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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (32 page)

BOOK: Los mundos perdidos
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Muchos estaban mudos a causa del miedo, al darse cuenta más claramente de su impotencia en manos de una fuerza todopoderosa y desconocida.

Algunos hablaban en voz alta y sin sentido sobre cosas banales, en un esfuerzo para ocultar su alteración. Los tres periodistas lamentaron ser incapaces de comunicarse con los periódicos a los que representaban. James Gresham, el alcalde, y William Polson, el jefe de policía, estaban estupefactos y eran completamente incapaces de decir qué hacer bajo circunstancias que anulaban su acostumbrada importancia en los asuntos cívicos. Y los científicos, como podría haberse esperado, estaban divididos en dos grandes grupos. Los más radicales, y aventureros, estaban más o menos inclinados a recibir favorablemente lo que quiera que estuviese por venir, a causa de los nuevos conocimientos; mientras que los otros aceptaban su destino con distintos grados de desgana, de protesta o de miedo.

Pasaron varias horas; y la Luna, una esfera de cegadora desolación en el gris abismo, había sido dejada atrás junto a la menguante Tierra. La nave aceleraba sola a través de la extensión cósmica, en un universo cuya grandeza era una revelación hasta para los astrónomos, familiarizados como estaban con las magnitudes y las multitudes de los soles, las nebulosas y las galaxias. Los treinta y cinco hombres estaban siendo apartados de su planeta natal, por una inmensidad impensable, a una velocidad mayor que la de cualquier cuerpo del sistema solar o satélite.

Era difícil medir la velocidad exacta; pero podían formarse una idea de ésta basándose en la velocidad con la que los planetas más próximos, Marte, Mercurio y Venus, iban modificando sus posiciones relativas. Parecían casi estar saliendo disparados como las pelotas de un malabarista.

Resultaba claro que alguna especie de gravedad artificial estaba funcionando en la nave; porque la falta de peso, que de otra manera habría sido inevitable en el espacio exterior, no era sentida en ningún momento. Además, los científicos descubrieron que estaban siendo aprovisionados con aire de ciertos tanques de forma rara. Evidentemente, además, había algún sistema de calefacción oculto o alguna especie de aislamiento ante la frialdad del espacio; porque la temperatura del interior de la nave se mantenía constante en torno a unos 65 a 70 grados Fahrenheit.

Mirando sus relojes, algunos del grupo descubrieron que ya había pasado la hora del mediodía en la Tierra; aunque hasta los menos imaginativos se dieron cuenta de lo absurda que resultaba la división del tiempo en veinticuatro horas del día y de la noche, en medio de la eterna luz de sol del vacío.

Muchos comenzaron a sentir sed y hambre, y a mencionar sus apetitos en voz alta. No mucho más tarde, como respondiendo, igual que el servicio que se proporciona a una buena mesa, en un hotel o en un restaurante, ciertos paneles de la pared metálica del interior, hasta entonces inadvertidos por los sabios, se abrieron sin ruido ante sus ojos y dejaron al descubierto mesas sobre las cuales había curiosos aguamaniles de boca ancha y platos profundos, parecidos a soperas, llenos hasta el borde con comidas desconocidas.

Demasiado sorprendidos para comentar durante mucho tiempo este nuevo milagro, los miembros de la delegación procedieron a probar las viandas y las bebidas que así se les ofrecían. Stilton, todavía sumido en su indignado silencio, se negó a probarlas, pero se quedó solo en su negativa.

El agua era, por supuesto, potable, aunque con un sabor ligeramente alcalino, como si procediese de pozos del desierto; y la comida, una especie de pasta rojiza, respecto a cuya naturaleza y composición los químicos dudaban, sirvió para apagar las punzadas del hambre, aunque no resultase especialmente seductora para el paladar.

Después de que los hombres de la Tierra hubiesen tomado esta comida, los paneles se cerraron de una manera tan silenciosa y discreta como se habían abierto. La nave avanzó por el espacio, hora tras hora, hasta que resultó evidente para Gaillard y sus compañeros astrónomos que o bien se dirigía directamente al planeta Marte, o bien pasaría muy cerca del mismo, en su camino a otro planeta.

El planeta rojo, con sus señales familiares, que habían contemplado tan a menudo por los telescopios del observatorio, y sobre cuya naturaleza y origen se habían hecho muchas preguntas, empezó a alzarse ante ellos y a crecer con una velocidad taumatúrgica. Entonces, notaron una señalada disminución en la velocidad de la nave, que continuó directa hacia el planeta cobrizo, como si su objetivo estuviese oculto entre el laberinto de manchas oscuras y singulares; y resultó imposible dudar por más tiempo que Marte era su punto de destino.

Gaillard y aquellos que le eran más o menos afines en sus intereses e inclinaciones se emocionaron con expectativas, pavorosas y sublimes, cuando la nave se aproximó al planeta extraño. Entonces, empezó a flotar delicadamente sobre un exótico paisaje en el que los famosos “mares” y “canales”, enormes a causa de su proximidad, podían ser claramente reconocidos.

Pronto se acercaron a la superficie del planeta rojizo, describiendo espirales por su atmósfera sin nieblas ni nubes, mientras la deceleración aumentaba hasta alcanzar la velocidad de un paracaídas. Marte les rodeaba con horizontes rígidos y monótonos, más próximos que los de la Tierra, sin mostrar ninguna otra elevación saliente, como colinas o lomas; y pronto colgaban sobre él a una altura de media milla o menos. Aquí la nave pareció frenar y pararse, sin descender más.

Debajo de ellos, podían ver un desierto de bajas elevaciones y arena amarilla rojiza, interseccionado por uno de los llamados “canales”, que se extendía sinuosamente a cada lado hasta desaparecer en el horizonte.

Los científicos estudiaron este terreno con una sorpresa que iba en continuo aumento, al imponerse en sus percepciones la verdadera naturaleza del venoso canal. No era agua, como muchos antes de entonces habían supuesto, sino una masa de pálida vegetación verde, de vastas hojas o frondes dentados, todos los cuales parecían emanar de un único tallo rastrero de color carne, de varios cientos de pies de diámetro y con hinchadas articulaciones nodulares a intervalos de media milla. Aparte de esta parra anómala y supergigantesca, no había signos de vida, animal ni vegetal, en todo el horizonte; y la longitud del tallo rastrero, que cubría todo el horizonte visible pero que, por su forma y características, parecía ser un simple zarcillo de algún crecimiento aún más grande, era algo que hacía temblar las ideas previas de la botánica terrestre.

Muchos de entre los científicos estaban casi estupefactos a causa del asombro mientras miraban abajo, desde las ventanas violetas, a esta titánica enredadera. Más que nunca, los periodistas elevaron un lamento por los avasalladores titulares que, bajo las circunstancias que prevalecían, serían incapaces de proporcionar a sus periódicos respectivos. Gresham y Polson creían que había algo vagamente ilegal en la existencia de un ser tan monstruoso bajo la forma de una planta; y la desaprobación científica sentida por Stilton y sus cofrades de mentalidad académica era la más pronunciada.

—¡Escandaloso! ¡Inaudito! ¡Ridículo! —murmuró Stilton—. Esta cosa desafía las leyes más elementales de la botánica. No existe un precedente concebible para ella.

Gaillard, que se hallaba de pie a su lado, estaba tan arrebatado por su concentración en la contemplación de la nueva planta, que apenas escuchó el comentario. El convencimiento de una aventura vasta y sublime, que había estado creciendo en su interior desde el inicio de aquel viaje, raro y estupendo, se veía ahora confirmado con diáfana claridad. No podía dar forma definitiva o coherencia al sentimiento que le poseía; pero le inundaba el presentimiento de una maravilla presente y de un milagro futuro, y la intuición de revelaciones, extrañas y tremendas, que estaban por venir.

Pocos del grupo querían hablar, o habrían sido capaces de hacerlo. Todo lo que les había sucedido durante las horas recientes, y todo lo que ahora veían, estaba tan alejado del alcance de los actos y de la inteligencia humanos, que el ejercicio normal de sus facultades estaba más o menos inhibido por el esfuerzo para ajustarse a estas condiciones únicas.

Después de que hubiesen contemplado la parra de proporciones gigantescas durante un par de minutos, los sabios se dieron cuenta de que la nave se movía de nuevo, esta vez en una dirección lateral. Volando muy lentamente y con intención, seguía lo que parecía ser el rumbo del zarcillo en dirección al oeste de Marte, sobre el que estaba descendiendo un sol pequeño y pálido por un cielo quemado y empañado, vertiendo una luz débil y gélida sobre el desolado paisaje.

Los hombres fueron abrumadoramente conscientes de una voluntad inteligente detrás de todo lo que estaba ocurriendo; y la sensación de esta supervisión, remota y desconocida, era más fuerte en Gaillard que en los demás. Nadie podía dudar que cada movimiento de la nave estaba medido y predestinado; y Gaillard sentía que la lentitud con que seguían el curso de la gran planta estaba calculada para proporcionar a la delegación tiempo suficiente como para estudiar su nuevo entorno; y, en particular, para estudiar la misma planta.

En vano, sin embargo, observaron su cambiante entorno para descubrir algo que pudiese indicar la presencia de formas orgánicas de tipo humano, no humano o sobrehumano, como se podría imaginar que existían en Marte. Por supuesto, sólo entidades semejantes, se creía, podrían haber construido, enviado y guiado la nave en que ahora se encontraban cautivos.

La nave continuó avanzando durante por lo menos una hora, recorriendo un territorio inmenso, en el cual, después de muchas millas, la desolación inicial cedía su lugar a una especie de pantano. Aquí, donde las aguas lodosas se entretejían con la tierra gredosa, el retorcido tallo se hinchaba hasta proporciones increíbles con hojas lustrosas que emparraban el suelo pantanoso casi a una milla por cada lado del elevado tallo.

Aquí también, el follaje asumía una verdosidad más viva y más rica, cargada con una sublime exuberancia vital; y el propio tallo mostraba una increíble suculencia, junto con un barniz y un brillo lustrosos, un florecimiento que, de manera rara e incongruente, sugería carne bien alimentada. La cosa parecía palpitar a intervalos regulares y rítmicos, bajo los ojos de los observadores, como una entidad viva; y, en algunos lugares, había nódulos de forma rara, o uniones al tallo, cuyo propósito nadie conseguía imaginar.

Gaillard llamó la atención de Stilton al extraño latido que podía notarse en la planta; un latido que parecía comunicarse a las hojas de cien pies que temblaban como si fuesen plumas.

—¡Humpf! —exclamó Stilton agitando la cabeza con un aire en que se mezclaba la incredulidad y el asco—. Esta palpitación es del todo imposible. Tiene que haber algo que esté más en nuestra vista..., quizá alguna alteración en el foco a causa de la velocidad de nuestro viaje. Es eso, o que hay una cualidad reflectiva en la atmósfera que da una ilusión de movimiento a los objetos estables.

Gaillard se abstuvo de llamarle la atención sobre el hecho de que este supuesto fenómeno de enfermedad visual o refracción atmosférica se limitaba en su aplicación enteramente a la planta y no extendía sus límites al paisaje que les rodeaba.

Poco después de esto, la nave llegó a una enorme ramificación de la planta; y aquí los terrestres descubrieron que el tallo que habían estado siguiendo no era más que uno de tres que se separaban para interseccionar el suelo pantanoso desde ángulos muy distintos entre sí y luego desaparecían por horizontes opuestos. La intersección estaba señalada por un doble nódulo, del tamaño de una montaña, que tenía una extraña similitud con unas caderas humanas. Aquí, el latido era más fuerte y se notaba más fácilmente que nunca; y extrañas manchas variadas y venosidades de color rojizo resultaban visibles en la pálida superficie del tallo.

Los sabios se sintieron cada vez más emocionados ante la magnitud, sin precedentes, y las singulares características de la notable planta. Pero les aguardaban revelaciones de una naturaleza aún más extraordinaria. Después de posarse durante un momento sobre la monstruosa juntura, la nave voló elevándose más a una velocidad acelerada, a lo largo del tallo principal, de una longitud incalculable, que se extendía por el horizonte de Marte occidental. Revelaba nuevas ramificaciones e intervalos variables, volviéndose incluso más grande y lujuriante al penetrar regiones pantanosas que eran, sin duda, el barro residual de un mar hundido.

—¡Dios mío! La cosa debe rodear todo el planeta —dijo uno de los periodistas con voz impresionada.

—Eso parece —Gaillard asintió gravemente—. Tenemos que estar viajando casi en línea paralela con el ecuador; y ya hemos seguido a la planta a lo largo de cientos de millas. Basándonos en lo que hemos visto, parece que los “canales” marcianos son sencillamente sus ramificaciones, y quizá las masas señaladas por los astrónomos como “mares” son masas de su follaje.

—No puedo comprenderlo —gruñó Stilton—; la maldita cosa es completamente contraria a la ciencia y a la naturaleza..., no debería existir en ningún universo racional o concebible.

—Bueno —dijo Gaillard un poco frívolamente—. Existe; y no veo cómo te puedes librar de eso. Además, aparentemente se trata de la única forma de vida vegetal en el planeta; por lo menos, hasta el momento hemos fracasado en encontrar algo remotamente parecido. No hay ninguna razón en absoluto para suponer que los reinos animal y vegetal tengan que exhibir en otros reinos la misma naturaleza y multiplicidad que muestran en la Tierra.

Stilton, mientras escuchaba el poco ortodoxo argumento, miraba a Gaillard fijamente como un mahometano miraría a algún infiel descarriado, pero estaba demasiado furioso o demasiado asqueado como para decir nada más.

La atención de los científicos fue ahora atraída a un área verdosa en la línea de su vuelo, cubriendo muchas millas cuadradas. Aquí, vieron que el tallo principal había echado una multitud de raíces, cuyo follaje ocultaba el suelo de debajo igual que un denso bosque.

Tal y como Gaillard había conjeturado, el origen de las zonas parecidas a mares estaba ahora explicado.

Cuarenta o cincuenta millas después de esta área de follaje, llegaron a otra que era incluso más extensa. La nave ascendió hasta una gran altura, y su vista descendió sobre una extensión de follaje de las dimensiones de un reino. En el medio, discernieron un nódulo circular de varias leguas de extensión, alzándose como un gran monte redondeado, del cual emanaban en todas direcciones los tallos del extraño vegetal que circunvalaban el planeta. No sólo el tamaño, sino además ciertos rasgos del inmenso nódulo, causaron la más completa confusión a los que lo contemplaban, era como la cabeza de un gigantesco pulpo, y los tallos que se extendían en todas direcciones sugerían los tentáculos. Y, lo más extraño de todo, los hombres discernieron, en el centro de la cabeza, dos enormes masas, claras y transparentes como el agua, que combinaban el tamaño de lagos con la forma y apariencia de ¡órganos ópticos!

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