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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (18 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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Caramon seguía siendo tan fuerte y tan corpulento como tres hombres juntos, aunque gran parte del volumen de su circunferencia había cambiado de sitio debido a la costumbre de probar todos los platos, lo que según él era su obligación. El cabello se le había puesto un poco canoso en las sienes, y tenía lo que él llamaba «líneas reflexivas» en la frente. Era un hombre cordial, afable, que tomaba la vida tal como venía. Estaba orgulloso de sus muchachos, adoraba a sus hijitas, y amaba profundamente a su esposa. Su único pesar, lo único que lamentaba, era haber perdido a su hermano gemelo a causa del mal y la ambición. Pero no dejaba que esa pequeña nube empañara su vida.

Aunque llevaba casada más de veinticinco años y había dado a luz a cinco hijos, Tika todavía hacía que algunas cabezas se volvieran cuando iba de un lado a otro de la taberna. Se había puesto más rellenita con el paso de los años, sus manos se habían agrietado y enrojecido de estar metidas constantemente en agua jabonosa. Pero su sonrisa continuaba resultando contagiosa, y alardeaba con orgullo de que no tenía ni una sola cana en sus lustrosos rizos pelirrojos.

Tanis no podía decir lo mismo. Su parte de ascendencia humana se estaba imponiendo de un modo muy rápido, a su parecer. La parte de ascendencia elfa no podía hacer mucho para frenar el deterioro. Seguía siendo fuerte, y todavía podía sostener sus propias batallas, aunque esperaba no tener que llegar a esos extremos.

Quizá fuera la pena, la preocupación, el tumulto de estos últimos meses lo que le había pintado mechones de plata en el cabello y la barba.

Tika y Caramon permanecieron un momento enlazados en un cariñoso abrazo, encontrando alivio y descanso el uno en el otro.

—Además —añadió Tika mientras miraba a Tanis—, a ti te viene bien que no estemos ocupados. ¿Cuándo se supone que vendrán?

—No hasta bastante después de oscurecer —contestó el semielfo al tiempo que miraba por la ventana—. Al menos, eso es lo que planeaba Porthios. Dependerá de cómo se sienta Alhana...

—¡Mira que hacerla trajinar por tierras salvajes, con este calor y en su condición! ¡Hombres! —resopló Tika. Se irguió y le dio a su marido un coscorrón en broma.

—¿Por qué me pegas a mí? —protestó Caramon mientras se frotaba la coronilla y se volvía a mirar a su esposa—. No tengo nada que ver con eso.

—Porque todos sois iguales, por eso —respondió ella con ambigüedad. Miró fijamente por la ventana la creciente oscuridad al tiempo que se retorcía el delantal.

»Es una mujer madura», cayó de repente en la cuenta Tanis. «Qué raro. No me había fijado hasta ahora. Quizá sea porque, cada vez que pienso en Tika Waylan, veo a aquella descarada muchacha pelirroja que atizaba sartenazos a los draconianos en la cabeza. Solía encontrar a aquella muchacha de nuevo mirando los ojos verdes de Tika, pero no esta noche. Esta noche veo las arrugas en torno a su boca, y sus hombros hundidos. Y en sus ojos... miedo.»

—Algo malo pasa con los chicos —dijo la mujer de repente—. Ha ocurrido algo. Lo sé.

—No ha pasado nada —replicó Caramon con una afectuosa exasperación—. Estás cansada. Es por el calor...

—No estoy cansada. ¡Y no es por el calor! —exclamó Tika bruscamente, en un arranque de mal genio—. Nunca me había sentido así. —Se llevó la mano al corazón—. Es como si me estuviera ahogando. Me duele tanto el corazón que apenas si puedo respirar. Eh... creo que iré a ocuparme del cuarto de Alhana.

—Ha estado yendo a esa habitación cada hora, desde que llegaste, Tanis. —Caramon suspiró. Siguió con la mirada a su esposa, que subía la escalera, con expresión preocupada—. Ha estado comportándose de un modo raro todo el día. Empezó anoche, con algún sueño terrible que no pudo recordar. Pero ha estado así desde que los chicos se unieron a las órdenes de caballería. Era la persona más enorgullecida de todos los asistentes a la ceremonia. ¿Lo recuerdas, Tanis? Estabas allí. —Tanis sonrió. Sí, lo recordaba. Caramon sacudió la cabeza.

»Pero esa noche estuvo llorando hasta quedarse dormida, cuando estuvimos solos. No le daba importancia a combatir a los draconianos cuando era joven, y se lo recordé. Me llamó zoquete y dijo que eso fue entonces y que esto era ahora, y que yo jamás entendería los sentimientos de una madre. ¡Mujeres!

—¿Dónde están el joven Sturm y mi ahijado Tanin? —preguntó el semielfo.

—Las últimas noticias que tuvimos es que andaban por el norte, cabalgando hacia Kalaman. Parece que el mando de los solámnicos por fin te toma en serio, Tanis. Respecto a los Caballeros de Takhisis, me refiero. —Caramon bajó la voz a pesar de que la sala estaba vacía, a excepción de ellos dos—. Palin nos escribió que se dirigían hacia el norte para patrullar a lo largo de la costa.

—¿Palin fue con ellos? ¿Un mago? —Tanis no salía de su asombro. De momento, olvidó sus propias preocupaciones.

—Extraoficialmente. Los caballeros jamás autorizarían tener a un mago en sus filas; pero, puesto que era una misión rutinaria de patrulla, permitieron que Palin acompañara a sus hermanos. Al menos, es lo que dijo el comandante mayor. Es evidente que Palin creyó que no era ésa la única razón. O eso dio a entender.

—¿Qué le hizo pensar así?

—Bueno, la muerte de Justarius, para empezar.

—¿Qué? —Tanis estaba boquiabierto—. Justarius.., ¿muerto?

—¿No lo sabías?

—¿Cómo iba a saberlo? —replicó Tanis—. He estado recorriendo a hurtadillas los bosques durante meses, haciendo cuanto estaba en mi mano para evitar una guerra civil entre elfos. Ésta será la primera noche que duermo en una verdadera cama desde que dejé Silvanesti. ¿Qué le pasó a Justarius? ¿Y quién es el jefe del Cónclave de Hechiceros ahora?

—¿No lo imaginas? Nuestro viejo amigo. —El gesto de Caramon era lúgubre.

—Dalamar. Por supuesto. Debí suponerlo. Pero Justarius...

—Ignoro los detalles. Palin no se explicó mucho. Pero los hechiceros de las tres lunas tomaron en serio tus advertencias sobre los caballeros negros, aunque nadie más de Ansalon lo hiciera. Justarius ordenó un ataque mágico contra los Túnicas Grises del alcázar de las Tormentas. Él y varios más entraron en la torre de allí. Lograron salir escapando con vida por poco, y Justarius ni siquiera eso.

—Necios —dijo Tanis amargamente—. Los hechiceros de Ariakan son inmensamente poderosos. Extraen su magia de las tres lunas, o eso es lo que me dijo Dalamar. Una fuerza reducida de magos de Wayreth entrando en la torre Gris estaba destinada al desastre. No imagino a Dalamar de acuerdo con un plan tan insensato.

—Pues ha salido muy beneficiado —comentó Caramon con tono seco—. Te hace pensar de qué lado está en todo este asunto. También sirve a la Reina Oscura.

—Su lealtad es hacia la magia ante todo, sin embargo. Como le enseñó su
shalafi.

Tanis sonrió al evocar viejos recuerdos, y lo complació ver que el posadero también sonreía. Raistlin, hermano gemelo de Caramon, había sido el
shalafi
de Dalamar, el término elfo que significaba «maestro». Y, aunque la relación había acabado en desastre —y por poco en la destrucción de Krynn—, Dalamar había aprendido mucho de su
shalafi.
Una deuda que jamás dudaba en reconocer.

—Sí, bueno, conoces al elfo oscuro mejor que yo —admitió Caramon—. En cualquier caso, tomó parte en el asalto, fue uno de los pocos que regresaron ilesos. Palin dijo que Dalamar estaba muy agitado y alterado y que se negó a hablar de lo ocurrido. Fue el elfo oscuro quien llevó de vuelta el cadáver de Justarius, aunque supongo que, puesto que Dalamar mantiene relaciones con Jenna, la hija de Justarius, no tenía otra alternativa. En cualquier caso, los hechiceros recibieron una buena zurra. Justarius no fue el único muerto, aunque sí el de mayor rango. Y ahora Dalamar es el jefe del Cónclave.

—¿Crees que fue él quien envió a Palin con los caballeros?

—Palin tuvo que obtener permiso para dejar sus estudios —gruñó Caramon—. Los hechiceros son mucho más estrictos ahora que en los viejos tiempos. Raistlin iba y venía a su antojo.

—Raistlin dictaba sus propias leyes —dijo Tanis, que soltó un bostezo. Deseó no haber mencionado lo de dormir en una cama. La idea de sábanas limpias, suaves colchas y blandas almohadas le resultó repentinamente irresistible—. Tengo que mantener una charla con Dalamar. Evidentemente, sabe algo acerca de esos caballeros negros.

—¿Te lo dirá? —Caramon parecía escéptico.

—Si piensa que lo beneficiará a él, sí —contestó Tanis—. Porthios se quedará aquí unas cuantas semanas por lo menos. Alhana necesitará tiempo para descansar y, aunque no quiera admitirlo, el propio Porthios está al borde del agotamiento. Con suerte, dispondré de tiempo para hacer una escapada y visitar a Dalamar.

»Lo que me recuerda que no sé cómo agradecerte, Caramon, que dejes que Porthios y Alhana se queden aquí. —El semielfo puso la mano sobre la enorme del corpulento humano—. Su presencia podría poneros en peligro si alguien los descubriera. Han sido exiliados oficialmente, expulsados. Son elfos oscuros, lo que significa que son un blanco permitido...

—¡Bah! —Caramon desestimó el comentario con un ademán, espantando a la vez, inadvertidamente, a una mosca pesada—. La gente de Solace no sabe nada sobre peleas entre elfos y, aunque lo supieran, tampoco les importaría lo más mínimo. Porthios y Alhana habrán sido expulsados, marcados como «elfos oscuros»; pero, a menos que los dos se hayan vuelto de repente de color púrpura, aquí nadie advertirá la diferencia. Para nosotros, un elfo es un elfo.

—Con todo, se rumorea que tanto los qualinestis como los silvanestis tienen asesinos tras los pasos de Porthios y Alhana. —Tanis suspiró—. Hubo un tiempo en que fueron regentes de las naciones elfas más poderosas de Ansalon. Con su matrimonio, forjaron una alianza entre los dos reinos que habría hecho de los elfos uno de los poderes políticos con más peso en el continente. ¡Por primera vez en muchos siglos, va a nacer un niño que es heredero de ambos reinos! ¡Y hay quienes han dictado ya la muerte de esa criatura! —Tanis apretó los puños.

»Lo más frustrante es que la mayoría de los elfos quiere la paz, no sólo con sus primos, sino con sus vecinos. Son los extremistas de ambos lados los que instan a que volvamos al aislamiento de los viejos tiempos, que cerremos las fronteras, que disparemos a todo humano o enano que se nos ponga a tiro. Los demás elfos les siguen el juego porque es más fácil hacer eso que decir lo que se piensa, provocar un enfrentamiento.

»No creo que sus asesinos se atrevan a atacar la posada, pero, en estos tiempos, nunca se sabe... —Tanis sacudió la cabeza.

—Resistimos a los dragones —dijo Caramon animosamente—. Resistiremos a los elfos, a la sequía y a todo lo que nos echen.

—Eso espero. —Tanis tenía ahora un humor sombrío—. Eso espero, amigo mío.

—Hablando de Qualinesti, ¿cómo le va a Gil?

Tanis guardó silencio unos instantes. El dolor por la marcha de Gil no había desaparecido, aunque habían pasado muchos meses desde que su hijo se había escapado de casa, engañado para convertirse en líder —o en un regente marioneta— de los elfos de Qualinesti.

Gilthas —llamado así en memoria del desdichado hermano de Laurana, Gilthanas— era el hijo que ambos habían deseado pero que creyeron que jamás tendrían. El embarazo de Laurana había sido difícil; Gilthas era un bebé débil y había estado a punto de morir varias veces. Tanis sabía que su esposa y él habían sido demasiado protectores con su hijo, negándole su permiso para que visitara la tierra natal de su padre en un intento de protegerlo de un mundo racialmente dividido al que le resultaba difícil aceptar a un mestizo.

Cuando Porthios, Orador de los Soles de Qualinesti, dejó su tierra para arriesgar la vida combatiendo por los silvanestis, los extremistas aprovecharon la oportunidad que les brindaba su ausencia para tacharlo de traidor y elegir un nuevo Orador. A Alhana la acusaron de bruja. Se decidieron por Gilthas, cuya madre, hermana de Porthios, habría sido la siguiente en la línea sucesoria, pero que había renunciado a su derecho al casarse con Tanis el Semielfo. Gilthas había deseado siempre conocer Qualinesti, la tierra natal de sus padres, y si ellos se lo impidieron fue porque temían que el joven sufriera las mismas humillaciones que tuvo que soportar su padre en su juventud, debido a su mestizaje. Gil tenía los rasgos y la constitución de un elfo, si bien en su carácter se imponía muchas veces el fuerte temperamento humano. Había llegado a sentirse avergonzado de su padre, al que los elfos puros consideraban un mestizo bastardo.

Creyendo que Gil, debido a su ascendencia humana, era un necio y un débil al que podrían manipular como a una marioneta, los extremistas persuadieron al joven de que huyera de casa y viajara a Qualinesti. Una vez allí, Gil resultó ser un hueso más duro de roer de lo que los senadores habían imaginado. Tuvieron que recurrir a amenazas de violencia contra Alhana Starbreeze, dirigente de Silvanesti y su prisionera, a fin de convencer a Gil de que se convirtiera en Orador.

Tanis había procurado, con ayuda de Dalamar, salvar a su hijo, pero el semielfo había fracasado en su propósito.

»O, mejor dicho», pensó Tanis con triste orgullo, «tuve éxito.» Gil había elegido quedarse, servir a su pueblo, hacer cuanto pudiera para frustrar los planes de los extremistas y traer la paz a las naciones elfas.

Alhana había sido desterrada, así como su marido, Porthios, convertidos ahora en elfos oscuros.

A Tanis lo habían llevado a la frontera del reino, al que jamás se le permitiría volver a entrar. Allí acudió su hijo a despedirse de él, y le explicó que había aceptado el nombramiento porque la vida de Alhana y el hijo que esperaba estaban amenazadas si no accedía. El semielfo aconsejó a su hijo que procurara ganarse la amistad de los elfos jóvenes que eran Jefes de Casas, quienes no estaban conformes con los acontecimientos recientes. Era el único modo de evitar que estallara una guerra fratricida entre silvanestis y qualinestis, pues era de esperar que Porthios quisiera recuperar su trono, como así fue. Había sido una despedida conmovedora, ya que quizá nunca volvieran a verse.

Pero el dolor de la ausencia de su hijo no había menguado con el tiempo y, por si fuera poco, ahora un Porthios furioso y vengativo estaba concentrando sus fuerzas para declarar la guerra a Qualinesti, una tragedia que Tanis intentaba evitar. Cuando notó que podía controlar la voz, contestó:

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