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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

Lujuria de vivir (40 page)

BOOK: Lujuria de vivir
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—Así es, —asintió Theo con la cabeza.

Vincent notó que los pintores respetaban a Zola, no porque tenía éxito, —pues despreciaban el éxito ordinario—, sino porque trabajaba en un medio que a ellos les parecía misterioso y difícil. Escuchaban atentamente sus palabras.

—La generalidad del cerebro humano piensa en dualidad de términos: luz y sombra, dulce y agrio, bueno y malo. Esa dualidad no existe en la naturaleza. En el mundo no existe el bien o el mal, sino lo que se hace y lo que se es. Cuando describimos una acción, describimos la vida; cuando damos nombres a esas acciones — como depravación u obscenidad— nos internamos en el reino del prejuicio subjetivo.

—Pero, Emile —dijo Theo —, ¿qué haría la masa del pueblo si se le quitara su standard de moralidad ?

—La moralidad es como la religión —dijo a su vez Toulouse-Lautrec—, un soporífero para cerrar los ojos de la gente a la fealdad de su vida.

—Tu amoralidad no es otra cosa que anarquismo, Zola —dijo Seurat—, anarquismo nihilista. Ya se ha tratado de emplearlo otras veces sin resultado.

—Naturalmente tenemos que tener ciertos códigos —convino Zola—. El bienestar público necesita sacrificios individuales. Yo no objeto a la moralidad sino al pudor que escupe sobre el Olympo y quiere suprimir a Maupassant. Dejemos que cada cual duerma con quien quiera; hay una moralidad más alta que todo eso.

—Abandonaremos la ética por un momento y volvamos a la inmoralidad en el arte —dijo Vincent—. Nadie jamás ha calificado mis pinturas de obscenas, pero me acusan invariablemente de una inmoralidad más grande: de fealdad.

—Sí, para el público esa es la esencia de la nueva moralidad, —convino Lautrec— ¿No vieron cómo el «Mercure de France» nos llama cultores? Los cultores de la fealdad

—La misma crítica me hacen a mí, —dijo Zola—. El otro día, una condesa me decía: «Mi querido señor Zola, ¿por qué un hombre de su extraordinario talento se ocupa de remover piedras para ver los insectos asquerosos que viven allí abajo?»

Lautrec tomó un recorte de diario de su bolsillo.

—Escuchen lo que un crítico dijo sobre mis telas expuestas en el último Salón de los Independientes: "Puede reprocharse a Toulouse Lautrec el placer con que representa a la alegría trivial, a la diversión burda y a los personajes más bajos. Parece ser insensible a la belleza de las facciones, a la elegancia de la forma y a la gracia del movimiento. Es verdad que pinta con verdadero amor los seres deformes y repulsivos, pero ¿a qué sirve tal perversión?

—Sombras de Frans Hals —murmuró Vincent.

—Y tiene razón —dijo Seurat—. Si ustedes no están prevenidos, al menos están en mal camino. El arte trata de cosas abstractas como el color, el dibujo y el tono. No debiera emplearse para mejorar las condiciones sociales o para buscar la fealdad. La pintura debería ser como la música, estar divorciada del mundo de todos los días.

—Víctor Hugo falleció el año pasado —dijo Zola—, y con él ha muerto toda una civilización. Una civilización de gestos amables, de romance, de mentiras ingeniosas y de evasiones sutiles. Mis libros pertenecen a la nueva civilización, a la civilización sin moral del siglo XX. Y lo mismo sucede con las pinturas de ustedes. Bouguereau aun arrastra sus huesos por París, pero se enfermó el día en que Edouard Manet exhibió su «Picnik sobre el pasto" y murió el día en que Manet terminó "Olympia». Es cierto que Manet ya se fue, y también Daumier, pero aun tenemos a Degas, Lautrec y Gauguin para proseguir el trabajo emprendido por ellos.

—Y puedes agregar el nombre de Vincent Van Gogh a la lista —dijo Toulouse-Lautrec.

—Sí, yo lo pongo a la cabeza de la lista —dijo Rousseau.

—Perfectamente —asintió Zola sonriendo—. Vincent, ha sido usted nombrado para el culto de la fealdad. ¿Acepta el nombramiento?

—¡Ay! —dijo el aludido—. Creo que he nacido en él.

—Formulemos nuestro manifiesto, caballeros, —dijo Zola—. Primero, consideramos bella toda verdad, por más horrible que sea. Aceptamos todo de la naturaleza, sin repudio alguno. Creemos que existe más belleza en una cruda verdad que en una linda mentira, más poesía en la tierra que en todos los salones de París. Creemos que el dolor es bueno porque es el más profundo de todos los sentimientos humanos. Creemos que el sexo es hermoso, aunque esté representado por una prostituta y un cualquiera. Colocamos al carácter por encima de la fealdad, el dolor por encima de la belleza y la cruda realidad por encima de todas las riquezas de Francia. Aceptamos la vida en su integridad, sin hacer juicios morales. Creemos que una prostituta vale tanto como una condesa, que un conserje vale tanto como un general o un campesino tanto como un ministro de gabinete, pues cada cual encaja en el patrón de la naturaleza y forma parte de la trama de la vida.

—¡Levantemos nuestros vasos, señores! —exclamó Toulouse Lautrec—. Bebamos a la amoralidad y al culto de la fealdad. ¡Qué éstos embellezcan y vuelvan a crear el mundo!

EL «PERE TANGUY»

A principio de junio, Theo y Vincent se mudaron a su nuevo departamento de la calle Lepic, 54, Montmartre. La casa quedaba a poca distancia de la Rue Laval. Ocupaban un departamento del tercer piso, de tres habitaciones, un gabinete y una cocina. El livingroom era confortable y lo amueblaron con los hermosos muebles estilo Luis Felipe, de Theo. El joven tenía un arte especial en hacer agradable cualquier ambiente. Su dormitorio quedaba al lado del living y Vincent dormía en el gabinete detrás del cual se encontraba su estudio, en una habitación bastante espaciosa y con una amplia ventana.

—Ya no necesitarás trabajar en lo de Corman, Vincent, —le dijo su hermano mientras arreglaban el departamento.

—No, a Dios gracias. Sin embargo, necesitaría hacer todavía algunos desnudos.

Theo colocó el sofá en un ángulo y observó el efecto que producía.

—Hace tiempo que no has trabajado en color, ¿verdad? — preguntó

—Así es

—¿Y por qué?

—¿Y para qué lo haría? mientras no sepa mezclar convenientemente los colores..., ¿dónde quieres que coloque este sillón, Theo?

—¿
Debajo de la lámpara o cerca de la ventana? Pero ahora que tengo un estudio propio...

A la mañana siguiente, Vincent se levantó con el sol, instaló su caballete en su estudio nuevo, colocó un pedazo de tela sobre un bastidor, sacó la paleta flamante que su hermano le había comprado y comenzó a ablandar sus pinceles. Cuando llegó la hora que Theo acostumbraba levantarse, preparó el café con leche y bajó a la panadería a comprar medias lunas.

Sentado frente a su hermano ante la mesita del desayuno, Theo notó la excitación que embargaba al joven.

—Y bien, Vincent — le dijo—, hace tres meses que has estado en la escuela... No, no quiero significar la escuela de Corman, sino la escuela de París. Has visto toda la pintura más importante que se ha realizado en el mundo en estos últimos trescientos años, y ahora estás listo para...

Vincent empujó su taza sin terminar y se puso de pie bruscamente:

—Creo que empezaré...

—Siéntate y termina tu desayuno. Tienes tiempo. No tienes nada que te preocupe, nunca dejaré que te falten pinturas o telas. También quiero que te hagas arreglar la boca, pues necesitas estar en perfecta salud. Pero, por amor de Dios, trabaja despacio y con cuidado.

No digas disparates, Theo. ¿Acaso puedo yo hacer algo despacio y con cuidado?

Aquella noche, cuando Theo regresó a su casa encontró a su hermano exasperado. Había estado trabajando durante seis años bajo las condiciones más adversas, y ahora que todo se le aplanaba para él, debía confesar humildemente su impotencia. Eran pasadas las diez cuando Theo pudo tranquilizarlo algo. Salieron a cenar afuera y poco a poco Vincent recobró su confianza, pero su hermano estaba pálido y deshecho por el esfuerzo.

Las semanas que siguieron fueron de verdadera tortura para ambos. Cuando Theo regresaba de la Galería encontraba infaliblemente a Vincent en uno de sus extraordinarios ataques de desesperación. La fuerte cerradura que había hecho colocar en la puerta de su dormitorio no servía para nada. Vincent permanecía sentado al pie de su cama hasta muy avanzada la madrugada, discutiendo constantemente, y cuando su hermano se dormía, lo despertaba sacudiéndolo de un brazo.

—Déjate de caminar de un lado para otro de ese modo —suplicó una noche Theo—. Y déjate de beber ese maldito ajenjo. No creas que es eso que ha convertido a Gauguin en un buen pintor. Y escúchame, tonto: debes aguardar lo menos un año antes de permitirte juzgar con ojo crítico tu trabajo. ¿A qué sirve enfermarte de desesperación? Cada día estás más delgado y nervioso. ¿Cómo pretendes trabajar bien en esas condiciones?

Llegó por fin el verano. El sol parecía quemar las calles. Todo París se instalaba en los cafés sobre las veredas de los grandes boulevares y permanecía allí hasta las dos de la madrugada ingiriendo bebidas heladas. La naturaleza esparcía sus bellezas por doquier y los árboles cubiertos de hojas formaban manchas verdes al borde del Sena.

Todas las mañanas con su caballete a cuestas, Vincent partía en busca de algún rincón para pintar. Nunca había conocido un verano tan caluroso ni con tanto sol en su patria, y todos los colores le parecían más vividos que en Holanda. Casi todas las noches llegaba aGoupil a tiempo para participar de las discusiones que allí se mantenían

Un día, Gauguin vino para ayudarle a mezclar sus colores.

—¿ Dónde compras esos colores? —preguntó.

—Theo los adquiere al por mayor.

—Deberías surtirte en lo del Père Tanguy. Sus precios son los más bajos de París, y fía a los artistas cuando se encuentran sin dinero.

—¿Quién es ese Père Tanguy? Ya lo he oído nombrar antes.

—¿No lo conoces? ¡Vamos allí en seguida Tú y él son los dos únicos hombres que he conocido cuyo comunismo viene realmente del corazón. Ponte tu hermoso gorro de piel de conejo y vamos a la Rue C'auzel. '

Mientras se dirigían allí, Gauguin le refirió la historia del Père Tanguy.

—Antes de venir a París fue yesero, luego trabajó en lo de Edouard como moledor de colores, después fue «concierge» de una casa en la Butte, y mientras su mujer cuidaba la casa, él vendía colores en el barrio Así conoció a Pissarro, Monet y Cézanne, quienes simpatizaron con él, y poco a poco todos nosotros le compramos nuestras pinturas. Se unió a los comunistas durante la última insurrección y un día fue apresado y condenado a dos años de galeras, en Brest, pero nosotros conseguimos sacarlo de allí. Como tenía algunos francos ahorrados abrió un negocito en la Rue Clauzel. Lautrec le pintó el frente en azul. Fue el primer hombre en París que exhibió un cuadro de Cézanne, y desde entonces todos hemos tenido nuestros cuadros en su negocio. No es que venda ninguno, ah, no, el Père Tanguy es un gran amante del arte, pero como es pobre no puede comprarse cuadros, entonces los exhibe en su pequeño negocio y se siente feliz de vivir entre ellos
.


¿
Quieres decir que aun recibiendo una buena oferta no vendería ninguno?

—Eso mismo. Acepta únicamente los cuadros que a él le agradan y una vez que están ahí resulta difícil volverlos a recuperar. Un día que estaba yo allí, entró un señor muy bien vestido y después de admirar un Cézanne preguntó cuánto valía. Cualquier otro comerciante de París hubiera estado encantado de venderlo por sesenta francos. El Père Tanguy tomó el cuadro y lo miró largo rato. Era una tela especialmente buena de Cézanne. «No puedo dejárselo a menos de seiscientos francos» —dijo—. Naturalmente, el hombre partió sin comprar, y el Père Tanguy siguió contemplando el cuadro con lágrimas en los ojos, como si lo hubiese salvado de un gran peligro.

—Y entonces, ¿a qué sirve exponer nuestro trabajo allí?

—El Père Tanguy es un tipo raro. Lo único que sabe de arte es moler colores, y, sin embargo, posee un sentido infalible para lo autentico Si te pide una de tus telas, entrégasela. Será tu iniciación oficial en el Arte Parisino. Doblemos por aquí, ésta es la Rue Clauzel.

La Rue Clauzel tenía sólo una cuadra y llevaba de la Rue des Martyres a la de Henri Monnier. Había en ella infinidad de pequeños negocios.

Cuando llegaron, el Père Tanguy estaba examinando unas estampas japonesas que comenzaban a hacer furor en París en ese entonces.

—Père, he traído a un amigo, Vincent Van Gogh. Es un ardiente comunista

—Me siento feliz en darle la bienvenida en mi negocio — dijo el dueño con una voz suave, casi femenina.

Tanguy era un hombrecito con cara regordeta y ojos fieles como los de un perro. Llevaba un sombrero ancho de paja que tenía siempre encajado casi hasta los ojos.

—¿Es usted de verdad comunista, señor Van Gogh? —inquiría tímidamente.

—No sé lo que usted entiende por comunismo, Père Tanguy. Mi opinión es que cada cual debiera trabajar lo más posible en lo que más le agrade y obtener en cambio lo que necesita para vivir.

—Es muy sencillo, ¿verdad ? —dijo riendo, Gauguin.

—Ah, Paul —repuso el Père Tanguy—. Usted ha trabajado en la Bolsa y sabe qué es el dinero que convierte a los hombres en animales.

—Sí, y la falta del dinero también.

—No, eso nunca, no es la falta de dinero, sino la falta de aumento.

—Tiene razón, Père Tanguy —asintió Vincent.

—Nuestro amigo Paul —prosiguió Tanguy—, desprecia a los hombres que ganan dinero, y nos desprecia a nosotros porque no lo ganamos. Sin embargo, prefiero pertenecer a esta última clase. Cualquier hombre que gasta para vivir más de cincuenta céntimos por día es un canalla.

—Entonces yo soy virtuoso por la fuerza —dijo Gauguin—. Père Tanguy, ¿quiere usted fiarme algunos colores? Ya sé que mi cuenta es ya grande, pero no puedo seguir trabajando al menos...

—Sí, Paul, le fiaré. Si yo tuviese un poco menos confianza en la gente y ustedes un poco más en mí, todo iría mejor. ¿Dónde está el nuevo cuadro que me prometió ? Tal vez pueda venderlo y cobrarme así lo que me debe.

Gauguin guiñó un ojo a Vincent.

—Le traeré dos. Père, para que los cuelgue uno al lado del otro. Y ahora, si quiere darme un tubo de negro, uno de amarillo...

—¡Pague su cuenta antes de llevarse más pinturas!

Los tres hombres se volvieron simultáneamente. La señora de Tanguy cerró de un portazo la puerta de la trastienda y se adelantó hacia el negocio. Era una mujer pequeña y delgada de expresión dura y mirada penetrante. Se encaró con Gauguin.

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