Read Maestra del Alma (Spanish Edition) Online
Authors: Laura Navello
—Hola —saludó Alina mientras entraba en el vestíbulo del palacio agradecida por haber encontrado a alguien conocido—, por favor dime que estás libre y me rescatarás de una nueva clase con Misael. Mi cabeza no puede tolerar una palabra más de su boca. ¿Vamos a recorrer la ciudad?
A medida que caminaba hacia Mayra algo le llamó la atención. La chica se encontraba cruzada de brazos, con la frente fruncida, golpeando el piso con su pie a un ritmo nervioso y mirando hacia un punto fijo. Mayra le lanzó una mirada filosa que la hizo parar en sus pasos a mitad de camino. Los pequeños y traviesos príncipes corrían por el vestíbulo alrededor de Mayra jugando con una pelota sin parecer estar afectados por el malhumor.
—¿Qué sucede? —le preguntó de forma tentativa pensando dónde se habría ido la dulce Mayra que había conocido estos dos últimos días.
—Lo voy a matar, siempre hace lo mismo. Y que no me venga con esa excusa suya de su problema de memoria porque...
—¡Perdón! Me olvidé –dijo una voz a su espalda con una risita.
—¡Hace media hora que te estoy esperando, Elio! —su mirada hizo retroceder un metro a Alina y a los príncipes suspender su juego.
Bueno, quizás Alina todavía no conocía a la verdadera Mayra enojada. Un estruendo sonó dentro del vestíbulo haciendo retumbar las paredes. Todos menos Mayra miraron hacia el techo pero enseguida volvieron su vista a la chica. Elio hizo una mueca arrepentimiento y calmadamente se acercó a Mayra como si fuese un animal peligroso.
—Si, bueno, sabes que mi memoria no es muy buena...
Una nueva mirada de fastidio por parte de Mayra, dos metros de alejamiento por parte de Alina, dos niños salían del vestíbulo apresuradamente dejando una pelota rebotando en el suelo. Un estruendo aún más fuerte hizo que Elio y Alina se llevaran las manos a los oídos y cerraran los ojos por instinto.
Cuando los volvieron a abrir, encontraron a Elio bajo una nube negra que hacía llover en su cabeza como en las caricaturas. Alina intentó contener su risa pero fue salvada por Emir que hizo justo eso al entrar al vestíbulo.
—¿Cuánto tiempo voy a tener esto siguiéndome por todos lados? —preguntó un resignado, y empapado, Elio.
—¿Para qué decirte? Te olvidarás de todas maneras –Mayra respondió sarcástica pero más tranquila.
—¿No puede deshacerlo con el poder cuando Mayra se vaya? —susurró Alina a Emir.
—Toma años aprender a manejar el poder del clima sin generar huracanes y sequías en otros lados. Fue la perdición de un pueblo entero que vivía en una isla en el sur. Además, si Mayra se entera que se salió con las suyas créeme que será PEOR –explicó Emir recalcando las últimas palabras—. Joy, ¿qué haces por aquí?
Alina no se había dado cuenta que el hombre había entrado y que por supuesto lanzaba miradas divertidas a Elio con su gran nube negra persiguiéndolo mientras caminaba.
—Si hay estruendos quiere decir que algo interesante está pasando que no me puedo perder.
Fue solo cuestión de un segundo, más bien una milésima de segundo. Los ojos de Mayra desviaron repentinamente su mirada desde Joy hacia la puerta. Alina sintió que ese movimiento de ojos había cortado la atmósfera del lugar, como si todo se suspendiera en el tiempo por un fragmento de segundo. Si antes le habían parecido filosos, estos ojos cortaban diamante. Mayra se echó a correr fuera del palacio, con determinación absoluta y sus ojos fijos como lanzas que hacían que las personas se corrieran de su camino asustadas, incluso los guardias. Nadie le preguntó qué pasaba, nadie la cuestionó, pero Alina se encontró corriendo a toda velocidad detrás de ella, al igual que Joy, Emir y Elio con su nube negra.
—Por si te lo estabas preguntando, fue así como supimos que ibas a llegar –gritó Joy mientras corría jadeando.
Salieron del palacio y siguieron corriendo por las calles de la ciudad hasta que Alina estuvo perdida debido a todos los giros y vueltas que habían dado, deteniéndose finalmente de golpe. Mayra seguía en silencio, pero ahora su mirada fija en el cielo como buscando algo en la inmensidad, respirando entrecortadamente. Los habitantes de Gael la miraban asombrados por su luminosidad y atraídos de la misma forma que Alina lo había estado días atrás. Muchos de ellos nunca la habían visto, pero la reconocían y la señalaban sorprendidos murmurando entre ellos, luego miraban el cielo siguiendo su mirada. Ninguno se acercó, sin embargo.
No había ninguna nube en el cielo, por lo que fue fácil distinguir al cabo de unos segundos un pájaro quizás. A medida que se iba acercando se dio cuenta que no era eso, era un hombre, un hombre alado que volaba, o eso parecía intentar hacer. Más bien parecía estar tambaleándose en el aire. Cada segundo se acercaba más, pero también descendía más abruptamente. Estaba herido, el hombre alado, ángel, pájaro, o lo que fuese estaba desplomándose desde las alturas.
El pecho de Alina comenzó a doler de la impotencia, paralizada mientras observaba a la criatura precipitarse al suelo. Todos se habían dado cuenta de lo que ocurría pero permanecían como estatuas de hielo, inmóviles sin poder hacer nada para evitarlo. Observó cómo Emir intentaba impulsarse con las piernas como queriendo despegar del suelo, con la cara roja del esfuerzo, pero únicamente logrando un salto de unos metros ayudado por una ráfaga de viento.
Esa misma ráfaga de viento aumentó en intensidad de un segundo para el otro y comenzó a girar en círculos convergiendo en un punto exactamente frente a ella como un tornado invertido en miniatura. En un principio era suave pero intenso y Alina comenzó a ver como polvo y hojas danzaban dentro del torbellino. El viento se hizo cada vez más fuerte irritando sus ojos y haciendo zumbar sus oídos dolorosamente. Otro tipo de objetos más pesados como ropa, bolsos y sombreros comenzaron a ser atraídos también. Lo raro era que toda la suciedad quedaba en el fondo del tornado mientras que la cima de la tromba era clara y transparente. Las personas comenzaron a aferrarse de las columnas y las puertas para no verse arrastradas dentro del tornado. Alina comenzó a deslizarse pero Elio, sujetado a un pilar de madera, la sostuvo firmemente por la cintura sin desviar la mirada de Mayra que permanecía en calma e inmóvil observando el cielo con la mirada perdida.
La criatura alada no tuvo más fuerzas y cayó justo en donde comenzaba la tromba a varios metros del suelo. Las extrañas corrientes de aire amortiguaron su caída e incluso permaneció suspendido en el aire antes que el viento fuese disminuyendo de a poco y bajando su cuerpo al suelo asemejándose a una hoja.
La figura agonizaba y parecía extenuada, una de sus alas doradas estaba doblada en un extraño ángulo. Alina no podía apartar la mirada de la criatura que no parecía otra cosa que un ángel. Su pelo era rubio dorado, su tez cremosa y perfecta, sus ojos amarillos. Pero lo más impresionante eran sus alas, que aún heridas, brillaban con plumas doradas mezcladas con las beige perlado. Alina no pudo seguir mirando a un ser tan perfecto torcido y sufriendo de una forma antinatural y desvió su mirada a la primer cara familiar que encontró, Emir. El chico, en lugar de mirar el ángel caído o a Mayra tiernamente atendiendo sus heridas, miraba la pila de objetos amontonados y el destrozo causado por el torbellino ahora extinto. En sus ojos, algo parecido a la envidia se asomó.
Alina vio por primera vez la luna llena en aquel mundo extraño esa noche, mientras miraba por la ventana de su cuarto, notando que aunque los dos mundos tenían una sola luna, la noche era muy diferente. La luna que tenía frente a sus ojos parecía más grande y esplendorosa de lo que recordaba y las constelaciones le eran desconocidas, más abundantes y brillantes. A su vez, el cielo era más bien con tono azul oscuro, casi violeta, en lugar de negro. Alina se sintió nuevamente una intrusa en este mundo, pero no dejaba de parecerle maravillosamente bello. Extrañaba a su familia, extrañaba su casa y su mundo.
No podía parar de imaginar qué estaría ocurriendo en su casa, qué pensaría su familia de su desaparición o su enfermedad. Su padre estaría haciéndose el fuerte dejando ver poca debilidad por el bien de su madre y de su hermana. Tomaría las riendas del asunto ya sea para encontrarla o para curarla, moviendo los pocos contactos que tenía, y sufriría en silencio. Su madre sería un poco más demostrativa y era la persona por la que más se preocupaba Alina. No dudaba que estaría deprimida y temía que se volviese algo serio. El mundo de su madre giraba en torno a sus dos hijas, quizás no lo más lógico o sano que podría hacer, pero era la realidad y esperaba que su padre y su hermana estuviesen allí para ella. Su hermana, nunca se hubiera imaginado que extrañaría tanto a una persona con la que se llevaba tan mal y con la cual era tan diferente.
Carla era bonita, sociable, un poco tonta a veces aunque Alina pensaba que si estudiara más seguido en lugar de salir con sus amigos le iría mucho mejor en la secundaria. Solo un par de años las separaban, Alina siendo la más grande, pero la personalidad jovial de Carla chocaba seguido con la más seria y solitaria de Alina. Sentía la falta ahora de esos choques, de una persona que se le enfrentara haciéndole ver el lado opuesto de las cosas a pesar de la testarudez y las respuestas frías. Una persona que le recordase que había un mundo detrás de las historias, gente interesante con la que hablar, ropa linda que comprar y fiestas a las que asistir. Sin esa guía, Alina temía dejarse llevar por su lado ermitaño y frío alejando a las únicas personas que conocía en este mundo. ¿Cuánto la dejarían quedarse en el palacio, viviendo como una invitada, antes que la devolvieran a la calle en busca de su propio sustento? Lloró un poquito en silencio acurrucada en la cama mientras miraba por la ventana abierta.
Un viento húmedo y unas nubes amenazadoras, que se acercaban desde dónde Alina había aprendido se encontraba el océano, anunciaban una próxima tormenta. Si había algo que le gustaba más a Alina que mirar la luna llena, era mirar las tormentas eléctricas en la noche. Le aumentaba su adrenalina como cuando se subía a una montaña rusa. Con el conocido cosquilleo en la espalda, Alina acercó una silla a la ventana e intentó no pensar en su casa y en su familia.
Su atención a la tormenta duró poco, distraída casi de inmediato por una figura que caminaba por el patio mirando el cielo. Era Ian, el ángel caído esa tarde, una imagen casi bíblica. Alina se preguntó si ya se habría recuperado de las heridas de la tarde, observando que ya no tenía el ala quebrada.
Sin pensarlo mucho, la intriga le ganó a la vergüenza y pronto se encontró caminando rápidamente por los pasillos del palacio camino al jardín. Silenciosamente, se acercó al ángel y por un momento quedó hipnotizada por la belleza dorada del ser. Sus alas estaban completamente desplegadas, casi dos metros de plumas que brillaban a la luz de la luna, a punto de cubrirse con nubes. Ian tenía su rostro al cielo, esperando algo con anhelo y disfrutando de una sensación oculta. Los rayos y la luna generaban sombras e iluminaban ciertas partes del jardín y observándolo Alina tuvo la misma sensación que al estar mirando la tormenta eléctrica. Se acercó lentamente, como en un sueño, extendiendo una de sus manos para tocar las suaves plumas, pero justo a último momento, las alas se replegaron y el ángel se enfrentó con brusquedad a ella poniendo cierta distancia entre ambos.
—¿Qué osabas hacer, gaeleana? —preguntó con vos amenazadora.
—Perdón... —exclamó Alina como saliendo de un trance sin poder creer lo que había estado a punto de hacer—. Son hermosas, quería saber cómo se sentían...
—¿Cómo se te ocurre tal insolencia? Nunca antes había recibido un insulto tal –dijo Ian con desprecio.
—¡Solo quería saber cómo se sentían, no arrancarlas! —se defendió Alina, imagen bíblica destruida.
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Ian como hablándole a un idiota, mientras Alina lo miraba a él de la misma manera.
Los ojos dorados del ángel la miraron de pies a cabeza examinando detenidamente su figura, no lujuriosamente sino como cuando uno mira una silla que quiere comprar en una tienda.
—Eres Alina, la extranjera —afirmó Ian, sus rasgos perdiendo un poco de su dureza pero aun mirándola como a una interesante mascota—. Me han contado de ti, la chica de otro mundo. Solo por esa razón perdonaré este insulto, dado que eres culpable de tu ignorancia.
Así que este hombre alado era una de las personas al tanto de la existencia de ambos mundos. Si eran todos tan agradables quizás fuese mejor que nunca supiera quienes eran los restantes.
—Disculpas, oh maravilloso señor. En mi ignorancia no sabía que estaba ante alguien tan importante que el resto de los mortales no podemos contaminar con nuestro sucio tacto.
Ian resopló, cansándole la situación.
—¿No te han enseñado nada durante estos días sobre las costumbres de los eleutherianos?
—Han estado demasiado ocupados enseñándome sus costumbres como para enseñarme la de otros.
—Deberían haber empezado por lo importante. Déjame explicarte —se resignó Ian– Los eleutherianos consideramos nuestras alas el elemento más íntimo de nuestro cuerpo. Nos dan la libertad de volar junto a nuestro padre el viento y que sean tocadas sin permiso es la mayor ofensa y humillación.
Malinterpretando la muestra de incredulidad de Alina, continuó.
—Es como si yo me acercase ahora y te acariciase los pechos –tradujo, como si sintiera que estaba hablando con alguien menos inteligente.
Por supuesto Alina se sintió ruborizar e instintivamente tapó sus pechos de forma protectora.
—No me interesan los inferiores cuerpos de los gaeleanos. No te disculpes, ya te he perdonado.
—¿Por qué no las cubren si es tan íntima? —preguntó sin decir que no pensaba disculparse ni aunque la estuviera amenazando con un hacha.
—Cuando estamos en tierra solemos llevar una capa que las cubre, pero solo si estamos entre los nuestros. Entre otros pueblos las desvanecemos temporalmente para no causar celos o envidia. Es una sensación desagradable e intentamos no hacerlo. En el aire siempre están descubiertas, esa es su naturaleza, con ellas nos hacemos unos con el aire y el viento. Pensé que todos dormían, por eso llevo mis alas descubiertas y no tengo la fuerza aún como para desvanecerlas.
—Me encantaría poder volar, siempre soñaba eso de niña... incluso ahora lo hago –suspiró–. Se convierten en viento.
—Somos parte de él —corrigió Ian con un poco más de interés en Alina, como si no fuese tonta del todo.
—Todos somos parte de la naturaleza en cierto grado. El problema es que la mayoría son demasiado ciegos para darse cuenta –comentó Alina ganándose por primera vez una leve sonrisa iluminadora por parte de Ian—. ¿Estar al aire libre te ayuda no? A recuperar las fuerzas. La luna y la tormenta ayudan aún más, de alguna manera puedo sentirlo.
—Un raro don el tuyo, entender a los otros –añadió Ian entrecerrando los ojos con interés.
—¿Sabes qué? De donde vengo nadie pensaba eso. Era considerada antipática y fría, estatua de hielo me llamaban. Me decían que vivía con mi cabeza en sueños y prefería estar allí que interactuando en la vida real.
—Una soñadora, no es de extrañar que encontrar el camino a Babia. Quién primero llegó de tu mundo lo hizo soñando despierto.
—¿Cómo es que sabes sobre mi mundo? Me han dicho que es un secreto.
—Soy una de las pocas personas que lo saben ya que al ser el vocero y embajador de Eleutheria se me confían algunos secretos. No parecen creer que son parte de la naturaleza ni ser parte del viento allí.
Un trueno resonó en la inmensidad llamando la atención de Alina, quien observó que la tormenta esquivaba un poco la luna, y estaba casi encima de ellos. Ian avanzó unos pasos hacia la tormenta y volvió su cabeza para despedirse de Alina con una breve inclinación. Luego comenzó a correr. Con un ágil salto, desplegó nuevamente sus enormes pero gráciles alas y voló, mientras Alina lo miraba fascinada. Era una de las cosas más hermosas que había visto en su vida, de esas que te hacen sonreír sin darte cuenta. Cuando por fin comenzó a llover no pudo reprimir extender sus manos y rostro hacia las nubes y comenzar a reír sintiendo que la tormenta le daba fuerzas y la llenaba de felicidad. Era la primera vez que reía en este mundo.
A cierta distancia de ella, Ian descendía rápidamente y sacudía sus alas con vigor, encaminándose hacia el palacio mirando con evidente malhumor la lluvia que caía. Al parecer la tormenta le daba fuerzas, pero a Ian no le gustaba el agua.