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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Los piratas de los asteroides (18 page)

BOOK: Los piratas de los asteroides
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—Treinta y cinco —dijo Antón, despreocupado—. No asustas a nadie, te estás portando como un tonto, finalmente. Vira y vuelve a la Tierra, Starr.

—Treinta —respondió Lucky con tono firme—. Tienes quince minutos para rendirte o morir.

«Yo mismo —pensó Lucky—, tengo quince minutos para vencer o morir.»

Por detrás de Antón, en la pantalla, surgió un rostro. Un dedo se elevó hasta los labios pálidos y apretados. Los ojos de Lucky relampaguearon y el joven trató de disimularlo desviando la vista.

Ambas naves estaban en el punto máximo de su aceleración.

—¿Qué ocurre, Starr? —preguntó Antón—. ¿Miedo? ¿El corazón late de prisa? —sus ojos bailoteaban de un lado a otro y su boca estaba entreabierta.

Lucky tuvo la repentina certeza de que Antón se regocijaba con todo lo que ocurría, que consideraba que la situación era un modo excitante de demostrar su poderío. En ese instante comprendió que el pirata jamás se rendiría, que se dejaría embestir antes que dar un paso atrás. Y Lucky sabía que sería una muerte segura.

—Veinte kilómetros —dijo Lucky.

El rostro a espaldas de Antón era el de Hansen. ¡El ermitaño! Y llevaba algo en la mano.

—Dieciséis —contó Lucky—. Seis minutos. Chocaré contigo por el espacio.

¡Era un desintegrador! Hansen empuñaba un desintegrador.

La respiración de Lucky se entrecortaba.

Antón podía girar...

Pero Antón no se perdería la expresión del rostro de Lucky ni siquiera por un segundo, si le era posible. Aguardaba a ver el terror creciente; para Lucky esto estaba perfectamente claro en la expresión del pirata. Antón no giraría ni siquiera por un estrépito mayor que el que podía hacer al disparar un desintegrador a su espalda. El disparo le cogió de lleno; la muerte fue tan repentina que la sonrisa ávida no desapareció de su cara, y aunque la vida ya se había disipado de esas facciones, el cruel regocijo perduraba. Antón cayó sobre la pantalla visora y por un segundo su rostro quedó apoyado allí, más grande que en la realidad, observando a Lucky con ojos muertos.

El joven oyó la voz de Hansen, imperativa:

— ¡Atrás, todos vosotros! ¿Queréis morir? Nos entregaremos. Ven, Starr, nos rendimos.

Lucky cambió la dirección sólo dos grados: era suficiente para evitar el choque.

Ahora su ergómetro registraba los motores de naves del gobierno que se acercaban ya.

Por fin llegaban.

En señal de rendición las pantallas visoras de la nave pirata estaban cubiertas por una capa blanca.

Era casi un axioma decir que la armada jamás estaba tranquila cuando el Consejo de Ciencias interfería abiertamente en lo que los jefes de la flota espacial consideraban su propia jurisdicción. Y muy especialmente cuando la interferencia era un éxito. Lucky Starr lo sabía muy bien y estaba preparado para soportar la poco disimulada desaprobación del almirante, que le decía:

—El doctor Conway nos ha explicado la situación perfectamente, Starr, y nosotros le felicitamos por su desempeño. Sin embargo, creo imprescindible hacerle saber que la armada ha estado en conocimiento del peligro de una invasión de Sirio desde hace tiempo y ha desarrollado un programa de acción propio. Estas intervenciones independientes del Consejo pueden llegar a ser peligrosas. Usted debe explicar esto al doctor Conway. Ahora el Coordinador me ha pedido que coopere en los próximos pasos de la lucha contra los piratas, pero —su expresión era obstinada— no puedo aceptar su sugerencia de demorar el ataque contra Ganímedes. Estimo que la armada es capaz de decidir por sí misma una batalla y de cómo vencer.

El almirante era un hombre de cincuenta años y no estaba habituado a consultar con nadie de igual a igual, y menos con un joven al que doblaba, casi, en edad. Su cara de mandíbulas fuertes lo dejaba ver con claridad.

Lucky estaba fatigado. Ahora que la nave de Antón y su tripulación estaban bajo custodia, sobrevenía el cansancio. A pesar de ello, se esforzaba por mostrarse muy respetuoso, de modo que respondió:

—Creo que si realizáramos una operación de limpieza en los asteroides, antes que nada, los sirianos de Ganímedes, automáticamente, dejarían de representar un problema.

— ¡Por la mismísima Galaxia! ¿Cómo cree Usted que sería posible una «operación de limpieza»? Hemos tratado de llevarla a cabo durante veinticinco años, sin éxito. Limpiar los asteroides es como coger plumas que se hayan esparcido. En cambio sabemos muy bien dónde está la base siriana y cuánta es su fuerza —una débil sonrisa le cruzó las facciones—. Puede que para el Consejo sea difícil comprenderlo, pero la armada está tan alerta como ustedes. Y tal vez más aún. Por ejemplo, sé que las fuerzas que responden a mis órdenes bastarán para quebrantar las defensas de Ganímedes. Estamos preparados para dar batalla.

—Eso no lo dudo y tampoco dudo que ustedes podrán derrotar a los sirianos. Pero los que están en Ganímedes no son todos los sirianos existentes. Tal vez la armada está en condiciones de sostener con éxito una batalla, ¿pero está preparada para una guerra larga y costosa?

El almirante se ruborizó.

—Se me ha pedido cooperación, pero no arriesgaré la seguridad de la Tierra. Bajo ningún tipo de circunstancia apoyaré un plan que implique la dispersión de nuestra flota en la zona de los asteroides, en tanto que una expedición siriana ha ingresado al Sistema Solar.

—¿Puede darme usted una hora? —interrumpió Lucky—. Una hora para hablar con Hansen, el prisionero de Ceres que he traído a bordo de esta nave poco antes de que usted llegara, señor.

—¿Servirá de algo?

—¿Puede darme una hora para saberlo, señor?

Los labios del almirante se contrajeron.

—Una hora puede ser valiosa. Puede ser decisiva... Bien, adelante, pero

deprisa. Veremos qué sucede.

— ¡Hansen! —llamó Lucky sin apartar sus ojos del rostro del almirante.

El ermitaño avanzó desde uno de los camarotes. Se le veía cansado, pero logró dirigir una pálida sonrisa a Lucky. En apariencia, sus horas en la nave pirata no le habían hecho mella.

—He estado admirando su nave, señor Starr —dijo Hansen—. Es una máquina excelente.

—Vamos —dijo el almirante—. No perdamos tiempo. ¡Comience ahora mismo, Starr! Su nave no es lo importante.

—Esta es la situación, señor Hansen —explicó Lucky—. Hemos detenido el avance de Antón, con su valiosísima ayuda, por la que le estamos agradecidos. Esto significa que hemos retrasado la iniciación de las hostilidades con Sirio. Sin embargo, esto no basta. Debemos alejar el peligro por entero y, como el almirante le dirá a usted, nuestro tiempo es muy escaso.

—¿En qué puedo ayudarles...? —preguntó Hansen.

—Respondiendo a mis preguntas.

—Lo haré con gusto, pero ya le he dicho a usted todo lo que sé. Lamento que haya servido de tan poco.

—Con todo, los piratas creían que usted era un hombre de cuidado. Han corrido un gran peligro para arrebatárnoslo.

—Es inexplicable para mí.

—¿Es posible que usted posea cierto conocimiento de algún detalle importante, aun sin saberlo? ¿Algo que pueda representar la derrota para ellos?

—No, no lo creo.

—Pero ellos han confiado en usted. Según lo que usted mismo me ha dicho, usted es rico: un hombre con dinero invertido en la Tierra. Y por cierto que usted está por encima del nivel común de los ermitaños. Los piratas le han tratado bien o, cuando menos, no le han despreciado ni le han robado; su bien provista casa jamás ha sido saqueada por ellos.

—Recuérdelo usted, señor Starr: les he ayudado, a mi vez.

—No mucho. Me ha dicho usted que les ha permitido descender en su roca, dejar allí alguna persona en ciertas ocasiones, y eso es todo. Si, simplemente, le hubieran asesinado, habrían obtenido todo eso y su roca al mismo tiempo. Además, no habrían tenido que preocuparse de que usted se convirtiera en un informador. Y, en forma eventual, usted se ha convertido en informador, ¿verdad?

Los ojos de Hansen se desviaron.

—Pero, a pesar de todo, ha sido así. Le he dicho la verdad.

—Sí; lo que usted me ha dicho ha sido la verdad. Pero no toda. Y repito que debe haber habido una poderosa razón para que los piratas confiaran en usted tan por entero; han de haber sabido que el gobierno podría alguna vez reclamar su vida.

—Ya se lo he dicho a usted —respondió Hansen, con tono manso.

—Usted me ha dicho que era culpable de prestar ayuda a los piratas, pero ellos confiaban en usted la primera vez que le vieron, antes de que se iniciara el trato. Y yo lo explicaría diciendo que, en otro tiempo, antes de convertirse en ermitaño, ha sido usted pirata, Hansen, y que Antón y otros hombres como él lo sabían. ¿Qué responde a esto?

El rostro de Hansen empalideció.

—¿Qué dice usted, Hansen? —insistió con cierta ironía Lucky.

Con voz muy suave, el ermitaño reconoció:

—Así es, señor Starr. En un tiempo he integrado la tripulación de una nave pirata. En una época ya lejana. He intentado borrarlo de mi memoria; me he retirado a los asteroides y he hecho todo lo posible para ser considerado un muerto en cuanto a la Tierra respecta. Cuando ha surgido este nuevo grupo de piratas en el Sistema Solar y me ha embrollado con ellos, no he tenido más opción que la de ponerme de su lado.

»Cuando usted llegó a mi roca, he hallado mi primera oportunidad de salirme de esa situación; mi primera oportunidad de afrontar el riesgo de un proceso. Después de todo, han transcurrido veinticinco años. Y tendría a mi favor el hecho de haber arriesgado mi vida para salvar la vida de un hombre del Consejo de Ciencias. Por eso me he mostrado ansioso por luchar contra los piratas invasores de Ceres. Quería tener otro punto a mi favor. Por último, he matado a Antón, salvando su vida por segunda vez, otorgando a la Tierra un respiro, según usted mismo me ha dicho, y tal vez así se podrá evitar la guerra. Sí, señor Starr: he sido un pirata, pero eso ha pasado y creo que he ofrecido una compensación.

—Sí; hasta este momento. Pero ahora, ¿tiene usted alguna información que no nos haya transmitido antes?

Hansen negó con la cabeza.

—Sin embargo —dijo Lucky—, sólo ahora ha confesado que era un pirata.

—Pero eso carece de importancia. Y usted lo ha descubierto por sí mismo. No he intentado negarlo, siquiera.

—Vaya, veamos si es posible deducir algo más que tampoco negará usted. Porque aún no nos ha dicho toda la verdad.

Hansen pareció sorprendido: —¿Qué otra cosa ha deducido usted?

—Que usted jamás ha dejado de ser un pirata, que usted es la persona que una vez fue mencionada en mi presencia, por uno de los tripulantes de la nave de Antón, luego de mi duelo con Dingo. A usted es a quien llaman Jefe. Usted, señor Hansen, es el cerebro de los piratas de los asteroides.

16. TODA LA RESPUESTA

Hansen saltó de su asiento y se quedó de pie. Un jadeo agitaba su pecho y sus labios entreabiertos.

El almirante, cogido por sorpresa, exclamó:

— ¡Hombre! ¡Por la Galaxia! ¿Qué es esto? ¿Habla usted en serio?

—Siéntese, Hansen —dijo Lucky— y dígame si me equivoco en algo.

Veamos cómo encaja todo; si estoy en un error, surgirá alguna contradicción. La historia comienza con el abordaje del Atlas por parte del capitán Antón, un hombre inteligente y capaz, aunque su mente haya sido insana. Desconfiaba de mí y de mi historia; así es que tomó una fotografía tridimensional de mí, y no le ha sido difícil hacerlo sin que yo me percatara, y la envió al Jefe, pidiendo instrucciones. El Jefe ha creído reconocerme y, por cierto, Hansen, que si usted es el Jefe, esto tendría sentido, porque en la realidad, al verme, usted me ha reconocido luego.

»El Jefe envía un mensaje que ordena mi muerte. Para Antón era un espectáculo divertido que yo me enfrentara con Dingo en un duelo con pistolas impelentes. Dingo tenía instrucciones precisas: debía matarme. Antón lo ha reconocido en nuestra última conversación. Luego, a mi regreso y porque Antón me había dado su palabra de aceptarme a prueba dentro de la organización si sobrevivía, usted se ha visto obligado a hacerse cargo de la situación por sí mismo. Entonces he sido enviado a su roca.

Hansen estalló:

— ¡Todo eso es una locura! Yo no le he hecho ningún daño, le he salvado, le llevé a Ceres.

—Así es, y también ha ido a Ceres conmigo. Mi plan era penetrar en la organización pirata y conocer los hechos desde dentro. Usted ha tenido la misma idea y mucho más éxito. Me ha llevado a Ceres y allí se ha enterado de nuestra situación: estábamos poco prevenidos, habíamos subestimado la organización pirata. Eso significaba que podía seguir adelante con sus planes a toda marcha.

»Ahora bien, así la invasión a Ceres tiene sentido. Supongo que usted se comunicó con Antón de algún modo. Los transmisores sub-etéricos de bolsillo son bien conocidos y es muy fácil establecer un código inteligente. Usted ha ido a los corredores no para luchar contra los piratas, sino para unirse a ellos, que no le mataron: le secuestraron. Algo muy curioso. Si lo que usted nos ha dicho fuera verdad, sus informes serían peligrosos para ellos, que tendrían que haberlo asesinado en el propio instante en que le vieron. Pero, por el contrario, le embarcaron en la nave de Antón, la nave principal, y le han traído hacia Ganímedes, sin maniatarle y sin vigilancia. Le ha sido muy fácil aparecer en silencio a espaldas de Antón y matarle.

Hansen protestó:

—Pero le he matado. ¿Por qué, en el nombre de la Tierra misma, habría de matarle si fuese yo quien usted dice que soy?

—Porque él era un maniático. Estaba dispuesto a permitir que chocara con ustedes antes que echarse atrás y perder su ascendiente. Usted tiene planes mucho más ambiciosos y ni siquiera ha pensado en morir para halagar la vanidad de ese hombre. Además, sabía muy bien que aun cuando lográramos impedir que Antón se comunicara con Ganímedes, solo habría una demora. Al atacar la base de Ganímedes, luego, se produciría la guerra de todos modos. Por lo tanto, prosiguiendo con su papel de presunto ermitaño, siempre hallaría la ocasión de huir y retomar su verdadera identidad. ¿Qué podía importar la vida de Antón y la pérdida de una nave frente a todo lo demás?

—¿Qué pruebas tiene usted de todo lo que ha dicho? —inquirió Hansen—. ¡Es una presunción, nada más! ¿Dónde están las pruebas?

El almirante, que había mirado a uno y otro durante toda la conversación, intervino, excitado:

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