó—. Espero poder volver pronto, en época de paz. Por favor, dile a mi hija que la quiero, y a mis amigos. No temas por mí, Corran. Aunque difícil, mi misión aquí es vital para que haya alguna posibilidad de paz.

Al terminar el mensaje, el villip se condensó en una bola y rodó hasta caer al suelo.

Corran miró a Wedge y se estremeció.

—Espero que Shedao Shai no piense que todos los que estamos en este lado de la línea de fuego somos del calibre de Thrawn.

Wedge se encogió de hombros.

—Bueno, quizás eso le haga ser más cauto.

—Y quizás eso haga que se enfrente a nosotros con tal potencial que hasta Thrawn echaría a correr —el Jedi negó con la cabeza—. Quizá podamos convencer a los vong para que acepten unos guardaespaldas noghri.

—No creo que sea probable —Wedge señaló el contenedor—. ¿Lo vas a abrir?

—Eso creo. Si Elegos hubiera pensado que esto era un trampa, habría encontrado la forma de avisarme —Corran pasó la mano izquierda por la costra y cerró el puño con fuerza, dejando que un par de gotas de sangre cayeran sobre el dispositivo yuuzhan vong. La costra crujió al romperse lentamente. La concha comenzó a abrirse. La luz del sable láser envió reflejos dorados desde el interior.

—¡Babas de sith! —Corran sintió como si se le deshicieran las entrañas, y cayó de rodillas—. Oh… oh, no… no.

La caja abierta dejó al descubierto una obra de arte que era claramente el resultado de muchas horas de dedicación. Había un esqueleto completamente articulado sentado con las piernas cruzadas, y cada hueso había sido bañado en oro. El esternón y las suaves terminaciones de los huesos largos estaban forradas de platino. Había titilantes gemas violetas incrustadas en las cuencas vacías de los ojos, y amatistas pulidas en los lados del cráneo, reproduciendo exactamente las vetas del rostro de Elegos.

Other books

Babylon by Victor Pelevin
Raven (Kindred #1) by Scarlett Finn
Goddess Interrupted by Aimée Carter
What She Needs by Lacey Alexander
Sweeter Than Wine by Hestand, Rita
Sidelined by Mercy Celeste