Los mundos perdidos (35 page)

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Authors: Clark Ashton Smith

BOOK: Los mundos perdidos
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A los oyentes se les enseñó la invocación y control, mediante medios químicos bastante rudimentarios, de muchas fuerzas y tipos de energía que habían quedado, hasta el momento, más allá del campo de detección de los sentidos y de los instrumentos humanos. Se les enseñó también el terrible poder que se podía obtener refractando con ciertos elementos sensibilizados los rayos infrarrojos y ultravioletas del espectro, que, en una forma altamente concentrada, podía utilizarse para la desintegración y la reconstrucción de las moléculas de la materia.

Aprendieron a fabricar motores que emitían rayos de destrucción y transmutación; y cómo emplear estos rayos desconocidos, más potentes aún que los llamados rayos cósmicos, en la renovación de tejidos humanos y en la conquista de la enfermedad y la vejez.

Simultáneamente a esta educación, el señor planta se dedicó a construir una nueva nave espacial, en la cual los terrícolas regresarían a su propio planeta para predicar el evangelio marciano. La construcción de esta nave, cuyas planchas y vigas parecían materializarse en el vacío ante sus propios ojos, fue una lección práctica en el uso de esas arcanas fuerzas naturales. Los átomos que formarían las aleaciones necesarias fueron traídos juntos del espacio mediante el empleo de invisibles rayos magnéticos, fundidos mediante calor solar concentrado en una zona especialmente refractaria de la atmósfera y moldeados en la forma deseada como la botella que adquiere su forma ante el aliento del soplador del vidrio.

Equipados con estos nuevos conocimientos y potencial dominio, con un cargamento de mecanismos sorprendentes hechos por el marciano para su uso, los pro marcianos finalmente se embarcaron en su viaje en dirección a la Tierra.

Una semana más tarde del secuestro de los treinta y cinco terrícolas del estadio de Berkeley, la nave espacial conteniendo a los prosélitos marcianos aterrizó al mediodía en ese mismo estadio. Bajo el control del infinitamente hábil ser planta, descendió sin contratiempos tan delicadamente como un pájaro; y, tan pronto como las noticias de su llegada se extendieron, se vio rodeada de una gran multitud, en la que los motivos de la curiosidad y de la hostilidad estaban igualmente mezclados.

A través de la denuncia de los dogmáticos dirigidos por Stilton, los sabios y los tres periodistas dirigidos por Gaillard habían sido declarados delincuentes internacionales antes de su llegada. Se esperaba que volverían más pronto o más tarde a través de las maquinaciones del ser planta; y una ley especial, que les prohibía aterrizar en suelo terrestre bajo pena de prisión, había sido aprobada por todos los gobiernos.

Ignorantes de todo esto, e ignorantes también de lo extendido y virulento que era el prejuicio contra ellos, abrieron la puerta de la nave y se levantaron dispuestos a emerger.

Gaillard, que iba el primero, se paró al principio de las escaleras metálicas, y algo pareció frenarle mientras miraban a las caras amontonadas de la multitud, que se había agrupado con increíble rapidez. Vio enemistad, miedo, odio y sospechas en muchos de esos rostros; y en otros una curiosidad bufonesca, como podría mostrarse ante monstruos de feria. Un pequeño grupo de policías, dando codazos y haciendo retroceder a la canalla con mala educación profesional, se estaba dirigiendo hacia la primera fila; y gritos de burla y odio, empezando de dos en dos y de tres en tres para unirse en un tosco rugido, fueron lanzados contra los ocupantes de la nave.

—¡Malditos pro marcianos! ¡Abajo con los sucios traidores! ¡Colgad a los perros...!

Un tomate podrido, grande y goteante, fue arrojado contra Gaillard y se estrelló en los escalones a sus pies. Silbidos, gritos e insultos se añadieron al rugiente manicomio, pero, por encima de todo ello, él y sus compañeros escucharon una voz tranquila que hablaba desde el interior de la nave, la voz del marciano transportada a través de incontables millas de éter.

—Tened cuidado y posponed vuestro aterrizaje. Confiaos a mi guía, y todo estará bien.

Gaillard retrocedió al escuchar esta voz amenazadora, y la puerta valvular se cerró detrás de él junto con las escaleras dobladas, justo en el momento en que los policías que habían acudido a detener a los ocupantes de la nave se abrían camino entre la multitud.

Mirando estos rostros llenos de odio, Gaillard y sus compañeros sabios contemplaron una asombrosa manifestación del poder del marciano. Una pared de llamas violetas, descendiendo desde los distantes cielos, pareció interponerse entre la nave y la multitud, y los policías fueron arrojados, amoratados y jadeantes, pero sin daños, hacia atrás por la gran ola.

Esta llama, cuyo color cambiaba a azul y amarillo y a escarlata como una especie de aurora, brilló durante horas en torno a la nave e hizo virtualmente imposible que nadie se acercase. Retirándose a una distancia respetuosa, pasmados y aterrorizados, la multitud miraba en silencio; y la policía esperaba en vano una oportunidad para cumplir sus órdenes.

Al cabo de un rato, la llama se volvió blanca y nebulosa, y sobre ella, como en el seno de una nube, una extraña escena, parecida a un espejismo, apareció impresa, visible por igual a los que se encontraban dentro y fuera de la nave. Esta escena era el paisaje marciano en el que el cerebro central del señor planta estaba situado; y la multitud se quedó boquiabierta al recibir la mirada de los enormes ojos telescópicos, y vio los interminables tallos y masas de extensas asociaciones de follaje perenne.

Otras escenas y demostraciones siguieron, todas las cuales estaban calculadas para impresionar a la multitud con los poderes de obrar maravillas y las maravillosas facultades de este remoto ser.

Imágenes que ilustraban la vida histórica del marciano, además de las diferentes energías naturales arcanas sujetas a su dominio, seguidas una tras otra en rápida sucesión. El propósito de la pretendida alianza con la Tierra y los beneficios que de ella recibiría la humanidad fueron también representados. La sabiduría y benignidad divina del poderoso ser, su superior naturaleza orgánica, su supremacía vital y científica, quedaron en claro hasta para el observador más tonto.

Muchos de aquellos que habían acudido a burlarse, o habían estado preparados para recibir a los pro marcianos y a su evangelio con desprecio, odio y violencia, se convirtieron al instante a la causa extraterrestre ante estas sublimes demostraciones.

Sin embargo, los científicos más dogmáticos, los auténticos irreductibles, representados por Godfrey Stilton, mantuvieron una postura de obstruccionismo adamantino, en la que fueron apoyados por los oficiales de la ley y del gobierno, además de por los prelados de las distintas religiones. La división de opiniones que se extendió por todo el mundo se convirtió en la causa de muchas guerras civiles y revoluciones, y en uno o dos casos condujo a hostilidades bélicas entre dos naciones.

Se realizaron numerosos esfuerzos para capturar y destruir la nave espacial marciana, que, bajo la guía de su piloto ultraplanetario, aparecía en muchos sitios del mundo, descendiendo repentinamente desde la estratosfera para realizar increíbles milagros científicos ante los ojos de las pasmadas multitudes. En todos los rincones del mundo, las imágenes fueron proyectadas sobre la pantalla de fuego nublado, y más y más gente se pasó a la nueva causa.

Los bombarderos persiguieron a la nave e intentaron arrojar su mortífera carga sobre ella, pero sin éxito, porque, siempre que la nave estaba en peligro, la aurora de llamas intervenía, desviando y devolviendo las bombas que habían explotado, a menudo para perjuicio de los que las habían lanzado.

Gaillard y sus compañeros, con valor de leones, salieron muchas veces de la nave, para mostrar, ante las multitudes o ante grupos selectos de sabios, las maravillosas invenciones y taumaturgias químicas que les había proporcionado el marciano. Por todas partes, la policía intentó detenerles, multitudes enloquecidas intentaron hacerles daño, regimientos armados intentaron aislarles y cortarles la retirada a la nave. Pero, con una habilidad que no parecía menos que sobrenatural, conseguían siempre evitar ser capturados; y a menudo confundían a sus perseguidores mediante sorprendentes demostraciones o invocaciones de fuerzas esotéricas, paralizando temporalmente a los oficiales cívicos con rayos invisibles, o creando en torno a ellos una zona defensiva de calor intolerable o de frío ártico. Sin embargo, a pesar de esta miríada de demostraciones, las fortalezas del aislamiento y la ignorancia humanos seguían siendo inexpugnables en muchos lugares.

Profundamente alarmados por la amenaza extraterrestre a su estabilidad, los gobiernos y las religiones de la Tierra, además de los elementos científicos más conservadores, reunieron sus fuerzas en un intento, de lo más decidido y heroico, para frenar la incursión. Hombres de todas las edades, en todas partes, fueron llamados a filas en los ejércitos regulares; e incluso las mujeres y los niños fueron equipados con las armas más mortíferas del momento para su uso contra los pro marcianos, quienes, junto con sus mujeres y familiares, fueron considerados como infames renegados a los que había que cazar y asesinar como bestias salvajes, sin ceremonias.

La guerra civil resultante fue la más terrible de la historia humana. Clase social contra clase social y familia contra familia. Nuevos gases, más letales que los que hasta aquel momento se habían utilizado, fueron diseñados por los químicos, y regiones y ciudades enteras fueron apagadas bajo sus terribles efectos. Otras se convirtieron en fragmentos que volaban por los aires bajo el efecto de únicas cargas de explosivos superpotentes; y se hizo la guerra con aviones, con cohetes, con submarinos, con cruceros, con tanques, con cada vehículo y artilugio de muerte o destrucción creados por el ingenio homicida.

Los pro marcianos, que habían alcanzado algunas victorias al principio, estaban en una gran inferioridad numérica; y la suerte del combate empezó a volverse contra ellos. Repartidos en muchos países, se encontraron incapaces de unirse y organizar sus fuerzas en el mismo grado que sus oponentes oficiales. Aunque Gaillard y sus devotos compañeros iban a todas partes con su nave espacial, ayudando y apoyando a los radicales, e instruyéndoles en las nuevas armas y energías cósmicas, el grupo sufrió grandes derrotas a través de la brutal superioridad numérica de sus oponentes. Más y más, se vieron reducidos a pequeñas bandas, cazados y perseguidos, y obligados a buscar refugio en las zonas más salvajes y menos exploradas de la Tierra.

En Norteamérica, sin embargo, un gran ejército de rebeldes científicos, cuyos familiares se habían visto empujados a unirse a ellos, consiguió mantener a raya a sus enemigos durante un tiempo. Rodeados por fin, y enfrentándose a enemigos superiores, el ejército estaba al borde de una derrota aplastante.

Gaillard, sobrevolando las negras y voluminosas nubes de la batalla, en que se mezclaban los gases venenosos con los humos de explosivos de alta potencia, sintió por primera vez la acometida de la verdadera desesperación. A él y a sus compañeros les parecía que el marciano les había abandonado, asqueado, quizá, con el horror bestial de todo el asunto y la odiosa y ciega estrechez de miras y la necedad fanática de la humanidad.

Entonces, a través del cielo lleno de humo, una flota de naves doradas y cobrizas descendió para aterrizar en el campo de batalla entre los partidarios de Marte. Había miles de estas naves; y de todas las puertas de entrada, que se habían abierto simultáneamente, surgió la voz del señor planta, llamando a sus partidarios e indicándoles que entrasen en la nave.

Salvados de la aniquilación por este acto de providencia marciana, todo el ejército obedeció la orden; y, tan pronto como los últimos hombres, mujeres y niños hubieron subido a bordo, las puertas se cerraron de nuevo, y la flota de naves espaciales, girando en graciosas y burlonas espirales sobre las cabezas de los confundidos conservadores, se elevó sobre el campo de batalla como una bandada de pájaros rojo cobrizo, y desapareció en los cielos del mediodía, conducida por la nave que llevaba al grupo de Gaillard.

En el mismo momento, en todas las partes del mundo en que pequeñas bandas de heroicos radicales se habían visto aisladas o amenazadas con la captura o la destrucción, otras naves descendieron de igual manera y se llevaron a los pro marcianos y sus familias hasta el último elemento. Estas naves se unieron a la flota principal en mitad del espacio; y, después, todas continuaron su curso bajo el misterioso pilotaje del señor planta, volando a una velocidad supercósmica a través del vacío rodeado de estrellas.

Contrariamente a las expectativas de los exiliados, las naves no fueron conducidas hacia Marte; y pronto resultó evidente que su objetivo era el planeta Venus. La voz del marciano, hablando por el eterno éter, hizo el siguiente anuncio:

—En mi infinita sabiduría, mi suprema presciencia, os he apartado de la lucha sin esperanza para establecer en la Tierra la luz soberana y la verdad que os había ofrecido. Tan sólo a vosotros de la Tierra os he encontrado dignos; y la multitud de la humanidad que han rechazado la salvación con odio y de una manera contumaz, prefiriendo la oscuridad natal de la enfermedad, la muerte y la ignorancia en la que nacieron, deben ser abandonados desde ahora a su inevitable destino. A vosotros, como los fieles sirvientes en los que confío, os envío para colonizar bajo mi tutela un gran continente en el planeta Venus, y fundar, entre la exuberancia primordial de este nuevo mundo, una nación supercientífica.

La flota pronto se acercó a Venus, y rodeó el ecuador a una gran altura de su atmósfera cargada de nubes, por la que no se podía distinguir otra cosa que no fuese un océano hirviente que parecía estar a punto de evaporarse, que parecía cubrir todo el planeta. Aquí, bajo un sol que nunca se ponía, prevalecían por todas partes unas temperaturas intolerables, tales que podían haber cocido la carne de un ser humano expuesto directamente a la acuosa atmósfera. Sufriendo, incluso en el interior de sus naves aisladas, ese terrible calor, los exiliados se preguntaban cómo iban a subsistir en un mundo semejante.

Por fin, su destino se puso ante su vista, y sus dudas quedaron resueltas. Aproximándose al lado nocturno de Venus que nunca queda expuesto a la luz del día, en una latitud en la que el sol caía muy lateralmente, como sobre reinos árticos, contemplaron, a través de vapores cada vez menos densos, una inmensa extensión de tierra, el único continente en aquel mar planetario. Dicho continente estaba cubierto con fértiles junglas, conteniendo una flora y una fauna similares a las de las eras preglaciales de la Tierra.

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