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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

Lo que el viento se llevó (168 page)

BOOK: Lo que el viento se llevó
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Los ojos de Rhett miraron a Scarlett y su voz cambió. Ahora era indiferente y fría.

—De modo que ha muerto... Una suerte para ti, ¿verdad?

—¡Oh! ¿Cómo puedes decir esas cosas? —gritó ella, dolorida, con los ojos llenos de lágrimas—. Bien sabes cuánto la quería yo.

—No, no puedo decir que lo supiese. ¡Completamente inesperado! Y te hace honor, considerando tu pasión por la gentuza, que al fin la apreciases.

—¿Cómo puedes hablar así? ¡Ya lo creo que la apreciaba! Tú no. Tú no la conocías como yo. No eras tú el que tenía por qué conocerla. .. Lo buena que era...

—¿De veras? Tal vez no.

—Pensaba en todo el mundo, excepto en sí misma... ¡Pero si sus últimas palabras se refirieron a ti!

Los ojos de Rhett relampaguearon. Se volvió hacia Scarlett.

—¿Qué dijo?

—¡Oh, no! ¡Ahora no, Rhett!

—Di meló.

Su voz era fría; la mano que le puso en la muñeca le hizo daño. Ella no quería decírselo. No era así como había pensado iniciar la conversación sobre su amor. Pero la mano de él era imperiosa.

—Dijo... Dijo... «Sé buena para el capitán Butler. ¡Te quiere tanto!»

Él la miró y soltó su muñeca. Bajó los párpados y su cara se tornó totalmente inexpresiva. De repente se levantó, se dirigió a la ventana, levantó las cortinas y miró hacia afuera con atención, como si hubiera algo más que ver que la niebla cegadora.

—¿Dijo algo más? —preguntó sin volver la cabeza.

—Me pidió que velase por el pequeño Beau, y yo le dije que lo haría como si se tratase de mi mismo hijo.

—¿Qué más?

—Dijo... Ashley... Me encargó que velara también por Ashley.

Él quedó unos momentos en silencio y luego rió quedamente.

—Es conveniente tener la autorización de la primera mujer, ¿verdad?

—¿Qué quieres decir?

Rhett se volvió y, aun en su desconcierto, Scarlett se sorprendió al ver que no había burla en la expresión de su marido. Su rostro no reflejaba el menor interés; parecía el rostro de un hombre que está viendo representar el último acto de una comedia poco entretenida.

—Creo que estoy hablando bastante claro. Melanie ha muerto. Tú, desde luego, tienes toda la evidencia que puedas desear para divorciarte de mí y no te queda la buena fama suficiente para que un divorcio pueda perjudicarte. Y no tienes en absoluto ninguna religión; así que la Iglesia importa poco. De modo que... Ashley y los sueños se convierten en realidad con las bendiciones de Melanie. Sí, eso es.

—¿Divorciarme? —gritó ella—. ¡No, no!

Sin darse cuenta de lo que decía, se levantó de un salto y, corriendo hacia él, lo cogió del brazo.

—¡Oh, estás equivocado, terriblemente equivocado! Yo no me quiero divorciar... Yo...

Se detuvo porque no podía encontrar otras palabras.

Él la cogió por la barbilla, le volvió la cara hacia la luz y la miró intensamente a los ojos. Ella le devolvió la mirada con el corazón en los ojos, con los labios temblorosos al intentar hablar. Pero no podía reunir las palabras porque estaba procurando encontrar en el rostro de él alguna respuesta, algún destello de esperanza, de alegría. Seguramente ahora había comprendido. Pero lo único que encontró fue la mirada blanda e inexpresiva que la había defraudado tantas veces. Rhett le soltó la barbilla y, volviéndose, se dirigió de nuevo a su silla y se dejó caer en ella con el mentón hundido en el pecho y los ojos dirigidos a Scarlett con una mirada indiferente.

Scarlett lo siguió, entrelazando las manos, nerviosa, y permaneció de pie ante él.

—Estás equivocado —dijo por fin encontrando las palabras—. Rhett, hoy, cuando lo supe, volví a casa corriendo desolada todo el camino, para decirte... Vida mía, yo...

—Estás cansada —klijo él, sin dejar de mirarla—. Es mejor que te vayas a la cama.

—Pero tengo que decirte...

—Scarlett —repuso Rhett lentamente—, no deseo oír nada.

—Pero no sabes lo que voy a decir.

—Querida mía, está claramente escrito en tu cara. Alguien o algo te ha hecho comprender que no es digno que te cases con el viudo de la que ha sido tu mejor amiga. Y esto mismo ha hecho aparecer ante ti mis encantos a una luz nueva y atractiva —suspiró ligeramente—. Y no vale la pena hablar de eso.

Scarlett lo miró con asombro. Desde luego, siempre había leído en ella con suma facilidad. Antes, esto le molestaba; pero ahora, después del primer momento de asombro al comprobar su transparencia, su corazón se llenó de júbilo y alivio. Rhett sabía, Rhett comprendía, y ello simplificaba su labor. No había necesidad de hablar. Era natural que estuviera amargado por su prolongado abandono, era natural que desconfiase de su repentino cambio. Tendría que convencerlo a fuerza de cariño, de demostraciones de amor, y ¡qué agradable resultaría!

—Querido, voy a decírtelo todo

contestó, poniendo las manos en el brazo de su butaca e inclinándose hacia él—. ¡He estado tan equivocada, he sido tan loca!

—Scarlett, no sigas de ese modo. No te humilles ante mí. No puedo soportarlo. Déjanos alguna dignidad, deja algo a salvo de nuestro matrimonio. Evítanos esto último.

Scarlett se enderezó bruscamente. ¿Evítanos esto último? ¿Qué quería decir con «esto último»? ¿Último? ¡Eso era lo primero! ¡Su principio!

—Pero tengo que decirte —empezó rápidamente, como si temiera que le tapase la boca con la mano imponiéndole silencio—. ¡Oh, Rhett! ¡Te quiero tanto, amor mío! Debo de quererte desde hace muchos años, y he sido tan idiota que no lo he sabido. Rhett, tienes que creerme.

Rhett, en pie ante ella, la miró con una mirada que le atravesó el cerebro. Scarlett vio en sus ojos que la creía, pero vio también que aquello le interesaba muy poco. ¡Oh! ¿Iría a mostrarse ruin? ¿Iría a atormentarla? ¿Iría a pagarle con su misma moneda?

¡Oh, te creo! —dijo Rhett por fin—. Pero ¿qué hay de Ashley Wilkes?

—Ashley —contestó Scarlett, con un gesto de impaciencia—. Yo... yo creo que hace ya siglos que no me importa un ardite. Era... Bueno, era un traje que yo había hecho y se lo había colocado cuando yo era una chiquilla. Yo creo que nunca me habría preocupado por él si hubiera sabido cómo era en realidad. Es una criatura tan floja, de tan poco espíritu, a pesar de toda su charlatanería sobre la verdad y el honor y...

—No —dijo Rhett—. Si quieres verlo como realmente es, debes verlo rectamente. Es simplemente un caballero caído en un mundo al que no pertenece, procurando hacer algo bueno en él con las leyes del mundo al que él pertenecía.

—¡Oh, Rhett! No perdamos el tiempo hablando de él. ¿Qué nos importa Ashley ahora? ¿No te alegras de saber... Quiero decir, ahora que yo...

Al encontrarse sus ojos con los cansados de Rhett, Scarlett empezó a tartamudear, azorada, como una jovencita con su primer pretendiente. Si él la ayudase un poco... Si le tendiese los brazos para poder llorar agradecida en ellos y reclinar la cabeza contra su pecho... Con sus labios contra los de él podría decirle mucho más que con todos aquellos balbuceos. Pero al mirarlo se dio cuenta de que Rhett no lo hacía por venganza. Estaba impávido, como si nada de lo que ella había dicho tuviera la menor importancia. —¿Si me alegro? —dijo—. Habría yo dado gracias a Dios de rodillas por oír antes esto que me estás diciendo. Pero ahora no tiene importancia.

—¿No tiene importancia? ¿Qué estás diciendo? ¡Ya lo creo que tiene importancia! Rhett, a ti te importa, ¿verdad? Tiene que importarte. Melanie dijo que te importaba.

—Sí, y tenía razón, con arreglo a lo que ella supo. Pero, Scarlett, ¿no se te ha ocurrido nunca pensar que el amor más infinito puede disiparse?

Ella lo miró atónita, con la boca abierta.

—El mío se ha disipado —continuó Rhett—. Contra Ashley Wilkes y tu loca obstinación, que te hacía aferrarte como un perro a cualquier cosa que creías desear... Mi amor se disipó, te lo repito.

—Pero el amor no puede acabarse así.

—¿Y el tuyo por Ashley?

—Yo nunca amé realmente a Ashley.

—Pues entonces lo fingías muy bien... hasta esta noche, Scarlett. No te lo estoy echando en cara, acusándote, reprochándote. Ese tiempo pasó. Así, evítame tus disculpas y tus explicaciones. Si eres capaz de escucharme durante un minuto sin interrumpirme, puedo explicarte lo que quiero decir. Aunque Dios sabe que no veo la necesidad de las explicaciones. ¡La verdad está tan clara!

Scarlett se sentó. La cruda luz del gas caía sobre su rostro, pálido y asombrado. Miraba a los ojos que conocía tan bien y que tan poco conocía, escuchaba aquella voz tranquila pronunciando palabras que al principio no tenían ningún significado. Era la primera vez que le hablaba de aquel modo, como un ser humano a otro, como hablaban las demás personas: sin petulancias, burlas o enigmas.

—¿Se te ocurrió alguna vez pensar que yo te amaba todo lo que un hombre puede amar a una mujer? ¿Que te amaba desde muchos años antes de conseguirte? Durante la guerra me marché para intentar olvidarte, pero no pude y tuve que volver. Después de la guerra me arriesgué a ir a la prisión sencillamente por volver a verte. Te quería tanto, que creo que hubiera matado a Frank Kennedy si no se hubiera muerto oportunamente. Te quería, pero no podía dejártelo saber. ¡Eres tan cruel con los que te quieren, Scarlett! Coges su amor y lo sostienes sobre sus cabezas como un látigo.

De todo esto, sólo el hecho de que él la quería tenía algún significado para ella. Ante el débil eco de pasión que sonaba en la voz de Rhett, el placer y la alegría se apoderaron de ella. Scarlett sentada, sin respirar apenas, escuchando, esperando.

—Sabía que no me querías cuando me casé contigo. Sabía lo de Ashley. Pero estaba tan loco, que creí que conseguiría hacer que me quisieras. Ríete si te parece, pero deseaba cuidarte, mimarte, darte todo cuanto desearas. Deseaba casarme contigo y protegerte y concederte todo lo que pudiera hacerte feliz, lo mismo que hacía con Bonnie. ¡Habías tenido que luchar tanto, Scarlett! Nadie sabía mejor que yo todo lo que habías pasado, y deseaba que cesaras de luchar y me dejaras a mí luchar por ti. Quería que jugases como una niña, una niña valiente, asustada, terca. Creo que aún eres una niña. Nadie más que una niña podría ser tan tenaz y tan insensible.

Su voz era cansada y tranquila, pero había un no sé qué en ella que le hacía recordar algo. Había oído una voz como ésta en alguna otra crisis de su vida. ¿Dónde había sido? La voz de un hombre que se enfrentaba con el mundo, sin sentimiento, sin titubeos, sin esperanza.

Pero ¿cómo?... ¡Había sido Ashley, en la huerta de Tara, hablando de la vida y de sus trabajos, con un cansancio tranquilo que revelaba en su timbre más decisión que desesperada amargura! Entonces la voz de Ashley la había hecho estremecerse temerosa, oyendo cosas que no podía comprender; pero ahora la voz de Rhett hacía latir su corazón. Su voz, sus gestos más que sus palabras, la perturbaron, le hicieron comprender que su alegría de un momento antes había sido prematura. Algo iba mal, terriblemente mal. Lo que fuese, no podía saberlo; pero escuchaba desesperada, con los ojos clavados en el bronceado rostro de Rhett, esperando oír palabras que disiparasen sus temores.

—¡Era tan evidente que estábamos hechos el uno para el otro! Tan evidente que yo era el único hombre entre tus conocidos que podía amarte después de saber cómo eras realmente, dura y ávida y sin escrúpulos, pomo yo. Te quería y corría la suerte. Creí que Ashley se borraría de tu imaginación. Pero —Rhett se encogió de hombros— probé todo lo que se me ocurrió y nada hizo efecto. ¡Y te amaba tanto, Scarlett! Sólo con que me hubieses dejado, te habría querido tan dulce y tan tiernamente como nunca amó un hombre a una mujer. Pero no podía dejar que lo averiguases porque sabía que me creerías débil y tratarías de usar mi amor contra mí. Y siempre, siempre, Ashley estaba allí. Me volvía loco. No podía sentarme todas las noches frente a ti a la mesa sabiendo que hubieras querido que Ashley estuviera allí en mi sitio. Y no podía estrecharte en mis brazos por la noche y saber... Bueno, todo esto ya no tiene ninguna importancia. Ahora me pregunto por qué me dolía aquello tanto. Eso fue lo que me llevó a Bella. Hay un grosero placer en estar con una mujer que lo ama a uno con todo el corazón y que lo respeta por ser un caballero, aun cuando esa mujer sea una prostituta ignorante. Nunca has sido un sedante para mí, querida mía.

—¡Oh, Rhett! —empezó Scarlett, entristecida al oír el nombre de Bella. Pero él le impuso silencio y continuó:

—Y luego, aquella noche, cuando te subí en brazos, pensé, esperé..., esperé tanto, que tenía miedo de verte a la mañana siguiente, por temor a haberme equivocado y que no me quisieras. Tenía tanto miedo a que te rieras de mí, que salí y me embriagué. Y cuando volví me temblaban las piernas, y, si tú hubieras dado un solo paso a mi encuentro o me hubieras demostrado cariño de algún modo, creo que te hubiera besado los pies; pero no lo hiciste.

—¡Oh, Rhett! Yo ya te quería entonces, pero te mostrabas tan odioso... Yo ya te quería. Yo creo que..., sí, entonces debió ser la primera vez que me di cuenta de que te quería. Nunca volví a ser feliz pensando en Ashley después de aquello; pero te mostrabas tan odioso, que yo...

—Es verdad —dijo él—. Parece que hayamos estado jugando al escondite. Pero ahora ya no tiene importancia. Sólo te lo cuento para que no hagas cabalas sobre todo esto. Cuando estuviste enferma y yo tenía la culpa, yo no me separé de la puerta, esperando que me llamases. Pero no me llamaste. Comprendí lo loco que había sido y que todo había terminado.

Se detuvo y miró por encima de ella a lo lejos, lo mismo que Ashley solía hacer, viendo algo que ella no podía divisar. Ella sólo podía contemplar, en silencio, su rostro atormentado.

—Pero entonces estaba Bonnie, y comprendí que, al fin y al cabo, no se había acabado todo. Me gustaba pensar que Bonnie eras tú, hecha otra vez niña, antes de que la guerra y la miseria te hubiesen marcado. ¡Se parecía tanto a ti, tan voluntariosa, tan valiente, tan alegre y tan llena de ingenio! Y a ella podía mimarla y educarla mal, lo mismo que hubiera querido mimarte a ti. Pero no era como tú... Ella me quería. Podía recoger el amor que tú rechazabas y dárselo a ella, y esto era una bendición para mí... Cuando se marchó, se lo llevó todo.

De repente Scarlett sintió compasión de Rhett, una compasión tan grande que borraba su propio dolor y su temor de lo que aquellas palabras pudiesen significar. Era la primera vez en su vida que sentía compasión por alguien sin experimentar desprecio al mismo tiempo, porque era la primera vez que había estado próxima a comprender a otro ser humano. Y podía comprender, sí, su desolación, y su orgullo, tan obstinado como el de ella, que le había impelido confesar su amor, por miedo a una repulsa.

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