Los gritos del pasado (43 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los gritos del pasado
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—Ya, bueno, entretanto tengo en la sala de interrogatorios a un tipo al que tengo que soltar, además, después de pedirle disculpas —se lamentó Patrik lanzando un suspiro.

—Bueno, hay una cosa más.

—¿Sí? —preguntó Patrik.

Pedersen parecía dudar.

—La otra prueba que hemos realizado es la de Gabriel Hult y…

—Dime —lo acució Patrik.

—Pues, según nuestro análisis de la estructura de su ADN y después de contrastarla con la de Jacob, es imposible que Gabriel sea su padre.

Patrik se quedó petrificado en la silla.

—¿Sigues ahí?

—Sí, sí, estoy aquí. Sólo que no era eso lo que esperaba oír. ¿Estás seguro? —inquirió antes de caer en la cuenta de cuál sería la respuesta, y de adelantarse a Pedersen—. Ya, bueno, ya sé que es un resultado preliminar y que tenéis que hacer más pruebas, etc.; ya lo sé, no tienes que decírmelo una vez más.

—¿Puede ese dato ser importante para la investigación?

—En estos momentos, todo es importante para la investigación, así que seguro que podemos sacarle algún partido. Gracias, Pedersen.

Patrik permaneció sentado un rato más, presa del más absoluto desconcierto, con las manos cruzadas por detrás de la nuca y los pies sobre el escritorio. El resultado negativo de la prueba de Jacob los obligaba a modificar su tesis por completo. Seguía en pie el dato de que el asesino de Tanja era, de hecho, familia de Johannes y, con Jacob fuera de juego, sólo tenían a Gabriel, Johan y Robert. Uno menos, quedaban tres. Sin embargo, aunque no fuese Jacob, Patrik era capaz de apostar cualquier cosa a que algo sabía. A lo largo de todo el interrogatorio, experimentó la sensación de que les ocultaba algo, un dato que Jacob luchaba por mantener oculto bajo la superficie. La información que acababa de facilitarle Pedersen quizá les proporcionase la ventaja que precisaban para hacerle hablar. Patrik bajó los pies de la mesa y se levantó. Le explicó a Gösta sucintamente lo que había averiguado y ambos volvieron a la sala de interrogatorios, donde Jacob se toqueteaba las uñas de aburrimiento. Los dos policías habían llegado a un acuerdo sobre qué estrategia aplicar.

—¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí?

—Tenemos derecho a retenerte durante seis horas, pero, como ya te dijimos, tú tienes derecho a llamar a un abogado en el momento en que lo desees. ¿Quieres llamar a alguno?

—No, no es necesario —respondió Jacob—. Aquel que es inocente no necesita otro defensor que la fe en que Dios lo pondrá todo en su lugar.

—Bien, en ese caso debes de sentirte bien protegido; Dios y tú parecéis uña y carne —aseguró Patrik.

—Él sabe dónde me tiene a mí y yo dónde lo tengo a Él —repuso Jacob secamente—. Y me compadezco de quienes viven su vida sin Dios.

—Así que nosotros, pobres infelices, te damos pena. ¿Es eso lo que quieres decir? —preguntó Gösta en tono jocoso.

—Hablar con vosotros es perder el tiempo. Habéis cerrado vuestros corazones.

Patrik se inclinó hacia delante para estar más cerca de Jacob.

—Resulta interesante todo eso de Dios, el diablo, el pecado y todo lo demás. ¿Cuál es la postura de tus padres al respecto? ¿Viven ellos conforme a los mandamientos de Dios?

—Puede que mi padre se haya apartado de la parroquia, pero conserva la fe y tanto él como mi madre son personas temerosas de Dios.

—¿Estás seguro de ello? Quiero decir, ¿qué sabes tú de su forma de vida?

—¿A qué te refieres? ¡Yo conozco a mis padres! ¿Estáis tramando algo para ensuciar su buen nombre?

A Jacob le temblaban las manos y Patrik experimentó cierta satisfacción al comprobar que había logrado perturbar su estoico sosiego.

—Quiero decir que es imposible que tú sepas lo que sucede en la vida de otras personas. Tus padres pueden tener sobre su conciencia pecados que tú ni sospechas, ¿no crees?

Jacob se puso en pie y se encaminó a la puerta.

—¡Bueno, ya es suficiente! O me detenéis o me soltáis, pero no pienso seguir escuchando vuestras mentiras.

—Por ejemplo, ¿tú sabías que Gabriel no es tu padre?

Jacob quedó paralizado en mitad de un movimiento, con la mano a medio camino hacia la manivela, y se dio la vuelta muy despacio.

—¿Qué has dicho?

—Te preguntaba si tú sabías que Gabriel no es tu padre. Acabo de hablar con los técnicos que están analizando las muestras de sangre que os extrajimos y no cabe la menor duda: Gabriel no es tu padre.

Jacob palideció y a los dos agentes no les cupo la menor duda de que estaba sorprendido.

—¿Han analizado mi sangre? —preguntó con voz trémula.

—Sí, y te prometí que te pediría perdón si estaba equivocado. —Jacob lo miraba sin pronunciar palabra—. Perdón —dijo Patrik—. Tu sangre no coincide con el ADN hallado en el cuerpo de la víctima.

Jacob se vino abajo como un globo pinchado y se dejó caer pesadamente en la silla.

—Entonces, ¿qué va a pasar ahora?

—Has dejado de ser sospechoso del asesinato de Tanja Schmidt, pero yo sigo creyendo que nos ocultas algo. Ahora tienes la oportunidad de contarnos lo que sabes y creo que debes aprovecharla, Jacob.

Jacob negó con la cabeza antes de responder:

—Yo no sé nada. Yo ya no sé nada. Por favor, ¿no podría irme ya?

—Todavía no. Antes queremos hablar con tu madre, porque supongo que tendrás alguna que otra pregunta que hacerle.

Jacob asintió.

—Pero ¿por qué razón queréis hablar con ella? Esto no tiene nada que ver con la investigación, ¿verdad?

Patrik se sorprendió a sí mismo al oírse repetir las palabras que le había dicho a Pedersen:

—En estos momentos, todo tiene que ver con la investigación. Ocultáis algo, podría apostarme el sueldo de todo un mes. Y estamos decididos a averiguar qué es, sean cuales sean los medios que hayamos de utilizar.

Era como si toda la fuerza combativa de Jacob hubiese desaparecido de repente, pues ya sólo era capaz de asentir resignado. La noticia parecía haberlo conmocionado.

—Gösta, ¿podrías ir a buscar a Laine?

—Pero no tenemos autorización para traerla aquí. ¿O sí? —inquirió Gösta contrariado.

—Seguramente ya se habrá enterado de que tenemos aquí a Jacob para interrogarlo, de modo que no será complicado convencerla para que venga por voluntad propia. —Patrik se dirigió a Jacob—. Te traeré algo de comer y de beber, y te quedarás aquí solo un rato, hasta que hayamos hablado con tu madre. Después podrás tener una charla con ella tú mismo, ¿de acuerdo?

Jacob asintió apático. Daba la sensación de estar sumido en los más hondos pensamientos.

A
nna fue a abrir la puerta de su casa de Estocolmo con una mezcla de sentimientos antagónicos. Había sido maravilloso desconectar por un tiempo, tanto para ella como para los niños, pero también había contribuido a que su entusiasmo por Gustav se enfriase ligeramente. En honor a la verdad, había sido un suplicio pasar varios días en aquel barco con él y con su pedantería. Además, durante la última conversación que mantuvo con Lucas, detectó algo en su tono de voz que la dejó preocupada. Pese a todo el maltrato a que la había sometido, Lucas siempre había dado la impresión de tener control sobre sí mismo y sobre la situación. Ahora, por primera vez, había oído resonar el pánico en su voz y, con ello, la intuición de que podían suceder cosas que él no tuviese calculadas. Anna había oído, a través de un conocido, rumores de que estaba empezando a irle mal en el trabajo: había perdido los nervios durante una reunión, en otra ocasión había insultado a un cliente y, en general, su impecable fachada comenzaba a agrietarse. Y eso la aterraba lo indecible.

Había algo raro en aquella cerradura. La llave se resistía a girar hacia donde debía. Tras varios intentos, comprendió la razón, la llave no estaba echada. Aun así, ella tenía la certeza de que había cerrado con llave cuando se marchó hacía una semana. Anna les dijo a los niños que se quedasen donde estaban y abrió con la máxima cautela. Estuvo a punto de desmayarse. Su primer apartamento propio, del que se sentía tan orgullosa, estaba destrozado por completo. No quedaba un solo mueble en pie. Todo estaba deshecho y alguien había escrito en las paredes con spray negro. «Puta», se leía en la pared de la sala de estar, rotulado en mayúsculas. Anna se llevó la mano a la boca mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. No tenía que pensar mucho para saber quién le había hecho algo así. El temor que llevaba rondándole por la cabeza desde que habló con Lucas se había convertido en una certeza: Lucas había empezado a perder el control. El odio y la ira que siempre mantenía a raya bajo la superficie habían empezado a erosionar también la fachada.

Anna retrocedió en el rellano de la escalera y estrechó a sus hijos muy fuerte contra su pecho. Su primer impulso fue llamar a Erica, pero enseguida cambió de parecer y decidió que tenía que resolver aquello sola.

Estaba contenta con su nueva vida y se sentía muy fuerte. Por primera vez desde siempre era dueña de su existencia, no la hermana pequeña de Erica, ni la mujer de Lucas; dueña de sí misma. Y ahora todo estaba destruido.

Sabía lo que se vería obligada a hacer: el gato había ganado la partida y ahora al ratón no le quedaba más que un lugar en el que refugiarse. Cualquier cosa, con tal de no perder a los niños.

Sin embargo, estaba convencida. Por lo que a ella se refería, estaba dispuesta a rendirse; pero si tocaba a alguno de los niños, lo mataría sin dudarlo.

A
quel no había sido un buen día. Gabriel se había indignado tanto ante lo que él llamaba abuso por parte de la policía que se encerró en su despacho y se negó a salir. Linda volvió al establo con los caballos y Laine se quedó sola en la sala de estar, con la mirada perdida. La idea de que Jacob estuviese siendo interrogado en la comisaría le llenaba los ojos de lágrimas por la humillación que suponía. Era su instinto maternal lo que la movía, su deseo de defenderlo de todo mal, ya fuese niño o adulto, y aunque sabía que aquello quedaba fuera de su ámbito de control, lo sentía como un fracaso. El monótono tictac de un reloj resonaba en el silencio y su tono monocorde estuvo a punto de hacerla entrar en trance; de ahí que se sobresaltara al oír el ruido de unos golpes en la puerta. Fue a abrir presa de una gran angustia, pues últimamente sentía que cada llamada a su puerta traía consigo una desagradable sorpresa. Así, no se sorprendió lo más mínimo al ver a Gösta.

—¿Qué quieren ahora?

Gösta se retorció las manos un tanto turbado.

—Necesitamos que responda a algunas preguntas… en la comisaría —guardó silencio, como a la espera de que Laine lo abrumase con una avalancha de protestas. Pero ella asintió sin más y lo siguió hasta la escalinata.

—¿No va a decirle a su marido adonde va? —preguntó Gösta extrañado.

—No —replicó ella por toda respuesta. Gösta la observó con curiosidad y, por un instante, se preguntó si no se habrían excedido al presionar a la familia Hult. Después recordó que, en algún punto de sus intrincadas relaciones familiares, existía un asesino y, además, una joven desaparecida. La pesada puerta de roble se cerró tras ellos y, como una esposa japonesa, Laine fue caminando a unos pasos de Gösta hasta llegar al coche. Recorrieron el trayecto hasta la comisaría en medio de un penoso silencio, sólo interrumpido por Laine, que quiso saber si aún tenían a su hijo allí retenido. Gösta asintió sin pronunciar palabra y, durante el resto del camino hasta Tanumshede, Laine se dedicó a mirar por la ventanilla y a contemplar el paisaje que iban dejando atrás. Ya empezaba a atardecer y el sol teñía de púrpura los campos; sin embargo, ninguno de los dos se percató de la belleza del entorno.

P
atrik pareció aliviado cuando los vio entrar en la comisaría. Mientras Gösta iba a buscar a Laine, él se había dedicado a caminar pasillo arriba y abajo, nervioso e impaciente, ante la puerta de la sala de interrogatorios, con el ferviente deseo de haber podido leer los pensamientos de Jacob.

—Hola —saludó apenas a Laine. Empezaba a considerar superfluas las presentaciones, por enésima vez, y estrecharle la mano le parecía un gesto demasiado formal, dadas las circunstancias. No estaban allí para intercambiar formalismos corteses. Patrik se sentía ligeramente preocupado por el modo en que Laine se tomaría sus preguntas. Presentaba un aspecto muy frágil y débil, con los nervios a flor de piel, pero pronto comprobó que no tenía por qué inquietarse pues Laine parecía resignada, pero serena y tranquila.

Puesto que la comisaría de Tanumshede sólo contaba con una sala de interrogatorios, fueron a sentarse en el comedor. Laine rechazó el café que le ofrecieron, mientras que tanto Patrik como Gösta sentían la necesidad de un aporte de cafeína. El café sabía a latón, pero lo bebieron sin darlo a entender con ninguna mueca. Ninguno de los dos sabía por dónde empezar y, para su sorpresa, fue Laine la que se les adelantó abriendo el diálogo.

—Creo que tenían unas preguntas que hacerme, ¿no? —preguntó señalando a Gösta.

—Sí —contestó Patrik despacio—. Hemos obtenido cierta información que no estamos seguros de cómo tratar, ni de qué papel puede desempeñar en la investigación. Tal vez ninguno, pero en estos momentos, no hay tiempo para tratar las cosas con delicadeza, de modo que iré derecho al grano —en este punto, Patrik respiró hondo. Laine seguía sosteniéndole la mirada, impasible; pero el agente vio que tenía las manos cruzadas y muy tensas—. Tenemos un primer resultado preliminar de los análisis de sangre —ahora vio, además, que le temblaban las manos y se preguntó durante cuánto tiempo sería capaz de mantener su aparente calma—. En primer lugar, he de decirle que el ADN de Jacob no coincide con el ADN que hallamos en la víctima.

Laine se vino abajo ante sus ojos. Las manos le temblaban ya sin control y, entonces, Patrik comprendió que había acudido a la comisaría dispuesta a oír que su hijo había sido detenido por asesinato. Con el alivio pintado en el rostro, y después de tragar saliva varias veces para contener el llanto, Laine permaneció en silencio, de modo que Patrik prosiguió:

—En cambio, sí que encontramos una anomalía al comparar la sangre de Jacob y de Gabriel. Su análisis muestra con toda claridad que Jacob no puede ser hijo de Gabriel… —dijo, interrogando con la entonación y a la espera de la reacción de la mujer. Ahora bien, la tranquilidad que Laine había sentido al oír que su hijo quedaba libre de sospecha pareció haberle quitado un enorme peso de encima, por lo que sin dudar más de un segundo, respondió:

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