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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Mañana en tierra de tinieblas (28 page)

BOOK: Mañana en tierra de tinieblas
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No pasó gran cosa hasta las 4.35, cuando ocurrió algo que nos dejó de piedra. Yo había estado vigilando mientras Fi daba algunas vueltas por la iglesia para entrar en calor. Acababa de regresar y estaba apoyada en la pared, a mi lado, resollando, cuando le dije:

—Oye, Fi, vas a tener que ponerte en forma si quieres que alguien compre tus vídeos de
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. Anda, aquí viene otro coche.

Fi se volvió hacia la ventana y observó, al igual que yo, cómo se detenía un coche que no habíamos visto antes, un Range Rover.

—¡Si es el coche de la familia Ridgeway! —exclamó Fi con indignación. Parecía bastante escandalizada, como si se tratara del crimen más abyecto cometido durante toda la guerra.

—Pues sal y arréstalos tú misma —repuse, sin apartar la vista del coche.

Vi al chófer, que parecía un soldado cualquiera, y a dos personas sentadas en los asientos traseros. Una de ellas, con su gorra de plato y unos ribetes dorados adornándole el uniforme, era otro alto mando. Apenas pude distinguir nada de su acompañante.

El coche se detuvo frente a la casa de los vecinos de Fi, y los dos hombres de atrás salieron. Un arco cubierto por una frondosa enredadera coronaba la verja; más allá, el camino de entrada serpenteaba por el jardín y llevaba hasta la puerta principal. Aquello significaba que, una vez que esa gente hubiera franqueado el arco, solo tendríamos una oportunidad más para fijarnos en ellos. Para colmo, el Range Rover había parado muy cerca de la verja. El hombre que ocupaba el asiento derecho tuvo que rodear la parte trasera del vehículo, así que tuvimos tiempo de verlo perfectamente. El otro, sin embargo, había salido del vehículo y atravesado la verja sin que tuviésemos la menor oportunidad de verle la cara. Solo podríamos hacerlo cuando recorrieran el camino de entrada a la casa, al pasar entre dos ciclamores. Estiré el cuello para poder verlo mejor. Entonces, con un chillido de horror, agarré a Fi, que estaba algo más lejos.

—¿Qué? ¿Qué? —preguntó. No había prestado demasiada atención y ya no estaba a tiempo para vislumbrar a aquel hombre.

—Ay, Dios mío. No me lo puedo creer. ¡Ay, Dios mío!

—¿Qué? —repitió Fi, que estaba impacientándose, y puede que incluso asustándose.

—¡Era el comandante Harvey!

—Venga, Ellie, no digas tonterías.

—Fi, lo juro. Te lo juro, era el comandante Harvey.

—¿Estás segura?

—Creo que sí.

—Vamos a ver, ¿estás segura o crees estarlo?

—Estoy segura al noventa por ciento. No, al noventa y cinco. Fi, de verdad, era él. ¿No lo has visto, aunque fuese de refilón?

—Quizá sí, pero solo de refilón. Supongo que podría ser él. Son de la misma estatura, más o menos.

Me recosté contra la pared. Estaba temblando.

—Fi, si realmente era él, ¿qué crees que eso significa?

—No sé. ¡Oh, cielos! Ellie… —Ya empezaba a darse cuenta de lo que aquello implicaba—. ¿Crees que…? ¡Oh, no! Puede que… puede que solo finja colaborar con ellos para poder espiarlos.

Negué con la cabeza. ¿Por qué me decía mi instinto que había algo en el comandante Harvey que lo hacía incapaz de semejante acto de valentía? ¿Por qué sabía yo que llevaba dentro algún tipo de debilidad fatídica a la que no podía escapar, del mismo modo que el agua siempre encuentra el punto más endeble de una cisterna, o una oveja el único agujero en una valla?

Y pese a todo, estaba segura, tan segura como de que teníamos un asunto pendiente con el comandante Harvey.

Nos quedamos en nuestro puesto de observación durante el resto de la tarde, pero él ya no volvió a aparecer. Entre las cinco y las seis, la gente fue volviendo a las casas después de la jornada de trabajo. A las ocho, asistimos al cuarto cambio de guardia, y a las diez nos retiramos. Nos deslizamos por la ventana de la sacristía y nos alejamos, de puntillas, por el cementerio. Estaba impaciente por contar a los demás lo que habíamos visto. Lee y Homer estaban durmiendo, pero los despertamos en el acto. Y los cinco pasamos horas barajando todo tipo de posibilidades. Estábamos de acuerdo sobre un punto: lo primero que había que hacer era confirmar que el hombre que yo había vislumbrado era efectivamente el exlíder de los Héroes de Harvey.

Capítulo 16

Durante los dos días siguientes, no vimos a nadie que se pareciera a Harvey. Que nosotros supiéramos, permaneció dentro de la casa durante todo ese tiempo. Sin embargo, al tercer día, cuando Robyn y yo estábamos en el campanario, lo vimos claramente. El Range Rover había venido a detenerse a unos diez metros de la entrada, de modo que cuando Harvey puso el pie en la calle tuvo que recorrer esa distancia que lo separaba del vehículo. Cuando cruzó la verja de propiedad, pudimos verlo perfectamente: un hombre bajo y rechoncho ataviado con un traje negro; de todas las personas que habíamos visto en Turner Street, era él el único que no llevaba uniforme militar.

—No hay duda, es él —dijo en voz baja Robyn, que me miraba, asombrada.

Ya había empezado yo a dudar de mi vista y de mi memoria, y resultó emocionante que me dieran la razón. Estaba tan orgullosa de mí misma que me quedé allí plantada, lanzando una mirada triunfal a Robyn. El Range Rover hizo un cambio de sentido y se alejó, sin cambiar de marcha, pero acelerando paulatinamente. Volví a echar un vistazo por la ventana. Sentado como antes en el asiento trasero, a la izquierda, el comandante Harvey charlaba con el chófer, con una sonrisa obsequiosa en la cara.

Cuando el coche salió a Turner Street, me recosté contra la pared del campanario y mire fijamente a Robyn.

—Ese hijo de puta —espeté—. Ese…

—No digas palabrotas, Ellie —repuso ella, con semblante incómodo—. No en una iglesia.

—Está bien —dije, esforzándome mucho—. Está bien. ¡Pero ya verás cuando salgamos de aquí! Soltaré palabrotas que no habrás oído en la vida, como un carretero a quien le han cambiado los bueyes por camellos. Y te diré algo más: una iglesia no es un sitio tan inadecuado. Judas Iscariote es un personaje de la Biblia, ¿no? Y te lo digo en serio, ese tío es un puñetero Judas Iscariote de la peor calaña.

—Pero no puede ser… No pudo traicionar a los Héroes de Harvey… ¿verdad? —preguntó Robyn.

—No lo sé. —Yo intentaba reflexionar, pero estaba demasiado cansada—. No lo sé, de verdad. Dudo que estuviera detrás de la emboscada del tanque. De ser así, no habría permitido la presencia de espectadores. Quiero decir, está claro que los soldados no tenían ni idea de que nos encontrábamos monte arriba, justo encima de ellos. Lo único que sé es que si Harvey ha estado alguna vez en nuestro bando, ahora ya no lo está.

No fue hasta la mañana siguiente cuando di con el elemento clave: de pronto, me acordé de una cosa que dijo aquel hombre que había con la señora Mackenzie en el cobertizo de herramientas de la casa de Kevin. En medio del desayuno, con el zumo chorreándome por la barbilla y mientras me atragantaba con los cereales, pregunté a Robyn, alterada:

—Oye, ¿qué es un «tizas»?

—¿Un «tizas»? Ni idea.

—¿Dónde hay un diccionario?

—Ni idea.

—Vale, gracias por tu ayuda.

Me precipité hacia la sala de estar, donde encontré un par de diccionarios. Sin embargo, no me fueron de más ayuda de lo que había sido Robyn. «Tiza: arcilla terrosa blanca». Y se acabó. Ya me hacia una idea de por dónde iban los tiros, pero necesitaba confirmación. Fue Homer quien, aquella misma noche, me saco de dudas al regresar de su turno de vigilancia. Estábamos solos, sentados frente al ventanal.

—¿Un «tizas»? Pues qué va a ser, un profe. Todo el mundo lo sabe.

—¿Es eso? Es eso, ¿verdad? Bueno pues entonces ya está. En casa de Kevin, el hombre del cobertizo de herramientas dijo que alguien, un «tizas», andaba delatando a la gente del recinto ferial. También dijo que se llevaban a los que él señalaba. —Me alteré aún más al recordar otro detalle—: Es más, conocía a toda la gente que había formado parte de la reserva del Ejército. Eso encaja al cien por cien con Harvey. ¡Al cien por cien!

Cuando pusimos a los demás al corriente, cada uno reaccionó a su manera. Fi se quedó pálida y petrificada, incapaz de articular palabra, como si no concibiese que una persona pudiera ser tan despiadada. Igual de pálido pero con la mirada encendida, Lee se levantó de un salto y dio un puñetazo en la pared.

—Es hombre muerto —dijo—. Se acabó. Hombre muerto.

Cruzó la habitación y se quedó mirando por la ventana con las manos debajo de las axilas. Le temblaba todo el cuerpo.

Homer había estado dándole vueltas a la idea, y casi se lo veía tranquilo.

—Todo encaja —afirmó—. Todo tiene más sentido.

—¿Y ahora qué? —pregunté—. Si vamos a lanzar un ataque contra esas casas, ¿qué pretendemos exactamente? ¿Destruirlas con todo lo que llevan dentro, incluida la casa de Fi? ¿Matar a gente? ¿Matar al comandante Harvey?

—Sí —dijo Lee sin darse la vuelta—. Sí a todo.

Había vuelto a su estado psicótico, el mismo en el que se sumió cuando apuñaló a aquel soldado. Me daba miedo cuando se ponía así.

—Me repugna la idea de que estén viviendo en mi casa —dijo Fi—. Dan ganas de desinfectarlo todo cuando se marchen. Pero no quiero que destrocemos mi hogar. Mamá y papá me matarían.

—Tus vecinos no estarían muy contentos si redujéramos a cenizas todas las casas de la calle menos la tuya —apuntó Homer—. Sería un tanto injusto.

—Yo estaba ahí cuando volaron la casa de Corrie —dijo Fi, que parecía aún más abatida—. Vi cómo le afecto aquello.

—Dejemos de preocuparnos por ese tema de momento —sugirió Homer—. Veamos si es o no factible lanzar un ataque contra esas casas. Si no damos con la manera de hacerlo, entonces Fi no tendrá de qué preocuparse.

—Has hablado de incendiarlas —recordé—. No sé si hay un modo sencillo de hacer algo así.

—Es lo primero que se me ha ocurrido —repuso Homer.

—¿Mataremos a gente? —preguntó Robyn.

—Sí —repitió Lee.

—¡Lee! —le reprendió Robyn—. ¡Déjalo ya! No soporto que hables así. Me asusta.

—No viste lo que hicieron en el campamento de los Héroes de Harvey —rebatió Lee.

—Vuelve aquí y siéntate, Lee —tercié. Al cabo, hizo lo que le pedía y se sentó a mi lado en el sofá.

—Pues yo creo que no es lo mismo prenderle fuego a las casas, sin saber si morirá gente o no, que actuar deliberadamente para matar — expuso Homer—. Lo cierto es que, si quitáramos de en medio a Harvey y a unos cuantos mandamases, inclinaríamos mucho la balanza en esta guerra. Incluso podríamos estar salvando vidas. Es un hecho, y de nada sirve discutir sobre ello. La verdadera cuestión es: ¿tenemos las agallas de hacerlo?

Nos sumimos en nuestras cavilaciones durante un minuto. Imagino que los demás hacían lo mismo que yo: buscar en su interior si tenían las agallas de matar a sangre fría. Para mi sorpresa, decidí que probablemente sí que las tenía. Por una parte, me inquietaba lo rápido que me endurecía la guerra. Pero, por otra parte, tenía la sensación de que aquello era lo que la gente esperaba de mí. Mis padres, nuestros amigos y vecinos, todos los que estaban encerrados en el recinto ferial lo esperaban. Y esa pobre gente, esos inocentes y difuntos Héroes de Harvey también lo habrían esperado. Y muchos más, en todo el país, lo esperarían. Parece ser que eso era lo que debía hacer, y ya tendría tiempo de preocuparme por las consecuencias después. Resultó curioso pero, por primera vez, no me importó mi propia seguridad ni los peligros a los que me expondría.

—Haré lo que sea necesario —dije.

—¿Aunque ello implique matar gente, deliberadamente? —preguntó Homer.

—Sí.

—¿Serias capaz de encañonar a uno de ellos y apretar el gatillo? —preguntó Homer—. Esta vez seria a sangre fría. Ya sabemos de qué eres capaz en caliente.

Robyn empezó a protestar, pero Homer la interrumpió casi de inmediato.

—Es necesario que nos hagamos estas preguntas —explicó—. Debemos tenerlo claro. No me parece una buena idea meternos en esto y acabar dándonos cuenta, llegado el momento de la verdad, de que alguien no es capaz de cumplir con su parte del plan. Si no, acabaremos todos muertos.

—¡Por Dios! A veces, desearía que nos tuvieran prisioneros como a los demás —apunté—. ¿Por qué nos toca a nosotros hacer todo esto? Además, yo no puedo saber si haré una cosa o no hasta que me encuentre en esa situación. Aun así, creo que podría dispararle a uno de ellos.

—Vale —dijo Homer—. ¿Lee?

—No dejaré a nadie tirado —contestó él.

—¿Qué significa eso? —dijo Robyn perdiendo los estribos—. ¿Quieres decir que aquel que se niegue a matar estará dejando tirados a los demás? Te digo una cosa, Lee. A veces, hacen falta más agallas para no hacer algo que para hacerlo.

Él no contestó. Se quedó sentado, refunfuñando, sin reaccionar a las caricias que le hacía en la pierna. Homer lo miró durante un minuto, suspiró y se volvió hacia Fi.

—¿Fi?

—Haré todo lo que pueda —respondió—. Aunque eso signifique volar mi propia casa por los aires, supongo. Pero sinceramente, no creo que sea necesario. Solo parecen utilizarla para alojar a paletos. Por lo visto, ninguno de los VIP vive allí.

—¿Podrías dispararle a alguien? —Preguntó Homer.

—No. En la vida he disparado un arma de fuego, y lo sabes. Sé como cargarlas, apuntar y esas cosas, pero no quiero tener que disparar.

—Bueno, vale —dijo Homer—. Pero ¿podrías empujar a un soldado desde una azotea, darle un navajazo, o electrocutarlo tirándole un radiador a la bañera?

—Bueno, tal vez lo del radiador.

—O sea, que podrías matar a una persona con la condición de no tener ningún contacto físico con ella, ¿es eso?

—Sí, supongo que ahí está la diferencia. Creo que incluso podría disparar si estuviera acostumbrada a usar armas.

—¿Robyn?

—Lo que Ellie ha dicho me ha dado que pensar —dijo Robyn, sorprendentemente—. Me refiero a eso de qué nos encontramos nosotros en esta situación, por qué no nos han hecho prisioneros como a los demás. Tal vez se trate de una especie de test, una prueba, para ver lo que valemos. —Se levantó, se encaminó a la ventana y se dio la vuelta para mirarnos a la cara y añadir—: Cuando todo esto haya acabado, puede que se juzguen nuestras acciones. Y creo que solo superaremos esa prueba si nos hemos guiado por el sentido del honor, si hemos hecho lo posible para hacer el bien, para no actuar por avaricia, codicia, odio o venganza. Y si basamos nuestras decisiones en nuestras propias creencias, si procuramos ser valientes, honestos, justos… Creo que es eso lo que se espera de nosotros, nada más. Nadie tiene porque ser perfecto, siempre y cuando se esfuerce por alcanzar la perfección.

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