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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (16 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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La hechicera se paró. Durante lo que habría tardado alguien en contar hasta diez, permaneció totalmente inmóvil y en silencio. Luego, muy despacio, giró y volvió sobre sus pasos.

Usha se quedó en la entrada, preguntándose si debería intentar escapar. Tenía la impresión de que no llegaría muy lejos; sentía las piernas como si fueran de gelatina. Además ¿adonde iba a huir? Se recostó fatigosamente contra la puerta.

Jenna se acercó al carcelero.

—Deja salir al kender. Lo tomo también bajo mi custodia.

—¿Estáis segura, señora? —Torg tenía el entrecejo fruncido—. Es un maldito latoso...

—Estoy segura —lo interrumpió la hechicera con un tono de voz tan cortante y frío como una cuchilla de acero—. Suéltalo de una vez.

Torg sacó las llaves, se acercó presuroso a la puerta de la celda, y abrió el cerrojo.

Tasslehoff —el copete meciéndose y los saquillos brincando— salió marcando el paso, con gesto resuelto. Tendió la mano a Jenna, educadamente.

—¿Cómo estás? Creo que no hemos sido presentados de manera formal. Me llamo Tasslehoff...

—Sé quién eres. Creo que a Dalamar le gustaría mantener una pequeña charla contigo.

—¡Fantástico! Hace años que no lo veo. ¿Es verdad que es tu amante? Vale, no hace falta que me mires así. Me lo contó Caramon. Dijo que vosotros dos...

—Vamos, camina —ordenó Jenna con gesto torvo, empujando al kender hasta sacarlo de la cárcel a la calle—. Ve cinco pasos por delante de mí, y mantén las manos donde yo pueda verlas. Usha, quédate a mi lado.

—¿He de abrir la marcha? —preguntó Tas, excitado.

—Si prefieres interpretarlo así —replicó Jenna—. No, en esa dirección, no. Vamos
fuera
de la muralla de la ciudad, a mi casa.

—¡Pero pensé que íbamos a la Torre de la Alta Hechicería! —se lamentó Tas—. ¡Quería cruzar el Robledal de Shoikan! Lo vi una vez, desde lejos. Parecía realmente maligno, horrible y mortífero. Casi mató a Caramon, ¿sabes? ¿No podríamos ir por allí, por favor?

—No seas ridículo —replicó Jenna—. Nadie en su sano juicio querría cruzar el Robledal de Shoikan, sobre todo de noche. Aunque me parece que los kenders quedan excluidos de esa categoría de gente. Ni siquiera yo he cruzado el Robledal de Shoikan, y he sido aprendiza en la Torre. Os transportaré allí por una ruta más apacible, si no te importa. Por eso regresamos a mi tienda.

Tas se quedó cabizbajo un instante, pero enseguida se encogió de hombros.

—En fin —dijo, recobrando el buen humor—. Al menos entraremos en la torre.

»Será muy divertido —añadió, volviéndose a mirar a Usha mientras seguía caminando a buen paso. Para alguien de su edad, desde luego el kender tenía un montón de energía—. ¡La Torre de la Alta Hechicería es un sitio fascinante! Pero no he estado allí desde hace un montón de años. Ésta llena de todo tipo de hechizos, la mayoría malignos, y todos ellos muy, muy poderosos. Dalamar es un Túnica Negra, pero supongo que eso ya lo sabes, si has venido a verlo. Es un elfo oscuro, y ahora, el hechicero más poderoso de todo Ansalon...

Usha se paró en seco y miró al kender de hito en hito.

—¿Un Túnica Negra? ¿Un elfo oscuro? Pero... ¡no es posible! El Protector no me habría enviado a ver a uno de ellos. Seguramente... en fin, ¿no es posible que haya otro Dalamar?

Oyó una risa, semejante al repicar de campanillas de plata, resonar en la oscuridad.

—Sigue caminando —dijo Jenna, sofocando su alborozo—. Y puedes estar segura, pequeña, de que sólo hay un Dalamar.

11

La Torre de Alta Hechicería.

Un banquete.

Dalamar recibe una desagradable sorpresa

A la luz del día La Torre de la Alta Hechicería de Palanthas era un lugar amedrentador, evitado por todos. Por la noche, el edificio era espantoso, lúgubre.

En un tiempo había habido cinco Torres de la Alta Hechicería distribuidas por todo el continente de Ansalon. Ahora sólo quedaban dos. Una de ellas se encontraba en el bosque de Wayreth y era imposible de localizar a menos que los magos quisieran que se llegara hasta ellos. En tal caso, el bosque mágico que rodeaba la torre encontraba al visitante y lo guiaba.

Llegar hasta la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas resultaba casi igualmente imposible. Estaba guardada por el Robledal de Shoikan, un soto de árboles habitado por guardianes espectrales. El miedo que la arboleda generaba era tan fuerte que la mayoría de la gente no soportaba tenerlo al alcance de la vista. Sólo aquellos que eran leales a Takhisis o los protegidos por un amuleto o hechizo proporcionado por el señor de la torre podían entrar en la arboleda maldita. Y ni siquiera ellos lo hacían impunemente. Los que tenían que visitar la torre por negocios —o, en el caso de Jenna, por placer— por lo general tomaban una ruta menos peligrosa: caminaban por las sendas de la magia.

Jenna escoltó a los que tenía a su cargo a través de la vieja muralla, para entrar en lo que se conocía como la Ciudad Nueva. Proyectada y construida por los enanos en algún momento de la Era del Poder, Palanthas estaba dividida en dos sectores: la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. La primera, rodeada por una muralla, estaba diseñada como una rueda, con ocho avenidas que partían desde un eje central, y donde estaba ubicado el palacio del primer mandatario. El crecimiento de la urbe había rebasado los restrictivos confines de la Ciudad Vieja hacía mucho tiempo, y sus habitantes habían construido la Ciudad Nueva.

Extendiéndose fuera de la muralla, la Ciudad Nueva era el centro del distrito comercial. Todas las casas gremiales más importantes se encontraban aquí, así como las viviendas de los comerciantes.

La tienda de artículos para magos de Jenna estaba localizada en la mejor zona de la Ciudad Nueva, para desagrado de los dueños de otros establecimientos cercanos, que miraban a su arcana clientela con profunda desconfianza. Se sabía que Jenna gozaba del favor de Dalamar, Amo de la Torre de la Alta Hechicería, y aunque el Señor de Palanthas era la autoridad oficial de la ciudad, ningún ciudadano se habría atrevido a hacer nada que enfadara al Amo de la Torre.

Así, los comerciantes se quejaban de Jenna, pero lo hacían en voz muy baja.

Al llegar a la tienda de artículos para magos, que estaba señalada por un cartel que llevaba las imágenes de las tres lunas —la plateada, la roja y la negra— Jenna tomó primero la precaución de atar las manos del kender con un cordón de seda. Sólo entonces quitó el conjuro que guardaba la puerta e hizo pasar a sus invitados.

—¿Es necesario eso? —preguntó Usha, indignada, al tiempo que señalaba las ataduras del kender—. No es un ladrón, ¿sabes?

Jenna miró a la joven de hito en hito, con las cejas enarcadas.

Usha, preguntándose qué era lo que le parecía tan extraordinario, se sonrojó y se mordió el labio.

—No me importa, de verdad —dijo Tas alegremente mientras observaba con admiración el cordón de seda que le ataba las muñecas—. Estoy acostumbrado.

—Es más por su propia seguridad y por la nuestra que porque me preocupe perder dinero —replicó Jenna. Pronunció una palabra que a Usha le sonó como si un hielo quebradizo chascara, y una lámpara que había en el cuarto se encendió de repente. Jenna lanzó una mirada penetrante a la joven—. No conoces mucho a los kenders, ¿verdad?

Usha repasó, frenética, lo que el Protector le había contado, deseando haber prestado más atención. Decidió tirarse un farol, aunque tenía la descorazonadora sensación de que estaba perdiendo el tiempo.

—Qué pregunta más rara. Por supuesto que sé cuanto hay que saber sobre los kenders. Todo el que vive en Ansalon lo sabe, ¿no?

—Por desgracia, sí. Y es por ello, precisamente, por lo que he preguntado. Venid por aquí. ¡Suelta eso! —ordenó a la joven con voz cortante. Usha se había parado para coger y examinar una bonita botella—. Si te cae una gota de eso en la piel, hará que tu carne se desprenda a trozos. Hazme un favor: ¡no toques nada más! Eres igual o peor que un kender. Vosotros dos, venid conmigo.

Usha dejó la botella en su sitio con cuidado y entrelazó las manos con fuerza a la espalda. Siguió presurosa a su anfitriona, intentando verlo todo a la vez, con el resultado de que fue muy poco lo que realmente vio. Su impresión principal de la tienda era el olor, que resultaba atractivo y, al mismo tiempo, repulsivo. Jarras con especias y hierbas de olor acre se alineaban junto a recipientes con cosas muertas y putrefactas. Libros de hechizos, algunos de ellos con olor a húmedo y moho en las pastas, estaban colocados ordenadamente en estanterías que cubrían toda una pared. Las piedras preciosas relucían desde el interior de estuches de cristal.

—En el sótano está mi laboratorio —dijo Jenna mientras abría una puerta—. ¡Tampoco debéis tocar nada allí!

La puerta marcada con extraños e ilegibles símbolos conducía a una escalera. Jenna escoltó a Tasslehoff, al que llevaba agarrado por el copete y le propinaba un doloroso tirón cada vez que el kender parecía tener intención de toquetear algo. Indicó con un gesto a Usha que bajara los escalones tras ellos.

El laboratorio era un sótano que estaba debajo de la tienda. Una luz se encendió al entrar ellos, pero era mortecina y de un espeluznante color azul, y alumbraba muy I poco. Usha hubo de tener cuidado para bajar la escalera.

—Y ahora, los dos, quedaos justo ahí y ¡no os mováis! —ordenó Jenna cuando llegaron al sótano. Desapareció en las sombras y, al cabo de un tiempo, la oyeron hablar con alguien en voz tan baja que las palabras eran indescifrables.

Usha cogió a Tasslehoff por el cuello de la camisa verde justo cuando el kender echaba a andar.

—¡Dijo que no nos moviéramos! —lo regañó.

—Lo siento —respondió Tas en un susurro. Parecía realmente contrito—. No era mi intención. Son mis pies. Mi cabeza les dijo que no se movieran, pero, a veces, lo que mi cabeza piensa no acaba de llegar tan abajo. Las ideas parecen detenerse en algún punto a la altura de las rodillas. Pero ¿no te parece que todo esto es realmente emocionante? ¡Mira allí! —Estaba sin respiración por el asombro—. ¡Es un cráneo humano! No creo que le importe si lo...

—Pues yo creo que sí le importaría —dijo Usha, enfadada—. Estate quieto de una vez. —Siguió agarrando a Tas, no porque en realidad temiera que el kender desobedeciera a Jenna, sino porque necesitaba desesperadamente estar agarrada a alguien.

»Me alegro de que te trajera a ti también —dijo de manera impulsiva—, aunque no sé muy bien por qué lo ha hecho. No parece que le haga gracia que estés tú.

—Oh, no tenía otra alternativa —contestó Tas, que se encogió de hombros—. No después de lo que dije sobre Raistlin.

—¿Qué quiere decir eso..., que me parezco a Raistlin? No lo entiendo. ¿Quién es Raistlin?

—¿Que quién es Raistlin? —repitió Tasslehoff, pasmado, olvidándose de hablar en voz baja—. ¿No has oído hablar de Raistlin Majere? ¡Creía que no había nadie en Ansalon que no hubiera oído hablar de él!

Al darse cuenta de que había cometido un error, Usha soltó una risita.

—¡Oh, ese Raistlin! Bueno, desde luego que he oído hablar de él. Lo que pasa es que no sabía a cuál Raistlin te referías. Ese es un nombre corriente en el lugar de donde vengo. En nuestro pueblo hay varios que se llaman Raistlin. Es un nombre elfo, ¿no?

—No lo creo —contestó, pensativo, Tas—. Raistlin no era un elfo, ¡y, desde luego, Caramon no lo es! Caramon es lo bastante grande como para que saques tres elfos de él si lo haces trozos. Además, eran gemelos, y entre los elfos no suelen nacer muchos gemelos, que yo recuerde. Hace bastante tiempo que no paso por Qualinesti. No me dejarían cruzar la frontera, aunque conozco al nuevo Orador de los Soles. Es Gil, el hijo de Tanis. Habrás oído hablar de Tanis el Semielfo, ¿no?

—¡Y quién no! —exclamó Usha, aunque no tenía la menor idea de quién era.

Por lo menos había descubierto que Raistlin era un hombre, cosa que no había tenido clara hasta ahora. Y que tenía algo que ver con alguien llamado Caramon. Felicitándose por haber salido airosa del atolladero, pensaba la siguiente pregunta que iba a hacer al kender cuando Jenna regresó.

—Sabe quién es Raistlin. No te dejes engañar, kender. Vamos, vosotros dos. He hablado con Dalamar y...

—¡Dalamar! ¿Está aquí? ¡Dalamar! —Tasslehoff saludó con las manos atadas y gritó:— ¡Hooola! Soy yo, Tas. ¿Me recuerdas? Te...

—No está aquí —lo interrumpió Jenna con tono frío y severo—. Está en la torre. Tenemos medios para comunicarnos entre nosotros. Bien, ¿veis ese círculo de sal en el suelo?

Usha no lo veía; ni siquiera veía el suelo en aquella penumbra, pero al instante la luz de la lámpara se intensificó de forma repentina. El círculo se hizo claramente visible.

—Entrad en él con cuidado —instruyó Jenna—. Aseguraos de que no movéis la sal.

—¡Ya sé! —gritó Tas, extremadamente excitado—. Vi a Par-Salian hacer esto con Caramon. Fue cuando, de manera accidental, me convertí en un ratón. Verás, Usha, estaba en la Torre de Wayreth y encontré un anillo, blanco, con dos piedras rojas, y me lo puse en el dedo, y...

—¡Por Gilean bendito! —juró Jenna—. ¡Cierra el pico de una vez o seré yo quien te convierta en ratón, y yo me transformaré en gato!

—¿De verdad puedes hacer eso? ¿Qué clase de gato? —siguió charla que te charla Tasslehoff—. En lugar de ratón, ¿por qué no me transformas en gato? Nunca he sido un gato y...

—Cogedme de las manos, los dos —siguió Jenna, haciendo caso omiso del kender—. Cerrad los ojos y así no os marearéis. Y, ocurra lo que ocurra, no os soltéis de mi mano.

Pronunció unas palabras que se retorcieron y se arrastraron por la mente de Usha. De repente pareció que el suelo se hundía, y la muchacha sintió un vacío en el estómago y la impresión de ser azotada por un ventarrón. Se aferró a la hechicera, aterrorizada.

Y entonces se encontró de repente pisando suelo sólido. El sonido y la sensación del viento cesaron. La oscuridad había desaparecido. Usha cerró los ojos con fuerza para resguardarlos de una luz intensa.

—Ahora podéis mirar —dijo la voz de Jenna—. Hemos llegado. Os encontráis sanos y salvos en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas.

Usha no estaba segura de querer abrir los ojos. Por la descripción del kender, esta Torre de la Alta Hechicería debía de ser un lugar maligno y terrible. Tasslehoff ya estaba parloteando alegremente con alguien que le respondía con un tono amable pero distraído, como si sus pensamientos estuvieran en otra parte.

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