Los Pilares de la Tierra (111 page)

Read Los Pilares de la Tierra Online

Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

BOOK: Los Pilares de la Tierra
12.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se dirigió de nuevo al priorato y entró en el recinto desde la parte sur, saltando el foso junto al viejo molino de agua. El molino estaba parado al ser aquel día festivo. No habría tomado aquella dirección de haber estado funcionando, porque el golpeteo de los martillos mientras enfurtían los tejidos le causaba siempre dolor de cabeza. Tal y como esperaba, el recinto del priorato se hallaba desierto. Era la hora en que los monjes estudiaban o descansaban, y todos los demás se encontraban aquel día en la pradera. Se dirigió hacia el cementerio, en la parte norte del enclave de la construcción. Las tumbas, cuidadosamente atendidas, con sus aseadas cruces de madera y los ramos de flores frescas le revelaron la verdad. La ciudad aún no había superado aquella matanza. Se detuvo junto a la tumba en piedra de Tom, adornada con un sencillo ángel en mármol esculpido por Jack.
Hace siete años,
se dijo,
mi padre acordó un matrimonio muy razonable para mí. William no era viejo ni tampoco feo o pobre. Cualquier otra joven en mi lugar lo hubiera aceptado con un suspiro de satisfacción. Pero yo lo rechacé y con ello di lugar a todos los desastres que siguieron. El ataque a nuestro castillo, mi padre encarcelado, mi hermano y yo en la miseria... Incluso el incendio de Kingsbridge y la muerte de Tom son consecuencia de mi obstinación.

En cierto modo, la muerte de Tom parecía el peor de todos aquellos desastres, tal vez porque tanta gente le había querido o, acaso, por ser el segundo padre que Jack perdía.

Y ahora estoy rechazando otra proposición muy razonable,
se dijo siguiendo el curso de sus pensamientos.
¿Qué derecho tengo a sentirme tan especial? Mis melindres ya han provocado bastantes dificultades. Debería aceptar a Alfred y sentirme agradecida de no tener que trabajar para Mrs. Kate
.

Se alejó de la tumba y se dirigió hacia el enclave de la construcción. Se detuvo donde habría de estar la crujía y miró hacia el presbiterio. Estaba acabado. Le faltaba sólo el techo. Los albañiles se preparaban para la siguiente fase, la de los cruceros. De hecho ya se había fijado el plan sobre el suelo, a cada uno de los lados, con estacas y cordel, y los hombres habían empezado a cavar para los cimientos. Frente a ella, los altísimos muros proyectaban largas sombras con el sol de última hora de la tarde. El día era cálido, pero en la catedral hacía frío. Aliena contempló durante largo tiempo las hileras de arcos, grandes a nivel del suelo, pequeños encima y medianos en la parte superior. El ritmo regular de la arcada, pilar, arco, pilar, producía una especie de satisfacción profunda. Justo frente a ella, en el muro este, había una bella ventana redonda. El sol, al salir, brillaría a través de la tracería durante los oficios matinales.

Si Alfred estuviera de veras dispuesto a financiar a Richard, Aliena podría tener todavía la oportunidad de cumplir con el juramento que hizo a su padre de cuidar de Richard hasta que éste recuperara el Condado. En el fondo de su corazón, sabía que habría de casarse con Alfred. Lo que pasaba era que no podía afrontarlo.

Caminó por la nave lateral de la parte sur, deslizando la mano sobre el muro, sintiendo la superficie rugosa de la piedra, hundiendo las uñas en las estrías superficiales labradas por el formón dentado de los canteros. Allí, en las naves laterales, debajo de las ventanas, el muro estaba decorado con arcos ciegos, semejante a una hilera de arcos rellenos. Éstos no tenían objetivo alguno, y sólo estaban destinados a hacer más acusada la sensación de armonía que Aliena siempre experimentaba cuando miraba el edificio. En la catedral de Tom, todo parecía hecho ex profeso para satisfacer sus exigencias.

Acaso su vida fuera algo semejante, todo previsto de antemano como en un inmenso boceto, y ella se comportara como un constructor demencial, empeñada en introducir una cascada en el presbiterio.

En la esquina sureste del templo, una puerta baja conducía hasta una angosta escalera de caracol. Siguiendo un impulso, Aliena la atravesó y empezó a subir. Al desaparecer de su vista la puerta y no ver tampoco ante sí el final de la escalera, comenzó a experimentar una sensación extraña, ya que daba la impresión de que aquel pasaje seguiría ascendiendo sin fin. Y entonces vio luz diurna. Había una ventana pequeña, casi una hendidura en el muro de la pequeña torre, destinada sin duda a iluminar la escalera. Desembocó al fin en la amplia galería que había sobre la nave lateral. No tenía ventanas al exterior pero, por la parte interior, daba a la iglesia todavía descubierta. Se sentó en la base de una de las columnas de la arcada interior, y descansó contra el fuste. La frialdad de la piedra fue como una caricia en su mejilla. Se preguntó si ese pilar lo habría esculpido Jack. Se le ocurrió pensar que si caía desde allí podía morir. Pero en realidad no estaba muy alto. Era posible que sólo se rompiera las piernas y quedara allí inmóvil, presa de terribles dolores hasta que llegaran los monjes y la encontraran.

Decidió subir hasta el trifolio. Volvió a la escalera de la pequeña torre y continuó el ascenso. El tramo siguiente era más corto, pero aún así resultaba aterrador por lo que, al llegar al final, el corazón le latía de forma desacompasada. Entró en el pasaje del trifolio, un túnel angosto en el muro. Se deslizó a lo largo de él hasta llegar al alféizar interior de una ventana del trifolio. Se aferró a la columnilla que dividía la ventana. Al mirar hacia abajo y ver el desplome de setenta y cinco pies empezó a temblar.

Oyó pisadas en la escalera de la pequeña torre. Se dio cuenta de que jadeaba como si hubiera estado corriendo. No había nadie a la vista. ¿Se habría deslizado alguien detrás de ella con intención de sorprenderla? Las pisadas avanzaban por el pasaje del triforio. Aliena dejó de apoyarse en la columnilla y permaneció temblando en el borde. En el umbral apareció una silueta. Era Jack. Su corazón latía con tal fuerza que incluso podía oírlo.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó cauteloso.

—Estaba..., estaba viendo cómo marchaba tu catedral.

Jack apuntó al capitel que había sobre la cabeza de ella.

—Yo hice eso.

Aliena levantó la vista. En la piedra aparecía esculpida la figura de un hombre sobre cuya espalda descansaba el peso del arco. Tenía el cuerpo como contorsionado por el dolor. Aliena se quedó mirándolo. Jamás había visto nada parecido.

—Así es como me siento —dijo sin darse cuenta.

Cuando volvió a mirarle, Jack estaba junto a ella, sujetándola por el brazo suavemente aunque con firmeza.

—Lo sé —respondió.

Aliena miró la caída. La idea de precipitarse desde aquella altura le hizo sentirse enferma de miedo. Se dejó conducir a través del pasadizo del triforio. Bajaron las escaleras del torreón y llegaron a tierra firme. Aliena se notaba desfallecida.

—Me encontraba leyendo en el claustro, y al levantar los ojos, te vi en el triforio —dijo Jack volviéndose hacia ella y hablando en tono natural.

Aliena contempló aquel rostro juvenil, con expresión tan honda de preocupación y ternura. Y recordó el motivo que la indujo a apartarse de todo el mundo y a buscar allí la soledad. Ansiaba besarle, y vio el mismo anhelo en la mirada de él. Todas las fibras de su ser la impulsaban hacia sus brazos. Pero ella sabía lo que tenía que hacer.

—Creo que voy a casarme con Alfred —dijo en lugar de gritarle:
Te amo como un torbellino, como un león, como una furia irreprimible.

Jack la miró. Estaba anonadado. Su expresión era triste, con una tristeza remota y discerniente que no respondía a sus años. A Aliena le pareció que iba a romper a llorar. Pero no lo hizo. Leyó furia en sus ojos. Abrió la boca para decir algo, cambió de idea, vaciló y finalmente habló.

—Más te hubiera valido saltar del triforio —murmuró con un tono de voz tan glacial como el viento del norte.

Dio media vuelta y entró de nuevo en el monasterio.

Lo he perdido para siempre, se dijo Aliena. Y sintió como si el corazón se le fuera a romper.

2

En la festividad del primero de agosto, se vio a Jack salir furtivamente del monasterio. No era, en sí, una falta grave, pero ya antes le habían pescado varias veces y el hecho de que en aquella ocasión lo hubiera hecho para hablar con una mujer soltera empeoraba todo el asunto. Al día siguiente, se examinó su trasgresión durante el capítulo y se le ordenó que se mantuviera estrictamente recluido. Eso significaba que, en ningún momento, había de abandonar los edificios monásticos, el claustro y la cripta y que cada vez que fuera de uno a otro edificio había de hacerlo acompañado.

Jack apenas se daba cuenta. Se sentía tan desolado por el anuncio de Aliena, que ninguna otra cosa era capaz de conmoverle. Si se le hubiera condenado a ser azotado, en lugar de tan sólo a verse confinado, pensaba que hubiera sentido la misma pasividad. Desde luego no había ni que hablar de que siguiera trabajando en la catedral, pero gran parte del placer se había esfumado desde que Alfred se hizo cargo. Por aquel tiempo, pasaba las tardes libres leyendo. Había avanzado muchísimo en latín y ya era capaz de leer todo aunque despacio. Y, como se daba por descontado que leía para perfeccionar su dominio del latín y no por ningún otro motivo, se le permitía utilizar cualquier libro que llamara su atención. Si bien la biblioteca era reducida, había varias obras de filosofía y matemáticas, y Jack se había lanzado con entusiasmo sobre ellas.

Encontró decepcionante mucho de lo que leía. Había páginas de genealogías, relatos repetidos hasta la saciedad de milagros realizados por muertos hacía ya un tiempo inmemorial, e interminables especulaciones teológicas. El primer libro que de verdad le atrajo narraba toda la historia del mundo desde la Creación hasta la fundación del priorato de Kingsbridge. Cuando lo terminó tuvo la impresión de que sabía todo cuanto había ocurrido. Al cabo de un tiempo comprendió que la pretensión del libro de narrar todos los acontecimientos no era plausible, ya que, en definitiva, ocurrían cosas en todas partes y durante todo el tiempo, no sólo en Kingsbridge y en Inglaterra, sino también en Normandía, Anjou, París, Roma, Etiopía y Jerusalén, de manera que el autor debía de haber dejado mucho fuera. Pese a todo, el libro despertó en Jack un sentimiento que jamás tuvo antes, el de que el pasado era como una historia en la que una cosa conducía a otra y de que el mundo no era un misterio ilimitado sino algo finito que podía llegar a abarcarse.

Aún más intrigante le resultaban los enigmas. Un filósofo preguntaba cómo un hombre débil era capaz de mover una piedra pesada con una palanca. Era algo que a Jack jamás hasta entonces le había parecido extraño. Pero, ahora ya, ese interrogante le atormentaba. En una ocasión había pasado varias semanas en la cantera y recordaba que cuando no podían mover una piedra con una palanca de hierro de un pie de largo, la solución consistía, por lo general, en utilizar otra de dos pies. ¿Por qué un mismo hombre no era capaz de mover una piedra con una palanca corta y sin embargo podía hacerlo con otra larga? Los constructores de catedrales utilizaban una inmensa rueda giratoria para subir maderas y piedras grandes hasta el tejado. El peso sujeto al extremo de la cuerda era demasiado pesado para que un hombre lo levantara manualmente; pero el mismo hombre podía hacer girar la rueda que enrollaba la cuerda y de esa manera el peso subiría. ¿Cómo era posible?

Esas elucubraciones tenían ocupada su mente por un tiempo; pero el pensamiento volvía una y otra vez a Aliena. Solía permanecer en pie en el claustro con un gran libro sobre un facistol y recordar aquella mañana en el viejo molino, en que la besó. Tenía presente cada instante de aquel beso, desde el primer roce suave de labios hasta la excitante sensación de la lengua de ella en su boca. Su cuerpo se ceñía al de la mujer, de los muslos a los hombros, hasta el punto de poder sentir las curvas de sus senos y sus caderas. La remembranza era tan intensa que le parecía experimentarlo todo de nuevo.

¿Qué había hecho cambiar a Aliena? Por su parte seguía creyendo que el beso había sido real y falsa su ulterior frialdad. En lo más íntimo de su ser sabía que la conocía. Era cariñosa, sensual, romántica, imaginativa y apasionada. También era irreflexiva y dominante, y había aprendido a mostrarse dura. Pero no era fría, cruel o insensible.

No era propio de ella casarse con un hombre sin amarle, tan sólo por su dinero. Sería desgraciada, lo lamentaría y enfermaría de desesperación. Él lo sabía y Aliena, en el fondo de su corazón, también debía saberlo.

Cierto día, cuando se encontraba en la sala escribanía, un sirviente del priorato, que barría el suelo, se detuvo un momento para descansar.

—Menuda fiesta va a haber en vuestra familia —dijo apoyándose en su escoba.

Jack, que se encontraba estudiando un mapa del mundo dibujado sobre una gran hoja de vitela, levantó la vista. Quien hablaba era un viejo avellanado, ya demasiado débil para trabajos pesados. Probablemente habría confundido a Jack con algún otro.

—¿Y por qué motivo, Joseph?

—¿No lo sabéis? Vuestro hermano se casa.

—Yo no tengo hermanos —repuso Jack de manera automática.

Pero sintió helársele el corazón.

—Vuestro hermanastro entonces —rectificó Joseph.

—No, no lo sabía. —Jack tenía que hacer la pregunta, apretó los dientes—. ¿Con quién se casa?

—Con esa Aliena.

De manera que estaba decidida a llevarlo a cabo. Jack había estado alentando la secreta esperanza de que Aliena cambiara de idea. Volvió la cara para que Joseph no pudiera ver la desesperación reflejada en ella.

—Bien, bien —murmuró, esforzándose por hablar con tono natural.

—Sí..., ésa que solía ser tan levantada a las estrellas hasta que lo perdió todo en el incendio.

—¿Dijiste...? ¿Has dicho cuándo?

—Mañana. Se casarán en la nueva iglesia parroquial que ha construido Alfred.

¡Mañana!

Aliena iba a casarse con Alfred al día siguiente. Hasta entonces, Jack nunca había llegado a creer que ello pudiera ocurrir de veras. Ahora la realidad estallaba ante él como un trueno. Y el día siguiente sería el fin en la vida de Jack. Bajó la mirada al mapa que tenía ante sí sobre el facistol. ¿Qué importaba que el centro del mundo estuviera en Jerusalén o en Wallingford? ¿Sería más feliz si supiera cómo actuaban las palancas?

Había dicho a Aliena que más le valdría saltar desde el trifolio que casarse con Alfred. Lo que debería haber dicho era que él, Jack, podía ya lanzarse desde el triforio. El priorato le fastidiaba. Consideraba que ser monje era un estilo estúpido de vida. Si no podía trabajar en la catedral y Aliena se casaba con otro, la vida no le ofrecía aliciente alguno.

Other books

To Get To You by Unknown
Icehenge by Kim Stanley Robinson
Spanking the Naughty Bride by Darling, Leena
Changing Tunes by Heather Gunter, Raelene Green
The Bone Garden: A Novel by Tess Gerritsen