Read Maestra del Alma (Spanish Edition) Online
Authors: Laura Navello
—Permítanme guiarlos por la ciudad durante el transcurso de la reunión, hay hermosos lugares que definitivamente tienen que conocer —dijo Ian completamente indiferente a lo que acababa de ocurrir.
Alina lo miró con enfado, aunque Ian no era parte del comité durante la conversación había sentido que él estaba totalmente de acuerdo con los de su raza respecto a la discusión y solo con mirarlo la furia volvía a sus entrañas. Desvió su mirada del eleutheriano, ignorando sus palabras y divisó una escultura rodeada de flores y bancos a unas decenas de metros. Se encaminó hacia ella con paso firme y veloz sin mirarla detenidamente y se sentó en uno de los bancos para calmar su enojo. Miró hacia la puerta del castillo y descubrió que Emir se encontraba hablando sin parar con Ian señalando edificios, Alina casi podía oír su tono chillón en la distancia. Daesuke caminaba con paso veloz insultando entre dientes en su dirección.
—¿La próxima vez que decidas salir disparada a algún lado podrías tener la decencia de avisarme? ¡El poder que nos une me arrastró unos diez metros antes de darme cuenta lo que estaba pasando! —gritó con furia mientras se dirigía al banco a su derecha y se acostaba en él seguramente con la intención de dormir una siesta.
El solo hecho de imaginarse al inmaculado Dai siendo arrastrado diez metros por una fuerza que nadie podía ver le hizo soltar una carcajada tan alta que varios eleutherianos que pasaban se voltearon a mirarla con desaprobación.
—¿Te atreves a reírte de mí? —respondió entre dientes mientras se incorporaba lanzándole su furia a través de sus ojos.
—Awwww, pero si hasta pareces un perrito con correa —continuó Alina aun entre risas.
Por un momento la chica sintió un breve sacudón a su alrededor, como si el espacio hubiese temblado por alguna fuerza desconocida. Dai se levantó de golpe seguramente con la intención de agredirla, tomando con cierta sorpresa a Alina pero se interrumpió de golpe y miró a su alrededor. Los eleutherianos lo miraban expectantes, como esperando la acción de Dai antes de tomar una medida represiva al respecto, pues Alina sentía en su corazón que a pesar de la soberbia y altanería que la raza les había demostrado, su sentido de la justicia y honor era grande.
Una interesante cultura,
pensó
, existe mucho más detrás de la apariencia de altaneros que presentan.
Retrocediendo a su banco nuevamente, Dai se sentó y desvió su mirada tanto de Alina como de los eleutherianos.
—¿Gaeleana, por qué no tienes alas? —preguntó una vocecita con cierta impertinencia.
Alina se sorprendió al ver a una niña Eleutheriana del sol, el primer infante que veía de esa raza. Era la más pura representación de un ángel que jamás haya visto, su pálida tez era inmaculada y sus ojos eran brillantes y pícaros, parecidos a los de Joy. No debía de tener más de seis años calculó Alina. Tan sorprendida estaba, que su mente quedó en blanco y le fue imposible responder.
—¿No te duele no poder volar con el viento? ¿No estás triste por ser incompleta? —continuó la niña persistente.
—¡Ada! ¡No te he dicho que no se debe refregar los defectos y las inhabilidades de los demás en sus caras! No todos tienen nuestra suerte —rezongó una Eleutheriana mientras agarraba firmemente la mano de la niña sin siquiera mirar a Alina.
Entonces así es como veían los eleutherianos a las criaturas terrestres, como inválidas, poco evolucionadas razas con la cadencia de no poder volar, como a seres inferiores. Por eso desviaban su mirada o lo hacían solo furtivamente, porque sentían que estaban mirando a una persona incapacitada, y en su gran ego, creían que era descortés mirar fijo a tales personas. Aunque entendía en parte la reacción de éste pueblo, Alina estaba enojada y dolida, no sabía si contestarle a la madre que la indecorosa era ella o enseñarle a la niña verdaderos modales.
—¿Por favor grupo de gallinas mal educadas pueden dejar de hacer estúpidos comentarios y de lanzar estúpidas miradas como si fuésemos unos pobres animales en exhibición? —exclamó Dai alzando su voz— ¡Continúen con sus asuntos gallinales los cuales no me interesan en absoluto y déjenos en paz!
—¡Cómo te atreves insolente! —intervino un eleutheriano de la noche.
—Por qué no levantan la mirada, miran dónde nos encontramos e intentan que sus pequeños cerebros de ave recuerden que los seres terrestres no son de ninguna manera inferiores a ustedes —espetó Dai con disgusto.
El grupo de eleutherianos alrededor se sobresaltó y miró por un segundo la escultura a espaldas de Alina. Luego, tras un breve silencio incómodo siguieron su camino y la única que miró atrás fue la niña, delatando que sabía tan poco sobre lo que había ocurrido como la propia Alina.
—¿Podrías explicarme lo que acaba de pasar? —preguntó a Dai expectante.
—Ohhhh con que el dueño del perro es más ignorante que él y ahora requiere su conocimiento... —dijo con ironía.
—No seas tan sensible, sabes perfectamente que era una broma y que si fuese al revés tú también te hubieras reído de mí —replicó Alina.
Dai pareció considerarlo por unos minutos hasta que pareció llegar a la conclusión de que Alina tenía razón y se volteó para enfrentar a la escultura, Alina lo imitó.
La escultura realmente era hermosa, representaba a una pareja. Por un lado se alzaba un eleutheriano erguido y con sus alas completamente extendidas aunque parecían estar lastimadas como tras una larga batalla. En sus brazos sostenía a una mujer de cabellos largos y rizados que parecía como si se hubiese levantado de golpe y zambullido su rostro en el pecho del eleutheriano. De su espalda se extendían un par de alas pero, a diferencia de su pareja, éstas estaban hechas de un material que Alina solo pudo describir como vidrio esmerilado aunque al tocarlo descubrió que era mucho menos frágil y áspero.
—Tu ignorancia ha llegado al tamaño del ego de las gallinas. Según cuenta la leyenda.. —comenzó Dai
—¿Puedes dejar de lado el tema de las gallinas? Ya se está volviendo molesto –interrumpió Alina
—No, no puedo, ¿quieres escuchar la historia o no?
—No tenemos nada mejor que hacer.
—Los eleutherianos, en su arrogancia, consideraban a los gaeleanos como seres salvajes, poco más que un animal, y mantenían su distancia ignorándolos como si fuesen hormigas. No había contacto entre los dos pueblos y eso se prestó a todo tipo de conjeturas por parte de los gaeleanos, pensaban, por ejemplo, que las gallinas eran espíritus malvados y verlos significaba que una muerte cercana estaba próxima. En ese entonces, todas las gallinas eran del grupo de cabellos oscuros y ojos grises, como el petulante que nos recibió en la puerta de la ciudad. Resulta que uno de ellos tenía un poco de inteligencia —dijo mientras señalaba a la figura masculina de la estatua— y pese a todos los prejuicios, obstáculos y amenazas decidió desvanecer sus alas, ocultar los rasgos de su raza e ir a vivir al pueblo que se había establecido debajo de su ciudad.
»Pasó allí bastante tiempo y descubrió que los gaeleanos no eran tan diferentes a ellos mismos como su raza pensaba y, eventualmente, se enamoró de una de las habitantes del pueblo. Durante ese período se descubrieron en unos viejos relatos que las dos razas habían tenido contacto en algún momento del pasado y para establecer un tratado de paz habían escondido un tesoro a medio camino de los dos pueblos, el de la muchacha y el de la gallina. Un batallón de la sombra decidió atacar el pueblo de la muchacha para encontrar el tesoro, que se decía era algo de tanta importancia para el mundo que su solo conocimiento cambiaría la vida de los habitantes.
»Durante el ataque el secreto de la gallina fue revelado y, juntos, él y la muchacha convencieron a ambas razas a luchar juntas contra el batallón enemigo. En el clímax de la batalla, la gallina fue herida mientras volaba y perdió las fuerzas de mantenerse en el aire. La muchacha al verlo, en su desesperación por alcanzarlo y evitar que se precipitara al vacío corrió hacia él, y mientras lo hacía, los espectadores vieron como de su espalda aparecían alas doradas y traslucidas que solo podían verse cuando eran iluminadas de cierta manera por el sol, casi como si fuese una ilusión.
»La muchacha se elevó en el aire y un instante antes de que la gallina perdiera todas sus fuerzas lo sujetó y suavemente aterrizaron en la tierra nuevamente. Por un momento la muchacha se desplomó en el suelo pero cuando vio a su gallina frente a ella sana y salva, la chica se echó en sus brazos llorando. Años después, uno de los espectadores creó dos esculturas de esa escena, explicando que fue una de los momentos más maravillosos que jamás presenciara. Una de las estatuas se instaló en la ciudad de las gallinas, la otra en el pueblo de la muchacha, y recordaban a las gallinas a ser humildes y menos soberbios y a los gaeleanos a no temer o desconfiar de lo desconocido. Ésta frente a nosotros es una réplica, no se sabe exactamente cómo se perdieron las originales. La batalla de entonces por supuesto terminó en victoria, aunque no se conocen los detalles. El linaje de la muchacha y el muchacho dice ser el comienzo del grupo de gallinas doradas.
Dai cayó y mantuvo se mantuvo en silencio por unos minutos mirando la escultura.
—¿Y el tesoro?... —preguntó Alina finalmente.
—La leyenda no lo dice.
—Podrías aprender un poco de la historia, tienes bastante de arrogante...
—No me compares con estos intentos de aves —respondió Dai cortante—. Y quiero aclarar que ni creo en la leyenda, ni creo en el estúpido amor que la estúpida pareja tenía. Los sentimientos son algo que escapa mi conocimiento y mi interés —dijo con franqueza.
—No te preocupes, esos sentimientos están fuera de tu alcance —dijo burlonamente.
Mientras Dai se debatía entre darle la razón o contestarle debido al tono burlón de sus palabras, Ian y Emir se acercaron a ellos.
—Ohhh, me encanta esta historia, Alina tu seguro no la sabes, trata de... —comenzó Emir con su voz chillona y veloz antes de que la chica pudiera detenerlo.
Dai llevó una de sus manos a su frente en frustración mientras Ian parecía estarse cansando de hacer de niñera.
Cling, cling, cling, claaang, cling...
El sonido que creaban los anunciadores cambió al mismo tiempo que Alina sentía una brisa que le erizó los cabellos. Todos los eleutherianos en el campo visual de Alina se quedaron inmóviles y en silencio al instante mientras escuchaban con suma atención. Incluso Ian permanecía firme como la estatua de a su espalda mirando un punto fijo e indefinido. De golpe hubo una conmoción y los eleutherianos recobraron su movilidad pero notablemente más apurados y nerviosos que antes.
Lo primero que pensó Alina es que era un ataque, pero aunque todos parecían nerviosos no parecían asustados.
—Se acerca una tormenta, es mejor que vayamos a un lugar resguardado –explicó Ian aunque el cielo estaba completamente despejado.
—Con razón todos huyen como gallinas escandalizadas –dijo Daesuke con tono divertido.
—¿Toda la raza le tiene miedo al agua? Pensé que eras solo tú –preguntó Alina realmente sorprendida por esta debilidad.
—¡No es que tengamos miedo al agua! ¡Es que no nos gusta la lluvia! Resulta inconveniente e incómodo para nuestras alas. Somos excelentes Maestros del agua –se defendió Ian un poco ofendido.
—Nunca puedo acostumbrarme a esa idea.. ¡tal cual como gallinas! –estalló Daesuke en carcajadas– Dime, como hacen para bañarse si el agua les resulta "incomoda"... ¡No me digas q no se bañan! ... ¡Aves sucias!
Las mejillas de Ian se encendieron y con una mirada de furia se volteó hacia el demonio.
—¡Cállate! –le espetó y luego dirigiéndose a Alina— ¡Por supuesto que nos bañamos! ¡Demoramos más que ustedes y es más complicados pero no somos sucios!
—Está bien, está bien, no tienes que darme detalles –respondió Alina intentando evitar una imagen de Ian bañándose torpemente.
Luego de caminar unas cuadras llegaron a un elegante edificio de piedra blanca y subieron rápidamente los escalones del pórtico. Ian les había explicado que les tenían preparados aposentos en una elegante casa de visitantes de la ciudad. Un eleutheriano de la noche y dos eleutherianos del día los miraban expectantes y aliviados por su llegada, mientras le lanzaban miradas desconfiadas al cielo. Cerraron las puertas tras ellos con rapidez y se volvieron a los recién llegados.
—Los estábamos esperando, temíamos que no llegarían a tiempo antes de la tormenta –explicó el eleutheriano de la noche con una breve sonrisa de compromiso–. Espero que disfruten de su estadía. Frey y Elanis los llevarán a sus aposentos.
Al parecer, los eleutherianos creían que si algo era incómodo y molesto para los de su raza, también lo tenía que ser para el resto. Sin intercambiar más palabras, los eleutherianos del día se inclinaron a modo de saludo en perfecta sincronía y los guiaron a sus aposentos.
La tormenta fue breve pero intensa, el viento hacía golpear la lluvia en el ventanal del vidrio del salón común de los aposentos, y los anunciadores sonaban altos y fuera de control en el más desordenado concierto. La espalda de Alina comenzaba a dolerle y como ninguno de los asientos tenían respaldo decidió sentarse en el piso y apoyarse contra la pared. La habitación era ciertamente muy elegante. Cada asiento con mullidos almohadones y cada pared y cada mueble con una fina decoración labrada, pero de alguna forma terminaba resultando todo muy frío. Ian miraba fijamente por la ventana, Dai acostado en el piso de alfombra y con un almohadón a modo de almohada dormía una siesta. Emir estudiaba uno de sus libros moviendo sus labios en silencio luego de haber sido callado por Dai repetidas veces. Definitivamente, sin conversación y nada para hacer Alina estaba aburrida.
Cuando la tormenta acabó y Alina había llegado a tal punto de aburrimiento que había decidido despertar a Dai solo para molestarlo, las puertas se abrieron y Mayra entró con un portazo a la habitación a zancadas, claramente muy enojada. A su espalda caminaba Elio cuidadosamente. Dai se despertó de golpe y lanzó una maldición.
—¿Cómo estuvo la reunión? –preguntó tímidamente Emir con una sonrisa notando el malhumor de Mayra.
—¿Cómo estuvo? ¿¡CÓMO ESTUVO?! ¿Por qué no le cuentas, Elio? Ahhh, es verdad. ¡No sabrías decirles porque dormiste la sesión entera! –gritó Mayra y la habitación pareció temblar.
—Estaba solo descansando la vista –replicó Elio bostezando.
BRUUUUUUUUUUUUUMMMMM...
el trueno interrumpió el silencio que se había generado... aunque la tormenta ya había terminado...
—¡Estabas roncando!
—¡Mentira, yo no ronco, solo respiro fuerte
BRUUUUUUUUUUUUUMMMMM...
otro trueno acompañado ahora de un fuerte relámpago.
—
¡
Si ibas a dormir lo hubieras dicho! ¡Seguramente hubiese sido más útil! Incluso Alina que no sabe nada de este lugar habría ayudado más que tú.
Alina estaba intentando no ofenderse cada vez que alguien decía que era una inútil, pero si llegaba a salir el tema alguna vez más iba a perder el control de su carácter. Aunque pareciera mentira, todavía nadie la había visto realmente enojada.
—¿Cómo iba a saber que había una hora de formalidades antes que la reunión empezara en serio?
—¿Eso es una buena excusa para haberte quedado dormido en una reunión de gobernantes con el comité de Eleutheria?
—Mayra clavó la mirada en él con furia. El ventanal a su espalda se abrió de golpe dando paso a un fuerte viento que empujó a Elio hacia el balcón.
—¡Mayra! ¡Hace frío afuera! ¡No seas rencorosa! –intentó disuadir Elio mientras luchaba desesperado contra el viento inútilmente.
Una vez en el balcón el ventanal se cerró y trancó, dejando al pobre Elio en el frío de las alturas en el crepúsculo.
—Los gobernantes le han dado parte del anunciador a Joy, luego de un montón de reglas y promesas que me hicieron cumplir. En el comité de mañana les será devuelto y seguiremos nuestro camino –anunció antes de entrar a uno de los dormitorios y cerrar la puerta con un duro golpe.
—Creo que será mejor que los deje descansar ahora que las formalidades han terminado –dijo Ian notoriamente incómodo para un eleutheriano.
Dando una vista al ventanal y no animándose a abrirlo para salir volando por allí en caso de que Elio volviese a entrar, se dirigió hacia la puerta y salió rápidamente dejando a todos nuevamente sin nada para hacer.